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Albus
se reunió con Alice a la hora acordada en la sala de Encantamientos. Esa
mañana, ella se había hecho una trenza y llevaba el pañuelo que el día anterior
le había servido de coletero anudado alrededor del cuello. Albus cerró la puerta
tras de él y Alice le mandó sentarse a una mesa.
—Bienvenido
a mi clase particular súper-dura sobre el hechizo Casco-burbuja —bromeó—. Bien,
comienza a apuntar.
Eso
no parecía haberlo dicho en broma, porque se apoyó en la mesa del profesor y
esperó a que Albus sacara el cuaderno. Cuando él hubo sacado todo el material,
Alice empezó.
—El
encantamiento casco-burbuja es particularmente útil para situaciones en las que
no puedes respirar. Sea bajo el agua o en una habitación gaseada, este hechizo
te protege. Ahora, voy a hacerlo. Presta atención.
Alice
sacó su varita. Su mango tenía forma espiral y sobre el resto del palo se
deslizaba el dibujo de unas vides en tonos dorados. Albus sabía que la madera
con tonos dorados era de peral.
—¡Bullacaptis!
De
la punta de la varita salió una luz turquesa que creó una burbuja alrededor de
su cabeza.
—¿Te
has fijado bien? Venga, vamos a practicar el movimiento de varita y tu postura.
¡Finite incantatem!
Alice
era exigente, aunque también tenía paciencia y no le importaba esperar y
repetir algo hasta que saliera. Las primeras clases fueron teóricas, tanto
sobre el hechizo como la postura del cuerpo y de la varita. El sábado antes de
Halloween, cuando quedaban apenas un minuto para el final de la clase, Alice
por fin le dejó probar a lanzar el hechizo.
—¡Bullacaptis!
—ordenó Albus a su varita, pero de la punta apenas salieron unas diminutas
chispas turquesa.
Albus
miró a Alice con la cabeza baja.
—No
te preocupes, Albus —le sonrió ella—. Es un hechizo de sexto curso y tú estás
en segundo. La semana que viene practicaremos hasta que te salga.
Dando
la clase por acabada, Albus y Alice comenzaron a recoger sus cosas cuando
alguien llamó a la puerta. Una chica negra y con el pelo teñido de rosa se
asomó.
—¡Aingeal! —le sonrió Alice.
—Hola.
¿Habéis acabado?
—Sí.
Oh, Albus, te presento a Brier Orel, mi novia. Bri, este es Albus Potter.
—Ah
—Brier entró en el aula y fue hacia Albus—. He oído hablar de ti.
Aunque
no llevaba el uniforme, en el cuello le colgaba la bufanda de Hufflepuff. Era
más alta que Alice, mucho más delgada y menos sonriente. Pero tal y como miró a
Alice después de estar hablando con Albus de trivialidades, Albus supo que
guardaba mucho más cariño que el que mostraba. Alice le acarició el pelo a su
novia y ambas se despidieron de Albus.
Cuando
Albus entró en su habitación esperando tenerla para sí y poder descansar, se
encontró que ya estaba ocupada. Richard dio una patada al baúl de Sekinci y
tiró de una de las cortinas, que se rajó.
—¡Rick!
Albus
intentó detenerle y, aunque no lo consiguió, Richard se detuvo tras darle otra
patada al baúl.
—¿Qué
ha pasado?
—¡Los
Sekinci han hechizado a Mathius! ¡Y luego Cian ha intentado meterse, y ahora
todos están en enfermería! ¡Estoy harto, Al! ¡Es un matón, un…!
Albus
tragó.
—¡¿Cómo
no le han castigado ya o le han expulsado?! —siguió Richard.
—No
sé…
—He
pedido una reunión con Morgan.
—¿Qué?
—Albus abrió mucho los ojos.
—Voy
a hablar con ella, al menos para sacarle de esta habitación. No quiero
compartir cuarto con él.
Por
más ganas que tuviera Albus de hacer lo mismo, sabía que el hermano mayor de
Sekinci les haría la vida imposible. Eso no hubiera sido algo tan grave el año
anterior, en el que Phinos no se metía tanto con ellos, pero este año… Sería
imposible soportar a los dos Sekincis encima de ellos. Y si se enteraban de que
había sido Richard el “chivato”… Albus no quiso imaginárselo.
—Deja
que vaya yo —le dijo Albus, y Richard le miró fijamente.
—Vayamos
juntos.
—No
—pensó rápidamente una excusa para darle, pero no se lo ocurría ninguna buena—.
Quiero hacerlo yo solo.
—¡Pues
pídele otra reunión para ti! Voy a hablar con ella, Al. Y Sekinci lo va a
lamentar.
—Su
hermano irá a por ti.
—También
le hablaré de él, no te preocupes —dio un tirón a la cortina, que acabó de
desprenderse, y se marchó sin mirar atrás.
El
día más próximo en el que Morgan disponía del tiempo suficiente como para
atender a Albus era el mismo día de Halloween. Richard tenía reunión con ella
el sábado, porque era el primer día de excursión a Hogsmeade para los de
tercero en adelante y la directora tenía mucho tiempo libre, así que Albus
esperaba conseguir algo antes que Richard. A la hora acordada, Slughorn
acompañó a Albus a la estatua de la gárgola, dijo la contraseña y Albus subió
solo. Tras plantarse delante de la puerta cerrada, alzó el puño para llamar,
pero oyó voces dentro, así que se abstuvo.
—¡Póngame
con compañeros de diferente año, entonces! —decía un chico.
Parecía
que había estado insistiendo mucho, y la desesperación ya rozaba su voz.
—No
vamos a apiñar a más gente en una habitación solo porque a usted no le gustan
sus compañeros.
Albus
frunció el ceño. ¿Había llegado tarde? ¿Richard se estaba reuniendo con ella
ya? Habría adelantado la reunión al saber que había una hora vacante…
—Por
favor, profesora Morgan. No puedo…
Hubo
silencio.
—Señor
Sekinci —dijo Morgan, y a Albus se le aceleró el corazón—, ¿hay algo más… que
quiera decirme?
Otro
silencio.
—No,
señora.
—Su
hermano es un chico muy exigente, y tiene una larga enemistad con el hermano de
uno de sus compañeros, el señor Potter.
—Sí,
señora.
Morgan
suspiró.
—Mi
hija sufrió por lo que todo el mundo decía de ella y lo que todos pensaban que
tenía que ser. No deje que a usted le pase lo mismo.
—Ya
la dejo.
La
silla se arrastró por el suelo y unas largas zancadas resonaron cada vez más
cerca de la puerta. Lizzie siempre había querido hacer bromas y sustos en
Halloween (una vieja tradición familiar), y ese año, al tener Albus la capa de
invisibilidad, le había pedido que se la prestara en la comida. Albus dio
gracias a Lizzie en su fuero interno. Sacó la capa de la mochila y se la puso
por encima un segundo antes de que la puerta se abriera y Phinos Sekinci
saliera a la escalera. Cerró tras de sí con fuerza, suspiró profundamente y se llevó
una mano a la frente. Albus lo tenía apenas a tres palmos de él.
—¿Phinos?
—lo llamó la voz de una chica.
Albus
frunció el ceño, pues no tenía ni idea de quién podía ser. Sekinci bajó la mano
y tomó aire.
—Sí,
Diane, ya bajo.
Tragó,
cuadró los hombros y bajó las escaleras.
—¿Estás
bien? —preguntó Diane, ya abajo.
—¡Sí!
No te preocupes. Venga, vamos a la biblioteca.
—Señor
Potter —le llamó Morgan desde dentro del despacho.
Albus
se quitó la capa y la volvió a guardar en la mochila antes de llamar.
Se
sentó en la silla que seguramente Sekinci había dejado vacía unos minutos
antes, frente a Morgan, que estaba de pie al lado de su escritorio con los
brazos cruzados.
—¿En
qué puedo ayudarle?
—Eh,
creo que en nada…
—Y…
¿por qué me hace perder tiempo?
Albus
se encogió en su asiento.
—Porque
creo que iba a pedirle lo mismo que Sek… Que Phinos Sekinci.
—Oh
—Albus odiaba no poder descifrar qué sentía Morgan ni qué quería decir con ese
«oh»—. Señor Potter, él y usted tienen ciertas desavenencias, ¿me equivoco?
—«Ciertas»
por decir algo ligero, señora.
No
supo si aquello le había hecho gracia o le había molestado.
—No
son ante todo enemigos, señor Potter. Ante todo, son compañeros, incluso
familia. Todos tenemos nuestros más y nuestros menos con nuestra familia, pero
más o menos conseguimos superarlos. Tener empatía, comprensión. Hay
excepciones, claro, pero son pocas. Intenten arreglarlo como si de familia se
tratase. Es mi mayor consejo.
—¡Pero,
señora, él causa…!
—Problemas,
lo sé, y se le ha regañado por ello y castigado. Pero escúcheme, señor Potter
—se acercó a él—, cambiar un comportamiento con el que te han criado y siguen
criándote, y que toda tu vida has creído que era el correcto, cuesta mucho —su
rostro, le pareció a Albus, era más duro que de costumbre, aunque sabía que eso
era imposible—. Hay gente que no lo consigue. Y los que estamos alrededor de
esas personas, solo podemos tener paciencia y enseñarles, mediante actos, que
están equivocados. Ahora dígame, señor Potter —Albus alzó la vista—; el sábado
tengo una reunión con Richard Hikks. ¿Va a intentar decirme lo que el señor
Sekinci y usted me han dicho ya?
Albus
hizo una mueca.
—Sí.
—Si
es tan amable, dígale que la reunión queda anulada.
···
—¡Joder,
Albus! ¿Qué te pasa? —Richard había estado gritándole desde hacía diez minutos.
—¡Que
no ha sido mi culpa! ¡Te hubiera dicho lo mismo que a mí! ¡No ves que Sekinci…!
—¡Me
da igual! ¡No tenías que haber ido, iba a ir yo!
—¡Pero
Sekinci…!
—¡Que
me da igual, Albus!
Cian
estaba sentado en su cama, observando la discusión, pero sin atreverse a
participar. Lo único que hacía era reprender a Albus con la mirada y hacer
muecas de dolor cada vez que Richard gritaba. Charlie y Sekinci no estaban en
la habitación, lo que Albus agradecía.
—¡Te
pedí que no fueras! —siguió Richard—. ¡Te dije que quería hablar YO con ella!
¡¿En qué pensabas?! ¿Es que estás de parte de Sekinci?
—¿Qué?
¡No! ¡Solo no quería que su hermano fuera a por ti!
—¡Que
dejes de decir eso! Es que, ¡como si no fueran ya los dos a por nosotros!
¿Crees que tenemos menos problemas porque Sekinci no va a por nosotros? ¿Sabes
que estaríamos más tranquilos no siendo tus amigos? ¿Sabes que tenemos más
problemas por ser tus amigos que por pelearnos con Sekinci?
Albus
no sabía cómo era ser atravesado por una lanza puntiaguda y larga, pero se
imaginó que sería parecido a lo que sintió en aquel momento.
—¡Pero
para eso están los amigos, ¿sabes?! —siguió Richard, aunque Albus ya estaba
medio desconectado de la discusión—. Para apoyarse y protegerse. No voy a dejar
de ser tu amigo por lo que reciba fuera, y tú no debiste limitarme y
controlarme por miedo a lo que me pase. ¡Tendrías que haberme apoyado y estar a
mi lado con lo que me hubiera caído después de ir a ver a Morgan! Pero a lo
mejor es que no somos amigos como yo pensaba. A lo mejor para ti somos solo tu
séquito o algo así…
—Venga,
Rick, no digas esas cosas —habló Cian por fin.
—No
me hables —zanjó Richard, mirando fijamente a Albus, y se giró hacia Cian—.
Vámonos.
Richard
salió firme de la habitación, y Cian le siguió tras lanzar a Albus una mirada
entre reprensiva y de disculpa.
En
la comida, Albus se sentó con Charlie, y Richard y Cian lejos de ellos.
—Deberías
comer —dijo incómodo Charlie.
—No
tengo hambre.
Recorrió
las mesas con la mirada, intentando evitar a Richard y Cian. Mathius hablaba
con una chica de piel bronceada y pelo castaño de su misma edad, los dos
Sekincis estaban sentados juntos, el menor prestando mucha atención a lo que el
mayor le decía. y en la mesa de Ravenclaw, Lysander hablaba con Ivayne
Finnigan.
—Al
—dijo Charlie en voz baja, y sacó algo del bolsillo de la túnica.
Era
un papel muy arrugado y pequeño.
—Mi
padre me ha escrito.
Albus
se irguió y miró fijamente a Charlie. Charlie vivía con sus tíos porque sus
padres muggles le rechazaron cuando hizo magia por primera vez siendo un bebé.
Y desde que lo dieron, jamás habían establecido ningún contacto. Hasta ahora.
—¿La
has leído?
Charlie
asintió.
—¿Y
qué dice?
—Toma
—le tendió la carta, y a Albus le subió el calor.
—¿Estás
seguro?
Él
asintió, así que Albus cogió la carta y la desdobló. Solo había dos líneas
escritas.
Hola,
Charles.
Tu
tío me ha dicho que estás en una escuela mágica. Espero que estés bien y que
estéis aprendiendo mucho. Te quiero.
Robert.
Albus
miró a Charlie y le devolvió la carta.
—¿Cómo
estás?
—No
lo sé… Tuvieron otra hija, ¿sabes? Pero no tiene magia. No entiendo por qué… me
ha escrito ahora.
—Ni
yo. ¿Vas a contestar?
—No
sé —encogió los hombros.
Sin
saber qué decir ni qué hacer, lo único que se le ocurrió a Albus fue hablar del
ECHS.
—En
tres semanas tenemos la reunión reclutadora del ECHS. ¿Te parecería bien venir?
—¿Qué
es el ECHS?
Albus
sonrió antes de comenzar a explicarle lo del club.
Después
de comer, Albus se reunió con Rose, Lizzie y Scorpius y le dio la capa a Lizzie
muy disimuladamente. Luego, se dedicaron a pasear por los pasillos e ir a la biblioteca
para que Lizzie pudiera asustar a cualquiera que se topara en su camino.
Durante el paseo, Scorpius le contó a Albus su nuevo plan para mejorar la
reputación de los Malfoy.
—Voy
a abrir un club de estudio.
—¿Otro
club? —arqueó las cejas Albus—. ¡Pero no te va a quedar tiempo para nada!
—Claro
que sí, yo no tengo Club de Duelo, tengo esas horas libres.
—Sí,
pero todos los demás no.
—Lizzie
se apuntará.
—¿Te
lo ha dicho ella?
—¡Sí!
—No
quería que empezara el club vacío —dijo la cabeza flotante de Lizzie antes de
volver a desaparecer.
—La
cuestión es que está en el club —intentó salvar Scorpius.
Albus
suspiró.
—Bueno,
pues espero que te ayude.
—Seguro
que sí.
La
decoración de Halloween les estaba esperando en el Gran Comedor cuando bajaron
a cenar. Las calabazas, los murciélagos y los colores de las velas (ahora
negras y naranjas), y en las mesas montones de comida deliciosa que solo se les
permitía en esa fecha. Albus localizó a Richard, Cian y Charlie en la mesa y
fue hacia ellos, pero se detuvo a mitad de camino. Se hizo un vacío en su
estómago y tomó aire por la nariz. Pasó de largo sin mirarlos y se sentó al
lado de Mathius.
—¡Hola,
Albus! ¡Esto es genial! —exclamó él, y Albus no pudo hacer otra cosa que medio
sonreír.
Aunque
todo estaba muy bueno, no fue lo mismo sin sus amigos. Al acabar los postres,
Morgan se puso en pie y anunció que el coro había preparado una actuación, así
que tuvieron que quedarse sentados y en silencio durante diez minutos
escuchando al coro antes de que Morgan les permitiera volver a las
habitaciones. En la puerta se colapsó mucha gente al intentar salir todos en
tropel, momento en el que Albus pudo ver a Sekinci hablando con Aursang y con
una de las chicas que había cantado en el coro. La chica era negra, con pelo
moreno y tan grande y rizado que a Albus no le hubiera extrañado que guardase
su varita ahí. La conocía de clase, era de su mismo curso, pero de Ravenclaw.
«Claro»,
pensó. Esa era Diane, la que había escuchado esperando a Sekinci en el despacho
de Morgan. Diane Causey. Sabía que era una sangre pura, solía decirlo como una
de las excusas por las que era mejor que sus demás compañeros, aunque a Albus
siempre le había parecido algo de lo que sencillamente estaba orgullosa que
algo que la hiciera creerse más importante que los demás. Estaba al mismo nivel
de las excusas «Soy una Ravenclaw» o «Tengo memoria eidética». Por eso le
pareció raro que fuera amiga de alguien como Sekinci.
La
puerta se desatascó por fin, y pudieron salir con calma del comedor. Una vez en
la habitación, a Albus le hubiera encantado hablar con sus amigos de sus
avances con el hechizo Casco-burbuja, pero se mordió el interior de la boca, se
puso el pijama en silencio y se metió en la cama. En la oscuridad, se atrevió a
preguntarse lo que había evitado todo el día: ¿de verdad ser su amigo les
causaba tantos problemas?
Despertó
extrañamente confiado. Sabía que había soñado algo que le había reafirmado,
aunque no recordaba qué. La cama de Sekinci aún tenía las cortinas cerradas,
así que él seguía durmiendo, pero las de Cian y Richard estaban vacías. Albus
sonrió cuando Charlie salió del baño vestido ya con la túnica de Slytherin. No
recordaba el sueño, pero sí recordaba la conversación que había tenido hacía
tantas semanas con Alice sobre aquellos Gryffindors que se llevaban tan mal y
la solución que le pusieron. Sabía cómo solucionar uno de los problemas que le
carcomían, y con suerte también le reconciliaría con Richard. De camino a
Encantamientos, Albus contó a Charlie su plan, y quedaron en que lo harían el
sábado para aprovechar que la mayoría de los alumnos estarían en Hogsmeade (y
entre ellos, Vergilius). Una vez en clase, Flitwick se aseguró que Albus y
Charlie se sentaban bien lejos de Sekinci y Aursang.
Al
día siguiente, a última hora (que también era Encantamientos), Sabrina tomó el
lugar de Charlie y se sentó al lado de Albus tras entrar corriendo en clase.
—Necesito
una reunión del ECHS —le susurró ella entre jadeos mientras sacaba el cuaderno
y la pluma.
—¿Qué
ha pasado?
—Al
Sekinci mayor le pareció divertido meterse con mi primo. ¡Agh! Le odio.
Albus
recordó el día de la Selección y cómo Sabrina había aplaudido tras el grito de
«¡Ravenclaw!» del sombrero a un niño rubio.
—El
niño que saludaste el primer día.
—¿Te
fijaste? —sonrió ella, y él encogió los hombros, pensando algo bajo las líneas
de «como para no hacerlo»—. Sí, Timmy. Mi tío (su padre) es muggle.
—Pero
no hemos tenido descanso entre clases. ¿Cómo le ha dado tiempo a él de atacar a
tu primo y a ti de enterarte?
—¡Lo
ha hecho después de la comida! Me he enterado en clase, Lucy me lo ha dicho, se
ve que ella lo había oído cuando pasó, pero no me había dicho nada para no
preocuparme, pero como, ya sabes, no puede guardar secretos, es malísima, no lo
entiendo, ¿cómo a alguien se le puede dar tan mal mantener un secreto? Quiero
decir, no es difícil, solo tienes que cerrar la boca… La cuestión es que no ha
podido aguantarse y me lo ha dicho. Y, claro, no iba a consentirlo. ¡Demasiados
problemas tiene Timmy para adaptarse! Sí, vale, ha crecido en nuestra familia,
que es muy mágica, ya sabes, somos sangre pura…
—¿Has
ido a por Vergilius? —la interrumpió Albus.
—¡Lo
he intentado, pero Donovan me ha dicho que no era una buena idea! Entonces les
he dicho que se adelantaran, que yo estaría bien, pero era mentira, porque sí
he ido a por Vergilius, pero luego me he dado cuenta de que no tengo ni idea de
dónde tiene clase y que no sé dónde encontrarle. Pero, claro, cuando me he dado
cuenta de eso ya estaba lejos y era casi la hora de empezar, así que he tenido
que correr para poder llegar a clase. Si este castillo fuera más pequeño,
quiero decir, ¿qué necesidad hay de que sea tan grande? No usamos ni la mitad…
—Sí,
vale, Sabrina —la interrumpió otra vez—. Ya lo has contado todo.
—Sí,
claro, claro, perdona. Es que una vez empiezo… —Albus alzó las cejas, y Sabrina
se interrumpió a sí misma—. Sí, claro.
Estuvieron
en silencio durante los siguientes diez minutos, pero Sabrina decidió seguir
con el tema de Sekinci.
—Lo
que pasa es que no tiene sentido, si te fijas.
Albus
suspiró disimuladamente e intentó seguir con la clase a pesar de los susurros
de Sabrina.
—…
Quiero decir, ¿por qué ser un matón? Sabemos que los Sekinci (los padres) les
ponen presión en los estudios también, a Aelia se la ponían. ¿Por qué ser solo
un matón? ¿Por qué no ser un pelota con los profes? Sería más inteligente de él
hacerse el estudiante perfecto, y dejar a su hermanito pequeño que se meta con
los inferiores. Como… Como ser el que lleva los hilos, ¿sabes? Me creería que
ser un matón fuera su meta si fuera un Gryffindor, ¿pero siendo un Slytherin?
¿Por qué? Debe tener ambiciones, seguramente quiera ser alguien importante en
el ministerio, tener influencias para conseguir que condenen a los nacidos de muggles,
pero no puede conseguir eso no cayéndole bien a nadie, así que, ¿por qué no se
esfuerza por caer bien? Puede manipularles luego, sería fácil.
Albus
se giró lentamente a mirar a Sabrina.
—Es
verdad —se dio cuenta—. No tiene sentido, tienes razón. ¿Por qué meterse con tu
primo? Ni siquiera es un nacido de muggles. Y, además, su parte mágica es sangre
pura. ¡Y es de primero! ¿Por qué se metió con él?
—¡Es
lo que yo digo!
Ambos
se quedaron en silencio.
—Sabrina,
creo que pasa algo. Creo que traman algo.
—Oh
—ella frunció el ceño—. Bueno, sí, es raro, ¿pero por qué crees que traman
algo?
Albus
se mojó los labios y le contó, en voz muy baja, lo que había oído en el
despacho de Morgan en Halloween. Y, cuando acabó, ambos se dieron cuenta que
había demasiado silencio. Flitwick y el resto de la clase los miraba.
—Os
quedaréis después de clase —dijo Flitwick, y Albus soltó un rebufo—. Sí, sopla
todo lo que quieras, Potter. Pero es la segunda vez que te pido que te quedes.
Serán veinte puntos menos para Slytherin.
—¿Veinte?
—¿Alguna
queja?
Albus
se mordió el interior de la boca y negó.
—Y
cinco puntos menos para Gryffindor.
Sabrina
infló los mofletes, pero no replicó.
—Sigamos
con la clase.
—¿Crees
que han oído algo de lo que te he contado? —preguntó Albus a Sabrina, intentando
no mover los labios.
—No.
Sekinci no te mira peor de lo normal.
Albus
intercambió la mirada con Sabrina y ambos rieron.
—Me
quitarán más puntos por tu culpa, deja de hablar —le dijo Sabrina con una sonrisa
retenida.
Albus
la miró y negó con la cabeza.
—Malditos
Gryffindors… —bromeó, y se llevó un codazo de Sabrina, aunque no muy fuerte.
Esa misma tarde, Albus tenía la clase particular con Alice, quien
llevaba su pañuelo de cuadros escoceses, esa vez, al final de la trenza. Aunque las clases eran los
sábados, habían cambiado la de aquella semana porque ella quería ir a la
excursión de Hogsmeade, y como no tenían acceso al aula de Encantamientos, quedaron
en el patio del medio. Alice ya le había enseñado todo lo necesario para hacer
el hechizo, así que dedicaron toda la hora a practicarlo. Aunque al principio
le costó un poco, Albus acabó pillando rápido el truco y le salió tras veinte minutos
de práctica. Al acabar la clase, Alice le dijo que le enviaría la notificación
a Flitwick enseguida. Antes de despedirse, Albus le agradeció las clases y le
dijo que esperaba que mantuvieran el contacto. Ella, aunque sonrió y accedió,
no pareció tan interesada en ello como Albus. Luego, Albus se reunió con Scorpius,
Rose y Lizzie en la biblioteca y les enseñó el hechizo, teniendo cuidado de que
Madame Pince no pudiera verlos. También lo enseñó en la sala común a Charlie y
Mathius Black. Incluso Cian se acercó a verlo.
—Siento
lo de los últimos días, Al —dijo Cian cuando los demás se entretuvieron en una
conversación con los mayores sobre Hogsmeade—. Ya sé que, en teoría, tú y yo no
nos peleamos, pero…
—Sí,
ya, no pasa nada… —Albus estiró un lado de la boca—. No dijiste nada, pero estás
de acuerdo con Richard, ¿no?
Él
asintió con una mueca.
—No
con todo, pero… Con mucho…
—¿Lo
de los problemas por ser mis amigos iba en serio?
—¡Claro!
—rio él—. Pero, ¿qué esperabas? Eres Albus Potter. Es lo mismo para los que son
amigos de Rose o de Scorpius. Sois famosos, es lo que hay.
Albus
bajó la mirada y se encogió.
—No
es culpa tuya —siguió Cian—. No te estamos echando la culpa ni estamos diciendo
que te lo merezcas ni nada de eso. A nosotros nos da igual. Si nos importara,
no seríamos tus amigos. ¡Que se vayan a comer babosas los que piensan así,
Albus!
Albus
rio y asintió en agradecimiento.
El
sábado hizo un día raro. Estaba soleado, pero las nubes pasaban continuamente
por delante, así que la luz y el calor iba y venía. Los de tercero en adelante salieron
hacia Hogsmeade después del desayuno. Charlie esperó a que Richard y Cian se
levantaran para seguirlos, y Albus hizo lo mismo con Sekinci. Por suerte, y
como habían planeado, los tres fueron a la sala común, así que Albus y Charlie siguieron
el plan. Charlie llevó a Richard y Cian a la habitación, y Albus se preparó
para hacerlo con Sekinci.
—Eh
—le dijo, y se plantó frente a él en el sofá.
La
sala común estaba prácticamente vacía. El sonido del agua contra los cristales
era mayor que cualquier ruido de dentro. Sekinci alzó la mirada hacia Albus,
primero con confusión, luego con asco, y luego con táctica.
—Quiero
hablar contigo.
—¿Hablar?
—repitió, sin comprender.
—Sí.
Tenemos que solucionar lo de compartir cuarto, ¿no crees?
Sekinci
parpadeó. Miró alrededor, pero no había casi nadie, así que creyó seguro seguir
a Albus hacia la habitación. Allí dentro ya estaban Richard, Cian y Charlie. El
primero suspiró y se dispuso a levantarse de la cama, pero el último se abalanzó
sobre los dos al tiempo que Albus lo hacía sobre Sekinci. Les quitaron las
varitas, Albus dio la de Sekinci a Charlie y Charlie salió corriendo y cerró la
puerta.
—¡Eh!
—¡¿Qué
haces?!
—¡Mi
varita!
—¡Os
las devolveremos cuando hablemos! —prometió Albus, al tiempo que se ponía ante
la puerta con su varita apuntándoles para impedirles salir.
—¡Albus…!
—empezó Richard, y apretó la mandíbula.
Albus
lo había visto así de enfadado antes, pero jamás con él, y entendió por qué los
demás intentaban no meterse mucho con él. Parecía que en cualquier momento
podría lanzar un hechizo que te dejaría tonto durante bastante tiempo.
—Ninguno
estamos contentos con las compañías de habitación —dijo Albus, y los niños se
miraron entre ellos disimuladamente—. Nos odiamos, nos hacemos jugarretas y nos
peleamos. Estamos todos de acuerdo que eso sería soportable si estuviéramos en
casas diferentes, pero resulta que compartimos cuarto —miró a Sekinci directamente—.
Propongo una tregua.
—¿Qué?
—los otros tres hablaron al unísono.
—Un
trato. Una tregua… espacial —explicó, mientras señalaba con los brazos abiertos
la totalidad de la habitación—. Pactamos no pelearnos, no insultarnos y no
hacernos jugarretas en la sala común y en la habitación. Fuera de aquí, lo que queramos,
pero una vez entrar a la sala, no podemos hacerlo.
Richard
y Cian se miraron un momento antes de observar a Sekinci. Parecían
sorprendidos, pero en el buen sentido. Sekinci, sin embargo, era imposible
saber qué sentía. Parecía que tenía tantas cosas en la cabeza… En un momento
parecía querer aceptar desesperadamente y en el otro echarles una maldición.
—Contraoferta
—contestó por fin—. No peleas, insultos ni jugarretas en la habitación. En la
sala común, podemos insultarnos.
Albus
miró con el ceño fruncido a Richard y Cian, que le echaron la misma mirada.
—¿Por
qué en la sala es diferente? —preguntó Cian.
Sekinci
abrió y cerró la boca, y tragó cuando finalmente habló.
—Mi
hermano está en la sala común.
Los
demás niños no le pidieron más explicaciones.
—Vale.
Por mí bien —aceptó Albus primero.
—Sí,
por mí también, ¿pero cómo vamos a asegurarnos de que cumples tu palabra? Eres
un capullo —dijo Richard.
—Tendrás
que fiarte de mí —respondió Sekinci, con una mueca asqueada.
Richard
miró a Albus, y él encogió los hombros y asintió. Richard suspiró.
—Vale.
—Genial,
por mí también vale —dijo Cian.
Charlie
se asomó por la puerta y también aceptó. Todos miraron a Sekinci. Le tocaba a
él.
—Lo
prometo. Es un pacto.
—Genial
—asintió Albus, y dejó pasar a Charlie, que devolvió las varitas—. Bueno, pues
ya nos podemos ir.
Sekinci
fue el primero en salir, y Charlie fue el siguiente. Luego, los tres niños se
miraron.
—No
era lo que quería —empezó Richard—, pero ha sido una buena idea, Albus.
Albus
sonrió.
—¿Volvemos
a hablar?
Richard
asintió.
—¿Queréis
jugar a Gobstones? —propuso Cian con una gran sonrisa.
—Venga.
Os ganaré —dijo Richard, y los tres salieron sonrientes de la habitación.
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