VII. El Mapa Sin Título

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Era verdad que los profesores le vigilaban. A todos los sitios a los que iba había alguien del personal del castillo, ya fuesen profesores, la bibliotecaria o el celador, aunque conseguían que se viese totalmente normal y cotidiano. Además de eso, ni en la sala común podía estar tranquilo, pues sus compañeros no dejaban de mirarle y de extender rumores sobre él.
Unos días antes de Halloween, los rumores se detuvieron, y las miradas a Albus disminuyeron. A Albus le extrañó mucho, pero no se atrevió a preguntar.
—¡Pequeñajo! —chilló James un viernes cuando le vio salir del Gran Comedor acompañado de Scorpius, Rose y Lizzie. Le revolvió el pelo y Albus le apartó la mano con una queja—. ¿Te ha dejado en paz la gente?
Albus alzó la barbilla y echó la cabeza hacia atrás.
—¿Cómo sabes tú eso?
James se limitó a guiñarle un ojo y salió corriendo.
—¡Me toca con Hagrid! ¡Nos vemos! —chilló mientras agitaba una mano en el aire para despedirse.
—James amenazó con machacar a quien volviese a meterse contigo o hablar mal de ti —le explicó Lizzie—. Lo dijo en la sala común y ordenó que extendiesen la advertencia a todo el colegio.
—Sí, se enfadó muchísimo —comentó Rose.
Albus bajó la cabeza. Su hermano le defendía de las burlas, ¿y qué hacía él? ¿Espiarle? ¿Violar su intimidad?
—Lo siento, disculpadme —dijo, y corrió tras su hermano.
Fuera hacía frío y había comenzado a lloviznar, por lo que Albus se puso la capucha de la capa de su uniforme. El césped estaba húmedo y cubría los zapatos de barro a quien lo pisaba. Vio a lo lejos que Hagrid había colocado una especie de carpa muy modesta delante de su casa, bajo la que esperaba un gran grupo de alumnos. Alcanzó a James a unos cuantos metros de la carpa de Hagrid, le cogió del hombro y le detuvo. James se giró y le miró muy sorprendido, y les dijo a Blake y Anne que siguiesen y que él les alcanzaría más tarde.
—¿Pasa algo, Al?
James no se había puesto la capucha y las gotas de lluvia le mojaban el pelo naranja y corrían por su rostro.
—Sí. Oye, quiero que me digas ese lugar secreto al que vas. Me… —sacó del bolsillo trasero de su pantalón la segunda nota que le había llegado y se la enseñó a su hermano—. Me llegó esto, y pensábamos ir en Halloween todos.
James cogió la nota, la tapó con una mano para que no se mojase mucho y la leyó cuidadosamente. Cuando acabó, miró a Albus. No tenía los ojos grandes ni las cejas alzadas como había pensado Albus; las cejas se inclinaban hacia abajo como si hiciesen una sonrisa inversa, y los ojos, tan profundos, denotaban preocupación. La respiración se le aceleró un poco y desvió la mirada de los ojos de Albus por un momento mientras pensaba.
—¿Por qué? —preguntó simplemente al volver a mirar a Albus a los ojos.
—Porque los profesores piensan acusarte de robo, y es raro que desaparezcas cuando pasan cosas raras en el colegio. Me preocupa todo el secretismo que llevas. Sé que no es justo, porque invado tu libertad, pero… Sólo quiero saber si es peligroso, si voy a despertarme un día y tú ya no estarás. Siempre nos hemos llevado mal, pero nunca nos habíamos ocultado nada. Al menos nada importante.
James hizo un amago de sonrisa y atrajo a Albus hacia él. Le rodeó el cuello y le abrazó, y Albus se lo devolvió. Sintió que James le metía algo en el bolsillo trasero, se separó de él, le revolvió el pelo bajo la capucha y le dijo:
—En Halloween.
Y se fue. Albus se sacó lo que James le había dado y vio un pergamino viejo y doblado varias veces. Lo desdobló pero no había nada escrito. Miró con el cejo fruncido hacia la dirección que James se había ido, sin comprender. Se volvió a meter el pergamino en el bolsillo y volvió a entrar en el castillo bajo la lluvia que ya empezaba a apretar.
—¿Qué se supone que es? —preguntó confundida Lizzie cuando Albus les enseñó el pergamino viejo y vacío en la biblioteca.
Rose dio un grito ahogado y cogió el pergamino rápidamente. Lo analizó desde muy cerca y, una vez lo hubo devuelto a la mesa, miró a sus amigos con una mirada feliz y una sonrisa pícara.
—Creo que sé lo que es. Albus, ¿no te suena haber oído a tu padre y al mío hablar alguna vez de un tal «Mapa del Merodeador»?
Albus se quedó pensativo, intentando recordar ese nombre.
—Sí, me parece que alguna vez lo he oído.
—Pues creo que es esto —sonrió muy ampliamente y miró a sus amigos como si esperase que ellos lo entendiesen para compartir su felicidad—. Tiene que haber alguna forma para que se muestre la tinta.
—Pero, ¿qué es el Mapa del Merodeador? —preguntó Lizzie, más confundida que antes.
—Es un mapa de Hogwarts que muestra no sólo todos los pasadizos secretos, sino a la gente en tiempo real. Según lo que he podido deducir de las conversaciones entre mi tío y mi padre.
—¡Eso es fantástico!
—¡¡Sshht!! —les instó la señora Pince.
Albus miró a los demás con cautela y habló en voz baja.
—Lo miraré en la sala común. No me fio de los profesores; aún pensarán que el pergamino es algo peligroso.
—De acuerdo —accedió Rose—. Pero, Al, ¿te lo ha dado sin decirte qué era?
—Me lo ha metido en el bolsillo y me ha dicho: «en Halloween», y después se ha ido.
—¿Eso quiere decir que en Halloween nos dejará acompañarle? —preguntó Scorpius cautelosamente.
—Creo que sí, Scor —dijo Albus—. En Halloween descubriremos en qué está metido mi hermano.
Una vez estuvo en su cama y oculto a la vista por las cortinas de dosel, Albus sacó el pergamino y se quedó mirándolo. ¿Cómo podía hacer que se descubriese la tinta? No podía ser tan fácil como conjurar algún hechizo, así que debía ser alguna contraseña.
—Orden del Fénix —dijo, y le dio un toque al pergamino, pero este no reaccionó.
Frunció los labios, claramente molesto. ¿Por qué le daría el pergamino James si ni siquiera sabía cómo utilizarlo?
Probó con diferentes contraseñas, pero ninguna le funcionó, así que se rindió. Escondió el pergamino debajo de su almohada y se durmió.

Nunca le había parecido a Albus que Halloween llegase con tanta lentitud. Se pasó los días pensando en el extraño pergamino, en James, e imaginándose todos y cada uno de los escenarios posibles con los que se podía encontrar el día de Halloween. ¿Quizás el heredero de Slytherin estaba escondido en la Cámara de los Secretos? ¿Quizás el basilisco había vuelto a la vida y era el que había roto las entradas a las salas comunes? ¿Quizás la Cámara era un sitio de reuniones secretas para personas con ideas “Voldemortéricas”? ¿Quizás James, de alguna manera, era el heredero de Slytherin? ¿Quizás el pergamino sólo se revelaba si se le hablaba pársel? Y así, todos los días, a todas horas. Scorpius y Lizzie le insistían en que no iba a ser algo tan malo, pero Rose callaba. Le asustaba que Rose pudiese pensar algo malo de su hermano, pues ella le conocía hacía tanto como Albus mismo.
Halloween llegó por fin, y con ello los nervios más severos que Albus había sentido nunca. Tenía en la cabeza tantas teorías que apenas pudo atender a las clases ni comer nada, y a la hora de la cena ni siquiera notó los decorados de Halloween. Se sentó en la mesa de su casa entre Cian y Charlie con la mirada perdida, rodeado de miles de murciélagos que aleteaban, calabazas con caras terroríficas y velas dentro y un festín de comida deliciosa. Sus compañeros le miraban con el ceño fruncido o con los ojos muy abiertos para intentar descubrir qué le pasaba, pero de nada de esto se enteraba Albus. Estaba demasiado ocupado imaginando cosas y pensando en una posible contraseña para el pergamino que le dio James. Un avión de papel aterrizó mágicamente en la mesa, justo debajo de las narices de Albus. Él lo vio y lo abrió. Era una nota de James.

A las 8:30 pm en la Sala de Trofeos

Intentó controlar su respiración, pues sin darse cuenta se le había acelerado y los nervios habían surgido.
—¿De quién es? —le preguntó Charlie y señaló la nota con la cabeza.
Albus arrugó el papel hasta convertirlo en una bola y se lo metió en el bolsillo.
—No es nada. Bromas de mi hermano.
Charlie desvió la mirada hacia abajo, pues la respuesta de Albus le había parecido brusca y falsa.
Después de la cena, Albus esperó a sus amigos en la puerta del Gran Comedor y les comunicó la hora y el sitio de reunión. Todos se fueron a sus habitaciones a esperar, pero cuando se estaban despidiendo, Lizzie notó el malestar de Albus y le dijo a Rose que ella se quedaría por allí abajo. Albus no esperaba que ninguno de sus amigos notase que estaba preocupado, así que le sorprendió que, después que Scorpius y Rose se marchasen, Lizzie fuera tan directa al preguntarle qué le pasaba       . Ella le cogió del brazo y empezaron a caminar.
—No lo sé. Es una sensación rara —le respondió Albus mientras bajaban a las mazmorras.
—Preocupación, supongo, ¿no?
—No. Creo que es miedo. Miedo mezclado con cómo voy a encubrirle delante de todo el mundo.
Lizzie frunció el ceño y echó la cabeza hacia atrás.
—¿Qué estás diciendo, Al?
Él la miró con temor de ser demasiado sincero, pero no quería mentirle, así que bajó la mirada.
—¿Si hiciese algo malo…? ¿Si tu hermano fuese malvado…? ¿Le protegerías?
—No lo sé. Depende de lo que esté haciendo… Quizás sí. Jamás ha sido un niño cruel ni malvado. Habría una buena razón detrás si lo fuese.
Ambos niños se quedaron en silencio. Albus no tenía nada nuevo en qué pensar, así que tenía la mente en blanco, pero Lizzie estaba inmersa en sus pensamientos. Pasaron unos minutos así, caminando por los intrincados pasillos de las mazmorras, rodeados de tapices, estatuas y cuadros. Un retrato saludó a Albus cuando él y Lizzie pasaron por delante, y Albus le hizo una pequeña reverencia con la cabeza.
—Protegeremos a tu hermano —dijo finalmente Lizzie—, pero antes de eso, yo protegeré a los demás de él si se da el caso.
—Me parece bien. Sólo espero que ese momento no llegue.
Lizzie y Albus se despidieron y cada uno se fue a su sala común, pero cuando Albus llegó a la pared llena de musgo, pensó en qué podía hacer hasta las ocho y media, y se dio cuenta que no tenía ganas de hablar con nadie ni de hacer deberes, así que dio media vuelta, pasó de largo y desanduvo el camino andado y paseó por los pasillos. Los alumnos con los que se encontraba aún le miraban mal, pero a Albus le daba igual en esos momentos. Mantenía la mirada al frente mientras pensaba en James y los momentos que había compartido con él.
—¡Eh! ¡Eh! ¡Albus, ¿no?!
Albus se fijó en quién le había llamado. Era la chica que le había dado con la quaffle en el estadio de quidditch hacía casi un mes. Ante el recuerdo, se tocó la parte de la cabeza en que había recibido el golpe.
—Hola, hum… ¿Rebecca?
—¡Sí! —Rebecca se acercó a Albus a trote y se colocó frente a él—. Hola, ¿qué tal estás?
—Hum… Prefiero no contestar. ¿Tú?
—Oh. Yo bien, gracias.
Se quedaron en un silencio incómodo y evitaron mirarse a los ojos.
—Bueno, yo… —empezó a decir Rebecca—. ¿Cómo llevas el golpe que te di?
—Ah, bien. Sólo fue un pelotazo.
—Ya, vale —se volvieron a quedar en silencio. Rebecca cogió aire y alzó una mano para despedirse—. Bueno, un placer hablar contigo.
—Pero si no hemos hablado.
—Ya… ¡Adiós!
Rebecca se alejó bajo la mirada de extrañeza de Albus. Agitó la cabeza y miró su reloj de bolsillo. Faltaba media hora para su reunión con James y los demás.
—¡Albus! —Rebecca se volvió a acercar a Albus, y él resopló disimuladamente—. Oye, no te tomes demasiado a pecho que la gente… te señale, y eso. Sólo tienen miedo, y necesitan un culpable.
La expresión de Albus se suavizó y miró a Rebecca entre agradecido y sorprendido.
—¿Tú no me odias?
—¡Nadie te odia! —rio ella—. Ahora puede que te tengan en el punto de mira, pero ya está. Dentro de un tiempo nadie se acordará de esto. Y yo no puedo juzgarte, no te conozco. Pero si sigues teniendo amigos, supongo que serás un buen chico. ¡Adiós! —agitó una mano como despedida y se alejó de nuevo.
A las ocho y media, Albus se encontró con Lizzie, Scorpius y Rose en la Sala de Trofeos. James llegó diez minutos más tarde.
—¿Habéis usado el mapa para venir? —preguntó James en voz baja.
—¿Qué mapa? —preguntó Albus.
—El que te di, tontín.
—Te dije que era el Mapa del Merodeador —recordó orgullosa Rose.
—No —rio James—, el que tiene Albus no es el del Merodeador. Ese lo tengo yo —sacó de su bolsillo un pergamino, muy viejo y usado, diferente del que tenía Albus—. El que tiene Al no tiene nombre aún.
—¿«Aún»? —repitió Rose con una mueca de incomprensión—. No entiendo nada.
—Al, ¿lo tienes aquí?
Albus sacó el pergamino doblado del bolsillo de su pantalón y se lo entregó a su hermano. James lo sostuvo delante de él, sacó la varita y tocó el pergamino vacío.
—Juro solemnemente no hacer nada que los Merodeadores no harían.
La tinta empezó a aparecer en el pergamino, y James lo desdobló. Apareció un mapa del colegio y pequeñas etiquetas con nombres junto a huellas que se movían por el mapa. James empezó a doblar y desdoblar hasta que se formó el mapa del piso donde estaban.
—¡Qué pasada! —exclamó Lizzie.
Albus localizó la Sala de Trofeos en el mapa y vio unas huellas que se acercaban.
—¿Esto quiere decir que la profesora Fajula se acerca? —preguntó y señaló las huellas y la etiqueta de la profesora que se acercaban a la sala.
—Sep —confirmó James—. No podemos perder tiempo. Venid —se acercó a una pared y se agachó—. «Ábrete, Sésamo».
Un trozo de pared se abrió como si fuese una puerta corredera y James entró hacia la oscuridad. Los demás se miraron entre ellos, y después miraron todos a Albus.
—No tenemos tiempo —Albus miró hacia la puerta de la sala, y cuando volvió a hablar, miró a sus amigos—. ¿Quién viene conmigo?
Rose y Lizzie se miraron y Scorpius miró hacia abajo.
—¿Chicos? ¿Vais a venir? —se oyó preguntar a James desde el interior del hueco.
Después de un momento más en silencio, Albus resopló suavemente y se dispuso a entrar en el hueco, pero Scorpius le detuvo.
—Yo voy —dijo, se puso a gatas y se metió en el hueco.
—Yo no voy a ser menos que el Ravenclaw —dijo Rose, y se metió detrás de Scorpius.
Lizzie resopló y miró a Albus. Se quedaron mirándose, entendiéndose sólo con la mirada, y ella le sonrió.
—Vamos allá —y gateó por el hueco tras los demás.
Albus empezó a oír pasos en el pasillo, y rápidamente se metió en el hueco. El trozo de pared se cerró mágicamente tras él. No veía nada, pero el túnel era tan pequeño que no podía sacar su varita para iluminarse el camino. Tampoco oía las voces de sus amigos ni de su hermano. Gateó durante unos momentos antes de que el suelo se abriese bajo él y cayese en una tubería. Era una tubería tan grande que por ella podía caber una persona, y estaba tan viscosa que resbaló por ella como si fuese un tobogán. Albus se vio precipitado por dentro de esa tubería y gritó. Aparecieron otras tuberías que iban y venía en diferentes direcciones, aunque eran todas más cortas que en la que él estaba. Pasó tanto tiempo descendiendo por la tubería que se cansó de gritar. Seguro que ya había pasado las mazmorras del colegio, y quizás estaba bajo el Lago Negro.
Al fin, la tubería tomó una dirección horizontal y Albus cayó de bruces contra el suelo de piedra. Por el golpe, Albus se mordió el labio.
Allí estaban esperándole los demás, todos con sus varitas en la mano y habiendo hechizado el «lumos». El suelo estaba húmedo y los muros eran de piedra, parecidos a los de la entrada a su sala común. Albus se levantó e imitó a sus amigos.
—¿Te has hecho daño, Al? —le preguntó James.
Albus se tocó el labio, donde se había mordido, y cuando apartó la mano se la miró. Había un poco de sangre.
—Nada de lo que preocuparse, tranquilo.
—Está bien. El camino es un poco largo —les informó James—. Estamos bajo las mazmorras del colegio. Por aquí —señaló con la varita el túnel que había frente a ellos— se llega a la Cámara de los Secretos —se giró y empezó a avanzar por el túnel, y añadió en voz baja y sin que nadie más le oyera—. El nombre no puede ser más apropiado.
Caminaron por aquel túnel que sólo se alumbraba por el hechizo de sus varitas. Nadie hablaba, nadie se atrevía. Albus notó que James estaba nervioso, o al menos inquieto, pues normalmente caminaba erguido y orgulloso, pero avanzando por aquel túnel caminaba un poco encogido y con la mirada fija en el frente.
Llegaron a una parte del túnel donde había un montón de piedras amontonadas a un lado del camino. Albus dirigió su varita hacia el techo y vio que este estaba lleno de grietas enormes. James ni se había inmutado, así que Albus bajó la varita y siguió caminando sin hacer preguntas. El túnel zigzagueaba sin descanso, y Albus se atrevió a preguntar por el mapa.
—Oye, James —su voz resonó en los muros vacíos—, el mapa que me diste… ¿Lo hiciste tú?
—Sí. Encontré el Mapa del Merodeador en el despacho de papá a principios de verano, y me di cuenta que estaba muy anticuado. Muchos túneles secretos que aparecían ahí se habían cerrado durante la guerra, pero el colegio es listo, y abrió nuevos. Así que estudié cómo hacer un mapa nuevo, más completo pero con las mismas funciones que el antiguo. Fue un trabajazo.
—Si me lo permites —comentó Lizzie—, es una pasada.
James rio.
—Sí que lo es.
Siguieron avanzando hasta que por fin, al doblar una curva, el grupo se encontró frente a un arco en un muro. Sin siquiera detenerse, el grupo pasó por debajo y aparecieron en el extremo de una sala enorme, iluminada tenuemente por velas flotantes parecidas a las del Gran Comedor. El techo era alto y estaba sostenido por unas columnas decoradas con serpientes. En el extremo contrario había una figura de piedra que ocupaba todo el largo de la cámara.
James se giró y miró a todos a los ojos.
—Guardad las varitas y haced todo lo que yo os diga. No hagáis preguntas ni os mostréis miedosos, intranquilos o violentos. Contestaré a todas vuestras dudas más tarde, lo juro. Pero ahora debéis hacer lo que yo os diga.
Todos miraron a Albus. En él había crecido una sensación de intranquilidad e inseguridad, pero se mantuvo firme y asintió poco a poco. Los demás se miraron entre ellos antes de aceptar las condiciones de James. Así que todos deshicieron el hechizo y guardaron sus varitas, incluido James. Él se giró y avanzó por la cámara, seguido de los demás.
Al final de la cámara había alguien de pie. A medida que se acercaban, Albus pudo identificar que se trataba de un chico y una chica, mayores que él. La chica (de pelo castaño, alta y ojos también castaños, y con la piel muy pálida, casi transparente) parecía nerviosa, y el chico (también alto, de pelo rubio y ojos grises, y con múltiples cicatrices por cara y brazos, y las que no estarían a la vista) entre nervioso y enfadado. Albus, James y los demás se detuvieron bastante lejos del chico y la chica.
—Quedaos aquí e id avanzando hacia mí a medida que os vaya llamando —les indicó James, y él avanzó un poco más.
—Hola, chicos —saludó James al chico y a la chica, y después la miró sólo a ella—.  ¿Estás lista?
Ella cogió aire por la nariz y lo soltó poco a poco. Asintió lentamente, como si no estuviera segura de lo que iba a pasar. James asintió con más energía, y el chico resopló. James le miró.
—No pasará nada, Cato. Confío en ella. Ya verás.
—No creo que esté preparada —le susurró entre dientes Cato.
—Por favor —dijo suplicante la chica en un susurro—, ya están aquí. Creo que podré con esto. Vamos, James.
James se giró hacia ellos y fijó su mirada en Albus. Albus le devolvió la mirada y supo que era su turno. Cogió aire por la nariz y se acercó a James poco a poco.
—Él es mi hermano pequeño. Este es su primer año aquí. Se llama Albus —Albus llegó al lado de su hermano, y este le rodeó el cuello—. Al, este es Cato —Albus cruzó miradas con Cato y ambos hicieron un golpe seco con la cabeza—. Y ella es Luned.
Cuando Albus miró a Luned, ella juntó las manos a su espalda y le sonrió brevemente. Pero le recordaba a alguien. El rostro de Luned le era familiar, pero no sabía de dónde. Se quedó mirándola con el ceño un poco fruncido, y eso, aunque Albus no lo notó, puso nerviosa a Luned.
—Albus.
James dio un golpe seco en el hombro de su hermano para sacarlo de su ensimismamiento, y Albus reaccionó de golpe y miró a James, quien le estaba mirando un poco severo y extrañado.
—¡Perdona! Encantado de conocerte, Luned.
Se moría de preguntarle si se habían visto antes, pero recordó la advertencia de James, así que se calló y volvió con los demás.
James fue llamando a sus amigos y presentándolos a Cato y Luned, pero Albus seguía pensando en dónde podía haber visto a Luned antes.
—Bueno —dijo Luned una vez James le hubo presentado a todos—, hum, hoy ha sido Halloween, ¿no? ¿Os ha gustado el festín?
Aunque todos querían preguntar cómo sabía ella que había festín en Halloween, si había acudido a Hogwarts como alumna o cómo había encontrado la cámara, hicieron caso de la petición de James y no preguntaron nada, y simplemente respondieron a Luned.
—Sí, lo mejor son las golosinas de Halloween —dijo Lizzie.
—¡Sí! Te he traído algunas, por cierto —recordó James, y sacó del bolsillo de su pantalón una servilleta hecha una bola y se la entregó a Luned.
—¡Oh! ¡Gracias, James!
Luned abrió la servilleta y se dejaron ver un montón de golosinas y comida del banquete de esa noche. Ella cogió unas cuantas calabazas y se las metió en la boca.
Hablaron poco, pues todos estaban incómodos, así que después de algunas formalidades, Luned se retiró. Cato se fue poco después y dejó solos a James, Albus, Rose, Scorpius y Lizzie.
—¿Cómo sabe ella lo del banquete de Halloween?
—¿Quién es? ¿Y por qué está aquí escondida?
—¿Es alumna de Hogwarts?
—¿Y el tal Cato qué pinta aquí?
—¿Cómo encontró la cámara?
—¿Es peligrosa? ¿Es una fugitiva?
—¡Vale, esperad, esperad! —exclamó Scorpius por encima de todos los demás—. Si hablamos todos a la vez, no nos podrá contestar.
—Gracias, Scorpius —dijo James una vez se hubieron callado todos. Resopló—. Os contaré lo que sé.
Todos se sentaron en corrillo en el frío y húmedo suelo de la cámara. James sacó su varita y subió la luminosidad de las velas.
—Luned no puede controlar su magia. Tuvo… Unos inicios complicados. Su primer signo de magia casi mató a su padre, y le cogió miedo a la magia. Sus padres intentaron animarla y decirle que había sido un accidente, pero ella nunca lo superó, y la magia se le descontrolaba. Aun así, no era demasiado preocupante aún, así que decidió comprar una varita y acudir a Hogwarts para que la ayudaran. Pero cuando llegó aquí, los otros alumnos se burlaban de ella, y ella se sentía tan desplazada y agobiada que la magia se le empezó a descontrolar más. Un día, unos alumnos la encerraron en un armario para hacerle una broma. Ella se asustó mucho, la magia se descontroló por completo e hirió a alguien. Ella pensó que había matado a esa persona, se asustó y huyó. Decidió esconderse en un sitio donde no hiriese jamás a nadie, recordó la Cámara de los Secretos, y encontró la manera de entrar. Y vive aquí desde entonces. Cato le trae comida y la ayuda a sobrevivir, y desde hace un tiempo, yo también.
—Por eso no podías contármelo —comprendió Albus—. No era tu secreto.
James asintió.
—No tenía derecho a contarte su historia, y tampoco podía arriesgarme a que alguien me oyese y descubriera a Luned.
Jamás se había sentido Albus tan orgulloso de su hermano mayor. Claro que no era un complot malvado. No podía haber estado más equivocado.
—¿Y cómo se enteró Cato de todo? —preguntó Lizzie.
—Él es su mejor amigo. Cuando Luned desapareció, la buscó sin descanso hasta encontrarla aquí. Cuando él llegó, Luned estaba esquelética. No había casi comido y había vivido en la más completa oscuridad. No quiso escucharle cuando Cato intentó decirle que no había matado a nadie, así que dejó de intentar convencerla. Él la ayudó a recuperarse y lidió con sus ataques de magia.
—¡Ah! Por eso la luz es tan tenue aquí —entendió Scorpius—. No está acostumbrada a la luz.
—Exacto.
—¿Y cuánto tiempo ha pasado aquí abajo?
—Creo que desde su cuarto año. Y ahora estaría en séptimo.
—¿Ha pasado tres años aquí? —exclamó Scorpius.
—¿Cuánto pasó hasta que la encontró Cato? —preguntó Albus.
—Unos meses, no sé cuántos. Puede que fueran tres, o puede que fueran diez.
—Por las barbas de Merlín —murmuró Scorpius.
—Y aún cree que mató a alguien —dijo Albus, y James asintió.
—No quiere ni oír hablar del tema, así que lo va a seguir creyendo durante toda su vida a este paso.
Se quedaron todos en silencio, intentando comprender todo lo que James les había explicado.
—Podemos ayudarla —dijo Rose. Todos alzaron las miradas del suelo para mirarla a ella—. La ayudaremos a controlar su magia. Le haremos comprender que no fue su culpa, que la magia se puede controlar, que no es peligrosa.
—Eso ya lo intentó Cato y lo estoy intentando yo. Y no he conseguido casi nada.
—Has conseguido que nos conozca y no tenga miedo —dijo Albus—. Por lo que dices, eso es un gran logro para ella.
—Además, nosotros tenemos algo que vosotros no.
James miró extrañado a su prima.
—¿El qué?
—La edad —dijeron Rose y Scorpius al mismo tiempo, pues Scorpius acababa de darse cuenta también.
Los dos cruzaron miradas cómplices y se dedicaron una sonrisa.
—No entiendo —confesó Lizzie—. ¿Cómo nos va a ayudar nuestra edad?
—Si nosotros podemos controlar la magia, ¿por qué no ella? Se supone que no tenemos casi conocimientos y que hace muy poco que hacemos magia. Creo que es una ventaja enorme. James y Cato ya saben controlar la magia, saben su nivel, saben todo lo básico.
—Rose tiene razón —la apoyó Scorpius—. Creo que podemos conseguir ayudarla.
—¡Podemos ser sus profes! —exclamó ilusionada Lizzie—. Cada uno de nosotros podemos enseñarle una asignatura. ¡Me pido Defensa!
—Yo Encantamientos —pidió Albus.
—Yo Pociones —dijo Scorpius.
—Historia no necesita aprender, así que yo le enseñaré Transformaciones —acabó Rose.
—¿Y Herbología? —preguntó Lizzie.
—A mí se me da fatal —dijo James.
—Puedo hacerlo yo —se ofreció Scorpius.
—Gracias, chicos. De verdad —dijo James en voz baja.
Albus puso una mano en medio del círculo y miró a sus amigos. James sonrió y puso su mano sobre la de Albus, y después las pusieron Scorpius, Lizzie y Rose.
—Sólo queda una pregunta por responder —le dijo Lizzie a Albus mientras volvían a sus salas comunes con ayuda del mapa de James.
—¿Ah, sí? ¿Cuál?
—¿Quién te envió esas notas anónimas y por qué? ¿Pretendían que ayudaras a tu hermano o pretendían que Luned se descontrolara por nuestra aparición y causase alguna desgracia?
Albus juntó las cejas y pensó en ello. Lo que a él le habían parecido advertencias, quizás no lo eran, y Rose había tenido razón todo el tiempo; quizás formaban parte de un complot para descubrir a Luned.
Albus se despidió de sus amigos en el punto de siempre y bajó las escaleras con el mapa de James. La profesora Dunkle se aproximaba por el pasillo, así que Albus se metió detrás de un cuadro que servía como atajo para llegar a su sala común, y mientras pasaba por el túnel, pensó en que ese mapa le iba a ser muy útil, y también comprendió cómo ese año aún no habían pillado a James haciendo ninguna pillería.
Una vez llegó a su sala común, y habiéndose asegurado que no había nadie en la sala, sacó su varita y le dio un toque al mapa mientras decía:
—Travesura realizada.

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