V. El ojo del dragón

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Albus, Rose y Scorpius se giraron a mirar a Lizzie, que observaba a Kingsley en silencio, con los ojos muy abiertos (lo que, dado que ella ya tenía los ojos bastante grandes, daba un poco de miedo) y la boca entreabierta.
—¿Por qué quiere hablar con ella? —Albus frunció el ceño y miró a Kingsley en espera de una respuesta.
—Entiendo que quieres proteger a tu amiga, y que seguramente ella os lo contará después, pero yo no puedo dar esta información a cualquiera —respondió, sin un deje cruel ni autoritario en su voz, sino comprensivo y lógico, hasta paternal. Bajó la cabeza, apretó los labios y volvió a alzar la cabeza—. De hecho solo estoy autorizado para entregar esta información a la señora Hayward, a Elizabeth Hayward y a Lydia Hayward, así que cuando lleguen los adultos, deberemos partir, Elizabeth, a tu casa.
Lizzie tomó aire por la nariz y lo soltó poco a poco mientras intercambiaba miradas con sus amigos. Sus ojos brillaban acuosos y sus manos se habían hecho puños a los lados del cuerpo. Albus fue hacia ella y la cogió de la muñeca a falta de poder cogerle de la mano.
—Tranquila. Esperaremos fuera de tu casa si quieres —le dijo, y ella le miró, asintió y le rodeó el cuello en un abrazo.
Albus, sin saber qué hacer al principio, acarició la espalda de su amiga para tranquilizarla. Cuando se separaron, Lizzie tenía los ojos húmedos, pero se los secó rápidamente con la manga.
—¡Kingsley! —la voz de Harry llegó acompañada de los gritos de júbilo de los españoles que iban llegando a su zona del campamento.
Harry y los demás aparecieron en grupo y se acercaron rápidamente a los niños. Tío Ron se dio cuenta de los ojos brillantes de Lizzie y se inclinó hacia ella mientras todos los demás iban hacia Kingsley.
—Hey, ¿ha pasado algo? —preguntó, y echó una mirada a Albus.
—Estoy bien, no se preocupe —se apresuró a responder Lizzie, y le dedicó una sonrisa quebrada.
Sin saber muy bien cómo actuar, tío Ron le fregó el brazo a Lizzie. Las voces sorprendidas y las preguntas de los adultos llegaron a oídos de Albus y Lizzie, y ella sintió los ojos girándose hacia ella, preguntándose qué había pasado, que había hecho. Kingsley la llamó y ella se acercó a él después de intercambiar una última mirada con Albus. Los adultos les hicieron entrar en la tienda de campaña, y los tres niños subieron corriendo a la habitación de Albus y Scorpius.
—¿Qué ha pasado con Elizabeth, Albus? —preguntó James al asomarse por la puerta de la habitación.
—¡Lárgate, nadie quiere tus burlas estúpidas! —le espetó Albus y lanzó una almohada a la puerta para cerrarla.
—¡Oye! —gritó James, molesto, desde el otro lado de la puerta—. ¡Solo me preocupaba! ¡Pero ya veo cómo soy recibido, no volveré a preocuparme!
—¡Genial!
—¡Idiota!
Albus alzó su varita por encima de su cabeza, pero se detuvo. Unos segundos después, Scorpius le bajó el brazo y le aseguró que no valía la pena.
—¿Pero alguien tiene alguna idea de por qué Kingsley quería ver a Lizzie? —preguntó Rose, una vez Albus bajó el brazo.
—No lo sé, pero Lizzie parecía muy afectada —respondió Albus—. ¿Creéis que ella sabía por qué quería hablar con ella?
—La verdad es que su reacción ha sido extraña —confesó Scorpius, y cruzó los brazos en el pecho—. Alguien que no tenía motivos para esperar algo así hubiera preguntado más e incluso se habría negado. Pero Lizzie parecía… —arrugó la nariz—. Estar esperándolo.
—Vamos, chicos —aunque el tono que Rose había utilizado era tranquilizador, su rostro decía que estaba asustada—, no hablaréis en serio, ¿verdad? ¿Qué motivo podía tener Lizzie para esperar que el Ministro de Magia en persona quisiera hablar con ella?
Albus y Scorpius intercambiaron miradas incómodas, pues ninguno de ellos quería afirmar que Lizzie se llevaba algo peligroso entre manos, pero sabían que tampoco había otra explicación lógica, así que callaron y evitaron mirar a Rose a los ojos.
Tía Hermione se asomó por la puerta, buscó a Rose y al cruzar la mirada con ella le dijo que era hora de irse a la cama, y Ginny apareció por detrás para decirles lo mismo a Albus y Scorpius.
—¿Se sabe algo de Lizzie? —preguntó Albus cuando Rose salía de la habitación con tía Hermione.
Su madre y tía Hermione intercambiaron una mirada.
—No, cariño —contestó Ginny—. Tu padre va a intentar averiguar algo, pero de momento nada.
—Y Elizabeth no podrá volver aquí sola —añadió tía Hermione—. Si queréis hablar con ella, tendréis que esperar a volver al Reino Unido.
—¿Qué? —exclamó Albus—. ¿Y no podemos volver ahora? Estoy seguro que…
—Al, no podemos volver ahora —le interrumpió Ginny—. Dormid. Mañana saldremos pronto.
—¡Pero…!
—No podemos hacer otra cosa, Al —le interrumpió esa vez Scorpius, con su habitual tono calmado y razonable.
Albus resopló, Ginny le dio un beso en la coronilla y les deseó buenas noches mientras cerraba la puerta. Scorpius se metió en la cama sin mediar más palabra, pero Albus se quedó sentado encima de la suya. Pensaba en alguna manera de volver a casa, pero todas las opciones eran auténticas locuras propias de James, así que se metió en la cama, abatido, e intentó dormir, pero algo le golpeó en la cara antes de poder conseguirlo.
—¡Albus! —susurró alguien que estaba inclinado sobre él.
Albus, sin saber qué estaba pasando ni quién había entrado en la habitación en medio de la noche, agarró su varita de la mesita de noche y la blandió.
—¡Ah, idiota, me la has metido en el ojo! ¡Joder! —se quejó en voz baja, y le pareció reconocer la voz de su hermano en la oscuridad.
—¿James?
—¡Claro que soy yo, estúpido!
—¿Puedes dejar de insultarme? —se molestó.
—Sí, cuando dejes de merecértelo.
—Ah, ¿para qué has venido, pesado? —frunció el ceño y arrugó la nariz mientras se volvía a acomodar entre las sábanas. Pero James le agarró de la muñeca y tiró de él—. ¿Qué haces? ¡Suelta!
—¿Quieres ver qué está pasando con Elizabeth o no?
Albus se quedó quieto y buscó los ojos de James en la oscuridad.
—¿Qué planeas?
—Ven —dijo simplemente, y salió de la habitación.
Albus se quedó allí, inseguro de si debía seguir a su hermano o no. ¿Qué pretendía? ¿Tenía un traslador en su habitación? ¿Un coche encantado? ¿Había aprendido a Aparecerse? Echó una mirada a Scorpius, dormido profundamente en su cama, y se preguntó si debía despertarle.
James se asomó por el marco de la puerta, y la luz de su habitación le perfiló la silueta como si se tratara de un espíritu.
—¿Vienes o no?
Albus respiró profundamente por la nariz antes de contestar.
—Voy.
Salió en silencio de la cama mientras James volvía a desaparecer, salió de la habitación y ajustó la puerta tras de él. Escuchó las voces de los adultos en la planta baja, e imaginó que no habría pasado ni siquiera media hora desde que les habían mandado a dormir. Saltó de puntillas por el suelo hasta entrar en la habitación de James y Blake, donde James cerró la puerta cuando entró y Blake le sonrió sentado en el suelo y con una bola de cristal frente a él. Albus intercambió una mirada con su hermano y frunció el ceño, pero James se limitó a empujar con suavidad a Albus hacia la bola de cristal. Se sentó al lado de Blake e indicó a Albus que le imitase. Se colocaron en círculo alrededor de la bola y los dos amigos miraron a Albus, excitados.
—Filch tiene muchas cosas interesantes en su despacho —sonrió pícaro James.
—¿Esto es del despacho de Filch? —Albus señaló la bola de cristal, y tanto James como Blake asintieron como respuesta—. Eso es robar.
—No —James alzó el dedo índice—; es recuperar.
—Esto no es tuyo.
—Pero tampoco es de Filch —James bufó—. No sé por qué sigo intentando ayudarte, si lo único que haces es quejarte.
—Relájate, Albus —refunfuñó Blake, como si Albus estuviera exagerando su reacción—. Úsala para lo de tu amiga, y olvídate después.
Albus resopló por la nariz, se quedó pensativo y luego asintió lentamente.
—Pon la mano en la bola y piensa en Elizabeth —le indicó James, y él obedeció.
La bola le hizo cosquillas en las yemas de los dedos, y el interior pareció moverse, como una neblina espesa que se estuviera despejando. La neblina pasó a ser humo, y entre sus formas aparecieron figuras de colores. Albus reconoció un salón desde arriba, como si él fuera un pájaro que se hubiera posado en la lámpara colgante de la habitación. Había un sofá, una mesa de comedor rodeada de sillas, una escalera y dos personas sentadas en el sofá. Mientras acababa de aclararse la imagen, entraron en escena dos personas más; una mujer y una niña de unos ocho años. Por fin, Albus pudo identificar que eran Lizzie y Kingsley los que estaban sentados en el sofá, y la mujer y la niña llegaron a ellos y se sentaron en dos sillas que cogieron de la mesa.
—¿Qué ocurre? —la mujer habló, y la voz llegó a Albus, James y Blake como si se encontrara dentro de una cueva profunda.
—¿Ella es Lydia Hayward? —preguntó Kingsley.
—Sí, es mi otra hija.
—¿He hecho algo malo? —preguntó Lizzie—. He-he estado haciendo magia fuera del colegio, pero solo para practicar, lo juro. Yo…
—Tranquila —rio Kingsley—, no estoy aquí por ti, Elizabeth.
Lizzie pareció resoplar, y sus hombros se relajaron.
—¿Entonces, por qué? ¿Qué ocurre? —insistió la mujer, que Albus supuso sería la madre de Lizzie, la señora Hayward.
Kingsley suspiró profundamente antes de hablar.
—Primero permítanme darles mi pésame. La muerte de Charles Hayward fue un duro golpe para aquellos que le habíamos conocido. Hace cinco años que encontramos su cadáver en el Bosque de Dean y se lo comunicamos, pero hubo algo que no les dijimos.
—¿Qué quiere decir? —la voz de la señora Hayward parecía tensa, como si se estuviese reteniendo de saltarle a Kingsley en la yugular—. ¿Qué nos ocultaron?
—Charles Hayward tenía en su posesión una mochila. Al principio creímos que serían objetos personales, pero cuando intentamos abrirla, no pudimos: estaba protegida por un poderoso hechizo que impedía a cualquier persona que no fuera él abrir la mochila. No queríamos darles una posesión que no iban a poder usar, así que cuando les comunicamos su muerte, no hicimos mención a la mochila. Decidimos seguir intentando abrirla para devolverles lo que llevara dentro, y hemos tardado cinco años en hacerlo. Logramos romper el hechizo hace unas semanas. Como esperábamos, esta contenía ropa, bolígrafos, libros, libretas… —mientras mencionaba los artículos, los iba sacando de entre su túnica—. Y una piedra —desenrolló un bulto de ropa y dejó al descubierto un pequeño saco que agitó del revés y dejó caer una piedra que cabía en la palma de la mano—. Se le llama «ojo del dragón». Dice la tradición que el mago Merlín la utilizaba para convocar un ejército con la fuerza de un dragón. Se creía un objeto mítico, pues en realidad la magia no funciona de esa manera. Se la definía como una piedra ovalada de hierro con una raja de oro en el centro.
—Exactamente como esta —observó Lizzie.
—Sí. El testamento de Charles especificaba que solo Mary Hayward, Elizabeth Hayward y Lydia Hayward podrían leer sus investigaciones y quedarse con sus otras posesiones (suponemos que se referiría a la piedra). No podemos legalmente investigar nada, ni siquiera abrir sus libretas con los apuntes, pero, personalmente, quería que supieran la peligrosidad de esta piedra. Yo les recomendaría que no leyesen los estudios de Charles. Quémenlo todo, y oculten la piedra. Si alguien con malas intenciones llega a enterarse que el ojo del dragón existe, estarían en peligro.
Las cosquillas habían ido transformándose poco a poco en pequeñas corrientes eléctricas que Albus no pudo soportar más, así que apartó la mano de la bola, y el humo cubrió rápidamente todo el interior, pasando a ser neblina de nuevo, hasta quedar en blanco. Ninguno de los niños se miró a los ojos ni dijeron una palabra. Albus se levantó del suelo, les deseó buenas noches y salió de la habitación. Las voces de los adultos seguían oyéndose, aunque ahora parecían mucho menos tensas, y Albus supuso que habrían dejado el tema de Lizzie atrás. Como había hecho hacía un rato, pasó de puntillas hasta su puerta, la abrió con cuidado, la cerró tras de sí y, en silencio, se metió en la cama y se quedó con los ojos abiertos mientras pensaba en todo lo que había escuchado. Sin darse cuenta, las imágenes que imaginaba se convirtieron en un sueño, y después en una pesadilla, de la que despertó de golpe cuando alguien le agitó el brazo.
—¿Albus, estás bien? —su padre le fregaba la espalda con una mano y con la otra intentaba peinarle el pelo indomable que había heredado de él mismo.
—Una… Una pesadilla —contestó entre jadeos—. Estoy bien.
—De acuerdo —Harry besó la frente de Albus y se apartó—. El desayuno está listo. Volveremos a casa después de comer, cuando allí sea por la mañana.
—Vale —se notaba la garganta seca, como si no hubiera bebido agua desde hacía dos días—. Gracias.
Su padre le sonrió y salió de la habitación. Albus se fregó un ojo con la mano y se fijó que Scorpius le miraba atentamente desde su cama.
—¿Qué pasa? —le preguntó Albus.
—Ayer os oí —Albus intentó no arquear las cejas y mantener una cara de póquer—, y te seguí a la habitación de James.
Albus desvió la mirada al suelo, se aclaró la garganta y volvió a mirar a su amigo.
—¿Escuchaste lo de la bola de cristal?
Scorpius asintió y se abrazó las piernas.
—Volví a la habitación justo antes que tú.
—Pensaba que no lo aprobarías —se justificó Albus—, por eso no te avisé.
—No me molesta eso —aseguró Scorpius, y encogió los hombros—. James solo te invitó a ti, no hubiera aceptado ir contigo si me lo hubieras pedido. Solo me preocupé porque tu hermano hiciera alguna locura, y te seguí. Pero después… Escuché la voz de Kingsley desde muy lejos, y no pude evitarlo. Al, estoy preocupado por Lizzie.
—¿Crees que leerá las investigaciones de su padre?
—Seguramente, pero serán demasiado técnicas para que las pueda entender. No es eso lo que me preocupa. Es la piedra. Kingsley no lo contó todo, no sé si para no asustar a Lizzie y su familia o porque no lo sabe. Pero he leído que esa piedra mató a todos los hombres que intentaron usarla. En posesión de Merlín, la piedra no se utilizaba demasiado, y siempre permanecía guardada en un sitio seguro. Pero después de Merlín, todo el que la encontraba, acababa muriendo.
—¿Como la varita de saúco?
—No exactamente. Era como si… Como si la piedra tuviera voluntad propia y matara ella misma al que la tuviera. Los consumía. Eran leyendas, así que nunca acabé de creer que realmente existiera un objeto así. Pero si el padre de Lizzie descubrió la piedra, y después murió…
—Por eso protegió la mochila —comprendió Albus—. No quería que nadie más muriera por la piedra.
—¿Chicos? ¿Bajáis? —preguntó su padre desde la planta baja.
—¡Sí, ya vamos, papá!
—He oído que has tenido una pesadilla —la cabeza de James se asomó por el marco de la puerta con una sonrisa cruel—. ¿Has soñado con fuego y dragones? —se burló.
—¡Largo! —Albus tiró su almohada a la puerta.
James no pudo apartarse lo suficientemente rápido, y la puerta se le estampó contra la nariz.
—¡Au! ¡Me has roto la nariz! ¡Ah!
—Qué exagerado.
La risa de Blake se oía desde las escaleras, y hasta Scorpius intentaba ocultar una sonrisa.
—Vamos ya, o tu padre se preocupará —dijo Scorpius, y él y Albus se levantaron de las camas y pasaron por al lado de un dolorido James que regañaba a Blake por reírse de él.

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