Albus,
Rose y Scorpius se giraron a mirar a Lizzie, que observaba a Kingsley en silencio,
con los ojos muy abiertos (lo que, dado que ella ya tenía los ojos bastante grandes,
daba un poco de miedo) y la boca entreabierta.
—¿Por
qué quiere hablar con ella? —Albus frunció el ceño y miró a Kingsley en espera
de una respuesta.
—Entiendo
que quieres proteger a tu amiga, y que seguramente ella os lo contará después,
pero yo no puedo dar esta información a cualquiera —respondió, sin un deje
cruel ni autoritario en su voz, sino comprensivo y lógico, hasta paternal. Bajó
la cabeza, apretó los labios y volvió a alzar la cabeza—. De hecho solo estoy
autorizado para entregar esta información a la señora Hayward, a Elizabeth
Hayward y a Lydia Hayward, así que cuando lleguen los adultos, deberemos
partir, Elizabeth, a tu casa.
Lizzie
tomó aire por la nariz y lo soltó poco a poco mientras intercambiaba miradas
con sus amigos. Sus ojos brillaban acuosos y sus manos se habían hecho puños a
los lados del cuerpo. Albus fue hacia ella y la cogió de la muñeca a falta de
poder cogerle de la mano.
—Tranquila.
Esperaremos fuera de tu casa si quieres —le dijo, y ella le miró, asintió y le
rodeó el cuello en un abrazo.
Albus,
sin saber qué hacer al principio, acarició la espalda de su amiga para tranquilizarla.
Cuando se separaron, Lizzie tenía los ojos húmedos, pero se los secó rápidamente
con la manga.
—¡Kingsley!
—la voz de Harry llegó acompañada de los gritos de júbilo de los españoles que
iban llegando a su zona del campamento.
Harry
y los demás aparecieron en grupo y se acercaron rápidamente a los niños. Tío
Ron se dio cuenta de los ojos brillantes de Lizzie y se inclinó hacia ella
mientras todos los demás iban hacia Kingsley.
—Hey,
¿ha pasado algo? —preguntó, y echó una mirada a Albus.
—Estoy
bien, no se preocupe —se apresuró a responder Lizzie, y le dedicó una sonrisa
quebrada.
Sin
saber muy bien cómo actuar, tío Ron le fregó el brazo a Lizzie. Las voces sorprendidas
y las preguntas de los adultos llegaron a oídos de Albus y Lizzie, y ella sintió
los ojos girándose hacia ella, preguntándose qué había pasado, que había hecho.
Kingsley la llamó y ella se acercó a él después de intercambiar una última
mirada con Albus. Los adultos les hicieron entrar en la tienda de campaña, y
los tres niños subieron corriendo a la habitación de Albus y Scorpius.
—¿Qué
ha pasado con Elizabeth, Albus? —preguntó James al asomarse por la puerta de la
habitación.
—¡Lárgate,
nadie quiere tus burlas estúpidas! —le espetó Albus y lanzó una almohada a la
puerta para cerrarla.
—¡Oye!
—gritó James, molesto, desde el otro lado de la puerta—. ¡Solo me preocupaba!
¡Pero ya veo cómo soy recibido, no volveré a preocuparme!
—¡Genial!
—¡Idiota!
Albus
alzó su varita por encima de su cabeza, pero se detuvo. Unos segundos después,
Scorpius le bajó el brazo y le aseguró que no valía la pena.
—¿Pero
alguien tiene alguna idea de por qué Kingsley quería ver a Lizzie? —preguntó
Rose, una vez Albus bajó el brazo.
—No
lo sé, pero Lizzie parecía muy afectada —respondió Albus—. ¿Creéis que ella
sabía por qué quería hablar con ella?
—La
verdad es que su reacción ha sido extraña —confesó Scorpius, y cruzó los brazos
en el pecho—. Alguien que no tenía motivos para esperar algo así hubiera preguntado
más e incluso se habría negado. Pero Lizzie parecía… —arrugó la nariz—. Estar
esperándolo.
—Vamos,
chicos —aunque el tono que Rose había utilizado era tranquilizador, su rostro
decía que estaba asustada—, no hablaréis en serio, ¿verdad? ¿Qué motivo podía
tener Lizzie para esperar que el Ministro de Magia en persona quisiera hablar
con ella?
Albus
y Scorpius intercambiaron miradas incómodas, pues ninguno de ellos quería
afirmar que Lizzie se llevaba algo peligroso entre manos, pero sabían que
tampoco había otra explicación lógica, así que callaron y evitaron mirar a Rose
a los ojos.
Tía
Hermione se asomó por la puerta, buscó a Rose y al cruzar la mirada con ella le
dijo que era hora de irse a la cama, y Ginny apareció por detrás para decirles
lo mismo a Albus y Scorpius.
—¿Se
sabe algo de Lizzie? —preguntó Albus cuando Rose salía de la habitación con tía
Hermione.
Su
madre y tía Hermione intercambiaron una mirada.
—No,
cariño —contestó Ginny—. Tu padre va a intentar averiguar algo, pero de momento
nada.
—Y
Elizabeth no podrá volver aquí sola —añadió tía Hermione—. Si queréis hablar
con ella, tendréis que esperar a volver al Reino Unido.
—¿Qué?
—exclamó Albus—. ¿Y no podemos volver ahora? Estoy seguro que…
—Al,
no podemos volver ahora —le interrumpió Ginny—. Dormid. Mañana saldremos pronto.
—¡Pero…!
—No
podemos hacer otra cosa, Al —le interrumpió esa vez Scorpius, con su habitual
tono calmado y razonable.
Albus
resopló, Ginny le dio un beso en la coronilla y les deseó buenas noches
mientras cerraba la puerta. Scorpius se metió en la cama sin mediar más
palabra, pero Albus se quedó sentado encima de la suya. Pensaba en alguna
manera de volver a casa, pero todas las opciones eran auténticas locuras
propias de James, así que se metió en la cama, abatido, e intentó dormir, pero
algo le golpeó en la cara antes de poder conseguirlo.
—¡Albus!
—susurró alguien que estaba inclinado sobre él.
Albus,
sin saber qué estaba pasando ni quién había entrado en la habitación en medio
de la noche, agarró su varita de la mesita de noche y la blandió.
—¡Ah,
idiota, me la has metido en el ojo! ¡Joder! —se quejó en voz baja, y le pareció
reconocer la voz de su hermano en la oscuridad.
—¿James?
—¡Claro
que soy yo, estúpido!
—¿Puedes
dejar de insultarme? —se molestó.
—Sí,
cuando dejes de merecértelo.
—Ah,
¿para qué has venido, pesado? —frunció el ceño y arrugó la nariz mientras se
volvía a acomodar entre las sábanas. Pero James le agarró de la muñeca y tiró
de él—. ¿Qué haces? ¡Suelta!
—¿Quieres
ver qué está pasando con Elizabeth o no?
Albus
se quedó quieto y buscó los ojos de James en la oscuridad.
—¿Qué
planeas?
—Ven
—dijo simplemente, y salió de la habitación.
Albus
se quedó allí, inseguro de si debía seguir a su hermano o no. ¿Qué pretendía?
¿Tenía un traslador en su habitación? ¿Un coche encantado? ¿Había aprendido a
Aparecerse? Echó una mirada a Scorpius, dormido profundamente en su cama, y se
preguntó si debía despertarle.
James
se asomó por el marco de la puerta, y la luz de su habitación le perfiló la silueta
como si se tratara de un espíritu.
—¿Vienes
o no?
Albus
respiró profundamente por la nariz antes de contestar.
—Voy.
Salió
en silencio de la cama mientras James volvía a desaparecer, salió de la habitación
y ajustó la puerta tras de él. Escuchó las voces de los adultos en la planta
baja, e imaginó que no habría pasado ni siquiera media hora desde que les
habían mandado a dormir. Saltó de puntillas por el suelo hasta entrar en la
habitación de James y Blake, donde James cerró la puerta cuando entró y Blake
le sonrió sentado en el suelo y con una bola de cristal frente a él. Albus
intercambió una mirada con su hermano y frunció el ceño, pero James se limitó a
empujar con suavidad a Albus hacia la bola de cristal. Se sentó al lado de
Blake e indicó a Albus que le imitase. Se colocaron en círculo alrededor de la
bola y los dos amigos miraron a Albus, excitados.
—Filch
tiene muchas cosas interesantes en su despacho —sonrió pícaro James.
—¿Esto
es del despacho de Filch? —Albus señaló la bola de cristal, y tanto James como Blake
asintieron como respuesta—. Eso es robar.
—No
—James alzó el dedo índice—; es recuperar.
—Esto
no es tuyo.
—Pero
tampoco es de Filch —James bufó—. No sé por qué sigo intentando ayudarte, si lo
único que haces es quejarte.
—Relájate,
Albus —refunfuñó Blake, como si Albus estuviera exagerando su reacción—. Úsala
para lo de tu amiga, y olvídate después.
Albus
resopló por la nariz, se quedó pensativo y luego asintió lentamente.
—Pon
la mano en la bola y piensa en Elizabeth —le indicó James, y él obedeció.
La
bola le hizo cosquillas en las yemas de los dedos, y el interior pareció
moverse, como una neblina espesa que se estuviera despejando. La neblina pasó a
ser humo, y entre sus formas aparecieron figuras de colores. Albus reconoció un
salón desde arriba, como si él fuera un pájaro que se hubiera posado en la
lámpara colgante de la habitación. Había un sofá, una mesa de comedor rodeada
de sillas, una escalera y dos personas sentadas en el sofá. Mientras acababa de
aclararse la imagen, entraron en escena dos personas más; una mujer y una niña de
unos ocho años. Por fin, Albus pudo identificar que eran Lizzie y Kingsley los
que estaban sentados en el sofá, y la mujer y la niña llegaron a ellos y se
sentaron en dos sillas que cogieron de la mesa.
—¿Qué
ocurre? —la mujer habló, y la voz llegó a Albus, James y Blake como si se
encontrara dentro de una cueva profunda.
—¿Ella
es Lydia Hayward? —preguntó Kingsley.
—Sí,
es mi otra hija.
—¿He
hecho algo malo? —preguntó Lizzie—. He-he estado haciendo magia fuera del
colegio, pero solo para practicar, lo juro. Yo…
—Tranquila
—rio Kingsley—, no estoy aquí por ti, Elizabeth.
Lizzie
pareció resoplar, y sus hombros se relajaron.
—¿Entonces,
por qué? ¿Qué ocurre? —insistió la mujer, que Albus supuso sería la madre de
Lizzie, la señora Hayward.
Kingsley
suspiró profundamente antes de hablar.
—Primero
permítanme darles mi pésame. La muerte de Charles Hayward fue un duro golpe
para aquellos que le habíamos conocido. Hace cinco años que encontramos su
cadáver en el Bosque de Dean y se lo comunicamos, pero hubo algo que no les dijimos.
—¿Qué
quiere decir? —la voz de la señora Hayward parecía tensa, como si se estuviese
reteniendo de saltarle a Kingsley en la yugular—. ¿Qué nos ocultaron?
—Charles
Hayward tenía en su posesión una mochila. Al principio creímos que serían objetos
personales, pero cuando intentamos abrirla, no pudimos: estaba protegida por un
poderoso hechizo que impedía a cualquier persona que no fuera él abrir la
mochila. No queríamos darles una posesión que no iban a poder usar, así que
cuando les comunicamos su muerte, no hicimos mención a la mochila. Decidimos
seguir intentando abrirla para devolverles lo que llevara dentro, y hemos
tardado cinco años en hacerlo. Logramos romper el hechizo hace unas semanas.
Como esperábamos, esta contenía ropa, bolígrafos, libros, libretas… —mientras
mencionaba los artículos, los iba sacando de entre su túnica—. Y una piedra
—desenrolló un bulto de ropa y dejó al descubierto un pequeño saco que agitó
del revés y dejó caer una piedra que cabía en la palma de la mano—. Se le llama
«ojo del dragón». Dice la tradición que el mago Merlín la utilizaba para
convocar un ejército con la fuerza de un dragón. Se creía un objeto mítico,
pues en realidad la magia no funciona de esa manera. Se la definía como una
piedra ovalada de hierro con una raja de oro en el centro.
—Exactamente
como esta —observó Lizzie.
—Sí.
El testamento de Charles especificaba que solo Mary Hayward, Elizabeth Hayward
y Lydia Hayward podrían leer sus investigaciones y quedarse con sus otras
posesiones (suponemos que se referiría a la piedra). No podemos legalmente
investigar nada, ni siquiera abrir sus libretas con los apuntes, pero,
personalmente, quería que supieran la peligrosidad de esta piedra. Yo les
recomendaría que no leyesen los estudios de Charles. Quémenlo todo, y oculten
la piedra. Si alguien con malas intenciones llega a enterarse que el ojo del
dragón existe, estarían en peligro.
Las
cosquillas habían ido transformándose poco a poco en pequeñas corrientes
eléctricas que Albus no pudo soportar más, así que apartó la mano de la bola, y
el humo cubrió rápidamente todo el interior, pasando a ser neblina de nuevo,
hasta quedar en blanco. Ninguno de los niños se miró a los ojos ni dijeron una
palabra. Albus se levantó del suelo, les deseó buenas noches y salió de la
habitación. Las voces de los adultos seguían oyéndose, aunque ahora parecían
mucho menos tensas, y Albus supuso que habrían dejado el tema de Lizzie atrás.
Como había hecho hacía un rato, pasó de puntillas hasta su puerta, la abrió con
cuidado, la cerró tras de sí y, en silencio, se metió en la cama y se quedó con
los ojos abiertos mientras pensaba en todo lo que había escuchado. Sin darse
cuenta, las imágenes que imaginaba se convirtieron en un sueño, y después en
una pesadilla, de la que despertó de golpe cuando alguien le agitó el brazo.
—¿Albus,
estás bien? —su padre le fregaba la espalda con una mano y con la otra
intentaba peinarle el pelo indomable que había heredado de él mismo.
—Una…
Una pesadilla —contestó entre jadeos—. Estoy bien.
—De
acuerdo —Harry besó la frente de Albus y se apartó—. El desayuno está listo.
Volveremos a casa después de comer, cuando allí sea por la mañana.
—Vale
—se notaba la garganta seca, como si no hubiera bebido agua desde hacía dos
días—. Gracias.
Su
padre le sonrió y salió de la habitación. Albus se fregó un ojo con la mano y
se fijó que Scorpius le miraba atentamente desde su cama.
—¿Qué
pasa? —le preguntó Albus.
—Ayer
os oí —Albus intentó no arquear las cejas y mantener una cara de póquer—, y te
seguí a la habitación de James.
Albus
desvió la mirada al suelo, se aclaró la garganta y volvió a mirar a su amigo.
—¿Escuchaste
lo de la bola de cristal?
Scorpius
asintió y se abrazó las piernas.
—Volví
a la habitación justo antes que tú.
—Pensaba
que no lo aprobarías —se justificó Albus—, por eso no te avisé.
—No
me molesta eso —aseguró Scorpius, y encogió los hombros—. James solo te invitó
a ti, no hubiera aceptado ir contigo si me lo hubieras pedido. Solo me preocupé
porque tu hermano hiciera alguna locura, y te seguí. Pero después… Escuché la
voz de Kingsley desde muy lejos, y no pude evitarlo. Al, estoy preocupado por
Lizzie.
—¿Crees
que leerá las investigaciones de su padre?
—Seguramente,
pero serán demasiado técnicas para que las pueda entender. No es eso lo que me
preocupa. Es la piedra. Kingsley no lo contó todo, no sé si para no asustar a
Lizzie y su familia o porque no lo sabe. Pero he leído que esa piedra mató a
todos los hombres que intentaron usarla. En posesión de Merlín, la piedra no se
utilizaba demasiado, y siempre permanecía guardada en un sitio seguro. Pero
después de Merlín, todo el que la encontraba, acababa muriendo.
—¿Como
la varita de saúco?
—No
exactamente. Era como si… Como si la piedra tuviera voluntad propia y matara
ella misma al que la tuviera. Los consumía. Eran leyendas, así que nunca acabé
de creer que realmente existiera un objeto así. Pero si el padre de Lizzie
descubrió la piedra, y después murió…
—Por
eso protegió la mochila —comprendió Albus—. No quería que nadie más muriera por
la piedra.
—¿Chicos?
¿Bajáis? —preguntó su padre desde la planta baja.
—¡Sí,
ya vamos, papá!
—He
oído que has tenido una pesadilla —la cabeza de James se asomó por el marco de
la puerta con una sonrisa cruel—. ¿Has soñado con fuego y dragones? —se burló.
—¡Largo!
—Albus tiró su almohada a la puerta.
James
no pudo apartarse lo suficientemente rápido, y la puerta se le estampó contra
la nariz.
—¡Au!
¡Me has roto la nariz! ¡Ah!
—Qué
exagerado.
La
risa de Blake se oía desde las escaleras, y hasta Scorpius intentaba ocultar
una sonrisa.
—Vamos
ya, o tu padre se preocupará —dijo Scorpius, y él y Albus se levantaron de las
camas y pasaron por al lado de un dolorido James que regañaba a Blake por reírse
de él.
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