Como no podían decir de qué trataba exactamente
el club, a los niños les fue un poco difícil convencer a las personas para que
fueran a la reunión, sobre todo para Scorpius, porque el día anterior del día
de la reunión le había tocado a él dar clases a Luned, y había vuelto a la sala
común con heridas. Jayden y Alex le ayudaron a curarse, pero temieron que fuera
por algo relacionado con el club, así que el sábado iban un poco reacios hacia
la sede.
A medida que Albus, Rose, Scorpius y Lizzie iban
llegando a la puerta (en ese mismo orden), hacían el hechizo muffliato con sus invitados fuera, para
que no oyesen la contraseña. Hasta que no tuviesen las insignias que les
identificaba como miembros, no podían saber la contraseña.
Como no habían podido tener acceso a ningún sofá,
distribuyeron las sillas en redonda y apartaron las mesas. Cuando ya hubieron
llegado todos y se hubieron sentado, Albus se levantó de su silla.
—Buenos días a todos, y bienvenidos a la sede del
club ECHS. Los nuevos seguramente estaréis un poco confundidos, así que
explicaré de qué va todo esto. Primero de todo, tenéis que saber que los que os
han traído aquí os tienen la suficiente confianza como para saber que no
difundiréis nada lo que se hable aquí. Este club tiene el objetivo de conocer
gente nueva y hacer nuevos amigos, pero todos los miembros deben tener una cosa
en común: odiar (o que les caigan mal) los hermanos Sekinci.
Todos los nuevos se miraron entre ellos con
sonrisas en el rostro.
—¡Este club es genial! —exclamó James—. Va, va.
¿Cuántos de aquí odiamos a algún Sekinci?
Todos levantaron la mano emocionados y rieron
ante el resultado.
—¡Bien! —rio Albus—. Vale, pues empezaremos con
las presentaciones. Yo me llamo Albus Potter, soy de Slytherin y estoy en
primero, y he traído a mi hermano James.
Albus se sentó y James se levantó. Sonrió a todo
el mundo y se fue al centro de la redonda. Mientras hablaba, se iba girando
para mirar a todos los presentes.
—¡Hola! Yo soy James Potter, soy un Gryffindor
(¡arriba, leones! ¡Somos los mejores!) y estoy en tercero. Soy el hermano mayor
de ese pequeñajo —señaló a Albus, quien se encogió en su silla—, y soy el mejor
buscador del colegio.
Mientras volvía a su silla, hubo abucheos en
broma, y Scorpius gritó que el mejor buscador del colegio era Brock, de
Ravenclaw. Hubo bromas y burlas antes de que Rose se levantase.
—Yo soy Rose Granger-Weasley, soy de Gryffindor
(la mejor casa del colegio) y voy a primer año. Soy a la que tenéis que pagar
tres sickles a cambio de una insignia. Ah, y he traído a Sabrina Lynwood.
—¡Holaaaaa! —saludó Sabrina antes de que Rose
tuviese tiempo de sentarse otra vez—. Como ha dicho mi compañera Rose, yo me
llamo Sabrina Lynwood. Soy hija única y vivo en Stamford, en una casa que mis
padres llamaron Clovertack. Tengo once años, soy sangre pura y soy una
Gryffindor. Voy a primero junto a muchos de los que estamos hoy aquí, y tengo
que decir que me encanta Hogwarts y todos los alumnos, menos, obviamente, los
hermanos Sekinci, que, ecs, no me caen nada bien. Son muy esnobs y racistas y…
—Vale, Sabrina, ya está —le interrumpió Rose, y
le indicó con un gesto que se sentase.
—Bueno, pues me toca a mí —dijo tímidamente
Scorpius mientras se levantaba—. Mi nombre es Scorpius Malfoy, son un Ravenclaw
y también voy a primero. Y me acompañan Jayden y Alexander.
Jayden y Alex se presentaron como todos los demás
(nombre, apellido, casa y curso). Después le tocó a Lizzie y después a su
acompañante, que para sorpresa de todos, era Rebecca.
—Hola a todos. Como ha comentado Elizabeth, yo me
llamo Rebecca Phillips, soy de Hufflepuff (y la única, por lo visto) y voy a
segundo. Me alegra no ser la mayor del grupo, así que gracias, James —bromeó
Rebecca.
—¡De nada! —exclamó James con una sonrisa.
Scorpius explicó las normas del club de forma más
resumida que en el papel oficial que habían colgado en la pizarra, y les dijo
que si tenían alguna duda, las normas estaban mejor explicadas en el papel. Las
copias de Rose, Albus y Lizzie (la de Scorpius era la que estaba colgada en la
pizarra) las habían guardado bajo llave en el cajón del escritorio del
profesor, pues no podían arriesgarse a que las encontrasen en sus habitaciones
(y más la de Albus). Después, los nuevos dieron el dinero a Rose y ella les
entregó las insignias con sus nombres grabados en el reverso. A todos les
entusiasmaba formar parte del club, así que les dijeron el verdadero nombre del
club y la regla cero del reglamento, y les confiaron la contraseña de la sede.
Hablaron de hacer una celebración en Navidad, pero la mayoría volvían a casa en
esas fechas, así que se pactó una fiesta de inicio de trimestre para levantar
el ánimo. A la hora de comer, salieron todos de la sede y fueron al Gran
Comedor.
Estuvieron tan centrados en el club, en las
clases de Luned y en los regalos de Navidad que diciembre se pasó en un abrir y
cerrar de ojos. Antes de que se diesen cuenta, las ventanas se congelaron y los
primeros copos de nieve cayeron, y sólo faltaban cinco días para Navidad. Sería
la primera Navidad que Albus, Rose y James pasarían fuera de casa, pues habían
decidido quedarse en Hogwarts para poder pasarla con Luned.
Esa noche, Slughorn había organizado una fiesta
de Navidad antes de que el expreso volviese a Londres, a la que había invitado
no sólo a los miembros del Club de las Eminencias, sino a antiguos alumnos, a
amigos y compañeros suyos, y además, los invitados podían llevar acompañantes.
Aunque Albus estaba más que acostumbrado a las fiestas de grandes muchedumbres,
estas eran normalmente familia y los conocía a todos, al contrario que la
fiesta de Slughorn. Estaba un poco nervioso de estar en un lugar tan lleno de
gente desconocida, y siendo la mayoría mayor que él. Para animarlo, había
decidido llevar como cita a Lizzie, y como a Rose le enrabiaba que Scorpius no
estuviese en el club meramente por quién era su padre, decidió llevarlo a él
como cita. Así, Albus estaría rodeado de sus amigos más íntimos, y eso le
consolaba.
La fiesta se hacía en el despacho del profesor,
en el sexto piso. Como era un evento formal, Albus se había puesto su túnica de
gala, sobre la que bromearon sus compañeros de habitación.
—¡Potter! —exclamó Richard en un intento de
imitación de Slughorn. Se tocó un bigote imaginario y rodeó a Albus por los
hombros—. Me alegra que hayas venido a mi fiesta de famosos. ¡Tú eres el más
famoso de ellos, y por eso llevas ese traje tan cutre! —rio junto a Albus.
—¡Albus, Albus! —gritó Cian como si fuera una
admiradora, y dio saltitos mientras lo señalaba—. ¡Llévame como acompañante y
convierte mi vida en un cuento de princesas! —cogió a Albus y dieron vueltas
cogidos de la mano.
—Dejadme en paz. Ya me veo suficientemente
ridículo sin vuestra ayuda —confesó Albus mientras se reía.
—¿Elizabeth y tú os daréis besitos en la boca?
—preguntó Cian, y sacó los labios como si fuese un pato y dio besos en el aire.
Albus puso una mano encima de la cara de Cian y
le empujó suavemente hacia atrás. Cian dejó de hacer la mueca y se rio junto a
Richard y a Charlie. Sekinci no estaba en la habitación, como de costumbre.
Intentaba pasar la mayor parte del tiempo posible fuera de la habitación y
lejos de Albus y sus amigos.
—Me tengo que ir ya. Los demás me estarán
esperando —dijo Albus, cogió su varita y la guardó en un bolsillo interior de
la túnica negra.
—Procura que Sekinci no te vea —le advirtió
Richard—. No será tan simpático como nosotros.
—Ya, vale. Echarle del club fue lo mejor que hizo
Slughorn —rio Albus.
—Meterse en peleas le pasó factura —se burló
Richard.
Albus se despidió de ellos y corrió al sexto
piso, donde le esperaban sus amigos. Tanto Rose como Lizzie llevaban vestidos:
el de Rose era lila, tenía brillantes, de mangas hasta los codos y largo hasta
un poco más de las rodillas; el de Lizzie era de tirantes, largo hasta las
rodillas, con una cinta roja ancha en la cintura y de color blanco con un
estampado de pequeños rombos de colores. Scorpius, en contraposición con Albus,
no llevaba túnica de gala; sólo llevaba pantalones negros, camisa blanca y
corbata negra, y se había repeinado hacia atrás.
—¿Y tu túnica? —le exigió Albus.
—¿Por qué llevas tú túnica? —le preguntó
Scorpius, entre confundido y asustado.
—Es una fiesta formal, se supone que tenemos que
ir vestidos así.
—No pensaba que fuese tan formal…
—¿Ah… no? —Albus miró a sus otras dos amigas, y
ellas encogieron los hombros—. Voy a cambiarme —dijo, y se dio la vuelta.
—¡No! —Rose le cogió de la manga y le arrastró
hacia ella—. Vamos a llegar tarde. Vayamos ya.
—¡No quiero ir con esto! —Albus se cogió la
túnica y la agitó mientras Rose le arrastraba hacia el despacho de Slughorn.
—No habértelo puesto —le espetó cariñosamente
ella.
Albus hizo un puchero y se dejó arrastrar por su
prima.
El despacho estaba casi irreconocible: Slughorn
había cubierto el techo y las paredes como si fuera una tienda, con colgaduras
rojas, verdes y doradas, colores representativos de la Navidad. Hasta la luz
tenía esos colores, pues salía de una lámpara del techo dorada y la luz que
desprendía era rojiza. Alrededor había velas verdes, y hadas de verdad
revoloteaban cerca. Olía a canela y se escuchaban cánticos navideños. Una
bandeja plateada se chocó contra la rodilla de Albus.
—Perdón —se disculpó Albus, y por debajo de la
bandeja se asomaron unos ojos saltones y unas orejas puntiagudas.
—No importa —dijo el elfo doméstico entre
dientes.
«Seguramente no es la primera vez que le pasa»,
pensó Albus.
—¡Albus, muchacho! —oyó exclamar al profesor
Slughorn.
Slughorn se abrió paso como pudo entre la
muchedumbre hasta llegar a Albus. El profesor llevaba un sombrero del que le
colgaban unas borlas navideñas y un batín rojo con las mangas doradas, aunque
los colores eran muy apagados. Seguramente era un batín muy viejo.
—Buenas noches, profesor Slughorn. Y feliz
Navidad.
—Oh, muchacho, ¡gracias, gracias! ¡E igualmente,
sí! —rio Slughorn, muy bonachón—. ¡Oh, Elizabeth Hayward! ¡Buenas noches!
—Buenas noches, señor —le saludó ella, y le
dedicó una gran sonrisa.
A Lizzie le caía muy bien Slughorn. Decía que era
como un abuelo cariñoso y adorable, de esos que daban dinero a sus nietos
cuando sus padres no miraban.
—Oh, qué agradable, sí… ¡Ah, Rose Granger-Weasley!
¡Has traído a Scorpius Malfoy! Muy bien, muy bien… —se notaba que no le hacía
mucha gracia que Scorpius hubiese venido, así que evitó su mirada y la centró
en la túnica de gala de Albus—. ¡Ah, qué elegante!
—Gracias, señor —dijo Albus entre dientes.
—Ven, quiero presentarte a alguien.
Slughorn empujó a Albus suavemente, pero Albus se
detuvo y llamó a Lizzie para que le acompañase. Slughorn la miró de reojo un
poco molesto, pero siguió guiando a Albus, ahora con Lizzie al lado.
—Albus, te presento a Peter Attwather, un antiguo
miembro del Club de las Eminencias y un famoso herbologista. Ha descubierto
muchas propiedades nuevas en muchas hierbas, ¿verdad? —hizo la pregunta
directamente al señor Attwather, un hombre menudo, con barba voluminosa y pelo
oscuro.
Tenía una divertida mecha azul en el centro de su
barba y una nariz extrañamente grande. El hombre rio y miró a Albus.
—Eso intento, al menos —le sonrió—. ¿Tú eres el
hijo de Harry Potter?
—Sí, uno de ellos —dijo entre dientes y con un
intento de sonrisa—. Y ella es mi amiga, Elizabeth Hayward —dio un empujoncito
a Lizzie para que se adelantase, y ella, sin molestarse, sonrió al señor
Attwather.
—¿Hayward? —repitió Attwather, y cogió una copa
de hidromiel de una bandeja que pasaba por allí—. ¿Puede que estés relacionada
con Charles Hayward?
—Hum… Sí. Él era mi padre —respondió Lizzie, un
poco confundida.
—¡Vaya! ¡Horace, no sabía que tenías alumnos tan
interesantes!
Lizzie se alejó de Attwather cuando este se giró
hacia Slughorn, y miró a Albus, que también la miraba sorprendido.
—¿Tú has oído el nombre de mi padre alguna vez?
¿Es famoso entre los magos? —le preguntó con la frente arrugada.
—No que yo sepa —le susurró él.
—Debes de estar orgullosa de él —Attwather se
dirigió a Lizzie de nuevo.
—Sí, lo estoy, pero no estoy segura que sea por
lo mismo que usted piensa.
Attwather se quedó en blanco un momento, como si
no entendiese de qué hablaba Lizzie.
—¡Ah, por supuesto! —exclamó de repente, como si
hubiese recordado algo—. Como sólo son rumores, es lógico que no sepáis nada,
siendo tan jóvenes. Existen unos rumores sobre la muerte de tu padre. Se dice…
—Bueno, bueno, Peter. Son sólo niños —rio
nervioso Slughorn, y cogió a Attwarther del brazo y estiró de él—. Ya tendrán
ocasión de descubrirlo —le susurró.
—¡Albus!
Albus se giró y vio a Victoire agitar el brazo en
el aire para llamar su atención.
—Vamos —le dijo a Lizzie.
La cogió de la mano y se la llevó lejos de
Slughorn y Attwather sin que se diesen cuenta. Victoire les presentó a su
acompañante, un compañero de su año llamado Harlow Quincy. Después de hablar un
rato con su prima, fueron en busca de Rose y Scorpius.
—¡Chicos, por fin! —exclamó Rose.
—Slughorn te ha tenido retenido, eh —comentó en
voz baja Scorpius.
—De hecho, Lizzie ha llamado más la atención que
yo —dijo, y miró a su amiga. Lizzie miró a sus amigos sin saber cómo reaccionar
o qué decir. Albus notó su nerviosismo, así que quiso restarle importancia al
asunto—. Me ha librado de un rato incómodo —rio.
Por la mirada que le lanzaron Rose y Scorpius,
supo que ninguno le había creído, y que en cuanto tuviesen un momento más
tranquilo, preguntarían por ello (sobre todo Rose). Pasaron la mayoría del
tiempo los cuatro juntos, evitando a Slughorn y su insistencia en presentar a
Albus a un montón de desconocidos. Lizzie no había hablado mucho desde la
charla con Attwarther, y estaba un poco despistada. En un momento de la noche,
avisó a sus amigos que iba a por una bebida, pero Albus la vio tan absorta que
la siguió, la paró y la llevó a un rincón.
—¿Es por lo que ha dicho Attwather? —le preguntó
sin rodeos.
Ella abrió los ojos por la impresión, pero
resopló y asintió.
—Es que no sé cómo tomármelo, ¿sabes? Es raro.
Llevo en Hogwarts muchos meses, y nadie ha dicho nada sobre mi apellido ni
sobre mi padre. ¿Y ahora él dice que existen rumores de su muerte? ¿Qué
significa eso? No entiendo nada.
Albus miró el suelo y pensó en ello.
—Puede que sea un rumor tonto o poco creíble
—posibilitó—, y por eso nadie habla de eso.
A Lizzie pareció encendérsele una bombilla.
—Sí. Eso tiene sentido. Ese señor era un poco
especial; tenía una mecha azul en la barba —Albus rio y asintió para mostrar su
acuerdo—. Anda, volvamos con Scor y Rose.
Lizzie entrelazó su brazo con el de Albus y
juntos fueron al encuentro de sus amigos.
La fiesta acabó tarde, así que Albus optó por
utilizar uno de los pasillos secretos que aparecían en el mapa de James para
llegar más rápido a la sala común. En la habitación, las cortinas de dosel de
la cama de Sekinci estaban echadas, pero los demás estaban sentados en sus
camas hablando animadamente.
—¡Eh, Albus! —exclamó Cian cuando le vio entrar.
Albus se había quitado la túnica y la llevaba en
la mano.
—Buenas noches, chicos. ¿Qué hacéis aún
despiertos a estas horas?
—No tenemos sueño.
—Qué mentira —dijo Charlie mientras bostezaba.
Richard rio y miró a Albus.
—Queremos fastidiarle —susurró, y señaló la cama
de Sekinci.
—Aaaah, ahora tiene sentido —sonrió Albus
mostrando los dientes, y se acercó a su cama y empezó a cambiarse.
—Pues lo que estaba diciendo —dijo Cian después
de girarse hacia Richard y Charlie—. Ahora dicen que existe un giratiempo
perdido por ahí. Supongo que el ministerio enviará gente a buscarlo.
—¿Un «giratiempo»? —preguntó Albus—. ¿Qué es eso?
—Se lo he explicado antes a ellos —dijo Cian, y
se giró en la cama para mirarle—. Verás, es una cosa, un objeto, que permite
retroceder en el tiempo. Por lo que se dice, no deja retroceder más de un día,
así que no creo que sirva de mucho, pero por alguna razón todo el mundo lo
quiere. Se supone que se habían destruido todos, pero hay rumores de que se
salvó uno.
—¿Y cómo sabes eso? —Albus se sentó en su cama ya
con el pijama puesto—. Parece información confidencial. No creo que el ministerio
quiera que se sepa que existen unos objetos capaces de retroceder en el tiempo.
—Sí, claro, pero la información se extendió, y no
había peligro que se supiera porque, en teoría, ya estaban destruidos, no
existía ninguno.
—Y ahora que se dice que se ha encontrado uno,
quieren encubrirlo —añadió Richard.
Albus suspiró.
—El ministerio debería aumentar la seguridad.
Siempre le pasan cosas así.
Siguieron hablando del ministerio y de los
rumores que había suscitado a través de los años, como el que se había
extendido hacía unos pocos años por culpa de una queja que se había impuesto en
el ministerio sobre que Scorpius no era hijo de Draco Malfoy, sino del propio
Voldemort. Obviamente se desmintió fácil y rápidamente, pero aún había gente
que no se fiaba del ministerio. También había muchos rumores sobre los Potter,
sobre todo los que decían que Harry, James, Albus y Lily eran magos oscuros y
que Ginny estaba siendo controlada por Harry. Por eso Albus había tenido tanto
miedo de quedar en Slytherin, pero aprendió a que le diese igual lo que los
demás pensaban de él.
—También estaba ese rumor sobre… —Cian chasqueó
los dedos mientras intentaba recordar—. Una piedra famosa, relacionada con los
dragones. ¿No os suena?
—Sí, oí algo hace un tiempo —dijo Richard con los
ojos entreabiertos—. Un magizoólogo falleció, y protegió sus efectos
personales, entre los que se pensaba había escondido una piedra mágica. Pero no
sé, fue tan fugaz… Ese rumor sólo estuvo por un mes o algo así.
Albus se puso a pensar y relacionó algunas ideas,
como que Lizzie les había dicho a Rose y él el día en que se conocieron que su
padre había sido magizoólogo y que había trabajado sobre todo con dragones o
los rumores que había comentado aquel herbologista en la fiesta de Slughorn.
—¿Os acordáis del nombre del magizoólogo?
—preguntó Albus.
—Ni idea. Creo que me voy a ir a dormir, chicos,
no aguanto —contestó Richard, y se tiró en la cama.
—Sí, es tarde. Buenas noches —dijo Charlie.
—Buenas noches —dijeron el resto al unísono y,
con el cansancio de todo el día, se durmieron rápido.
La Navidad llegó tan rápida que Albus apenas se
dio cuenta. Al igual que Lizzie y Scorpius, Cian, Richard y Sekinci se habían
ido a casa a pasar las vacaciones, así que Albus sólo tenía que compartir la
habitación con Charlie. La mañana de Navidad, Albus se despertó excitado.
Corrió las cortinas de dosel y vio a los pies de su cama una montaña de
regalos. Charlie, en su cama, ya había empezado a desenvolver algunos de sus
regalos, aunque su montaña no era tan grande como la de Albus. Cuando ambos
hubieron desenvuelto todos sus regalos, salieron juntos de la habitación.
La sala común estaba llena de decoraciones
navideñas: espumillones, un pequeño árbol lleno de escarcha y bolas de Navidad,
guirnaldas, muérdago y luces cálidas que contrarrestaban el tono verdoso normal
de la sala.
De repente, Albus se acordó de algo.
—¡Se me ha olvidado una cosa en la habitación!
Ahora vengo —le dijo a Charlie, y le dejó en la sala común adorando el árbol.
Albus entró en su habitación, se arrodilló al
lado de la cama y de debajo de ella sacó un regalo. Cuando se levantó, vio una
figura en la ventana. Al principio se asustó, pero al fijarse, vio que se
trataba de la criatura que Sekinci había asustado aquel día. Albus le sonrió, y
la criatura le devolvió el gesto al mostrar sus afilados dientes. Ambos se
saludaron, siendo Albus siempre el primero en hacer el movimiento. Mediante signos,
Albus intentó preguntar si ellos celebraban la Navidad o se daban regalos. La
criatura pareció tan extrañada de esa pregunta, que Albus lo tomó como un «no».
Pero eso no era completamente cierto, porque la criatura abrió la boca y
profirió un canto muy parecido a la melodía de un villancico. Albus se quedó
escuchando como hechizado. Cuando acabó, la criatura se despidió con la mano y
se marchó, y Albus salió corriendo de la habitación con una gran sonrisa
dibujada en el rostro para contarle lo que había pasado a Charlie.
Las bromas y el optimismo de Cian y la
complicidad y el humor más negro de Richard brillaban por su ausencia, y Albus
lo echó de menos en el desayuno. Y no sólo a ellos; el comedor estaba mucho más
vacío que de costumbre. Desde su sitio, podía ver a su hermano y Rose en la
mesa de Gryffindor mientras desayunaban.
Pero la verdad es que la decoración casi hacía
olvidar a Albus que sus amigos no estaban junto a él: había doce árboles de
Navidad en el Gran Comedor decorados con guirnaldas y escarcha, y del techo
caía nieve cálida y seca. En el pasillo, las armaduras cantaban villancicos y
las barandillas de las escaleras estaban decoradas con carámbanos. Incluso las
normalmente oscuras y sosas mazmorras estaban llenas de colorido y de música.
Ellos mismos cantaron villancicos durante el desayuno, todos a coro. Esta
fiesta era una de las favoritas de Albus.
No podían dejar que Luned pasase la Navidad sola,
así que Rose, James y Albus bajaron juntos a la Cámara de los Secretos. Justo
antes de cruzar la puerta de las serpientes, se abrió la puerta y por detrás
apareció Cato.
—¡Hola, Cato! —le saludó con alegría James—.
¡Feliz Navidad!
—¡Gracias, James! ¡Igualmente! —James fue a
abrazarle, pero Cato se apartó un poco y le tendió la mano en su lugar. James
se quedó un poco confundido, pero se apartó y le agitó la mano. Cato le sonrió
escuetamente y miró a Rose y Albus—. Para todos —añadió.
Los dos niños le sonrieron y le desearon también
feliz Navidad, y se despidieron. Entraron a la cámara y vieron a Luned sentada
en el suelo con varias tarjetas de Navidad, dulces y otros regalos y papeles de
embalar. Se acercaron y guardaron la distancia de seguridad cuando estuvieron
lo bastante cerca. Los tres traían regalos para Luned, así que se sentaron en
redonda y le dieron los regalos.
—¿Todo lo que tienes ahí es de Cato? —le preguntó
Rose, y señaló con la cabeza a las cosas que había en el suelo.
—¡Sí! Se pasa un poco en Navidad —rio, y se
enrojeció.
Mientras Luned abría el regalo de James, Albus
observó los regalos de Cato. Había ranas de chocolate, libros, fotografías de
los dos, velas encantadas muy bonitas con temática navideña, ropa y varias
tarjetas de Navidad, todas con diferentes dibujos en la portada. Había alguna
abierta que dejaba entrever el texto escrito, y a Albus le pareció reconocer
algo. Se centró en una de las tarjetas, concretamente en la letra. Reconocía
esa letra, pero no sabía de qué. Se quedó tan absorto mirando aquella letra y
pensando dónde la había visto que no se dio cuenta que había llegado su turno
para entregar el regalo.
Rose le dio un fuerte codazo en el costado, y él
se quejó y la miró. Ella le señaló hacia Luned, y Albus se dio cuenta de lo que
pasaba.
—¡Oh, sí, perdona! Toma, espero que te guste.
Luned desenvolvió el regalo con la ilusión de una
niña pequeña.
—¡Oh, Albus! ¡Me encanta! ¡Gracias!
Albus fue a abrazarla, pero Luned se asustó un
poco y se echó hacia atrás. Enseguida, Albus pidió disculpas, y se dio cuenta
que su familia era mucho de dar abrazos.
Curiosamente, cuando Albus salió de la cámara en
compañía de su hermano y su prima, ya no recordaba la tarjeta de Luned.
Los tres pasaron todo el día juntos. Fueron a
tomar el té a casa de Hagrid, hicieron peleas de bolas de nieve y patinaron
sobre el lago helado. Después de cenar, fueron a ver a Luned de nuevo y pasaron
allí muchas horas que pasaron sin que se diesen cuenta. Volvieron a sus salas
comunes bastante tarde, así que llevaban a mano el Mapa del Can Cerbero y el
Mapa del Merodeador. Albus fue el primero en llegar a su sala común,
obviamente. Iba arrastrando los pies y dejaba caer los brazos como un peso
muerto. Le pareció agradable la iluminación de la sala común, y lentamente fue
hacia su habitación. Se le cerraban los ojos mientras se desvestía y, cuando
por fin, fue a meterse en la cama, vio en su ventana una forma extraña. Le
costó abrir los ojos y fijarse en qué era: constaba de un retrato suyo hecho
con algas. Albus supo que la responsable era la criatura de aquella mañana, y
que había sido su regalo de Navidad. No pudo evitar sonreír. Así, se metió en
la cama y se durmió casi enseguida.
Al día siguiente, Albus se descubrió las ojeras
más grandes y violetas que había tenido nunca.
—Qué horror —murmuró, aún con la voz pastosa,
delante del espejo del baño.
Intentó peinarse, pero su pelo no se dejaba, así
que se rindió. Mientras Albus, de nuevo en la habitación, se vestía, Charlie se
despidió de él y salió corriendo para enviar una carta, así que se quedó solo.
Después de atarse los cordones de los zapatos, se dio cuenta que no solía tener
momentos a solas. En casa, antes de acudir a Hogwarts, si no estaba con él James,
era Lily, y si no todos sus primos. Y en Hogwarts solía estar acompañado de sus
amigos o sus compañeros de casa. Y ahora que se encontraba totalmente solo y
sabía que nadie le molestaría, le pareció maravilloso. Sonrió, se subió a la
cama y empezó a saltar sobre ella. Recorrió toda la habitación corriendo, bailó
y jugó a lanzar hechizos con su varita. Se revolcó en el suelo, entró y salió
del baño y dio la vuelta a la habitación cogiéndose de los postes de las camas.
Incluso se subió a su baúl y empezó a hablar en voz alta y a reír él solo. Se
tiró de espaldas en su cama con una sonrisa en el rostro. Jamás había sentido
tanta libertad. Dio volteretas en la cama, pero en una se desvió y cayó encima
de su mesita de noche, que se precipitó al suelo junto a él. Se quejó de dolor,
pues se había torcido el tobillo y, cuando miró la mesita, vio que estaba un
poco rota, y uno de los cajones se había abierto y lo que había dentro se había
desparramado por el suelo. Miró en derredor, como si hubiese alguien que le
pudiese haber visto a pesar de que sabía que no era así, y cogió la mesita y la
puso de pie. La arregló con un hechizo, colocó bien el cajón que se había
abierto y empezó a recoger las cosas que se habían salido de él.
Había papeles, plumas, tinteros (que por suerte
no se habían ni roto ni abierto), tarjetas de felicitación, algunos regalos
pequeños y un sobre dentro de otro. Arrugó el entrecejo al ver los sobres, pues
no recordaba de qué se trataba. En el reverso sólo ponía su nombre, y le
pareció que reconocía la letra. Abrió uno de los sobres y sacó la carta que
guardaba.
Quizás la próxima vez aparezca muerto. Cuídale
bien.
«¡Claro!», pensó. Eran las notas anónimas que
había recibido sobre las “raras actividades” que su hermano había llevado a
cabo. Sin darse cuenta, Albus se quedó mirando la nota, y esa letra. Esa letra…
Pasaron unos cinco o diez minutos antes de que
recordase y conectase todos los recuerdos.
—¡Por las barbas de Merlín! —exclamó, y se
levantó rápidamente del suelo, pero se le torció el tobillo y casi se vuelve a
caer.
Pensó que, antes de nada, podría pasar por la
enfermería, pero era una lesión muy sencilla, así que conjuró un hechizo para
curarse y salió corriendo con el sobre en la mano.
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