Todos los alumnos de primer año desviaron sus
miradas hacia el techo, el cual era invisible y se podía ver el cielo del
exterior, decorado con miles de brillantes estrellas. Además, la iluminación de
las velas flotantes era espléndida. Había muchas velas alzadas sobre las cuatro
mesas del comedor, iluminando los rostros de los demás alumnos. Albus nunca
había imaginado un lugar tan espléndido. Fue bajando poco a poco la vista,
hasta llegar a las mesas, donde los alumnos les observaban. Encima de estas,
había copas, platos y cubiertos de oro. Sus padres le habían explicado que allí
hubo una batalla que destrozó gran parte del castillo. No lo parecía. Estaba
todo perfectamente construido. Miró las paredes, sin el más mínimo rasguño. Al
final del pasillo, había una tarima donde había una mesa más, larga y en
horizontal, de cara a los alumnos. Allí estaban sentados los magos mayores.
Albus supuso que serían los profesores. Los fantasmas surgieron entonces de los
muros, saludando a los nuevos alumnos de nuevo, y también a los veteranos.
Neville condujo a los de primero a la tarima, los hizo detenerse y darse la
vuelta hacia los demás alumnos, quedando así de espaldas a los profesores.
Albus buscó con la mirada a su hermano entre los alumnos sentados en las mesas,
cuando lo vislumbró en la mesa que había más a su izquierda. James alzó los
dedos pulgares para animar a su hermano, y Albus le dedicó una sonrisita
nerviosa.
Neville colocó un taburete de cuatro patas
delante de los de primer año, y después puso encima del taburete un sombrero
muy viejo y sucio. El Sombrero Seleccionador. Todos hicieron silencio en el
Gran Comedor, y Albus vio cómo una de las arrugas del sombrero, cerca del
borde, pareció moverse. Al cabo de un momento, el sombrero estaba cantando por
esa rasgadura, que se había convertido en una boca:
Me crearon hará mil años,
y, como puedes ver, no soy una maravilla.
Pero sólo si encuentras un sombrero que me iguale en inteligencia,
podrás decir que soy un mal sombrero.
Los demás sombreros pueden ser bonitos y elegantes,
pero a ninguno de ellos se les encargó
una tarea tan importante como a mí,
ya que yo soy el Sombrero Seleccionador.
No hay secretos que yo no conozca,
y tampoco ninguno que no ayude a tu selección.
Con una simple mirada
te diré adónde perteneces.
¿Será a Gryffindor,
el lugar de los valientes?
Tus aventuras pueden tener cabida,
en la caballerosa casa de Gryffindor.
¿O pertenecerás a Hufflepuff
la casa donde importa el trabajo duro?
Tu lealtad puede ser la determinante
para pertenecer a Hufflepuff.
Puedes también pertenecer a Ravenclaw,
la casa de los inteligentes,
donde tu capacidad es lo más importante,
respetando así los deseos de Ravenclaw.
No olvidemos a Slytherin,
donde si no eres ambicioso
no puedes entrar,
quizás porque no te enorgulleces lo suficiente.
Ahora sólo depende de ti;
ponme sobre tu cabeza,
afronta tus miedos,
¡y crece en tu casa!
Los aplausos resonaron en la sala al final de la canción,
y el sombrero se inclinó hacia las cuatro mesas para mostrar agradecimiento.
Después volvió a quedarse quieto.
Albus estaba nervioso. Hacía formas con sus manos
impacientemente. El Sombrero Seleccionador. Por fin, estaba ante él. ¿Dónde lo colocaría?
Neville se presentó ante los alumnos con un
pergamino que parecía ser muy largo.
—Cuando diga vuestro nombre, os adelantaréis, os
pondréis el sombrero y os sentaréis en el taburete. Así os seleccionarán, y
cuando escuchéis vuestra casa, os dirigiréis hacia la mesa correspondiente —explicó
el profesor—. ¡Abbey, Christie!
Una chica rubia salió de entre los alumnos e hizo
lo que el profesor había ordenado. El sombrero le tapaba los ojos. Hubo un
momento de silencio, que se alargó y alargó. Tres minutos… Cinco minutos… Albus
no sabía que se tardaba tanto en ser seleccionado…
—¡RAVENCLAW! —gritó el sombrero finalmente.
Christie parecía emocionada cuando se dirigió
corriendo hacia la segunda mesa de la izquierda, al lado de la mesa de
Gryffindor.
—¡Adam, Charles!
Albus vio salir de entre el grupo al chico que
había subido al bote con él para cruzar el lago. Charles se sentó y se colocó
el sombrero en la cabeza, como había hecho Christie.
—¡SLYTHERIN! —gritó esta vez el sombrero, mucho
antes de lo que lo había hecho con Christie, y Charles saltó del taburete y se
dirigió a la mesa de la derecha del todo.
—¡Bennet, Tristan!
—¡HUFFLEPUFF!
—¡Brook, Jillian!
—¡SLYTHERIN!
Albus estaba nervioso. Su apellido empezaba por «pe»,
y esa letra aún estaba muy lejos. También se dio cuenta que aún no había salido
ningún Gryffindor. Causey, Diane fue seleccionada para Ravenclaw, y Daubney,
Daniel fue seleccionado para Hufflepuff. ¿Por qué no había ningún Gryffindor?
¿Quizás no existía nadie de esa generación que fuese a parar a Gryffindor?
Pero el temor de Albus duró poco: Darren, Peers
fue el primer seleccionado para Gryffindor. El resto de alumnos que pertenecían
a esta casa aplaudieron muy fuerte, recibiendo al primer Gryffindor de primer
curso.
—¡Foster, Joseline! —la llamada del profesor
Longbottom asustó un poco a Albus, ya que en ese momento se estaba concentrando
en la recibida de Peers en la mesa de su casa preferida.
Joseline fue seleccionada para Hufflepuff. La
siguiente, Finnigan, Ivayne, fue seleccionada para Ravenclaw.
Garland, Aaron fue el segundo Gryffindor hasta
ese momento. La mesa de esta casa recibió a Aaron con vítores y hurras.
Rose fue la siguiente. Estaba muy nerviosa,
aunque hasta ese momento lo había disimulado bien. Albus lo podía notar en la forma
de moverse. Ella siempre había caminado recta y segura, pero mientras se
dirigía al sombrero, Rose caminaba lenta y un poco encogida. El sombrero tardó
uno o dos minutos en decidirse. Ella había posibilitado Ravenclaw. Rose era muy
inteligente, el tipo de personas que entran en Ravenclaw. Pero el sombrero
encontró algo en ella que le hizo cambiar de parecer, porque gritó:
—¡GRYFFINDOR!
Albus aplaudió disimuladamente y, antes de ir a
la mesa de Gryffindor, su prima miró a Albus y le sonrió. Vio cómo James y casi
todos sus primos aplaudían y recibían a Rose con sonrisas y miradas orgullosas.
—¡Hayward, Elizabeth!
Elizabeth se aproximó al taburete y, con un
ligero tembleque, cogió el sombrero y se lo colocó en la cabeza. A ella también
le tapó los ojos.
Elizabeth había comentado que quería estar en
Hufflepuff, pero parecía que el sombrero tenía otra opinión. Su selección no
fue fácil. Elizabeth estuvo sentada en el taburete, con el sombrero en la
cabeza, por más de cuatro minutos. Los nervios aumentaban entre los alumnos que
esperaban su turno, y también la preocupación. ¿Entre qué casas estaría dudando
el sombrero? Cinco minutos… De repente, un grito los cogió a todos
desprevenidos.
—¡GRYFFINDOR! —gritó
el sombrero finalmente.
Albus sonrió, y Elizabeth, justo después de dejar
el sombrero en su sitio, miró a Albus y también le dedicó una sonrisa.
Los Gryffindors la recibieron con muchos
aplausos, y Albus pudo ver a Rose con una amplia sonrisa y aplaudiendo muy
fuerte.
—¡Hikks, Richard! —el chico salió de entre los
demás alumnos, y se puso el sombrero, quien poco tiempo después, gritó que
pertenecía a Slytherin.
Se fijó en la mesa de Slytherin. Todos vestidos
con la túnica del colegio y las corbatas verdes y plateadas. Era un color frío
que no ayudaba a Albus a verlos mejor. Les hacían los ojos insensibles y las
miradas elitistas.
—¡Malfoy, Scorpius!
Malfoy se adelantó temeroso, cogió el sombrero y
se lo colocó en la cabeza. La selección no fue rápida. Se alargó un minuto. Dos
minutos. Albus se ponía nervioso. Estaba seguro que Malfoy tenía tantos motivos
como él o como su prima Rose a estar nervioso por la selección. Su familia
siempre había pertenecido a Slytherin, y si no quería decepcionar a su familia,
él también tendría que quedar en esa casa. Además, los Malfoy no eran famosos
por su permisión. Tres minutos. Hicieron falta unos momentos más antes de que
el Sombrero se decidiese.
—¡RAVENCLAW!
Hubo un momento de completo silencio, pero
después los Ravenclaws aplaudieron. Se notaba que nadie esperaba esa selección,
y los de Ravenclaw no parecían muy contentos.
Unos cuantos apellidos más resonaron en la sala,
y los alumnos iban siendo seleccionados. Finalmente, llegó un apellido
conocido:
—¡Potter, Albus!
Albus cogió aire, nervioso, y se adelantó hacia el
sombrero. Se sentó y se lo colocó en la cabeza. Le tapó los ojos, como a los
demás, y esperó. No sabía lo que debía hacer. ¿El sombrero le estaría leyendo
ya la mente?
«Slytherin no, Slytherin no, Slytherin no», pensó
Albus, suplicante.
—Con que Slytherin no, ¿eh? Eso me suena mucho…
Hace veintiséis años, otro Potter me pedía lo mismo.
«¡Mi padre! ¡Harry Potter!», pensó. Que el
sombrero se acordase de su padre le dio esperanzas. Quizás le hacía el favor de
no seleccionarlo en Slytherin por hacer una excepción en recuerdo de su padre.
—Así es, joven Potter. Pero, al fin y al cabo,
está en mis manos decidir dónde ponerte. Veamos…
«Pero yo no quiero ir a Slytherin», pensó,
esperando poder convencer al sombrero.
—¿Por qué? ¿Por algo que has oído o por algo que
ves en tu interior…? —Albus no supo qué responder. Supuso que era por las cosas
que su hermano le había explicado, y otras que había leído—. No a todos los
Slytherins les interesan las Artes Oscuras, Potter. Todos ellos desean llegar
lo más lejos que puedan, son trabajadores, ambiciosos e ingeniosos. Son
características que están dentro de ti, joven Potter, y no tienes que temerlas.
Sé que en esta casa estarás como pez en el agua. Es donde perteneces.
«Pero toda mi familia ha sido seleccionada para
Gryffindor. Es una tradición. No quiero ser diferente. No quiero decepcionarles
a todos», argumentó, preocupado.
—Pero tú ya eres diferente —Albus parpadeó varias
veces en la oscuridad que le rodeaba, confuso—. Todos los Weasley y los Potter
que han pasado por debajo de mi ala poseen un desparpajo y una despreocupación
que tú no posees. Todos ellos se lanzarían a la aventura sin pensar, pero tú no.
Los Gryffindors son orgullosos, extrovertidos, y buscan el reconocimiento por
parte de los demás. Los Slytherins, en cambio, son más introvertidos, cautos, ambiciosos
por retarse a ellos mismos, leales como los que más con los que se ganan su
afecto y su admiración, y consiguen el reconocimiento haciendo lo que su
corazón les dicta y sin que les importe lo que piensen los demás. Tú no eres un
Gryffindor, joven Potter, y nunca te sentirías a gusto en esa casa. El verde es
tu hogar —Albus suspiró. Era posible que el sombrero tuviese razón. Sí, era un
Potter, pero se sentía un poco fuera de lugar. Pero eso era porque era más
tímido. Sólo eso. Un problema de timidez. Justo cuando iba a rebatir la
declaración del sombrero, este se le adelantó—. ¡SLYTHERIN!
El corazón de Albus se volcó. Le latía muy
rápido, y cuando se quitó el sombrero de la cabeza, sintió el calor en la cara,
y supo que estaba colorado. Un poco mareado, buscó la mesa de Slytherin y
anduvo hacia ella, aún sin poder creerse lo que había pasado. James le haría la
vida imposible, Rose y Elizabeth no le hablarían más, y toda su familia se
llevaría una tremenda decepción. No se dio cuenta de que los Slytherins lo
aplaudían calurosamente hasta que no se hubo sentado y hubo observado las caras
de sus nuevos compañeros de casa.
—Bienvenido a Slytherin —Albus miró hacia
delante, y unos ojos castaños le devolvieron la mirada—. Yo soy la prefecta de
la casa, Mirembe Afolayan. Si necesitas cualquier cosa, sólo dímelo. A mí o a
mi compañero Benesh, que está allí —la chica de piel y cabello negros señaló
hacia la mitad de la mesa, a un chico mayor de pelo y ojos castaños.
—Gracias —dijo Albus, volviendo a mirar a
Mirembe.
Ella dio un golpe de cabeza, y volvió a prestar
atención a la selección. Albus miró hacia la mesa de Gryffindor, y vio a su
hermano mirarle fijamente. Cuando James se dio cuenta de que le estaba mirando,
sonrió torpemente y levantó el pulgar. Cerca de él estaban Rose y Elizabeth,
quienes le miraron con una sonrisa cálida. Albus dejó escapar una bocanada de
aire, aliviado. Después miró a la mesa de profesores, vio a Hagrid, y el
semigigante le torció la sonrisa e hizo un movimiento de cabeza, como para
felicitarle. Albus le devolvió la sonrisa.
—¿Estás bien?
Albus se giró a su derecha, y vio al chico que
había cruzado con ellos en la barca. Sabía que le habían llamado de los primeros
de la lista, pero no recordaba su nombre.
—Sí, es-estoy bien, creo —contestó nervioso
Albus. Aún no había asimilado lo que acababa de pasar.
—Tranquilo, también es mi primera vez aquí. Hem…
Estaría bien tener a alguien con quien hablar de las costumbres de los magos, y
tú pareces estar familiarizado… ¿Te importa si te molesto estos días con dudas
que tenga?
—Eh… No, supongo que no —Albus asintió sin estar
muy seguro de lo que decía—. Soy Albus Potter.
—Yo Charlie Adam.
Ambos niños se agitaron las manos, y luego volvieron
a prestar atención a la selección.
Quedaban aún algunos alumnos por seleccionar,
entre ellos su prima Lucy. Después de unos cuantos nombres, el turno de su
prima llegó. No parecía demasiado nerviosa. El sombrero no tuvo muchas dudas al
colocarla en una casa, ya que gritó enseguida el nombre de Gryffindor. El
último alumno que quedaba, Yoxall, Alee, fue seleccionado para Hufflepuff. El
profesor Longbottom enrolló el pergamino y recogió el taburete con el sombrero
encima.
Una bruja mayor se levantó, y miró a todos los
alumnos. Llevaba una túnica granate y un sombrero picudo. Debajo del sombrero,
su pelo estaba recogido en un moño.
—¡Bienvenidos! —dijo la bruja, sin cambiar la
seria expresión de su rostro—. Os doy la bienvenida a Hogwarts. Un nuevo curso
comienza. Algunos, han empezado desde cero, y supongo que tenéis hambre. Así
que disfrutad de la cena, y comed despacio. No queremos ningún alumno en la
enfermería el primer día.
Cuando acabó de hablar, se volvió a sentar entre
los aplausos de los alumnos.
La comida apareció de repente en los platos de la
larga mesa, y Albus quedó maravillado. Olvidó por un momento su malestar y su
confusión, y se dio cuenta que tenía un hambre bestial. Había de todo, un
montón de comida que ocupaba toda la mesa. No quedaba ningún rincón sin ningún
plato lleno, y todo lo que había en los platos le gustaba. Su madre nunca
hubiese admitido mucha de esa comida, pero entonces recordó que seguramente
ella también la había comido durante sus años en Hogwarts.
Mientras Albus cogía de todo un poco y se lo
servía en el plato, los fantasmas empezaron a deambular por los alrededores de
las mesas.
—Buenas noches —saludó pasivamente un fantasma al
pasar por detrás de Albus.
Él tenía la boca llena de pollo asado y patatas
fritas, así que todo lo que salió de su boca fue:
—«’uenaf noshef»
El fantasma ni siquiera lo miró, y se limitó a
sentarse en el extremo de la mesa que estaba más cercano a la mesa de los
profesores.
—¿Qué le pasa? —preguntó Charlie en voz baja.
—No lo «fé» —Albus tragó lo que le quedaba de
pollo en la boca—. Tampoco me da buena espina… Parece un aristócrata, pero está
manchado de sangre… ¿Qué crees que hizo?
—No lo sé, pero tampoco voy a preguntárselo.
Albus tenía mucha curiosidad, pero prefirió no preguntárselo
por si le ofendía. Siguió comiendo, haciendo poco caso de las conversaciones
que se formaban a su alrededor. En cambio, Charlie sí que parecía interesado en
todas ellas.
—¿Y tú, Albus? —la pregunta le pilló por
sorpresa, y tosió un poco al querer hablar demasiado rápido. Bebió un poco de
jugo de calabaza, y confesó que no sabía sobre qué le preguntaba Charlie—.
Estábamos hablando de las clases. ¿Qué asignatura tienes más ganas de empezar?
—Ah, pues… Creo que Defensa Contra las Artes
Oscuras.
Se le cortó la respiración. Recordó que estaba en
la mesa de Slytherin, y que seguramente varias de aquellas personas estaban
interesadas en las Artes Oscuras. Pero casi tan rápido como ese pensamiento
pasó por su cabeza, la voz del sombrero surgió de entre sus recuerdos: «No a
todos los Slytherins les interesan las Artes Oscuras, Potter.»
—Yo también —coincidió un chico de pelo rubio y
rizado y de ojos grises que tenía los mofletes inflados y la nariz chata—. Creo
que tiene que ser fascinante, tanto en teoría como en práctica —alzó las cejas
y abrió los ojos mientras se imaginaba quién sabe qué.
Albus miró incómodo a Charlie, quien le devolvió
la mirada igual de interrogante.
—Yo creo que a mí me encantará Pociones —opinó
una chica de pelo y ojos castaños.
—Yo esperaré a conocer a los profesores —dijo una
chica pelirroja y con los ojos negros—. La asignatura depende mucho de cómo la
dé cada profesor, así que hasta que no sepa lo que quiere cada uno en su clase,
no creo que pueda elegir cuál me hace más ilusión —tenía el rostro serio
mientras hablaba, y ni siquiera dirigió mucho la mirada a sus compañeros, sino
que la mantuvo fija en el filete que estaba cortando.
Albus suspiró. No estaba nada cómodo con esas
personas en esa mesa. Miró hacia la mesa de Gryffindor, y vio a Rose, Lucy y Elizabeth
hablando con el fantasma de su casa, un hombre con gorguera y medias. Albus
volvió a suspirar, deseando estar en aquella mesa, con su familia y amigos.
Hasta el fantasma de Gryffindor le parecía mejor que el de Slytherin. Siguió
comiendo en silencio, y después pasó a los postres, sin mediar palabra. Cuando
los postres hubieron desaparecido, la bruja con la túnica granate volvió a
ponerse en pie.
—¡Atención, por favor! Me gustaría anunciaros y
recordaros unas pocas normas: los de primer año debéis tener en cuenta que los
bosques que hay alrededor del castillo están prohibidos para todos los alumnos.
Repito, para todos los alumnos
—repitió la bruja, mirando
principalmente en la dirección de la mesa de Gryffindor. A Albus le pareció oír
quejarse a James y Blake—, así como el pueblo de Hogsmeade está prohibido para
alumnos menores de trece años. Además, el señor Filch, nuestro celador, me ha
pedido recordaros que no está permitido hacer magia en los pasillos, y tampoco
en los recreos. Están prohibidos también la mayoría de artículos de la sucursal
«Sortilegios Weasley». Hay una lista de los objetos permitidos en el muro de
noticias de cada sala común.
»La señora Hooch es la encargada de las pruebas
de quidditch, que se harán en la segunda semana del curso. Quien esté
interesado, puede contactar con ella.
»Ahora, podéis iros a las salas comunes. ¡Espero
que todos tengáis una buena noche!
Enseguida oyó a Mirembe y a Benesh por encima de
los demás alumnos de su casa.
—¡Los de primer año de Slytherin, seguidnos, por
favor! ¡No os separéis!
—¡Por favor, por favor! ¡Primer año de Slytherin,
por aquí!
Mirembe y Benesh se movían rápido, y como la mesa
de Slytherin era la más próxima a la puerta, no tuvo ocasión de acercarse ni a
su hermano ni a sus amigos.
Bajó la mirada, decepcionado, y se limitó a
seguir a Mirembe y a Benesh. Los prefectos de Slytherin dirigían la marcha
hacia lo que parecían las mazmorras. Bajaron los escalones de piedra y la
oscuridad los envistió. Benesh hizo un hechizo con su varita, y se iluminaron
unas antorchas que había en las paredes. Albus agradeció internamente la luz
que brillaba ahora en los pasillos. Estos eran laberínticos. Cualquiera podría
perderse por ellos, y Albus no estaba seguro si podría recordar el camino. Pasó
un cuarto de hora, y aún seguían caminando por los pasillos.
—Hay atajos que podéis coger —oyó que decía
Mirembe—. Por ejemplo, si pasáis por detrás de aquel tapiz llegaríais más
rápido hasta la siguiente curva.
—Pero sería demasiado para recordar —continuó
Benesh—, así que de momento es mejor que sepáis sólo el camino largo. Mañana es
sábado, así que aprovechad para aprenderos el camino que os sea más fácil.
Finalmente, los prefectos se detuvieron ante un
trozo de muro descubierto y lleno de humedad.
—«Linguam
serpentis» —dijo Mirembe, dirigiéndose al muro de piedra.
De repente, la pared empezó a moverse. No, no era
una pared. Era una puerta. Los prefectos la cruzaron, y los alumnos de primero
los siguieron. Una vez Albus hubo entrado detrás de la niña pelirroja, miró
alrededor, y se fijó que estaba en la sala común de Slytherin. Era una
habitación larga y subterránea, y los muros eran de piedra dura y resistente.
La sala estaba iluminada por lámparas de plata colgadas del techo por cadenas,
y emitían un color verdoso. Enfrente de la puerta, al final de la sala, había
una chimenea con repisa, aunque no estaba encendida. También había ventanas
alargadas y delgadas que daban a las profundidades del lago. Eso fascinó a
Albus, y a través del cristal de una de las ventanas, le pareció ver pasar unos
tentáculos gigantes. ¿Habría sido el calamar gigante?
A parte, el salón estaba decorado con muebles de
aspecto recargado. Sillas, sillones y sofás de cuero negro, y alguna de las
mesas pequeñas eran de color plata.
—¿Estáis todos dentro ya? —preguntó Benesh. Al no
recibir ninguna negativa, prosiguió—. Bien, vale. Bueno, esta es nuestra sala
común. La contraseña cambia cada mes, ¿vale? Que no se os olvide mirar el
tablón de anuncios a finales de cada mes, que se colgará la nueva contraseña.
Eh… ¿qué más?
—Nada más —completó Mirembe—. Chicas, si me
seguís por aquí, os conduciré a vuestra habitación. Benesh acompañará a los
chicos por la otra puerta. Que durmáis bien todos, seguro que el sonido del
agua golpeando las ventanas os relaja. Buenas noches.
Las chicas siguieron a Mirembe por detrás de un
tapiz que representaba una bruja medieval haciendo un hechizo, y Benesh inició
la marcha dirigiéndose al tapiz de al lado, que mostraba un mago con una
túnica, también medieval, y con una vara en la mano. Los niños se pusieron en
fila, y apartaron el tapiz para pasar a través de él. Había una puerta justo
enfrente de ellos que ponía “Séptimo año” en color plata. El pasillo continuaba
hacia su izquierda, así que caminaron por él, mientras pasaban por las puertas
de todos los años. Obviamente, la suya fue la última. Cuando el pasillo de piedra
se acabó, vieron a su derecha la puerta cuyo cartel rezaba “Primer año”. Benesh
les deseó buenas noches, y les dejó allí. El chico rubio fue el que abrió la
puerta. Al entrar al dormitorio, Albus se fijó en que las ventanas que se
extendían por toda la sala daban, como las de la sala común, a las
profundidades del lago. Había cinco camas con dosel y cortinas de seda verde, y
las colchas estaban bordadas con hilo de plata. Sus baúles ya estaban allí.
Albus buscó el suyo, y vio que estaba a los pies de la cama que había al lado izquierdo
de la puerta, justo al lado de una ventana. Todos estaban muy cansados, así que
se pusieron los pijamas sin mediar palabra y se metieron en la cama.
Aun y estar agotado, a Albus no se le cerraban
los ojos. Estaba demasiado preocupado, y no creía que pudiese conciliar el
sueño. No sabía qué hacer ni qué pensar. No sabía cómo tomarse la elección del
Sombrero, y planeaba ir a hablar con la directora a la mañana siguiente.
Se incorporó en su nueva, aunque temporal, cama,
rindiéndose ante el hecho de poder dormir. Le molestaba ver que sus compañeros
dormían tan plácidamente en sus camas, así que decidió ir a la sala común.
Allí, sentada en uno de los sillones de cuero negro, vio a una chica rubia,
mucho mayor que él. No le apetecía hablar con nadie, así que se dio la vuelta,
dispuesto a volver a su dormitorio.
—Buenas noches —oyó que le decía una voz
femenina.
Albus chasqueó internamente, y se giró.
—Buenas noches.
—¿Nervioso? ¿No puedes dormir?
—Hum... Sí. Bueno... —suspiró—. Es igual. Voy a
intentar...
—No, por favor —le interrumpió ella. Con la palma
de la mano, dio unos golpecitos en el sillón que tenía a su lado—. A veces es
mejor desahogarse con alguien.
Albus se quedó quieto en el marco de la entrada a
los dormitorios, molesto. Después de unos segundos de incómodo silencio, Albus
acabó accediendo ante los ojos verdes que lo miraban expectantes.
—Yo... —empezó, cuando se hubo sentado—. Creo que
el Sombrero se equivocó al colocarme en Slytherin. No creo que pertenezca aquí.
Ella le dedicó una sonrisa sincera.
—Todos nos sentimos así al principio. Pero creo
que te entiendo. Siendo el hijo de Harry Potter, supongo que todos esperan
grandes cosas de ti.
—Él me dijo que no pasaba nada si quedaba en
Slytherin, pero toda mi familia ha ido a Gryffindor. Además, Slytherin no tiene
muy buena fama... No te ofendas.
—Ya veo —inspiró una gran cantidad de aire por la
nariz, y lo dejó ir lentamente—. Supongo que conoces a Merlín. Un gran mago.
Hizo cosas increíbles, tanto en el campo de la magia como en política. Fue un
gran simpatizante de los muggles. Y todo eso lo consiguió con astucia, ambición
y determinación.
Albus no tenía ni idea de por qué la chica le
contaba cosas de Merlín. Estaba cansado, disgustado, y lo único que quería era
salir de esa sala común y arreglar la situación de una vez. Pero tampoco quería
ser grosero con la chica. Al fin y al cabo, intentaba ayudarle, así que le
contestó lo más cortés que le salió en ese momento.
—Sí. Merlín fue un mago digno de admirar.
—Así es —la chica le dirigió una mirada
desafiante—. Merlín fue un Slytherin.
A Albus se le abrieron mucho los ojos, y por un
momento olvidó su fatiga y su malestar.
—¿Me-Merlín fue… un Slytherin?
—Ajá. ¿Sabes? Hay unas cuantas cosas que deberías
saber sobre Slytherin, y algunas otras que deberías olvidar. Mitos como que
sólo nos interesan las Artes Oscuras, o que sólo nos dirigimos a personas con
algún familiar famoso, son sólo eso, mitos. No niego que es la casa que ha
producido más magos oscuros de todas las de Hogwarts, pero no ha sido la única.
Deberías recordar eso. También es verdad que durante mucho tiempo, la casa ha
sido muy elitista. Pero hace unos años que ya no lo es. Parece que aprendimos
la lección, finalmente.
—Hum... No parece tan mala si lo miras así —admitió
Albus.
Pero, aunque notaba que se ablandaba a medida que
la chica hablaba y de los recuerdos de lo que le había dicho el Sombrero, aún
no se sentía nada cómodo allí. No sabía cómo había acabado él allí. Él no era
orgulloso, ni fanfarroneaba delante de los que no tenían lo mismo que él. Se
veía más incluso como un Hufflepuff que como un Slytherin.
—Puedo ver el malestar en tus ojos —dijo la
chica, mirándole a los ojos con empatía y amabilidad—. Déjame seguir —dijo,
desafiante. No estaba dispuesta a rendirse tan pronto. Justo entonces, Albus
comprendió porqué aquella chica había sido seleccionada para Slytherin—.
Slytherin es la casa más guay del colegio. Contamos con el respeto de las demás
casas, aunque puede que sea por el miedo que nos tienen. Pero, ¿sabes qué? Puede
ser muy divertido. Dejas caer algunas indirectas sobre tu acceso a una amplia
colección de maldiciones, y seguro que no se atreven a molestarte en lo que
quede de curso, o hasta que se les olvide —Albus dejó escapar una risita, y le
devolvió la mirada con mucha más calidez que con la que la había mirado antes.
Ella se rio también—. Pero no somos mala gente. Somos como las serpientes:
elegantes, poderosos, y frecuentemente incomprendidos. Pero, ¿sabes lo que
Salazar Slytherin buscaba en sus estudiantes? —Albus tenía una ligera idea,
pero no era nada halagador, así que se limitó a negar con la cabeza—. La
grandeza. Has sido elegido para esta casa porque tienes el potencial de ser
grande en el verdadero sentido de la palabra.
Albus sonrió, y desvió la mirada hacia el suelo. El
Sombrero le había dicho algo parecido. Se atrevió a ser sincero consigo mismo
durante un momento, y se sorprendió al darse cuenta que se sentía identificado
con mucho de lo que el Sombrero y la chica le habían dicho. Quizás la decepción
le había cegado. Quizás, sólo quizás…
—Dale una oportunidad —Albus volvió a mirar a los
ojos verdes de la chica cuando esta habló—. Piensa que estás en una casa
cualquiera. Al fin y al cabo, la única función de las casas es organizar a los
alumnos para evitar el caos. Encontrarás compañeros que te caerán mal y otros
que te caerán bien, pero eso pasa en todas.
Albus alzó las cejas por un momento y suspiró. En
realidad tenía razón. Sólo era una forma de organizar.
—Sí, creo que voy a hacer eso. Gracias.
—De nada.
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