La
pequeña bronca de Morgan no fue dura, pero los rumores se disiparon como humo.
En apenas un día, parecía que los rumores no hubieran existido nunca. Y era un
club tan llamativo para todos los alumnos que empezaron a reservarse los comentarios
a las salas comunes o a grupos pequeños, para no gafar la decisión. Incluso los
típicos enfrentamientos y jugarretas entre alumnos que no se llevaban bien, se
redujeron.
—Todo
el mundo está muy tranquilo —comentó Scorpius después de pasar por delante de
Sekinci y su grandote amigo Aursang sin que ni siquiera los mirasen.
—Supongo
que quieren demostrar que son de fiar —dijo Rose—. Ya sabes, que son lo
bastante responsables como para tener un Club de Duelo.
—El
comentario te incluía a ti —aclaró Scorpius.
—¡Oye!
—se indignó ella—. ¡Yo solo me peleo y me meto con los que se lo merecen!
Scorpius
gruñó como si no la creyera y ella le dio un manotazo en el brazo.
El
martes, Albus recibió una invitación a la primera reunión del curso del Club de
las Eminencias. En la invitación no especificaba que tuvieran que llevar ropas
formales, lo que provocó un suspiro de alivio a Albus. Sería el domingo, a la
hora de la comida.
Albus
consultó con sus amigos, pues creía que, por las reuniones del año pasado,
Slughorn habría invitado a Lizzie o a Scorpius, o a ambos.
—No,
no he recibido nada —dijo Scorpius.
—Ni
yo —dijo Lizzie—. ¡Y yo que hubiera dicho que le dejé una impresión el año
pasado!
—¿Una
impresión buena o mala? —preguntó Rose.
—¿Importa?
Una impresión es una impresión, ¿no?
—No,
no es lo mismo, una cosa…
—Rose,
da igual —le sonrió Lizzie, y Rose hizo un puchero.
—Bueno,
pues iremos Rose y yo.
—¿Os
deja llevar parejas? —preguntó Lizzie mientras se abalanzaba sobre la
invitación de Albus.
—No…
—Seguramente
lo haga solo en Navidad —dijo Scorpius.
—Vaya
—arrugó la nariz Lizzie—. Pero nos lo contaréis todo, ¿verdad?
—Claro
—rio Albus.
Albus
y Scorpius se despidieron de las chicas y, mientras se dirigían a Defensa
Contra las Artes Oscuras, Albus se fijó en que su amigo tenía la cabeza baja y
la mirada perdida en el suelo.
—Eh,
¿estás bien?
Scorpius
le miró y, en vez de contestar, se encogió de hombros.
—¿Es
por lo del Club de Slughorn?
El
rubio se fregó la nuca.
—Estoy
cansado de que se nos trate como a mortífagos.
—Ya…
Quizás, dándoles tiempo…
—¡¿Más?!
—saltó Scorpius, con los ojos muy abiertos.
Albus
no recordaba haberlo visto así jamás.
—¡Han
pasado veinte años, ¿cuánto más tiempo les tenemos que dar?!
—No
lo sé…
—No,
yo te diré lo que necesitan: pruebas. Quieren pruebas. Más pruebas que no
entregar a Harry Potter en la guerra. Más que haber dicho la verdad cuando la
guerra acabó. Más que un Malfoy en Ravenclaw que no ha causado nunca ningún
problema. Más que ayudar a otros estudiantes a aprobar. Y parece que más que
ayudar a Luned —suspiró—. Ya no sé qué hacer, Al. ¿Qué hago?
—Bueno…
No sé…
A
Albus le hubiera encantado poder decirle algo, revelarle la respuesta
definitiva, pero ¿qué podía decir? ¿Qué podía hacer? Podía hablar con Slughorn
y convencerlo de que invitara a Scorpius al club, pero le daba la sensación de
que Scorpius no quería conseguirlo así.
—Lo
siento —dijo, en falta de algo mejor.
—No,
no. Rose y tú sois los que menos os tenéis que disculpar. Incluso tu padre,
¿sabes? Él… no trata mal a mi padre en el Ministerio.
—¿Lo
tratan mal?
—No
exactamente, pero más de una vez le he acompañado, y es como si llevara una
capa de susurros con él. Y si no son murmullos, son miradas, o incluso alguien
le ha dicho algo alguna vez. Yo nunca lo he visto, pero he oído a mi padre
decírselo a mi madre. ¿Sabes que se alegró de que yo quedara en Ravenclaw?
—Albus arqueó las cejas—. Me dijo que, al menos así, no tantos se atreverían a
hablar.
Albus
chasqueó la lengua.
—No
entiendo todos esos prejuicios. Ojalá pudiera callarlos todos… —dijo, pero no
solo pensaba en el señor Malfoy; también pensaba en Lizzie, en Mathius y… y en
su propia familia.
Tuvieron
que interrumpir la conversación cuando llegaron al aula, donde la profesora
Fajula les esperaba tras el escritorio con la varita preparada.
Fue
la primera vez que Scorpius no levantó la mano ni una sola vez en toda la
clase. Hubo un momento en que la profesora Fajula hizo una pregunta y eligió a
Scorpius para contestarla, ya que nadie levantaba la mano. Pero él estaba tan
perdido en sus propios pensamientos que ni siquiera lo notó. Albus tuvo que
darle un codazo y, como si no hubiera pasado nada, Scorpius contestó
correctamente, incluso sin necesidad de que la profesora repitiera la pregunta.
Ella asintió y siguió con la explicación.
—¿Qué
haces? —susurró Albus.
—Pensar.
—¿En?
Él
suspiró.
—Te
lo contaré si acabo…
Albus
frunció el ceño, pero le dejó pensar en paz.
—¡Eh,
chicos!
Cian
y Richard se acercaron a Albus y Scorpius al salir de clase.
—¡Hemos
oído que los profes ya se han decidido! —susurró Cian mientras saltaba y
sonreía tanto que Albus pensó que se le rompería la mandíbula.
—Según
lo que dicen por ahí —siguió Richard—, habrá una lista de aceptación. No
dejarán entrar a todo el mundo.
—¿Por
qué no? —preguntó Albus.
—Venga,
Al —rio Richard—. ¿Sabes cuántos estudiantes hay en todo el colegio?
—Ah,
ya, claro.
—Eh,
Scor —llamó Cian—, ¿estás bien? No has participado en clase.
—Hum…
No. Estoy… pensando.
—Ah.
Ya, claro. No es algo que hagamos el resto de los humanos…
—Me
voy a clase —dijo Scorpius con un amago de sonrisa—. Hasta luego.
—¿Qué
le pasa? —entrecerró Cian los ojos.
—Creo
que cosas de familia.
—Aaaahh,
ya entiendo. Ser un Malfoy, qué maldición.
Albus
no pudo más que estar de acuerdo, aunque no lo dijo en voz alta.
En
Encantamientos, que compartían con los Gryffindor, Albus se sentó con Charlie,
y Sekinci lo hizo con su amigote Aursang.
Durante
el año pasado, Sekinci casi nunca les atacaba cuando estaba solo. Esperaba
tener refuerzos, y si se metía con ellos solo, no lo hacía demasiado, siempre
había guardado cierta distancia de seguridad. Pero ese año estaba siendo
brutal. Albus y sus compañeros habían tenido que proteger sus baúles y sus
camas porque Sekinci lo estropeaba casi cada mañana. Era más directo y agobiante.
Todo eso cuando estaba solo. Cuando estaba con Aursang, era todavía peor.
Albus
no se dio cuenta hasta que Charlie no soltó un pequeño grito ahogado y se llevó
las manos al pantalón. Lo vio con los ojos fuertemente cerrados y colorado como
una granada.
—Charlie,
¿qué te pasa? —dijo con una mano en su hombro.
—No
dejan de intentar bajarme el pantalón… —dijo en un susurro apenas audible.
Albus
frunció el ceño y buscó a Sekinci y Aursang. Ambos estaban sentados dos filas
por delante, y reían en silencio mientras miraban y agitaban las varitas hacia
Charlie. A Albus le subió un calor por el cuello, cogió su libro y se lo tiró a
Sekinci en la cabeza.
Sekinci
abrió mucho la boca, miró a Albus y sus ojos enrojecieron de furia.
—¡Flipendo!
—gritó Aursang, y Albus cayó de la silla hacia atrás y se dio un golpe en la
cabeza contra el pupitre.
—¡Albus!
—gritó Charlie.
—¡Aursang!
—gritó Flitwick.
—¡Ha
empezado él! —bramó Aursang.
—¡Deme
su varita, joven!
—¡No
es justo!
—¡Su
varita, ahora!
Aursang
no tuvo más remedio que obedecer, y Flitwick se acercó a Albus mientras Charlie
le ayudaba a levantarse.
—¿Está
bien, Potter?
—Ou,
ah… Creo que sí…
—Bien,
así podrá quedarse castigado aquí en vez de en la enfermería.
Albus
remugó, pero impidió que Charlie dijera nada más. No quería que Sekinci fuera
más a por él de lo que ya iba. Una vez Flitwick pudo poner orden, devolvió a
Albus su libro mediante el hechizo de flotación y siguió la clase. Rose,
Lizzie, Cian y Richard se aseguraron de que Albus estuviese bien, y él les confirmó
a los cuatro que así era.
Aun
así, tuvo que quedarse después de clase y escribir doscientas veces “No debo
tirar libros a la cabeza de mis compañeros”. Aursang también tuvo que copiar
algo doscientas veces, pero Albus no pudo escuchar el qué.
Por
lo que oyó, el Club de Duelo se podría haber anunciado el mismo día del
incidente del libro, pero pareció que los profesores les quisieran castigar un
poco más por lo sucedido y les hicieron esperar dos días más.
—Atención,
por favor —pidió Morgan durante los postres de la cena—. Como seguramente ya
todos sabéis, hemos decidido seguir adelante con el Club de Duelo. En este club
podrán apuntarse todos los alumnos excepto los de primer curso, ya que no
creemos que tengan los conocimientos necesarios para acarrear un duelo. En el
club habrá distinción por edad y el número de participantes será limitado.
Aunque no habrá distinciones por casas (es decir, los de una misma casa pueden
batirse en duelo entre ellos), sí se podrán ganar puntos de casa en caso de
realizar un buen duelo (se gane o se pierda este). Encontraréis la hoja de
inscripción en vuestras salas comunes. Gracias por la atención. Podéis ir a
vuestras habitaciones.
—¡Eh,
Potter! —gritó Aursang cuando salieron del comedor—. ¡Te vamos a destrozar en
el club!
—Porque
no irás con un libro como arma, ¿no? —se burló Sekinci, y ambos amigos se
rieron como si hubieran hecho el mejor chiste del universo.
Albus
rodó los ojos, aunque pensando en lo bien que le sentó el lanzamiento del libro
al cabezón de Sekinci.
—¿Libro?
—James se acercó al grupo de amigos y miró a su hermano con una sonrisilla
traviesa.
—Le
he tirado un libro a Sekinci en la cabeza.
James
se llevó una mano al corazón y miró a Lizzie.
—¿Puedes
creer que sea mi hermano? Ah, crecen tan rápido… —puso una mano en el hombro de
Albus—. Estoy orgulloso.
—Qué
payaso eres —rio Albus, y apartó la mano de su hermano.
—Ale,
buenas noches, chicos. Nos vemos mañana —se despidió tras reír.
—Sí,
deberíamos ir a la cama todos —dijo Scorpius.
Rose,
Lizzie y Albus se lo quedaron mirando. No había dicho nada sobre el incidente
del libro, ninguna regañina, ninguna mala mirada… Nada. Ni siquiera tuvieron
tiempo de preguntarle, porque cuando se hubieron recuperado, Scorpius ya estaba
subiendo las escaleras con algunos compañeros Ravenclaw.
—¿Le
pasa algo? —preguntó Lizzie.
—Creo
que aún sigue pensando —contestó Albus.
—¿En
qué? —preguntó Rose.
—No
lo sé —Albus encogió los hombros.
La
verdad es que Albus estaba bastante cansado, así que en vez de quedarse con
Cian y Richard en la sala común, se fue directamente al dormitorio. Ajustó la
puerta tras de sí y, al acercarse a su cama, vio que Sekinci tenía a Charlie
cogido del cuello de la camisa y lo había arrinconado contra la pared.
—¡Eh,
apártate de él!
Albus
empujó a Sekinci y, cuando este se adelantó para enfrentarle, se dio cuenta que
Albus había sacado la varita y le apuntaba directamente. Pero Albus no previó
que Sekinci fuera tan rápido. Sacó su varita, apuntó y Albus salió disparado
hacia atrás. Chocó primero contra Charlie y luego ambos niños contra la pared.
Se levantaron con la cabeza dolorida. Albus pudo ver por el rabillo del ojo que
Sekinci se disponía a lanzar otro hechizo, pero pudo interceptarlo y Sekinci
empezó a bailar.
—¡Potter!
Albus
sabía que podría haber seguido luchando contra Sekinci, pero Charlie estaba
temblando, así que cogió una de las cortinas de la cama de Sekinci, se la echó
por encima y fue rápidamente a su baúl. Rebuscó hasta encontrar la capa de su
padre y se la echó a Charlie y a él mismo por encima. Se llevó un dedo a los
labios para indicar a Charlie que permaneciera en silencio. Cuando Sekinci
consiguió liberarse, miró alrededor, pero no vio a los dos niños. Dio una
patada a su cama, respiró fuerte y se sentó. Tragó y se llevó las manos a la
cabeza.
Albus
apenas podía creerlo. Jamás, jamás, jamás había visto a Sekinci de aquella
manera. Parecía incluso… vulnerable. De repente le vino a la cabeza Aelia y las
cartas que le había enviado durante el verano. Su familia…
Cian
y Richard entraron en ese momento, y Sekinci se enderezó, los miró con dureza y
comenzó a correr las cortinas de su cama. Charlie quiso salir de debajo de la
capa, pero Albus le indicó que no lo hiciera. Si Sekinci oía sus voces o la
sorpresa de Cian y Richard al verlos aparecer de repente, sabría que pasaba
algo, y prefería que no descubriera su capa. Sería lo primero que rompería en
cuanto se enterase.
El
domingo llegó por fin. Parecía que había pasado un mes desde el incidente del
libro. A Slughorn se le iluminó la cara cuando Albus entró en la sala y fue
hacia él enseguida para agitarle la mano. Albus oyó cómo Nick Griffin (que era
el capitán del equipo de quidditch de Ravenclaw) decía a su prima Dominique
entre risas:
—Realmente
es su favorito, ¿eh? Creo que no se enteraría si todos nos fuéramos ahora.
—¡Muchacho!
¿Qué tal, cómo estás? He oído lo del altercado con el otro muchacho de la casa…
Sekinci… Ay, ay, Albus…
El
club estaba más vacío; el año anterior se habían graduado varios miembros,
entre ellos su prima Victoire, pero tenían dos nuevos integrantes, aunque Albus
y Rose estaban seguros de que no durarían mucho: Lorcan y Lysander Scamander. A
primera vista, los gemelos eran muy diferentes. Lorcan era muy nervioso, era
imposible verlo quieto. Es más, era común ver solo un borrón. Lysander era todo
lo contrario. Todo lo hacía con calma, incluso parsimonia. Parecía que le
faltaba vida. Pero cuando se juntaban… Sus travesuras eran las más
estrambóticas. Cualquier día podrían aparecer llevando un nundu de una correa,
y nadie se extrañaría.
La
comida pasó asombrosamente tranquila. Albus y Rose tuvieron ocasión de ponerse
al día con sus primas y de pasar un buen rato con Sabrina, aunque, por
supuesto, ella llevó la voz cantante durante casi todo el rato. Rose se acabó
cansando y cambió de interlocutor, pero a Albus le divertía. Durante los
postres, Albus aprovechó para acercarse a Slughorn para hacerle una propuesta
en la que había pensado mucho.
—Profesor…
—¡Ah,
Albus! ¿Lo estás pasando bien?
—Ah,
sí, señor.
—Tus
conocidos, los Scamander, son un poco…
—¿Particulares?
—¡Sí!
Sí, esa es la palabra, sí…
—Señor,
quería hablar con usted sobre cierto tema.
—¿Oh?
¿Cómo puedo ayudarte?
—Verá,
este verano comencé a estudiar sirenio…
—¡Eso
es estupendo!
—…
y quería seguir aprendiéndolo aquí. Pero… Bueno, he pensado en que… ¿Podría
ayudarme la gente del agua?
—Oh
—Slughorn frunció el ceño y se acarició el bigote—. Oh… Es muy interesante…
¡Definitivamente lo consultaré!
—¿De
verdad, señor? —sonrió Albus—. ¿Cree que es posible?
—¡No
lo sabremos hasta que no preguntemos! Vaya, Albus, me has sorprendido
sobremanera… Eres digno de llevar ese nombre —dijo mientras le daba toques en
el hombro.
—¿Potter,
señor? —frunció Albus el ceño.
—¡No!
¡«Albus»! Sabes que Albus Dumbledore sabía sirenio, ¿verdad?
—Oh,
no, no lo sabía.
—¡Bueno!
—rio—. ¡Ahora ya lo sabes!
Albus
rio con él antes de volver con los demás.
Cuando
la reunión se acabó, Rose y Albus se marcharon juntos y su prima le preguntó
por qué se había apartado con el profesor durante la comida. Albus le explicó
la propuesta y la respuesta de Slughorn.
—¡Eso
es muy guay! —abrió ella los ojos—. ¡Sirenio con la gente del agua! ¡Tienes que
decirme cómo son y cómo es el fondo del lago!
—¡Te
lo prometo! —rio él.
Se
despidieron en una escalera y Albus tomó uno de los atajos más cómodos para
llegar a la sala común. Cuando entró, había un revoltijo de gente alrededor del
muro de noticias que se gritaban y casi se pisoteaban para llegar al frente.
Había algunos sentados en los sofás, sin ningún interés en lo que fuera que hubiera
publicado. Y uno de esos era Charlie.
—¡Eh!
—¡Hola!
¿Cómo ha ido?
—Bien,
bien. ¿Qué pasa ahí?
—Ah,
ha salido la lista de aceptados en el Club de Duelo.
—¡Genial!
¿Tú no lo miras?
—No
me apunté. ¿Para qué? ¿Para que Sekinci pueda machacarme más?
Cuando
Charlie se giró para seguir haciendo sus deberes, vio que tenía un moratón en
la nuca. Albus cerró los ojos y tragó.
—¡Ahí
está!
—¡Albus!
Cian
y Richard casi se abalanzaron sobre él, con los ojos abiertos y brillantes.
—¿Qué?
—se asustó Albus.
—¡Te
han cogido! ¡Has entrado en el club!
—¿En
serio? —gritó él, sin poder contenerse.
—¡Sí!
¡Es genial!
—¡Sí,
sí! Pero ¿y vosotros? ¿Cuántos han cogido de cada curso y casa?
Albus
quiso ir a mirar, pero aún parecía un campo de batalla.
—Cuatro
de cada curso y casa —explicó Richard—, dos chicos y dos chicas. A… A nosotros
no nos han cogido.
—¡Oh,
no! Vaya.
Ambos
se le quedaron mirando, como esperando algo.
—¿Qué?
—A
nosotros no nos han cogido —repitió Richard.
—Ya…
—pero, poco a poco, Albus se dio cuenta.
Si
a ellos no les habían cogido y Charlie no se había presentado… Significaba que
al otro chico de su curso al que habían cogido…
—Oh,
porras.
Vio
a Sekinci salir de la maraña de gente en ese momento. Estaba riendo. Se dirigió
hacia la habitación, pero antes advirtió la mirada de Albus y se la mantuvo de
una manera tan amenazadora que, por primera vez, a Albus le recorrió un
escalofrío.
La
primera reunión del Club de Duelo era al día siguiente por la tarde, después de
todas las clases y antes de la cena. Albus apenas comió. Su estómago estaba
revuelto y sentía los ojos de Sekinci clavarse en su nuca como si pudieran
hacer un agujero, incluso cuando ni siquiera estaba cerca. Le tranquilizó algo
más cuando Rose le dijo que a ella también la habían elegido. Scorpius y Lizzie
habían decidido no participar, el primer porque creía que le daría peor fama de
la que ya tenía y la segunda porque le sabía mal pelear contra sus compañeros.
Más tarde, James le dijo que él también era miembro, aunque no podría estar con
él porque los dividían por curso. El supervisor de los de segundo sería la
profesora Dunkle, que daba Astronomía. Justamente, a Albus le tocaba Astronomía
esa noche.
—¿Nervioso?
—le preguntó Rose de camino al séptimo piso, donde se encontraba la nueva Sala
del Club de Duelo.
—No
te lo imaginas. Pero, oye —frunció el ceño—, ¿no crees que han cogido a poca
gente? Creía que seríamos más.
—Supongo
que porque es la primera reunión. Si funciona, dejarán entrar a más.
—Ya…
Llegaron
a la puerta, donde se arremolinaban varios estudiantes más, de diversas casas y
cursos. La puerta era doble y tan alta como dos puertas normales puestas la una
encima de la otra. Tenía rombos grabados y dos grandes pomos dorados. Se oyó
una campana dentro, y Rose empujó una de las puertas. Tras Albus y ella,
entraron los demás, pero todos se detuvieron en el umbral y dejaron caer la
mandíbula.
La
sala constaba de dos pisos, el segundo más pequeño, como si fueran las gradas
altas de un teatro, solo que, en vez de sillas, había atriles alargados. Había
siete, y siete profesores. Arriba había dos de cada, y abajo había cuatro. Los
espacios se separaban por biombos rectos y tapizados de los colores de las
casas. En las paredes había armaduras que parecían moverse, cuadros llenos de
color y de batallas e incluso algunos libros protegidos tras vitrinas. La
profesora Dunkle esperaba delante del atril de la izquierda, así que Rose y
Albus se dirigieron hacia allí.
Un
rato después, todos estuvieron reunidos. Albus identificó en su grupo a Noah
Rowntree (de Hufflepuff), a Alexander Nowell y Clara Vipond (de Ravenclaw) y de
su propia casa habían sido elegidos Deirdre Scrivenor, Jillian Brook y, por
supuesto, Sekinci. También había visto a Jane Studwick y Ella Tennfjord unirse
al grupo de tercero y a su prima Molly y a James unirse al de cuarto. La
profesora Dunkle les dijo que era necesario conocer a sus compañeros antes de
nada, aunque, según sus palabras, ya deberían hacerlo ya que compartían clases.
De Gryffindor, estaban Rose, Lanford Singh, Donovan Kinnaird (que Albus
reconocía porque siempre le veía con Sabrina y Lucy) y Harriet Payne. De
Hufflepuff, aparte de Noah, estaban Alee Yoxall, Lorna Maccrum y Branwen Rains.
Finalmente, de Ravenclaw estaban Alex, Clara, Luxferre Outterridge y Leslie
Cowayth. Por menos, eran un grupo pintoresco. Albus miró hacia atrás, hacia el biombo
que les separaba de los de tercero, y dio gracias porque eso estuviera ahí. Si
no, sabía que Aursang y Sekinci habrían aprovechado para hacer sus travesuras.
—Bien
—comenzó la profesora Dunkle—, lo primero que se hace siempre en un duelo es…
—todos contuvieron la respiración—… saludar.
Los
ojos de los niños se cubrieron de decepción. La profesora Dunkle les enseñó a
saludar (una reverencia y sostener la varita en vertical delante del rostro.
Después, era hora del duelo en sí. Dunkle les recordó que usaran los hechizos
que sabían y se veían capaces de hacer sin error, no importaba si era solo uno,
y además les enseñó uno nuevo: el de desarme, que mandaba lejos la varita del
contrincante. Lo habían comenzado a introducir en Defensa Contra las Artes
Oscuras, pero no lo habían practicado aún, así que a todos les excitó hacerlo.
Luego, Dunkle escogió a Luxferre como voluntario, le dijo algo al oído y lo
subió al atril junto a ella. Se colocaron en los extremos y empezaron el duelo,
primero con la reverencia, después con la colocación de varitas y luego, Dunkle
contó hasta tres. Luxferre lanzó el hechizo de cosquillas, que dio de lleno a
Dunkle, pero pudo aguantar la risa lo suficiente para hacer el hechizo de
desarme, que envió la varita de Luxferre hacia la pared. Dunkle deshizo el
hechizo de las cosquillas, y los alumnos aplaudieron mientras los contrincantes
se saludaban de nuevo.
—Bien,
poneos en parejas y haced como hemos hecho nosotros. Uno de vosotros ataca y el
otro se defiende. Después intercambiáis los papeles.
Albus
corrió a agarrarse de su prima, así que Sekinci no tuvo oportunidad de batallar
contra ninguno de los dos. En su lugar, eligió a Scrivenor como pareja. Los hechizos
eran simples, y aunque los demás parecían un poco más perdidos en lanzarse los
hechizos, para Albus y Rose fue fácil. Albus supuso que porque estaban
acostumbrados a pelear con Sekinci. A pesar de ello, Albus dominó antes que su
prima el hechizo de desarme. Ella infló los mofletes y quiso tomar el papel de
defensora hasta conseguir dominarlo. Acabaron a la hora de la cena, pero antes
de dejarles marchar, los profesores se juntaron delante de todos los alumnos.
—Mañana
encontraréis una nueva lista de alumnos aceptados en el club —les dijo Flitwick—.
Esto no quiere decir que vosotros hayáis sido expulsados.
—Vamos
a dividiros en días diferentes —explicó Dunkle—. Vosotros podéis acceder aquí
los lunes y miércoles, mientras que vuestros compañeros podrán hacerlo los
martes y jueves. Esto se mantendrá durante el primer mes del club, luego
podríamos cambiar el funcionamiento.
—Sí
—dijo la profesora Couch, que enseñaba Aritmancia a partir de tercero y se
encargaba de los de cuarto año en el club—. Al fin y al cabo, esto es un club,
no una clase curricular. Eventualmente, os dejaremos libertad para poder
realizar duelos con quienes queráis, siempre que sean respetuosos —marcó la
última palabra muy claramente—. Siempre habrá profesores para ayudaros y
supervisaros, pero dispondréis de esa libertad.
—Con
tiempo —añadió Flitwick con una sonrisa—. Hasta entonces, vosotros podéis
acceder al club, como hemos dicho, los lunes y miércoles a la misma hora que
hoy. Gracias a todos.
Los
profesores se apartaron para dejar pasar a los alumnos. Lo lógico hubiera sido
que Dunkle se apartara hacia la derecha, ya que le quedaba más cerca, pero
prácticamente saltó al otro lado para hablar a la profesora Couch al oído, y
luego Albus vio cómo se daban un beso. Él parpadeó.
—Eh,
Rose —susurró—. ¿Las profesoras Dunkle y Couch son novias?
—Al
—pareció regañarle ella—, están casadas.
—¡Oh!
—A
veces eres peor que Charlie para enterarte de las cosas…
Los
primos se despidieron al llegar Albus a la mesa de Slytherin, y el niño buscó a
sus amigos de casa.
—¡No
busques más, estamos aquí! —dijo Cian justo enfrente de Albus.
Se
habían sentado al final de la mesa, al lado de la puerta doble de entrada.
Albus se sentó junto a Charlie y enseguida fue asaltado por las preguntas de
Cian y Richard. Albus les explicó qué habían hecho en el club y lo que les
habían dicho al acabar.
—¡Entonces
nos cogerán! —exclamó Cian, girándose hacia Richard, que hizo lo mismo—. ¡Charlie
no se presentó y Albus y Sekinci están en el otro grupo!
—Sí,
ya, Ci, no hacía falta que lo aclararas —rio Richard.
—¡Ah,
cállate, me hace ilusión!
Los
niños rieron y se dispusieron a empezar a cenar.
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