VIII. Gryffindor contra Slytherin

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Decidieron que lo mejor era dejar unos días de margen antes de volver a la cámara para que Luned no se agobiase. Aun así, hubiesen querido que James se pasase por allí para explicarse su plan a Luned, pero el primer partido de quidditch de la temporada se acercaba y James tenía entrenamiento cada día. El partido sería Gryffindor contra Slytherin y se efectuaría el primer sábado de noviembre, mes que vino cargado de frío.
El lago se congeló y la nieve cubrió las montañas cercanas. La hierba amanecía cada día cubierta de escarcha y Hagrid sacó el abrigo de piel de su armario. Albus y sus amigos descubrieron una nueva actividad: patinar sobre el lago helado, y aunque dicha actividad era divertida y había cubierto sus momentos libres, no dejaban de darle vueltas al asunto de las notas anónimas que había recibido Albus sobre las actividades ilícitas de James.
—Es muy raro —dijo Lizzie el viernes mientras hacían deberes en la biblioteca—. Ahora sí quiero saber quién escribió esas notas.
—Quizás envía más —susurró Rose—. No sabemos sus intenciones, puede que no haya cumplido su objetivo aún.
—Puede que penséis que soy demasiado malpensado, pero creo que los Sekinci tienen algo que ver en esto —dijo Scorpius, y miró algunas mesas más allá, donde estaba el mediano de los Sekinci leyendo un libro.
Lizzie rio en voz baja y Rose sonrió. Scorpius las miró sin comprender, y buscó explicación en Albus.
—Eres el tipo menos malpensado que he conocido nunca, Scor —rio Albus.
—Pienso igual que tú —dijo Rose en voz baja cuando se pasó el momento de las risitas—. Sekinci debe tener algo que ver. Es un Slytherin, así que pudo haberte dejado la nota en la habitación.
—Pero no es lo suficientemente listo para amenazar a Al —se burló Lizzie—. Yo creo que debe ser alguien mayor que nosotros. ¿No creéis que tiene más sentido?
—Sí que lo tiene —admitió Albus, y echó una mirada al mediano de los Sekinci.
—Sekinci tiene dos hermanos mayores —recordó Scorpius—. ¿Podría haber sido alguno de ellos? —e hizo un movimiento con la cabeza hacia la dirección donde estaba sentado Vergilius Sekinci.
—De poder ser, pudo haber sido cualquiera… —dijo resignada Rose, y todos le acompañaron en el resoplo.
—Eh, Al —Richard se acercó a Albus, le puso una mano en el hombro y se agachó para hablarle cerca de la oreja—. Te están buscando.
—¿A mí? —Albus hizo una mueca de extrañeza—. ¿Quién? ¿Por qué?
—No lo sé. Es una chica de pelo claro.
Albus juntó aún más las cejas, pues no tenía ni idea de quién podía ser. Richard le dijo que estaba en la puerta de la biblioteca esperándole.
—¿Vamos contigo? —le propuso Rose.
—No. Ahora vuelvo.
Albus se levantó cauteloso de su silla y fue solo hacia la puerta de la biblioteca. Cuando asomó la cabeza, vio a una chica de cabello rubio ceniza de espaldas a él y delante de ella estaba la hermana mayor de los Sekinci hablando con Cato, el chico que ayudó a Luned en la Cámara de los Secretos. Hablaban en susurros y parecían enfadados. La puerta crujió cuando Albus quiso abrirla un poco más para escuchar la discusión, y Cato y Aelia se interrumpieron y miraron a la puerta, detrás de la cual vieron a Albus. Ambos se callaron, se miraron y se fueron en direcciones contrarias.
Albus abrió la puerta por completo para salir corriendo a seguirlos, pero ya no tenía sentido. Resopló.
—¡Albus!
Albus se giró y reconoció a la chica de cabello rubio ceniza. Llevaba un libro en los brazos y el uniforme de Hufflepuff puesto.
—¡Rebecca! ¿Tú me has mandado llamar?
Rebecca le sonrió y asintió enérgicamente.
—Verás, ellos dos estaban hablando como en cuchicheos y empezaron a hablar de ti y tu hermano, y pensé que debías oírlo. Pero no ha salido como yo pretendía —rio y encogió los hombros.
—¿Sobre mi hermano y yo? —repitió Albus—. ¿Y qué decían?
—No lo sé, hablaban tan flojito y tan rápido que no me he enterado. ¿Era algo importante? —Rebecca frunció el ceño como si intentase recordar algo.
—No lo sé… Bueno. Gracias igualmente, Rebecca. ¡Adiós! —Albus agitó la mano en el aire como despedida y entró en la biblioteca.
Cuando sus amigos le preguntaron, Albus les contó lo que había pasado y lo que le había dicho Rebecca.
—¿La mayor de los Sekinci sabe lo de Luned? —teorizó Rose.
—Bueno, si hablaban de James y Albus, tendría sentido pensar eso, ¿no? —dijo Scorpius.
—Supongo… —murmuró Lizzie. Resopló y se estiró en la silla—. Esto cada vez se pone más raro.
Se quedaron un momento en silencio, y Albus empezó a pensar en Luned. Su rostro le seguía pareciendo familiar, pero no caía en cuándo ni dónde la podría haber visto. No tenía mucho sentido que la recordase si había estado escondida durante tres años en la cámara, lo que aún añadía más rarezas a la situación.
Al final, se rindió y se concentró en sus tareas. Después de algunas horas sin hablar mientras hacían deberes y estudiaban, Lizzie rompió el silencio.
—¿Sabíais que este año es el aniversario número cuatrocientos noventa y seis de Merlín?
Rose, que estaba sentada al lado de Lizzie, levantó la cubierta del libro que estaba leyendo su amiga, la miró y la soltó.
—¿Has estado todo este rato leyendo sobre el rey Arturo, su consejero Merlín y su enemiga mortal Morgana?
—Sí. ¿Por qué? ¿Qué pasa?
Rose hizo una mueca y encogió los hombros como si la respuesta fuese obvia.
—¡Estamos haciendo deberes!
Lizzie inclinó la cabeza y miró lo que estaban haciendo sus amigos, como si fuese la primera noticia que tenía sobre ello.
—¿Todos estáis haciendo deberes? —los tres asintieron—. ¿Por qué no me habéis avisado? Pensaba que queríais leer algún libro para pasar el tiempo.
—Nunca venimos a la biblioteca en nuestro tiempo libre si no es para hacer deberes, Lizzie.
—Yo sí —contradijo Scorpius.
—¿Ves? —dijo Lizzie, y señaló a Scorpius, como si eso fuese toda la confirmación que necesitaba. Rose escondió el rostro en la mano y negó con la cabeza—. Bueno, pues eso —siguió Lizzie como si no hubiese pasado nada—. Y también he encontrado un árbol genealógico con los posibles descendientes de Merlín y Morgana. ¿Y a que no sabéis quién sale en el árbol?
Lizzie empujó el libro hacia ellos y señaló con el dedo índice uno de los nombres que aparecían en un intrincado árbol genealógico.

Katherine Morgan

—¿La directora Morgan? —dijo Scorpius.
—¡Sí! Morgana debe ser su tataratataratataratataratataraabuela o algo así. ¿No es genial?
—Claro, por eso tiene la cara así —murmuró Scorpius.
Albus le miró extrañado.
—¿Cómo?
—¿No lo sabéis? —los tres niños negaron con la cabeza y miraron a Scorpius muy interesados—. Se dice que Merlín lanzó una horrible maldición sobre sus enemigos. Se dice que, para que jamás pudieran expresar amor por sus seres queridos, les maldijo con una emoción estática, que no cambiaría en toda la eternidad, para que todos aquellos a los que querían pensasen que no eran correspondidos y les dejasen solos hasta su muerte —todos se quedaron callados y dejaron que las palabras de Scorpius calasen en ellos. Entonces, Scorpius rio—. Es broma, no existe ninguna maldición —y siguió riendo.
Todos soltaron el aire que sin darse cuenta habían estado reteniendo y medio sonrieron, pues aún estaban un poco asustados.
—Qué miedo, Scorpius —le regañó de broma Lizzie—. No vuelvas a hacer algo así.
—¡Ssshhh! —les espetó la bibliotecaria, la señora Pince.
Scorpius intentó retener la risa, pero se le seguía escapando entre dientes. La risa de Scorpius se le contagió a Albus, y de Albus pasó a Lizzie, de Lizzie a Rose y de Rose de nuevo a Scorpius. Como no podían aguantarse, al final la señora Pince los acabó echando de la biblioteca, y una vez fuera, rieron a carcajadas hasta ni siquiera recordar qué les había hecho tanta gracia.
Esa noche, en la sala común de Slytherin, no se hablaba de otra cosa que no fuese el partido de quidditch del día siguiente. Albus estaba sentado en la butaca que más cerca estaba de la chimenea encendida, y en el sofá grande de delante de la chimenea estaban sentados varios alumnos de diferentes cursos. En el suelo y con las espaldas apoyadas en el sillón de Albus estaban sentados Cian y Richard mientras jugaban a adivinarse la carta que cada uno tenía en la mano.
—Llevamos nueve años sin ganar la copa —comentaba un alumno de quinto—, incluso teniendo uno de los mejores cazadores de todos. No lo entiendo.
—En realidad no es culpa nuestra —dijo una alumna de sexto—. Los equipos y las tácticas de Ravenclaw y Hufflepuff han sido una pasada durante todos estos años. Con suerte, este año encontraremos alguna táctica que les supere.
—Y más nos vale tener un buen buscador —dijo otro alumno de quinto—, porque este año se estrena James Potter, y he oído que es muy bueno.
—¿Tú no eres el hermano de Potter? —le preguntó a Albus la chica que había hablado antes. Él, que había estado pendiente de la conversación, asintió con la cabeza—. ¿Y qué opinas? ¿Es tan bueno como dicen?
—Me temo que sí —sus compañeros se quejaron y agitaron la cabeza—. Ha estado entrenando durante todo el verano, y ahora tengo entendido que también le hacen entrenar mucho.
—Vaya… Creo que este año tampoco ganaremos la copa —dijo resignado el primer chico que había hablado y apoyó la frente en la mano.
—¿Dónde están los del equipo de quidditch, por cierto? —preguntó otra chica, de cuarto, mientras miraba hacia atrás y buscaba a sus compañeros.
—Se han ido a dormir —le contestó el segundo chico que había hablado—. Las vísperas de partidos siempre son los primeros en irse a dormir.
Una vez estuvieron en sus dormitorios preparándose para meterse en las camas (Sekinci hacía rato que había cerrado las cortinas), Cian entró excitado con un gran paquete entre sus manos.
—¡Me ha llegado, me ha llegado!
—¿Qué te ha llegado? —preguntó curioso Albus.
—¡La pintura para la cara! Mañana voy a animar a Slytherin con todo lo que pueda.
Albus rio, se metió en la cama y se dispuso a cerrar las cortinas de dosel.
—Buenas noches, chicos.
—¡Buenas noches, Albus! —dijeron Cian, Richard y Charlie al unísono.
Albus abrazó su almohada y enterró la cabeza en ella, y se quedó rápidamente dormido.
James estaba muy tenso por jugar su primer partido de quidditch, pero el ansia le podía más que el estrés. La mañana del partido, entró en el Gran Comedor junto a Blake y Anne y gritó:
—¿QUIÉN GANARÁ ESTE PARTIDO?
Y un corrillo le contestó:
—¡GRYFFINDOR, GRYFFINDOR, GRYFFINDOR!
El Gran Comedor se convirtió en un caos, pues Albus se levantó del banco y gritó el nombre de su casa. Toda la mesa de Slytherin respaldó a Albus, y la mesa de Gryffindor empezó a gritar también el nombre de su casa. Morgan tuvo que hacerlos callar para que volviese el silencio, pero una vez estuvieron todos sentados en las gradas del estadio de quidditch, los gritos de ánimo volvieron a surgir.
Según le habían dicho a Albus, el hermano mediano de los Sekinci (Vergilius) era cazador, y la gemela de la delegada de Slytherin, Courtney Ericson, era otra de las cazadoras. No conocía a los demás miembros del equipo, y de hecho, conocía a más miembros del equipo de Gryffindor que del de Slytherin. En Gryffindor jugarían Blake, su primo Fred, James y Anne, que jugaría como guardiana en sustitución de Dipak Towler porque estaba enfermo.
—¿A quién apoyas, Albus? —le preguntó Cian, que se había pintado la cara de verde y plata, chillando para que le oyese en medio de los vítores del público—. ¿A tu hermano o a tu casa?
—¡A Slytherin, por supuesto! —gritó Albus—. ¡Vamos a machacarles!
—¡Sí! —exclamaron Cian, Richard y Charlie, alzando los puños al aire.
Albus había conseguido sitio en una de las gradas más altas, y estaba rodeado de Cian, Richard, Charlie y Flora. Todos llevaban sus bufandas de Slytherin y banderitas de su casa (de color verde y con una serpiente plateada en el centro). Las gradas se dividían principalmente en dos colores: escarlata y verde.
Abajo, en el campo, ambos equipos empezaron a aparecer.
—¡Mira, Albus! —gritó Cian entre los chillidos de las gradas, y señaló a un chico moreno y esbelto que iba a la cabeza del equipo del Slytherin—. ¡Ese es el capitán, Raven Starr! ¡Es buenísimo!
—¿En qué posición juega?
—¡Cazador! ¡Es el mejor cazador de todos los equipos!
Albus miró a Richard y Charlie para que le confirmasen esa afirmación, y Richard rio.
—¡Seguramente está exagerando, Al!
Albus rio con Richard. Se oyó un pitido, y cuando Albus devolvió la vista al campo, quince escobas estaban ya en el aire.
—¡Raven Starr, el capitán de Slytherin, atrapa la quaffle con un rápido movimiento! —un alumno de Hufflepuff de quinto, Howard Padmore, hacía de comentarista del partido—. Se mueve entre los jugadores de Gryffindor como un ratón escapando de su perseguidor y hace un pase perfecto a su compañera Courtney Ericson. Sigue Ericson, pasa de nuevo a Starr… ¡Oh, no! Blake Eldred, de Gryffindor, se ha interpuesto y ha cogido la quaffle. Vuela hacia el otro lado del campo… ¡OH! Una bludger le ha dado en el hombro, pero sigue con la quaffle en la mano. ¡No hay quien pueda con este chico! Se la pasa a su compañero Fred Weasley, que esquiva una bludger de Slytherin y se dirige directo a los postes de gol, se la pasa a Grus Aursang… —Albus reconoció a Grus Aursang a través de los binoculares de Cian: era el amigo gorila de Phinos Sekinci—… ¡Pero no! Vergilius Sekinci se interpone brutalmente y le arranca la quaffle a Aursang. Vuela directo hacia los postes de gol, ¡pero una bludger le da en la cabeza y Sekinci suelta la quaffle! Rápidamente, la quaffle es atrapada por Starr, que vuela hacia la guardiana sustituta de Gryffindor, Anne Hayes. Dos bludgers se estampan contra Aursang y Weasley, que perseguían a Starr. Starr está ahí, en los postes… Starr lanza… Hayes se abalanza… Roza la quaffle pero no llega a detenerla… ¡GOL DE SLYHTERIN!
Las gradas donde estaban los Slytherin saltaron en vítores y hurras. Agitaron las banderitas y gritaron a coro el nombre de Starr, mientras que los Gryffindors se lamentaban y evitaban las miradas de los Slytherins.
—¡La cosa está muy complicada! —gritó Charlie, pero en medio de los chillidos de sus compañeros, Albus casi no le oía—. ¡Todos son muy buenos!
—¡Es verdad! —le contestó Albus—. ¡Pero yo temo más a la snitch! ¡James es muy buen buscador!
—¡James Potter ha caído de su escoba! —gritó Howard, el comentarista.
Albus miró al campo de nuevo y vio dos pequeñas motas que caían a toda velocidad. Cogió los binoculares que colgaban del cuello de Cian y enfocó a esas motas. Era verdad: James caía, y su escoba detrás de él.
—Una bludger le ha dado y ha causado que cayera, ¡y no parece que pueda hacer nada! —decía Howard.
—¡De lo patoso que es, a lo mejor se mata, Potter! —le gritó Phinos Sekinci desde unas gradas más abajo y rio de su propio chiste.
Albus soltó los binoculares, sacó su varita y apuntó a Sekinci.
—¡Rictusempra!
La risita de Sekinci se volvió una risa incontrolable, y se llevó las manos a las costillas para intentar detener las cosquillas. Se movía tanto mientras se reía e intentaba evitar las cosquillas que empujó a varios seguidores del partido, pero Albus dejó de prestarle atención cuando Cian le dijo que la escoba de James estaba volando hacia él, y le tendió los binoculares. A través de ellos vio cómo James consiguió volver a sentarse en su escoba y se guardó la varita en la funda de la pierna. Entonces Blake marcó un gol para Gryffindor. En las gradas, alguien había hechizado el «Finite Incantatem» y las cosquillas que atormentaban a Sekinci habían parado. Las bludgers volaban en todas direcciones. El guardián de Slytherin, Horos Fawley, paró una quaffle que había lanzado Blake, se la pasó a Sekinci y después de unos pasos más entre cazadores, Ericson marcó el segundo gol para Slytherin. Por una parte, a Albus le sabía mal por Anne, pero por otra se alegraba que fuese ganando su casa. El siguiente intento de Gryffindor acabó en gol, y unos segundos después de marcar, la snitch hizo su aparición. Ambos buscadores volaron rápidamente tras la pelota. Era una lucha de codos y de rapidez, y mientras la caza de la snitch estaba en su máxima tensión, Slytherin marcó su tercer gol. La snitch hizo un movimiento raro y se perdió de vista. Pasaron veinte minutos de goles fallidos (Anne por fin había conseguido parar alguna quaffle), goles válidos y falsas alarmas de haber atrapado la snitch. El marcador iba ochenta a sesenta con ventaja para Slytherin, y James empezó a volar directo hacia algo.
—¡Ha habido un destello dorado en el campo y Potter vuela directo hacia él! La buscadora de Slytherin, Katee Darren, parece muy confundida, pero se lanza detrás de Potter igualmente, supongo que con la esperanza de vislumbrar la snitch durante la carrera. Weasley pierde la pelota a manos de Aursang, que vuela hacia los postes de gol. Se interpone Weasley e intenta quitarle la quaffle, pero Aursang se la pasa a Ericson, que sin nadie que se lo impida, vuela directa a los postes. Hannah Rice, golpeadora de Slytherin, golpea una bludger destinada a Ericson. Darren y Potter luchan, porque parece que Darren por fin ha visto la snitch. Peter O’Connell, golpeador y capitán de Gryffindor, desvía otra bludger que iba directa hacia Potter. Hayes no puede parar la quaffle, y el tiro de Ericson… ¡Entra limpio! ¡GOL DE SLYTHERIN! ¿Pero qué es eso? ¡Potter gana a Darren en rapidez y coge algo en el aire! ¡Vuela hacia arriba y agita el puño! ¿Qué es lo que veo? ¡Potter ha atrapado la snitch! ¡GRYFFINDOR GANA EL PARTIDO DOSCIENTOS DIEZ A NOVENTA! ¡IMPENSABLE! ¡GRYFFINDOR GANA DESPUÉS DE NUEVE AÑOS!
—¡NOOOOO! —gritó derrotado Cian y enterró su rostro entre las manos.
Los Slytherins gritaron apenados y bajaron las miradas mientras los Gryffindors vitoreaban y chillaban alegres ante su victoria.
—¡Tu hermano nos ha fastidiado una victoria! —le gritó de nuevo Sekinci.
—¡No es culpa suya, imbécil! —le gritó Cian—. Vámonos, Al. No tenemos motivo para seguir aquí.
Cian, Albus, Richard y Charlie se alejaron de allí bajo los insultos de Sekinci, y cuando empezó a meterse con Charlie y su ascendencia muggle, le volvió a lanzar el hechizo de las cosquillas.
—¿Cómo puede aún existir gente así? —se molestó Cian.
—En realidad no es culpa suya, sino de la educación que les dan sus padres —dijo Richard.
—Yo no entiendo el problema que tiene con que mis padres sean muggles —se molestó Charlie.
—Ya te hemos explicado lo que piensan de “la pureza de la sangre” —Cian exageró esto último y se burló del esnobismo de los Sekinci.
—Dejemos de hablar de ese imbécil, por favor —pidió Albus un poco asqueado—. No se merece ni que le dediquemos una frase entera.
Y siguieron su camino hacia su sala común, seguidos de un gran grupo de Slytherins decepcionados por la derrota que habían sufrido nada más ni nada menos que a manos de Gryffindor.
—Fue una derrota injusta. Nos merecíamos ganar —dijo enfurruñado Cian el lunes, mientras iban de camino al aula de Defensa Contra las Artes Oscuras.
—No es una excusa que se vaya a creer la profesora Fajula, Cian —comentó divertido Albus—. Además, ella se siente muy orgullosa de haber sido una Gryffindor. No va a dejar pasar que aún sigas con la cara pintada.
Cian había descubierto el sábado por la noche que la pintura para la cara que había usado para animar a Slytherin en el partido era un artefacto de Sortilegios Weasley que no podía borrarse hasta pasada una semana. Como el día que la recibió, Albus no vio el paquete ni el envoltorio, no pudo haber sabido que era de Sortilegios Weasley, y por tanto, no había podido advertir a Cian sobre ello. Así que la única alternativa que le quedaba era ir pintado de los colores de Slytherin durante toda la semana. A pesar del disgusto de algunos profesores.
—Bueno, pues no puedo hacer nada, así que me va a tener que aguantar así.
Como habían esperado, a la profesora Fajula no le hizo gracia que Cian apareciese pintado de Slytherin, pero cuando le explicaron el por qué, rio y le dijo que después de clase pasase por su despacho, pues quizás encontraban algún hechizo que le ayudase a librarse de la pintura.
Cian llegó tarde a Pociones y además seguía con la cara pintada. Los Gryffindors le abuchearon y se rieron de él, pero a Cian le importaba tan poco que realmente parecía que fuese un día normal en el que nadie le prestaba mucha atención. Richard, Charlie y Albus se acostumbraron tanto durante esa semana a verle con la cara pintada que, cuando el sábado la pintura desapareció, Richard le suplicó que se volviese a pintar.
Y aunque había sido una semana dura para los Slytherins, los Gryffindors se habían pasado los días alabando a James y celebrando su victoria por los pasillos, pues era el primer partido que ganaban en casi una década.
—Déjalos disfrutar —dijo Richard el sábado cuando pasaron al lado de un grupo de Gryffindors que gritaban a coro el nombre de James simplemente porque estaba pasando por allí—. Es el único partido que van a ganar.
—Estoy de acuerdo —dijo Albus.
—Sí, prefiero que gane Hufflepuff o Ravenclaw antes que Gryffindor —confesó Cian.
—¿Pero por qué? —preguntó confuso Charlie.
—Slytherin y Gryffindor somos enemigos mortales —explicó Albus—. Es una norma universalmente conocida que jamás debemos apoyarnos entre nosotros en el torneo de las casas ni en el de quidditch.
—Pero tienes familia y amigos en Gryffindor —Charlie aún seguía confundido.
—Sí, por eso mismo. Perder les molestaría y yo podría reírme de ellos —dijo divertido Albus—. Anda, vamos, o cuando lleguemos al comedor no quedará nada que comer.
Después de la última clase del día, compartida con Ravenclaw, Scorpius y Albus habían decidido ir a la biblioteca para hacer deberes (parecía que nunca se acababan) y después ir a buscar a Rose y Lizzie cuando acabasen su clase de vuelo. Mientras iban de camino hacia allí, vieron pasar al mediano de los Sekinci, y al rato, vieron a James siguiéndole. Albus y Scorpius se miraron de manera cómplice, y ambos se dispusieron a seguir a James. Se acercaron a él lo más disimuladamente que pudieron y le tocaron un hombro. Él se giró, les reconoció y se llevó el dedo índice a los labios para indicarles que guardasen silencio. Siguieron a Sekinci hasta un cuadro donde había dibujadas unas macedonias. Sekinci abrió el cuadro y entró en el hueco que había detrás.
—Eso es la cocina —les informó James.
—¿La cocina? —preguntó extrañado Albus—. ¿Y para qué le has seguido hasta la cocina?
—Le he oído hablar con un compañero de que tenía que hacer unas investigaciones importantes contra un enemigo suyo y, seamos sinceros, su mayor enemigo soy yo, así que me ha preocupado que se refiriese a lo de Luned.
—Comprensible —dijo Scorpius.
James se adelantó y salió de la esquina donde estaban escondidos. Se colocó cerca del cuadro aunque Albus y Scorpius le dijeron que no lo hiciese. Cuando Sekinci salió de detrás del cuadro, James lo miró como sorprendido de verle por allí.
—¡Vaya, vaya! ¿Dando un paseo por las cocinas, Sekinci? —James cruzó los brazos y se apoyó en la pared de forma despreocupada.
Sekinci le miró como si no le sorprendiese verle allí.
—¿Disfrutas siguiéndome, Potter? ¿Ahora tienes un séquito? —movió la cabeza hacia la dirección donde Scorpius y Albus estaban escondidos.
—¿Acaso te molestan? —se burló James, y Albus y Scorpius salieron de detrás de la esquina.
—¿Los tienes contratados para espiarme cuando tú no puedes, como en la biblioteca ayer?
Albus recordó que el día anterior en la biblioteca no disimularon nada al mirarle y hablar de él, y que seguramente lo había notado.
—¿Estabas haciendo algo malo ayer? —se siguió burlando James.
—Si quieres jugar al Can Cerbero (que, por si no lo sabes, era el perro guardián del infierno en la mitología griega), podemos jugar ambos.
James arrugó la frente y se irguió un poco.
—¿Qué quieres decir con eso?
—Nada —ahora era Sekinci el que se burlaba de James—. Sólo que seguro que no te gustaría que yo te espiara a ti. Tienes muchos secretos que no querrías que yo supiera, supongo. ¿No, Can Cerbero?
James sacó su varita, pero Scorpius simuló saludar a un profesor, así que James escondió la varita. Sekinci rio como si supiese que Scorpius había mentido, y cuando pasó al lado de James, le dio un golpe con el hombro. James le empujó pero Sekinci hizo un hechizo para evitar caerse y después le echó un maleficio a James.
—¡Protego! ¡Expelliarmus! —Sekinci esquivó el hechizo de James y salió corriendo—. ¡Cobarde! ¡COBARDE!
—Vámonos antes de que venga de verdad algún profesor —dijo Scorpius.
—Mapa del Can Cerbero —dijo James, y miró a Albus y Scorpius—. Así se llamará el mapa que hice.
James se separó de ellos y caminaron en direcciones opuestas. Mientras se alejaban, Scorpius miró a Albus un poco preocupado.
—¿Qué crees que ha querido decir Sekinci con eso de los secretos?
—No lo sé, Scor. Quizás nos oyó en la biblioteca e hizo sus deducciones. Quizás sabe lo de Luned.
—¿Tú crees? —Albus encogió los hombros como respuesta y Scorpius resopló—. No es fácil de descubrir lo de Luned. Yo creo que no sabe nada.
—¿Y que lo que ha dicho sólo lo ha dicho para asustar a James?
—Eso creo, sí. ¿Tú no?
De nuevo, Albus no supo qué responder, así que encogió los hombros. Cuando se reunieron con Rose y Lizzie, les explicaron lo que había pasado.
—Vale, chicos —Lizzie se puso delante de los otros tres niños con una postura de liderazgo—, propongo algo. No sabemos nada de nada: ni de las cartas que recibió Albus, ni si Sekinci sabe algo o si sólo intenta asustar a James. Así que, ¿qué os parece si pasamos de todo y nos centramos en ayudar a Luned y a pasarlo bien?
—Me parece bien.
—¿De verdad, Scorpius? —se sorprendió Rose, y miró a su amigo con las cejas alzadas.
—Sí. No sabemos nada de las cartas ni de Sekinci ni tenemos ninguna pista. Es un poco tonto insistir en algo que no se puede controlar. No creo que lo tengamos que olvidar, pero sí apartarlo hasta tener alguna pista real.
Albus miró a Rose y encogió los hombros.
—Creo que tienen razón.
—Hum… Vale —aceptó al final Rose.
—¡Bien! Porque he pensado en algo —dijo Lizzie, rodeó a sus amigos y los aproximó a ella—. ¿Recuerdas el club que querías fundar, Al?
Albus se acordó de la primera reunión del Club de las Eminencias y de las ganas que le habían entrado de crear un club propio en el que todos sus amigos pudiesen entrar.
—Sí, es verdad.
—Te pareció bien el nombre que di, ¿no?
—Odiemos Todos Juntos a los Hermanos Sekinci —recordó Scorpius, y rio junto a sus amigos.
—Pues he pensado uno mejor: Entidad Contra los Hermanos Sekinci, o para hacerlo más corto, «ecs», que sería como se pronunciarían las siglas (e, ce, hache, ese, porque la hache es muda).
Albus rio a carcajadas.
—¿Cuánto tiempo has dedicado para que las siglas te diesen como resultado «ecs»?
—Muuuuchas tardes sin hacer los deberes.
—Vale, si vamos a fundar un club, quiero que una de las reglas no sea «pasar de hacer los deberes» —estableció Rose, medio en broma, medio en serio.
—Es que hacer deberes es taaaaaaan aburrido —se lamentó Lizzie, y dejó caer los brazos muertos y los balanceó mientras caminaba inclinada hacia el suelo, como si llevase un imán en el pecho que la atrajese hacia abajo.
—No, pero yo quiero hacerlo en serio —dijo Albus—. Quiero que sea un club de verdad, y el nombre me gusta.
—¿De verdad va a ser un club de odio a los Sekinci? —le preguntó Scorpius mientras paseaban por los pasillos sin una dirección concreta.
—No exactamente. Nuestras reuniones no serán para hablar de cuánto odiamos a los Sekinci, pero puede ser lo que nos une. En vez de formar un Club del Arte, es un Club de Odiar a Otra Gente.
Scorpius rio.
—¿Y qué haríamos en ese club? —preguntó Rose.
—No lo sé. Actividades, juegos, tardes de estudio y de poner apuntes en común, prácticas de hechizos, apuestas… O podría ser como el Club de las Eminencias, que tiene unas cuantas reuniones durante el año en forma de cenas o meriendas.
—Bueno, y qué tal esto —empezó a proponer Scorpius—: como al fin y al cabo se llamará… (¿cómo has dicho, Lizzie?) «Entidad Contra los Hermanos Sekinci», ¿qué tal si hacemos un club para conocer gente nueva que también odie a los Sekinci? Quiero decir que, por ejemplo, cada mes se haga una reunión, y en esa reunión uno de los miembros tiene que traer a alguien nuevo que también odie a los Sekinci, y así ir metiendo nuevos miembros y haciendo amigos nuevos.
—¡Suena genial! ¡Me encanta! —exclamó entusiasmado Albus.
—¡Sí! La verdad es que es una gran idea —coincidió Lizzie.
—A mí me cuesta hacer amigos, así que a mí también me parece una buena idea —dijo Rose.
—Si estamos todos de acuerdo, sólo tenemos que buscar un sitio donde hacer las reuniones —dijo Albus, con una sonrisa de oreja a oreja y mientras daba saltitos de emoción.
—¿Pero eso no nos lo puede ofrecer algún profesor? —preguntó Rose—. Supongo que debe haber un registro de clubes o algo así, ¿no?
—Pero no podemos registrar un club que, aparentemente, sea creado para odiar a otros alumnos —se decepcionó un poco Albus.
—Podríamos decir que el nombre del club son las siglas. O sea que lo hemos llamado «ECHS».
—Creo que lo que dice Scorpius lo podríamos hacer —apoyó Rose a Scorpius—. Y como los únicos miembros de momento seríamos nosotros, nadie se enteraría del verdadero nombre hasta que no estuviese dentro del club.
—¡Sí! Que la principal regla del club sea «No decir a nadie de fuera del club el verdadero nombre de este» —dijo Lizzie con una sonrisa.

—Suena muy bien —confesó Albus, emocionado—. ¿Cuándo lo registramos?

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