VI. Notas anónimas

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—¿Quién te mandaría esto? —preguntó Lizzie, una vez sentados en una de las mesas de la biblioteca, cuando Albus les enseñó la nota que había encontrado en su cama.
—Obviamente debe de haber sido alguien de Slytherin —dijo Rose—, y tengo una buena idea de quién ha podido ser.
—Podría haberla dejado una lechuza —contradijo Lizzie—, así que podría haber sido de otra casa.
—No, te estás confundiendo —le contestó Rose—. La sala común de Slytherin está en las mazmorras, y sus ventanas dan al lago. No es como en la nuestra, que pueden entrar lechuzas.
—Ah, ya.
—Lo más raro no es quién la haya mandado —confesó Albus—. Lo raro es que no me pide nada. Quiero decir que no me está chantajeando. Y tampoco es una amenaza.
—Es una advertencia —se dio cuenta Scorpius, y Albus asintió como para decir «correcto»—. Entonces, ¿crees que es peligroso el sitio al que va tu hermano?
—¡Pone que a la próxima puede aparecer muerto! Debe ser peligroso —Albus resopló—. No sé qué hacer.
—Pero entonces hay alguien que sí sabe adónde va y qué hace —insistió Rose, y agitó la nota en el aire—. Y ese alguien quiere asustarte para manipularte y que sigas a James si se vuelve a ir.
—No es lo que pone —repitió Albus.
—Es cierto —corroboró Scorpius—. Sólo le pide que le cuide. Como ha dicho antes Albus, en la nota no le está pidiendo nada raro. Sólo que cuide de su hermano.
—A lo mejor pretende que tú le acompañes en su próxima aventura —siguió Rose.
—Rose —dijo Albus, que empezaba a ponerse nervioso ante la insistencia de su prima—, no es una conspiración. Creo que esta nota —le quitó la nota a Rose y la sostuvo en el aire— tiene buenas intenciones.
—¿De verdad? ¿Y se puede saber quién recurre al hermano menor para que cuide del mayor?
—No es tan raro —opinó Lizzie—. Alguien que les conozca a los dos y sepa que Albus es más maduro que James, por ejemplo. Yo tuve una amiga que era más responsable que su hermano mayor y su madre le decía que cuidase de él en vez de al revés.
—Creo… que nos estamos desviando del tema —opinó Scorpius en voz baja.
—Sí —retomó Albus—. La cosa es: ¿qué hago?
—Seguirle cuando vuelva a salir a escondidas.
—Rose…
—Quizás sólo es alguien que, al igual que tú, está preocupado por James —empezó a decir Scorpius—, y ha recurrido a ti para que intentes persuadirlo porque a esa persona no le hace caso.
—Pero entonces, ¿por qué hacerlo en secreto? —preguntó Lizzie—. No tiene mucho sentido, ¿no? Y en realidad Rose tiene razón: debe de haber sido alguien de Slytherin. ¿Y vosotros conocéis a alguien de Slytherin que quiera proteger a James? No sé, es todo muy raro.
—La nota la puede haber dado cualquiera a un alumno de Slytherin y pedirle que la dejase en la cama de Albus —teorizó Scorpius—. Pero no quiero volver al tema de quién ha sido. Lo que intento decir es que si, como yo digo (y es lo que en mi opinión es más lógico), ha sido alguien de confianza, lo que deberías hacer, Albus, es hablar con James para intentar convencerle de que no vuelva, o si vuelve que lo haga protegido.
—Haz caso al Ravenclaw —dijo Lizzie y rodeó a Scorpius con un brazo—, creo que es el que tiene más sentido común. Que por cierto: ¿sabéis lo que es el «sentido común»? Porque todo el mundo lo dice, pero ni idea de qué significa.
—¿Y entonces por qué lo dices? —preguntó divertida Rose.
—Quedaba bien en la frase.
—Creo que esperaré —dijo Albus después de pensarlo unos minutos—. Si vuelve a desaparecer o vuelve a tener heridas, hablaré con él.
—¡Pero pone que a la próxima puede aparecer muerto! —exclamó Lizzie e intentó no alzar mucho la voz, pues aunque estaban muy apartados de las demás mesas en la biblioteca, no quería molestar.
—Ya lo sé, pero cuando me lo encontré ya intenté hablar con él, y por lo que me dijo, sé que no me hará caso si le intento convencer de que no vuelva —agitó la cabeza rendido—. Es que no puedo hacer nada más.
Todos se quedaron callados durante unos minutos sin saber qué decir.
—El sentido común es la capacidad natural de juzgar los acontecimientos y eventos de forma razonable según la visión de una comunidad —dijo Scorpius.
Todos se le quedaron mirando y Lizzie empezó a reír. Le siguieron Rose y Albus, y finalmente Scorpius.
James continuó desapareciendo, pero no por tanto tiempo. Normalmente eran transcursos de una tarde, lo suficiente para no preocupar sobremanera a sus amigos ni a Albus. Así que para Albus el mes de septiembre pasó sin más problemas. El cuatro de octubre celebró su cumpleaños antes de la cena con un partido de quidditch. Invitó a Rose, Scorpius, Lizzie, Charlie, Cian y Richard. Como Charlie nunca había montado en una escoba antes de septiembre prefirió no arriesgarse y hacer solamente de árbitro. Los equipos fueron compuestos por Rose, Cian y Lizzie y por Albus, Scorpius y Richard. Lizzie tuvo problemas al principio, pues habiendo crecido rodeada de muggles había tenido pocas ocasiones para subirse a una escoba y menos para aprender a jugar a quidditch. Aun así, Rose y Cian lo compensaban con creces, y al final quedaron muy igualados. Decidieron darlo por empate, y todos fueron corriendo y riendo al comedor para cenar. Hablaron de quidditch y de presentarse para el equipo el año próximo, y después Cian, Richard y Charlie se fueron a los dormitorios para descansar. Albus esperó a que Rose, Lizzie y Scorpius salieran para ir a dar un paso por el castillo antes de ir a dormir, y cuando ya estaban de camino a sus salas comunes, vieron una sombra pasar rápida hacia la sala de los trofeos. Rose agarró el brazo de Albus y le echó un poco hacia atrás y Lizzie y Scorpius entrelazaron los brazos y todos dieron un grito ahogado al ver la sombra.
—¿Qué ha sido eso? ¿Algún fantasma del castillo? ¿Peeves? —preguntó asustada Lizzie.
—Si no ha sido ninguna de esas cosas, salgo corriendo —advirtió Scorpius.
—Tranquilos, seguro que no ha sido nada raro —dijo Albus mientras se intentaba convencer también a sí mismo.
Rose empezó a caminar hacia la sala con sigilo. Albus y los demás intentaron pararla, pero ella se giró y dijo que no pasaba nada. Todos se quedaron quietos mientras Rose avanzaba poco a poco. La luz era tenue, pues se suponía que todos debían estar ya en sus salas comunes, pero dentro de la sala estaba aún más oscuro. Desde donde estaban Albus y los otros, sólo se veía una pequeña luz que se movía. Algo tocó la pierna de Albus y él dio un grito ahogado y saltó. Cuando miraron hacia abajo, vieron un esquelético gato gris que les miraba con los ojos muy abiertos.
—Oh, no, la señora Norris —reconoció Scorpius.
La señora Norris empezó a maullar, cada vez más fuerte, y ellos llamaron a Rose para que volviese con ellos y se alejase de la sala de trofeos.
—¡Eh, vosotros! ¡No podéis estar aquí!
La voz del señor Filch se oyó lejos en el pasillo, pero no tardaría en alcanzarles.
—¡Corred! —gritó Albus, y empezó a correr, seguido de los demás.
—¡Eh, EH! ¡OS HE VISTO! ¡VOLVED AQUÍ!
Corrieron por los pasillos oscurecidos como si les fuese la vida en ello. Algunos retratos de los cuadros se despertaban por el ruido de los pasos y los veían pasar rápidamente por delante de sus cuadros y a la señora Norris detrás. Pronto llegaron a las escaleras, donde Albus se separó de los demás y fue hacia abajo. La señora Norris miró confundida hacia arriba y abajo, pero como eran más los que habían subido, siguió escaleras arriba. Pero esto Albus no lo sabía, así que corrió y corrió por las escaleras y después por los pasillos de la mazmorra. Miró hacia atrás para comprobar si alguien le seguía y se estampó contra algo que le hizo caer al suelo de culo.
—¿Señor Potter?
Miró hacia arriba y los ojos amarillos y profundos de halcón del profesor Faulkner, el profesor de Transformaciones y jefe de la casa de Slytherin, le devolvieron la mirada.
—¡Señor! —logró exclamar entre jadeo y jadeo.
—¿Me puede explicar esto?
—Señor, yo, yo… Sólo estaba paseando, y-y no me di cuenta de la hora, y cuando me di cuenta, pues corrí hacia la sala común, y entonces me topé con usted. Señor —explicó entre jadeos, y al acabar tomó grandes bocanadas de aire para regular su respiración.
—Levántese, Potter —Albus le obedeció y quedó frente a él, aunque Albus era mucho más bajo que el profesor Faulkner—. ¿Y hacía ese paseo usted solo?
Albus quería decir que sí, pero no pudo pronunciar las palabras. ¿Debía mentir para proteger a sus amigos aunque el profesor Faulkner supiera que le mentía, o decir la verdad?
—No, señor —murmuró—. Estaba con mis amigos. ¡Pero le juro que no nos dimos cuenta de la hora! ¡Por eso corríamos todos hacia nuestras salas comunes!
El profesor Faulkner suspiró sin dejar de mirar a Albus por lo que parecieron horas.
—Más le vale que no vuelva a despistarse, porque le estaré vigilando, ¿me ha entendido?
Albus soltó el aire que había estado reteniendo sin darse cuenta.
—Sí, señor. Gracias, señor.
Albus resopló y se alejó del profesor Faulkner.
—¿Señor Potter? —Albus se giró para mirar al profesor—. ¿Estaba su hermano entre esos amigos que le acompañaban?
—No, señor.
El profesor suspiró y desvió la mirada hacia abajo. La alzó para volver a mirar a Albus cuando le habló.
—Su hermano, señor Potter, es sospechoso de algunos robos que se han producido desde hace un mes. Si no hay pruebas que demuestren lo contrario, habrá represalias. Dígaselo, quizás si viene de usted surge un efecto positivo.
A Albus le cayeron las cejas en un gesto de preocupación y asintió. El profesor Faulkner le dedicó una breve sonrisa y se alejó. Albus se giró y caminó lentamente pensando en lo que le había dicho el profesor. ¿Cómo podía convencer a James de que dejase lo que estaba haciendo? Nunca le hacía caso en nada, y además le divertía no poder ser pillado, y si le pillaban nunca se arrepentía.
—Señor Potter, que no le haya castigado no significa que pueda pasear tranquilamente hasta su sala común.
Albus corrió y no paró hasta que hubo entrado en su sala común. Jadeó y se fue a su dormitorio, donde a pesar de su preocupación por James, se durmió rápido.

Al día siguiente, Albus se despertó pronto, pero se quedó en la cama para desperezarse. Abrazó un extremo de su almohada y se restregó la cara con el otro extremo. Estaba tan a gusto que no oyó unos tímidos pasos que se acercaban a su cama. Una persona con el uniforme del colegio se puso de rodillas y se apoyó en la mesita de noche de Albus para escribir en el reverso de un sobre que después dejó allí encima. Se alejó con cuidado y salió del cuarto en silencio. Recorrió el pasillo hacia el tapiz del mago, pero el delegado, Archelaus Mulder, salió de su habitación en ese momento y la vio.
—¿Aelia? —reconoció Archelaus, y frunció el ceño—. No-no puedes estar aquí. Son las-las habitaciones de los chicos —dijo avergonzado.
—Sí, ya. Sólo… He ido a hablar con mi hermano. Que es de primero.
—Sí, ya lo sé —la interrumpió él precipitadamente—. Quiero decir, que… —se aclaró la garganta y se llevó una mano a la parte posterior de la cabeza—. La próxima vez, ya sabes, no-no entres… aquí —hizo una mueca como si sintiese que había metido la pata y le dedicó una sonrisa patosa.
Aelia Sekinci mantuvo los ojos fríos, pero su boca y el ligero enrojecimiento de sus mejillas lo dijeron todo. Le dedicó una especie de sonrisa que le salió más perversa que amable y se alejó de Archelaus.
De mientras, Albus en su cuarto estiró los brazos y las piernas y corrió las cortinas de dosel. Sin fijar la vista en su mesita, se vistió y fue al baño a lavarse la cara.
—¡Albus, Albus! —Cian entró corriendo al baño aún en su pijama de los Murciélagos de Ballycastle y con el pelo rizado alocado—. ¡La puerta a la sala común está rota!
—¿Qué? ¿Cómo que está rota?
—¡Hay un boquete enorme en el muro!
Cian estaba en lo cierto. El muro que servía como entrada a la sala común tenía un gran boquete, y los trozos de muro partido se desparramaban por la sala común. Todos los alumnos de Slytherin estaban apelotonados delante del agujero, algunos aún en pijama, como Cian, otros a medio vestir, como Richard, y otros totalmente vestidos, como Albus. Los delegados y los prefectos intentaban mantener el orden y la calma, pues algunos alumnos se habían asustado y otros se habían enfadado, aunque la mayoría estaban simplemente sorprendidos.
Un halcón marrón y gris apareció al otro lado del boquete y con un movimiento de alas se transformó en el profesor Faulkner. Analizó el boquete moviendo los ojos como un escáner.
—Mulder, Ericson, acompañadme —ordenó con la voz firme pero delicada—. Afolayan, Penzak, despertad a todos los alumnos y llevarles al Gran Comedor. Vamos.
El profesor Faulkner desapareció con los delegados y los prefectos comenzaron a dar órdenes aquí y allá. Media hora después, todos los alumnos del colegio estaban en el Gran Comedor, pues había pasado en todas las salas comunes; las entradas habían sido desgarradas o destrozadas. Nadie estaba sentado respetando su casa; todos estaban desperdigados por las mesas, mayores con menores, casas mezcladas, familiares y amigos. Albus estaba en la mesa de Ravenclaw rodeado de Rose, Scorpius, Lizzie, Cian, Richard, Charlie, Alex y Jayden (estos dos amigos de Scorpius de su misma casa). Albus había buscado a su hermano, pero no le había encontrado. Preguntó a Rose y Lizzie, pero ellas tampoco le habían visto desde que habían descubierto el retrato de la Dama Gorda desgarrado.
El murmullo general que reinaba en toda la estancia se fue relajando, y Albus miró hacia la mesa de los profesores, donde vio a Morgan de pie. Hizo el encantamiento amplificador y su voz llegó a todos los rincones de la habitación.
—Los horarios se mantienen como de costumbre. Todos deberéis acudir a las clases con total normalidad. Las salas comunes han sido registradas y no se ha encontrado nada peligroso. Se arreglarán las entradas y todo volverá a la normalidad, así que pido que se mantenga la calma. Podéis marcharos todos a las salas comunes para coger los materiales para clase, excepto Albus Potter —Albus abrió mucho los ojos y alzó las cejas, y todo el comedor se giró a mirarle. La respiración se le aceleró y miró aterrado a todos sus compañeros—, que me acompañará a mi despacho.
—¿Albus? —susurró Lizzie, como pidiendo una explicación.
—No lo sé, no he hecho nada.
Los demás alumnos comenzaron a salir del comedor para ir a sus salas comunes, pero antes miraban de refilón a Albus.
—Nos vemos luego, chicos —dijo Albus y evitó mirar a nadie a los ojos.
Cabizbajo se dirigió hacia la mesa de profesores, donde le esperaba Morgan. Con su eterna expresión neutral, Morgan rodeó a Albus por los hombros y le llevó a su despacho.
La oficina del director era una gran sala circular con muchas ventanas y muchos retratos de directores y directoras anteriores. El retrato más grande era el que estaba tras el escritorio, y en él se mostraba a un mago delgado con nariz aguileña, ojos negros y cabello grasiento. No estaba solo con Morgan en el despacho; también estaban Neville y el profesor Faulkner.
—¿Reconoce esto? —le preguntó Morgan, y alzó un sobre y lo agitó en el aire.
Albus miró el sobre y lo reconoció: era el mismo que había recibido hacía un mes, pero este parecía sellado. Pensó que quizás era uno nuevo, una nueva advertencia, y no supo qué hacer: ¿debía explicar lo de las advertencias o mentir?
—¿Señor Potter? —insistió Morgan—. Si tiene alguna información que nos ayude a descubrir quién o por qué han abierto las salas comunes, debe decirlo, señor Potter. Los alumnos pueden estar en peligro.
—No —empezó a decir, no muy seguro de lo que hacía—, iba a decir que no me suena, pero me he acordado de algo. Es —intentó reír para quitarle importancia—, no es peligroso. Quiero decir que es cosa de-de Sekinci, señora. Phinos Sekinci. Hace unas semanas que me deja notas para meterse conmigo, pero no es nada importante. Paso de él, está todo bien.
Morgan no podía cambiar su expresión, pero tanto Neville como el profesor Faulkner le miraron con desconfianza. Albus sintió un ligero tembleque que le decía que no había estado bien mentir, pero realmente quería saber qué ponía en esa nota, y tampoco creía que tuviese nada que ver con los destrozos de las entradas a las salas comunes.
—¿Está usted seguro?
—Sí, señora, totalmente.
Morgan le miró durante un rato más sin decir nada, y después le tendió el sobre.
—Tómelo, y puede retirarse.
Albus asintió torpemente, cogió el sobre y salió del despacho, pero se quedó escuchando tras la puerta.
—¿De verdad crees que dice la verdad, Katherine? —oyó preguntar a Neville.
—Tú le conoces más que yo, Neville. Dime lo que crees tú.
—Albus no suele mentir, a no ser que sea en beneficio propio.
—Es un alumno de mi casa, no me esperaba menos.
—No es el momento para sentirte orgulloso de eso, Hector.
—No he dicho que esté orgulloso, tranquilo. ¿Puedo ser sincero, Katherine? —debió recibir un signo de aceptación, porque procedió a decir su opinión—. Esa carta podría llevar cualquier cosa escrita. Podría ser una confesión de amor, podría ser realmente insultos y demás (lo que dudo mucho), incluso podría ser una carta de sus padres. No creo que sea nada peligroso. Si lo fuese, no hubiese dudado en decir la verdad.
—En eso estoy de acuerdo —dijo Neville—. Albus nunca pondría en riesgo a nadie. Pero me preocupa. Quizás es peligroso para él, y por eso no quiere decir nada.
—Es tu ahijado y es normal que te preocupes, pero incluso si ese fuese el caso, mantengo lo que ya he dicho. No hubiese mentido, lo hubiese contado.
—No olvidemos que su padre es Harry. Y Harry mentía para proteger a los suyos. Aún lo hace.
—No deberías juzgarle por ser el hijo de quien es. Son dos personas totalmente independientes.
—Ambos coincidís en que Potter no mentiría si fuese un caso de peligro para los demás, y dado que no nos ha querido decir la verdad, no sabemos si es peligroso para él. Propongo que zanjemos el tema, y que por si acaso se preste especial atención a Potter. ¿Estáis de acuerdo?
Albus bajó corriendo las escaleras antes de que los profesores saliesen del despacho y siguió corriendo hacia su sala común para coger la mochila e ir a clase. Por desgracia, la primera hora era compartida con los Hufflepuffs, así que no podría refugiarse de las miradas de los demás en Rose, Scorpius o Lizzie. Cuando entró en el aula de Defensa contra las Artes Oscuras, los murmullos, los dedos apuntándole y las miradas comenzaron, y aunque se rebajaron, no pararon durante toda la hora.
—¿Qué pensabas encontrar, Potter? —le preguntó una alumna de Hufflepuff cuando la clase acabó y salieron a los pasillos.
—Sólo quiere ser famoso como su padre —dijo otro.
—¿Por qué no vais a esconderos a vuestra madriguera, tejones? —le defendió Cian.
—Hey, Albus —Richard puso una mano en el hombro de Albus mientras Cian espantaba a algunos alumnos más que pretendían meterse con Albus—. ¿Qué te ha dicho Morgan? ¿Por qué quería verte?
—¿No te habrá echado la culpa, verdad? —temió Charlie, que se acercó a Albus junto a Cian (que volvía de defender a Albus).
—No, no. Encontraron una carta que les pareció sospechosa, pero no es nada. ¿Vosotros no creéis que haya sido yo?
—¿Qué motivo tendrías? —preguntó Cian sin esperar respuesta—. Bah, la gente aprovecha todas las ocasiones para meterse con alguien.
—Morgan podría haberte convocado a su despacho más disimuladamente, y no delante de todo el colegio —comentó Richard.
—Pues sí, la verdad —acordó Albus.
—Anda, vamos, que después del descanso nos toca lidiar con los Gryffindors —medio bromeó Cian.
En Pociones ayudó un poco más la mirada asesina que Rose les echaba a aquellos que murmuraban y señalaban a Albus, y lo directa que era Lizzie al decir a los que murmullaban que se callasen, y en las siguientes dos clases, Scorpius se mantuvo a su lado todo el tiempo y le repetía que no hiciese caso a los que se metían con él, hasta que se hartó e infló a un alumno de su propia casa, que salió flotando hacia el cielo.
—Vaya, Scor, pensaba que eras un temple de paz y tranquilidad.
—Y lo soy, soy muy paciente, hasta que la paciencia se me acaba. Vamos, Rose y Lizzie nos esperan en el vestíbulo.
Albus se despidió de Cian, Richard y Charlie y siguió a Scorpius hacia el vestíbulo. Cuando se juntaron los cuatro, decidieron salir del castillo, pues pensaron que fuera no les molestarían tanto. Albus aún no les había contado nada de lo que había pasado: ni el encuentro con el profesor Faulkner la noche anterior, ni lo que había oído en el despacho de Morgan, pues estaba esperando a tener un momento tranquilo. Así que cuando llegaron al campo de quidditch, donde el equipo de Hufflepuff estaba entrenando, les explicó todo.
—Bueno, estarás vigilado, pero no sospechan de ti. Eso es bueno —dijo Scorpius.
—Eso no importa. ¿Qué pone en la carta? —preguntó Rose.
—¡Rose! No seas así, hombre —la regañó Lizzie—. Está bien saber que no le echan la culpa a Albus. Me enfadaría mucho si lo hubiesen hecho.
—Ya, pero se ha metido en este lío por la carta. Si es otro «eh, tened cuidado, James podría matarse», seré yo la que mate a alguien.
Albus miró a sus amigos, y Lizzie admitió que Rose tenía razón, y le instó a abrir la carta. Albus despegó el sello y abrió la lengüeta, y el sonido del pergamino arrugándose se mezcló con los chillidos y los batazos de los Hufflepuff que entrenaban.

¿Quieres saber adónde va James? Ve a la Sala de Trofeos a las 8:30pm de cualquier día.

Los cuatro niños se miraron entre ellos.
—¿Ahora qué? —preguntó Lizzie.
Una quaffle dio a Albus en la cabeza y la carta se le cayó.
—¡Perdón! ¡Lo siento mucho, se me ha escapado!
Alguien aterrizó en las gradas, cogió la quaffle y la pasó a uno de sus compañeros. Después se giró a mirar a Albus, que se rascaba la cabeza justo donde le había dado la pelota.
—Perdona, de verdad. Aún necesito más práctica.
—Vale, no pasa nada —Albus alzó la vista y vio a una chica de pelo rubio ceniza, corto a la altura de los hombros y liso, ojos color lima y los pómulos grandes. Era bajita y delgada—. Pero ha dolido. Tienes mucha fuerza.
La niña rio.
—Qué porquería de cazadora sería sino, ¿no? Lo siento, en serio. Soy Rebecca —tendió una mano que Albus agitó.
—Yo Albus.
—¿Albus? ¿Al que han llamado hoy al despacho de la directora?
—¿Algún problema con eso? —le preguntó bruscamente Rose.
—Ah, no, no.
—¡Rebecca! ¡Vamos, un, dos! ¡Te necesito preparada para el dieciocho de noviembre!
—¡Vale, ya voy! —se giró hacia los cuatro niños y les saludó con la mano—. Bueno, ya nos veremos.
Albus, Scorpius y Lizzie se despidieron de Rebecca, y Rose simplemente le lanzó una mirada desafiante.
—Bueno —Scorpius cogió la carta de las gradas y se la devolvió a Albus—, ¿qué piensas hacer?
—No lo sé. De verdad que no lo sé.
—Yo iría al sitio que pone ahí —dijo Rose—. Si James no lo va a decir, descubrámoslo por nosotros mismos.
—Pero es que no es su obligación decírnoslo —dijo Lizzie.
—Lizzie tiene razón —admitió Albus—. Es su problema meterse en estos líos. Aunque me preocupe, no puedo hacer nada. ¿Le habéis visto en la comida?
—Sí, estaba con Blake y Anne —contestó Lizzie—. Y no tenía ninguna herida. Desapareció como siempre durante un rato y reapareció más tarde, ya está.
—Vamos, chicos —se quejó Rose—. ¿De verdad no habéis notado que desapareció justo cuando pasó lo de las salas comunes, y reapareció cuando todo estaba arreglado ya? ¿No veis una conexión de ideas aquí?
—¿Insinúas que James fue a ver al culpable de lo de las salas comunes? —intuyó Scorpius.
—Exactamente.
—¿Crees que James se está viendo con alguien que intenta hacer daño a los alumnos? —preguntó incrédulo Albus.
—Quizás.
—¿Cómo puedes sugerir una cosa así? ¡James no es así!
—No quiero decir que él quiera hacer daño a nadie, sólo que se ve con quien sí que quiere hacerlo. Es decir, puede que James esté intentando cambiar a esa persona a mejor, ¿sabes?
—No llegaremos a ninguna parte inventándonos teorías —se interpuso Lizzie—. Al, dijiste que si tu hermano volvía a desaparecer y reaparecer con heridas, hablarías con él. Bueno, no ha vuelto con heridas, pero ha pasado lo de las salas comunes. Creo que la gravedad de las dos situaciones es igual, así que propongo que hables con él.
—Lo negará todo, lo sé. Será imposible hablar con él.
—Vale. Pues hagamos lo que pone en la nota.
—¡Lizzie! —se sorprendió Albus—. ¿De verdad?
—No quería llegar a eso, pero no nos queda otra. James tampoco está hablando con Blake y Anne. El peligro no es sólo suyo ahora; todos estamos en peligro.
Rose miró a Albus firme y decidida, pero insegura de la reacción que podría tener su primo y de cómo le afectaría. Lizzie le miraba apenada, y Albus y Scorpius tenían la mirada desviada hacia la nada. Scorpius resopló, y Albus le miró. Ambos niños se dedicaron miradas apenadas, aunque sabían lo que debían hacer.
—Vale. Ahora estoy vigilado, pero quizás en Halloween podría escaparme sin levantar sospechas.

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