IX. Entidad Contra los Hermanos Sekinci

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Para registrar su club, tuvieron que rellenar un formulario y esperar una semana para la confirmación de que todo estaba correcto y para que les asignaran un lugar de reunión. Mientras esperaban, a Rose se le ocurrió que podían hacer insignias con el logo del club para los miembros, así que, con la ayuda artística de Scorpius, Rose creó unas insignias que tenían forma de escudo con el borde azul Ravenclaw y el interior dividido en dos colores (rojo Gryffindor y amarillo Hufflepuff), y entre los dos colores, una forma redondeada (como si se tratase de un sello) con las letras ECHS en el centro de color verde Slytherin. Cada uno tuvo que pagar tres sickles por las insignias, y se estableció que cada nuevo miembro tendría que pagar también tres sickles para recibir la insignia.
Antes de que les diesen la confirmación del club, James se reunió con ellos para decirles que había hablado con Luned y, aunque estaba aterrada, quería intentar dejarse ayudar. La persona que le había causado mejor impresión había sido Lizzie, así que ella sería la primera en bajar para enseñarle. Como los de primero sólo tenían dos clases los viernes, decidieron utilizar ese tiempo libre para dar las clases a Luned.
El viernes, cuando Lizzie se fue con el mapa de James, Albus le preguntó a Scorpius si estaba nervioso por el partido de quidditch que se jugaría al día siguiente, pues se trataba de Hufflepuff contra Ravenclaw.
—Un poco —respondió Scorpius. Estaban sentados en el patio interior con una llama azul metida en un tarro de cristal que les daba calor—. Dicen que Hufflepuff tiene muy buenos jugadores y muy buenas tĆ”cticas, pero confĆ­o en que les repercuta la falta de uno de los cazadores que tenĆ­an el aƱo pasado, que se ve que era uno de los mejores del colegio.
—¿Es a quien sustituye Rebecca, supongo? —preguntó Albus.
—SĆ­, exacto.
—Es parecido a lo que pasó en nuestro partido —empezó a decir Rose, y Albus supuso que presumirĆ­a de que Gryffindor hubiese ganado aquel partido—: todo el mundo pensaba que Gryffindor no tendrĆ­a oportunidad, ¿y quĆ© pasó? Ganamos —y les dedicó una sonrisa de superioridad.
—Sólo ganasteis porque James os consiguió la snitch, pero no fue un partido del que sentirse orgulloso si eres un Gryffindor —dijo Scorpius.
—Eso mismo —acordó Albus—. Nosotros jugamos mucho mejor que vosotros.
—Pero lo que cuenta es el resultado —quiso zanjar el tema Rose.
—Nosotros os enseƱaremos lo que es ofrecer un partido de calidad —dijo orgulloso Scorpius.
Aunque Scorpius era un niño modesto y que no se metía en disputas, cuando se trataba de quidditch mostraba su orgullo y su entusiasmo sin ninguna vergüenza, incluso se enzarzaba en discusiones para defender a su equipo.
—Hablas como si fueseis los mejores del colegio —se burló Rose.
—Bueno, no puedo esperar mucho de un equipo cuya mascota es un león, animales que se dedican a ser vagos y a dejar el trabajo a otros.
Albus alzó las cejas, abrió mucho los ojos y abrió la boca, igual que Rose.
—Guau —murmuró Albus.
—Estoy deseando que llegue el partido para veros perder, Ć”guilas —dijo despectivamente Rose.
—¿Hacemos una apuesta? —propuso Albus y les dedicó una sonrisa a sus amigos—. ¿Los deberes de toda una semana?
—No voy a jugarme los deberes, Al —se negó Scorpius.
—Pero si ganas, te los harĆ­a Rose.
—No podemos hacer eso.
—¿Pero estĆ”s de acuerdo en apostar? —notó Rose, divertida.
—SĆ­. Me gustarĆ­a apostar por Ravenclaw. Pero propongo que lo hagamos bien. Que quede por escrito.
—Las apuestas de quidditch serĆ”n una de las actividades de nuestro club. ¿Os parece bien? —dijo Albus.
—¡Genial! —exclamó Rose—. Pero, entonces, ¿querĆ©is esperar a Lizzie? QuizĆ”s quiera apostar tambiĆ©n.
—Vale. Y lo redactaremos. Y lo que pactemos se tiene que cumplir —estableció Albus.
—SĆ­ —dijeron Scorpius y Rose al unĆ­sono.
Cuando Lizzie volvió de dar la clase a Luned, se reunió con sus amigos en el patio y les explicó que Luned había estado muy nerviosa y la magia se le había descontrolado varias veces. Les enseñó algunas heridas que había recibido, pero no eran graves, así que evitó ir a la enfermería. Se las curó Scorpius allí mismo, pues llevaba encima algunas hierbas. A pesar de los problemas, Lizzie había conseguido que Luned se relajase y le había podido enseñar algunos hechizos y mucha teoría.
—Creo que el siguiente que deberĆ­a ir es Scorpius —opinó cuando acabó de contarles todo lo que habĆ­a pasado con Luned, y miró a Scorpius—. Tienes paciencia y ademĆ”s eres muy listo. Y como tienes que enseƱarle dos asignaturas, podrĆ­as ir mĆ”s veces antes que bajen Rose y Albus a enseƱarle hechizos que requieran mĆ”s concentración.
Scorpius aceptó, y Albus se preparó para hablar del ECHS y de las apuestas.
—Creo que estarĆ­a bien hablar de lo que se va a hacer en el ECHS antes que nos den la confirmación, y asĆ­ poder aƱadir nuevos miembros a finales de este mes.
Todos estuvieron de acuerdo, pero Scorpius preferƭa un ambiente mƔs tranquilo para hablarlo, asƭ que fueron a la biblioteca.
—QuĆ© pena no tener una sala comĆŗn para todos —comentó Lizzie una vez se hubieron sentado a una mesa—; ahora nos sentarĆ­amos en un sofĆ” delante de la chimenea y con un pergamino en las rodillas para escribir.
—Puede que si conseguimos ser muchos miembros, nos den una sala de reunión guay, con un sofĆ” y una chimenea —dijo Rose.
—OjalĆ”.
Scorpius sacó pergamino y pluma para apuntar todo lo que se dijese, y cuando tuviesen todas las reglas claras, lo pasaría a limpio.
—Primero: ¿cada cuĆ”nto querĆ©is hacer las reuniones? —empezó Albus.
—Pues depende de cuantas personas podamos traer para que se hagan miembros —dijo Lizzie.
Estuvieron lo que quedaba de la tarde encerrados en la biblioteca, estableciendo las normas, pero como no les dio tiempo, tuvieron que volver después de cenar y seguir con las normas y las actividades. Faltaba una media hora para que la biblioteca cerrase cuando Albus pidió a Scorpius que leyese todo a lo que habían convenido y, cuando todos estuvieron de acuerdo que esos eran los elementos clave de su club, se despidieron y se fueron cada uno a sus salas comunes con la promesa de Scorpius de que al día siguiente les daría a cada uno una copia del documento pasado a limpio.

Despertarse en una habitación de Slytherin siempre era confuso. Eran las únicas habitaciones en las que no entraba luz natural, así que nunca sabían si fuera había salido el sol, si llovía, si nevaba o si había vendavales. Tampoco podían recibir ni enviar lechuzas desde su sala común porque sus únicas ventanas daban al lago y, por lo tanto, tampoco podían tener las lechuzas en las habitaciones con ellos. Albus echaba mucho de menos a Zorion e iba a visitarle siempre que podía a la lechucería. La lechuza también notaba el cambio y no le gustaba, pues parecía que siempre tenía una mueca de enfado con Albus, aunque después de pasar un rato con él, se calmaba. Zorion era una lechuza macho que tenía las plumas de un precioso color castaño que recordaba al café y unos ojos negros azabache. Era bastante grande para ser una lechuza marrón. Albus recordaba cómo se asustó el día en que la vio en el Emporio de la Lechuza; estaba en una jaula regular para las de su especie, pero era tan grande que tenía la cabeza ladeada con tal de caber en la jaula, y no podía desplegar casi las alas. Aunque Albus se asustó de su gran tamaño y de sus ojos oscuros, le dio tanta pena verlo en esa jaula que le pidió a su padre que se la comprase para que pudiese abrir las alas y sentirse libre, y Zorion se lo agradeció tanto que hasta la fecha nadie que no fuera Albus podía acercarse a él.
Hacía días que no iba a visitarle, así que Albus se levantó pronto con la intención de ir a verle antes de desayunar. Se vistió en su cama, con las cortinas de dosel a su alrededor y, cuando estuvo listo, corrió las cortinas y se puso los zapatos. Cuando alzó la cabeza y se levantó, vio por el rabillo del ojo algo moverse por la ventana que había al lado de su cama. Se volvió para mirar con mÔs atención, y lo que vio le causó tanta impresión que dio un salto hacia atrÔs. Era una criatura de piel amarilla verdosa (aunque bajo la tonalidad verde del fondo del lago parecía grisÔcea), con el cabello del color de las algas y los ojos amarillos. Era parecida a un ser humano de cintura para arriba, y de cintura para abajo tenía una delgada y larga cola de pez. El pelo largo flotaba en el agua con un movimiento hechizante. Albus no supo qué hacer. La criatura parecía tan confusa como él, pues se mantenía alejada de la ventana, pero no lo suficiente para que Albus no pudiese verla. Albus tragó saliva, levantó una mano poco a poco y la agitó suavemente en señal de saludo. La criatura observó el movimiento atentamente y lo repitió. Albus sonrió y la criatura torció un poco la cabeza. Llevaba una lanza en la otra mano, pero la mantenía bajada. Albus se acercó a la ventana y puso la mano en ella, y la criatura, cuidadosa, le imitó. Se quedaron mirando a los ojos, y la criatura abrió la boca y emitió un hermoso canto que llegó a Albus tan suave como una canción de cuna.
Una mano aterrizó en el cristal con fuerza e interrumpió el canto de la criatura. Sekinci se acercó al cristal para asustarla y esta se alejó gritando.
—¿Pero a ti quĆ© te pasa, imbĆ©cil? —le gritó Albus.
—¿QuĆ© me has llamado? —se enfureció Sekinci, y empujó a Albus.
La criatura, que aĆŗn seguĆ­a cerca de la ventana, dio un golpe al cristal con su lanza.
—No puedes hacer nada desde ahĆ­, tonta —rio Sekinci, dirigiĆ©ndose a la criatura. Albus se lanzó contra Sekinci y ambos cayeron sobre la mesita de noche de Albus. Sekinci rio—. ¡Albus Potter, defensor de criaturas raras como Ć©l! —y rio de nuevo.
Albus le estampó la cabeza contra el suelo y Sekinci levantó los brazos para coger el cuello de la camiseta de Albus. Rodaron por el suelo dÔndose golpes en la cabeza mientras la criatura daba golpes con su lanza en la ventana. Alguien cogió a Albus por los brazos y tiró de él, y hubo otras manos que hicieron lo mismo con Sekinci.
—¡Ya vale, parad los dos! —les gritó Richard por encima de los insultos que se dedicaban Albus y Sekinci.
Les costó separarlos, y los llevaron cada uno a un extremo de la habitación. Cian sostenía a Sekinci, y Richard y Charlie sostenían a Albus porque ambos intentaban zafarse y seguir peleando. La criatura dedicó una mirada fría y calculadora a Sekinci antes de desaparecer. Como no paraban de agitarse, Cian le pidió a Richard que inmovilizase a Sekinci, así que Charlie agarró solo a Albus lo mÔximo que pudo mientras Richard iba a coger su varita.
Petrificus totalus.
—¡No! —gritó Sekinci antes de que se le quedasen los brazos pegados al cuerpo y cayese petrificado sobre Cian.
Albus se zafó de Charlie, pero se quedó quieto donde estaba, como si se le hubiese olvidado lo que quería hacer.
—¿Por quĆ© no lo hemos hecho con Albus tambiĆ©n? —preguntó Charlie.
—Porque Sekinci nos cae mal —dijo Cian mientras apartaba a Sekinci y salĆ­a de debajo de Ć©l.
Albus fue corriendo a la ventana, pero vio que la criatura ya no estaba y maldijo por lo bajo.
—¡Siempre lo tienes que estropear todo, ¿no?! —le gritó a Sekinci despuĆ©s de aproximarse a Ć©l y acercarse a su cara—. ¿Pero quĆ© te pasa, en serio? ¿Te tienes que cargar todo lo bonito del mundo?
—Vamos, Albus —intentó calmarle Cian, y le apartó de Sekinci.
—AyĆŗdame a meterlo en su cama, Charlie —pidió Richard.
Juntos lo levantaron del suelo y lo pusieron encima de su cama mientras Cian hacía que Albus se sentase en la suya. Todos excepto Albus estaban en pijama, y Cian tenía el pelo rubio enmarañado. Charlie ni siquiera se había puesto las gafas aún.
—Se lo dirĆ” a los profesores —dijo Richard mientras Ć©l y Charlie se acercaban a Cian y Albus.
—Esperad —pidió Albus—. Muffliato —susurró, y alrededor de ellos se creó un campo en el que podĆ­an hablar sin ser escuchados por los que estaban fuera (es decir, Sekinci)—. Lo uso siempre en casa. Es muy Ćŗtil si quieres que tu hermano no se entere de algo personal.
—¡Genial! —exclamó Cian.
—Cuando se enteren de esto, nos quitarĆ”n por lo menos cincuenta puntos a cada uno —dijo Richard.
—¿Cincuenta? —exclamó indignado Cian.
—¡No sólo Albus ha pegado a Sekinci, sino que ademĆ”s le hemos hechizado y todo el mundo ha estado de acuerdo! —explicó Richard—. Estamos fastidiados.
—Somos cuatro contra uno, y todo el mundo sabe el odio que tiene Sekinci por los que no son “de su clase” —dijo Cian—. Si nos ponemos todos de acuerdo y negamos que pasase nada, nos creerĆ”n.
—Vale —dijo Albus, aĆŗn un poco enfurruƱado—. Pero haz otros hechizos con tu varita, Richard. Puede que miren el Ćŗltimo hechizo que usaste para determinar si de verdad hechizaste a Sekinci.
—Buena idea.
—Entonces estamos todos de acuerdo, ¿no? —se aseguró Cian—. Si llega el momento (que llegarĆ”), lo negamos todo.
Todos asintieron y fueron cada uno a su baúl para vestirse y acudir al partido de quidditch después de desayunar, excepto Albus, que cogió su varita, una chaqueta y sus guantes, gorro y bufanda de Slytherin y salió en dirección a la lechucería.
A medida que subía las escaleras, el batir de las alas y el olor a excremento se hacían cada vez mÔs fuertes. La lechucería era una sala circular con ventanas sin cristal y con el suelo cubierto de paja y excrementos de lechuza. En las perchas que colgaban del techo estaban las lechuzas tanto de los alumnos como del colegio. Albus se abrazó cuando llegó a la cima de las escaleras, porque al ser ventanas sin cristales y ser una torre, había fuertes corrientes de viento. Levantó un brazo en horizontal y llamó a Zorion, que con elegancia se posó sobre el brazo de su amo. Pesaba tanto que Albus tenía que hacer mucha fuerza para mantenerlo en alto.
—Hola, Zorion. Te he echado de menos —la lechuza giró la cabeza como si estuviese indignado. Albus rio y le acarició la parte inferior de su cuerpo. La lechuza pareció relajarse y miró a Albus como si le perdonase. Albus resopló—. Hay personas malas en el mundo, ¿sabes? —Zorion le miraba tan profundamente que Albus pensó que le entendĆ­a—. OjalĆ” jamĆ”s te encuentres con nadie asĆ­. Prometo que no te mandarĆ© a casa de ningĆŗn imbĆ©cil para que entregues una carta. Si alguna vez tengo que enviar una carta para insultar, enviarĆ© a otra lechuza.
Zorion se posó en el hombro de Albus y acarició su pico contra la mejilla de su amo. Después de un rato jugando, Albus se despidió de Zorion y bajó al Gran Comedor para desayunar.
Se sentó junto a Charlie y delante de Cian y Richard en la mesa de Slytherin y estuvieron hablando del partido de Hufflepuff contra Ravenclaw. Albus comió poco porque la pelea contra Sekinci le había quitado el apetito y las ganas de hacer nada. Sus amigos intentaron animarle y que comiese algo.
—Vamos, no vale la pena que te molestes por alguien como Ć©l —dijo Richard.
—SĆ­. Toma, come —Cian le tiró una tostada untada con mermelada a su plato—. La he untado yo mismo, el mejor untador del mundo. DeberĆ­as probarla —bromeó Cian.
—Oh, sĆ­, las tostadas untadas por Cian Jardine son las mejores no sólo del mundo mĆ”gico, sino tambiĆ©n del muggle —siguió con la broma Richard.
Charlie asintió con la cabeza y las gafas se le resbalaron un poco por la nariz. Albus rio, cogió la tostada y le dio un mordisco, pero alguien le dio un empujón por detrÔs y se atragantó con el trozo de tostada. Charlie le dio unos golpes en la espalda para ayudarle.
—¿Dónde estĆ” mi hermano? —preguntó Vergilius Sekinci, sin esperar a que Albus se liberase del trozo de tostada en la garganta.
Albus tosió y el trozo salió disparado hacia el plato. Charlie dejó de darle golpes y Sekinci le cogió del cuello de la camiseta (se había quitado la chaqueta y la había puesto encima de las rodillas, pero cuando Sekinci lo levantó del banco, se le cayó al suelo).
—¡SuĆ©ltale! —le espetó Charlie a Sekinci.
Ɖl miró al niƱo como si mirase una pulga y le empujó con la mano que tenĆ­a libre, y cuando volvió a mirar a Albus, lo Ćŗnico que vio fue un puƱo estampĆ”ndose contra su nariz. Soltó a Albus en un acto reflejo y se echó hacia atrĆ”s. Albus agitó la mano con la que le habĆ­a pegado, pues le habĆ­a dolido. Cian congeló algunas lentejas y se las tendió a Albus para que metiese la mano dentro.
—¿Se puede saber quĆ© ha pasado aquĆ­? —se acercó el profesor Faulkner con el rostro comprimido—. Pegar a un alumno es una falta muy grave, seƱor Potter.
—¡Pero Ć©l sólo me ha defendido! —exclamó Charlie—. ¡Sekinci ha empezado!
—¡Basta, seƱor Adam! Se le restarĆ”n cincuenta puntos a Slytherin por su jueguecito. Ahora acompƔƱenme a la enfermerĆ­a.
Albus resopló, sacó la mano de las lentejas congeladas, recogió la chaqueta del suelo y siguió al profesor Faulkner y a Sekinci (que no retiraba la mano de su nariz) hacia la enfermería. Una vez allí, y mientras Hannah Longbottom atendía a Sekinci, el profesor Faulkner se sentó al lado de Albus en la cama donde esperaba a ser atendido.
—¿QuĆ© ha pasado? —le preguntó Faulkner.
—Sekinci me cogió de la camiseta y me levantó del banco. Charlie sólo le dijo que me soltase, y Ć©l le empujó —resopló—. He tenido una mala maƱana, y no estaba dispuesto a permitir que Sekinci fuera metiĆ©ndose con todo el mundo.
—Los profesores estĆ”bamos allĆ­ y lo estĆ”bamos viendo. Si me hubiese dejado un poco mĆ”s de tiempo, Potter, hubiera parado a Sekinci.
Albus chasqueó con los dientes. Hubiese podido evitar una pérdida de puntos tan importante con ser un poco mÔs paciente.
—Ya, no lo pensĆ©. Lo siento.
—Bueno, lo hecho, hecho estĆ”. Ganaremos puntos por otra cosa. Pero no vuelva a pegar a ningĆŗn compaƱero, ¿de acuerdo?
—Lo intentarĆ©, seƱor.
—ConfĆ­o en que eso signifique un sĆ­ rotundo para usted.
Albus sonrió. Faulkner se levantó, habló con Hannah y, antes de irse, se despidió de Albus con la mano. Hannah también regañó a Albus mientras le curaba, y le dijo que esa vez no avisaría a sus padres, pero que si volvía a pasar algo parecido, les mandaría una lechuza. Albus aceptó asustado y salió corriendo de la enfermería cuando Hannah acabó de atenderle.
Ya no quedaba nadie en el Gran Comedor cuando Albus llegó al vestíbulo, así que corrió hacia el estado de quidditch en busca de sus amigos. Scorpius estaba con Cian, Richard y Charlie, y ademÔs había dos compañeros de Ravenclaw de Scorpius: Jayden y Alex, a los que conoció el día del incidente de las entradas a las salas comunes.
Jayden era rubio con ojos grises, tenĆ­a la nariz grande y rota y pecas por toda la cara; Alex, en cambio, tenĆ­a el pelo moreno y los ojos oscuros, tenĆ­a los dientes grandes y era bajito.
—Es un fastidio que nos hayan quitado tantos puntos —se quejó Cian en medio de los gritos del pĆŗblico cuando Albus llegó con ellos.
—Ha sido culpa mĆ­a. Lo siento —gritó Albus para hacerse oĆ­r.
—No pasa nada —le restó importancia Richard—. Cian y yo ya nos habĆ­amos levantado para darle una buena tunda, asĆ­ que si no le hubieses pegado tĆŗ, lo hubiĆ©ramos hecho nosotros.
—¿QuĆ© ha pasado en el desayuno? —preguntó Scorpius.
—DespuĆ©s te lo cuento, Scor.
—¡Ya salen, Scorpius! —exclamó Alex.
Todos miraron hacia el campo. Como habían esperado durante un rato a Albus en la puerta del Gran Comedor, no pudieron coger las gradas de mÔs arriba, así que tuvieron que conformarse con las mÔs bajas. Richard había cogido unos prismÔticos para Albus, así que se los tendió justo antes de que los jugadores salieran al campo.
—¡Y ya empiezan a salir al campo! —exclamó el comentarista, Howard—. ¡Hoy se enfrentan Hufflepuff y Ravenclaw aquĆ­, en el estadio de Hogwarts! ¿QuiĆ©n ganarĆ”? ¡QuiĆ©n sabe! ¡Para eso estamos aquĆ­! —se le notaba mĆ”s entusiasmado que en el Gryffindor contra Slytherin. Albus supuso que era porque jugaba su casa—. Todos se preparan, las pelotas son liberadas, se oye el silbato de la Ć”rbitra ¡y comienza el partido! Hufflepuff tiene la quaffle. Mackenzie Maccrum vuela hacia los postes de gol, pasa la quaffle a Cepheus Weelock, y Ned Headbeg, el golpeador de Ravenclaw, desvĆ­a una bludger que iba directa hacia Harvey Brock, el buscador de Ravenclaw, y en su nueva trayectoria, la bludger le da a Weelock justo despuĆ©s de que haya podido pasar la quaffle a Rebecca Phillips, uno de los nuevos fichajes de Hufflepuff. AĆŗn Phillips, pasa a Maccrum, Maccrum se acerca a los postes, pasa de nuevo a Weelock, Weelock lanza… ¡Y Minna Sands, la guardiana de Ravenclaw, evita que la quaffle entre en el aro! Sands pasa la quaffle a Nick Griffin, capitĆ”n de Ravenclaw, y este sale volando hacia el otro extremo del campo. Idji Cornfoot desvĆ­a una bludger antes de que le dĆ© a su capitĆ”n. Sigue Griffin. Weelock se acerca peligrosamente a Griffin y se lanza contra Ć©l, pero Griffin pasa la quaffle a Hena Pocock. ¡Uy, no llega a cogerla! Phillips se mete en medio y coge la quaffle en el aire. La pasa a Maccrum… ¡OH! Una bludger le ha dado, ¡ha tenido que doler! Hiroto Fairchild, de Ravenclaw, coge la quaffle mientras esta cae y vuela hacia los postes de gol. Fairchild se aproxima… Weelock va tras Ć©l, ¡pero le da otra bludger! AĆŗn Fairchild, Fairchild estĆ” llegando a los postes… ¡Y Phillips se interpone! Intenta quitarle la quaffle, pero Fairchild la pasa a Pocock, que se encuentra con un bloqueo, pasa la quaffle a Griffin ¡y Griffin lanza! John Smith intenta detener una bludger que va directa hacia Martha Nobble, la guardiana y capitana de Hufflepuff, ¡pero no llega a tiempo y le da en el hombro! ¡Justo cuando pasaba la quaffle! ¡La quaffle ha entrado! ¡GOL DE RAVENCLAW!
Scorpius saltó y gritó junto a Alex y Jayden, y también lo hicieron todos los Ravenclaws que estaban alrededor de Albus y los demÔs.
—¡QuĆ© cambio de este partido al anterior! —gritó Richard.
—¡Desde luego! —acordó Albus—. Son mucho mejores que nosotros.
—¡Ni flipando va a ganarles Gryffindor! —se burló Cian.
Durante todo el partido, ambos equipos iban muy igualados, así que la única opción que les quedaba era la snitch. Quien la cogiese, ganaba el partido. Pero la pelota no apareció hasta que no hubieron pasado quince minutos de partido. Se encontraban en un empate: cuarenta a cuarenta, y ni siquiera cuando apareció la snitch tuvo un equipo ventaja sobre el otro, porque los dos buscadores vieron la pelota al mismo tiempo. Mientras Maccrum se aproximaba a los postes de gol, Ynus Gyese y Harvey Brock volaron casi hasta los límites del campo para coger la snitch. Smith intentó detener una bludger, pero no llegó a tiempo y chocó contra la escoba de Gyese y lo desvió. Maccrum marcó justo después que Brock cogiese la snitch.
—¡HA GANADO RAVENCLAW! ¡No me lo puedo creer! ¡Ravenclaw ha ganado a Hufflepuff! —decĆ­a Howard como si estuviese confundido y no se acabase de creer lo que habĆ­a pasado—. ¡Ciento noventa a cincuenta!
Todos los Ravenclaws saltaban, gritaban y agitaban los puƱos en el aire. Habƭa sido un partido muy duro, y como tal, los Ravenclaws no se burlaron de los Hufflepuffs; ambos equipos reconocieron que habƭa sido un gran partido y se felicitaron el uno al otro por lo bien que habƭan jugado.
Después de comer, Albus se reunió con Scorpius, Rose y Lizzie para comunicarles que ya tenía la confirmación del club ECHS. Les habían dado el aula seiscientos ocho, en el ala este de la sexta planta del castillo. Según le habían dicho a Albus, esa aula estaba inutilizada y sellada con una contraseña para que no entrase nadie, así que era perfecta para la sede de un club. Mientras iban de camino al aula, Scorpius le dio un papel a cada uno con las reglas del club.
—Se me olvidó dĆ”roslo esta maƱana —se disculpó.
—¡Ah, genial! —exclamó Albus, y procedió a leerlo.
El texto estaba rodeado de un ornamento dibujado a mano que reflejaba unas curvas doradas, y rezaba:

Principios de la Entidad Contra los Hermanos Sekinci

0. El nombre completo del club es secreto, y sólo los miembros de este pueden saberlo. Para todos los demÔs, el club se llama ECHS. En caso de que un miembro difunda el nombre real del club, serÔ expulsado inmediatamente.
1. El club no se creó con la intención de herir a ningún alumno. Por tanto, todo aquel que hiera a un compañero y proclame haberlo hecho en nombre del club, serÔ expulsado inmediatamente y reportado a los profesores. Si se tratase de un no-miembro, sólo se le reportarÔ.
2. Debe respetarse a todos los miembros del club, por lo que quedan prohibidos los abusos e insultos entre miembros.
3.1. Las reuniones cotidianas podrƔn ser convocadas por cualquier miembro del club, sean nuevos o veteranos.
3.2. Las reuniones de reclutamiento se llevarƔn a cabo semestralmente. A conocer, en los meses de noviembre y abril.
3.2.1. Cada miembro veterano podrƔ traer como mƔximo a dos personas para que se hagan miembros del club. No es obligatorio.
3.2.2. Las personas candidatas a ser miembros no podrÔn traer consigo a mÔs personas. Sólo podrÔn hacerlo en la próxima reunión, cuando ya sean miembros reconocidos.
4. Las apuestas entre miembros del club serƔn revisadas y oficiadas por Albus Potter.
4.1. Cada miembro recibirĆ” 100 puntos al entrar en el club.
4.2. Se apostarƔn tantos puntos como se quiera.
4.3. Queda prohibido apostar cualquier cosa que no sean los puntos otorgados por el club.
4.4. El miembro que llegue a quedarse sin puntos, deberƔ hacer algo vergonzoso que decidirƔn los demƔs miembros para poder recuperar puntos. Los puntos que se puedan recuperar tambiƩn los decidirƔn los demƔs miembros del club.
5. Cualquier secreto o sentimiento que se haga pĆŗblico dentro del club, debe quedarse en el club. Quien rompa esta regla, serĆ” expulsado inmediatamente.
6. El club serĆ” curricular.
7. Se pagarƔn tres sickles a Rose Granger-Weasley por la insignia del club.

—EstĆ” genial, Scorpius —dijo Albus cuando acabó de leer.
—Yo ya he hecho unas cuantas insignias —dijo Rose, que llevaba las insignias en una cajita—. Cuando las entregue, escribirĆ© detrĆ”s el nombre del miembro propietario.
—FantĆ”stico —se excitó Lizzie—. Entonces… Perdiste la apuesta, ¿eh? —rio.
—Es verdad, Rose —le recordó Scorpius—. Hemos ganado el partido, y debo decir que ha ido muy difĆ­cil y muy duro. Ha sido un gran partido.
—SĆ­, vale, no hace falta que me lo recordĆ©is.
 Albus, Scorpius y Lizzie rieron. Unos minutos mĆ”s tarde, llegaron a la puerta del aula. Albus se adelantó, sacó la varita, apuntó a la cerradura y dijo:
—Hogwarts, ensƩƱame algo, por favor.
La puerta se abrió sola, y los niños entraron en el aula. Era una habitación calurosa y olía a ratón muerto y a madera vieja. No tenía ventanas y los muebles que había eran viejos y estaban roídos. La decepción y el asco se veían reflejados en los rostros de los niños, que se había quedado cerca de la puerta. Lizzie se adelantó, respiró hondo (de lo que se arrepintió casi de inmediato) y se remangó el jersey.
—PongĆ”monos a trabajar —les animó.
Sacó la varita e hizo el encantamiento de reparación. Scorpius y Rose fueron a buscar escoba, mocho y trapo y se pusieron a limpiar, y Albus hizo un encantamiento avanzado para que en uno de los muros se reflejase el tiempo de fuera, como el techo del Gran Comedor. Cuando acabaron, el aula quedó mucho mÔs presentable que cuando habían llegado: el suelo estaba reluciente, los muebles estaban como nuevos, el polvo había desaparecido, la iluminación se había vuelto agradable y en los muros se reflejaba el día oscuro y ventoso que hacía fuera.
—Le faltan sofĆ”s —dijo Lizzie.
—Y los muebles que hay son pupitres —dijo Rose—. DeberĆ­amos quitarlos y poner una bonita mesa en la que poder hacer deberes y jugar a juegos de mesa.
—Y poner un armario donde guardar los juegos —aƱadió Scorpius.
—Y en la pizarra podrĆ­amos colgar las reglas y escribir el próximo dĆ­a de reunión y los miembros y los puntos que tienen cada uno, que por cierto… —dijo Albus.
—Oh, vaya —se quejó Rose.
Rose ya había asignado cada insignia a uno de ellos y las llevaban sujetas en las camisetas, en el lado contrario del corazón. Albus se acercó a la pizarra y empezó a apuntar:

Próxima reunión*: 25 de noviembre, 11 am
Albus 104 pts
Lizzie 104 pts
Scorpius 104 pts
Rose 88 pts

—¿Para quĆ© es el asterisco? —preguntó Lizzie.
—Quiere decir que es una reunión de reclutamiento —respondió Albus.
—Ah, ya. ¿Todos vais a traer a alguien?
—Yo sĆ­.
—Yo tambiĆ©n —dijo Scorpius.
—SĆ­, yo tengo alguien en mente tambiĆ©n —comentó Rose.
—Vale… Podemos traer a cualquiera, ¿no?
Todos respondieron a Lizzie que sĆ­ (siempre y cuando, claro, odiasen a los hermanos Sekinci), pues al fin y al cabo, el objetivo del club era conocer gente nueva y hacer nuevos amigos.
—OĆ­d —empezó a decir Rose mientras miraba fijamente la pared de enfrente de la de la pizarra—: ¿quĆ© os parecerĆ­a colgar allĆ­ fotos de los Sekinci y que pudiĆ©semos pintar en ellas y tirarles cosas, ya que con los de verdad no podemos hacerlo?
—¡Me parece genial! —exclamó divertida Lizzie—. Aunque tendremos que conseguir muchas fotos para que nadie se quede con las ganas.
Era bien entrada la tarde cuando salieron del aula hablando animadamente de nuevas ideas para el club y para el aula. HabĆ­an cambiado la contraseƱa de «Hogwarts, ensƩƱanos algo, por favor» a «Entidad Contra los Hermanos Sekinci», pues ya que el nombre era secreto y sólo podĆ­an conocerlo los miembros, era la contraseƱa perfecta. TambiĆ©n habĆ­an establecido que, cuando se fuese a decir la contraseƱa, antes se conjurara en hechizo muffliato, para evitar que por accidente alguien lo oyera.
—¿A quiĆ©n vas a traer tĆŗ, Albus? —le preguntó Scorpius cuando ya se acercaban a la Gran Escalera.
—A James, por supuesto. Le encantarĆ” la idea. MĆ”s adelante me gustarĆ­a traer a Cian, Richard y Charlie. ¿A quiĆ©n traerĆ”s tĆŗ?
—A Alex y Jayden. No me atreverĆ­a con nadie mĆ”s —rio tĆ­midamente.
—Oh, Scorpius —rio Albus tambiĆ©n—. ¿Y vosotras?
—AĆŗn tengo que acabar de decidirme —dijo Rose y achinó los ojos en seƱal de duda.

—Yo quiero probar algo, asĆ­ que tendrĆ©is que esperar hasta el dĆ­a de la reunión —dijo entre divertida y misteriosa Lizzie.

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