XIII. El castigo más largo de sus vidas

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—¡Lizzie! —gritaron Albus, Rose y Scorpius cuando su amiga se introdujo en la bola de luces.
—¡Lizzie, vuelve!
—¿Qué haces?
—¡Tenemos que pararla! —exclamó Rose.
—¿Pero cómo? —gritó Albus—. ¡Lizzie! ¡Lizzie! ¡Rose! —gritó lo último cuando su prima emprendió una carrera hacia la bola, pero esta la rechazó.
La envió volando hacia atrás y cayó encima de Scorpius. Ambos aterrizaron en el suelo, Rose con el labio partido.
—¡Rose! ¿Estás bien? —Albus se acercó a su prima mientras esta y Scorpius se ayudaban mutuamente a levantarse.
Rose se llevó una mano al labio, que sangraba, y después se miró la mano.
—¿Por qué no he podido pasar? —preguntó Rose, sin comprender.
—No lo sé, no lo entiendo —confesó Albus, y miró hacia la bola—. ¿Cómo ha podido entrar Lizzie?
Todos quedaron en silencio un momento, y se quedaron pensativos, con las miradas perdidas.
—Seguro que no lo ha hecho entrando como una loca, como Rose —opinó Jayden.
Rose le dedicó una mueca burlona, pero a Scorpius pareció iluminársele una bombilla.
—Claro. Es eso —dijo, y miró a Albus—. Lizzie le ha hablado a Luned. Estoy seguro que le ha hecho llegar su voz relajada y por eso la ha dejado pasar.
—¡Genial! —exclamó Sabrina, y miró a Albus—. Háblale —y le acercó a la bola de hechizos.
—¡No, no! —se adelantó Scorpius para detener a Albus—. Ahora tiene que estar concentrada en Lizzie. Si le habla alguien más, podría descontrolarse más y echar a Lizzie, o hacerle daño ahí dentro. Lo mejor que podemos hacer ahora es esperar a que Lizzie la tranquilice.
Todos se miraron entre ellos. Scorpius tenía razón. Si alguien más intentaba llamar la atención de Luned, se pondría nerviosa. Detrás de ellos, los hermanos Sekinci seguían discutiendo, pero el grito de Vergilius les llamó la atención, y desviaron la mirada de la bola de Luned hacia los Sekinci.
—¡Protego! —gritaron dos voces como respuesta al hechizo de ataque de Vergilius.
Una de esas voces había sido la de Aelia, y la otra…
—¡James! —reconoció Albus cuando su hermano se colocó al lado de Aelia.
—¡Estúpido entrometido! —le gritó Vergilius cuando le reconoció.
James y Vergilius se enzarzaron en una batalla mágica en la que Aelia intentaba intervenir, pero Vergilius se movía rápido. No podía petrificarle, sus hechizos fallaban, y James tampoco conseguía vencerle en el duelo. Vergilius era mejor que él.
Alguien del grupo de Albus se adelantó y lanzó un hechizo a Vergilius que logró entretenerle.
—¡Petrificus totalus!
El hechizo de James le dio a Vergilius de pleno mientras este se disponía a responder a Rebecca con otro hechizo. Vergilius cayó al suelo de espaldas, con los brazos pegados al cuerpo y las piernas pegadas entre ellas. Nadie movió un músculo durante unos segundos, hasta que James utilizó un hechizo para aumentar su voz y poder llegar a toda la cámara.
—¡Quiero que me escuchéis muy bien todos los que estáis aquí! Habéis venido aquí para proteger a vuestros seres queridos. Habéis pensado que Luned era el peligro, ¿pero no os dais cuenta de lo que habéis hecho? ¿Dónde están vuestros seres queridos ahora? ¡Están aquí! ¡Heridos, asustados, vulnerables! ¿Y ha sido Luned la causante de esto? ¡NO! ¡Habéis sido vosotros, estúpidos gilipollas! —era la primera vez que Albus veía a James tan afectado y enfadado y, extrañamente, le llegó al alma—. Os pido que os larguéis de aquí. Llevaos a vuestros hermanos y vuestros amigos fuera de aquí y protegedles sólo de lo que sabéis que es peligroso, y no os dejéis llevar más por las tonterías que dice un idiota.
Todo se quedó en silencio. Nadie se movió, nadie dijo nada. Todo se convirtió en un silencio sepulcral. Entonces Albus se dio cuenta. La bola de hechizos debería de estar haciendo ruido, pero en vez de eso, empezó a escucharse un sollozo. Un sollozo que cada vez se hizo más fuerte. Todos los allí presentes, poco a poco, fijaron su atención en Luned. Estaba arrodillada, sangrando, y abrazada con fuerza a una niña morena llena de heridas por todo el cuerpo. Luned lloraba desconsolada en el brazo de Lizzie a pesar que la primera era cinco años mayor que la segunda. Nadie se atrevió a acercarse a ellas. Al contrario, aquello pareció incomodar tanto a los que estaban allí, que la cámara empezó a vaciarse. Blake y Anne indicaban el camino de salida, Vergilius era llevado en brazos hacia la enfermería, y James y Aelia se lanzaron una mirada de complicidad.
Rose se acercó a Albus y le cogió de la mano. Él le sonrió y se la apretó antes de que Scorpius se uniese a ellos y le cogiera también la mano a Albus. Los miembros del ECHS se fueron uniendo a ellos hasta crear un círculo con las manos cogidas. James se acercó a ellos y puso una mano en el hombro de Albus, y este miró a su hermano mayor con admiración mientras Aelia pasaba por detrás suyo hacia Luned.
—¿Luned…? —dijo en voz baja, y Luned se separó de Lizzie para mirar a Aelia—. Lo siento. Lo siento mucho.
Luned, con la cara roja y mojada, se quedó observando a Aelia durante un momento, se levantó poco a poco con la ayuda de Lizzie y abrió los brazos para abrazar a Aelia.
—Está bien —logró decir Luned, con la boca seca y quebradiza.
Lizzie fue hacia sus amigos y les cogió de la mano, aunque Rose se lanzó hacia ella y la abrazó.
—¿Luned? —la llamó Scorpius, y ella se separó de Aelia para mirarle—. ¿Podemos hablar?
Aelia cogió la mano de Luned y la apretó antes de susurrarle:
—Es la hora.
Luned, sin establecer contacto con Aelia, asintió con la cabeza mientras decía:
—Lo sé.

Los profesores les estaban esperando a la salida de la cámara. Casi se tiraron encima de Aelia, James, Albus, Rose, Scorpius y Lizzie (los demás se habían quedado en la cámara para evitar que les pillasen), y les prometieron uno de los mayores castigos jamás impuestos por el colegio por ocultar y mantener en secreto a Luned en la cámara de los secretos. Tenían los rostros rojos de ira y la mayoría no controlaban su tono de voz, que se descontrolaban sin piedad.
—Luned…
La voz de Morgan pareció llegar a todos los profesores que estaban en la sala de trofeos, y todos detuvieron sus regaños para observar la escena. Luned, herida, miraba a su madre como si no pudiera mantener el contacto visual durante mucho rato, pero Morgan miraba a su hija con lágrimas en los ojos y con una esperanza y felicidad increíbles. No podía mostrar ninguna emoción con el rostro, pero los ojos fueron suficiente. Suficiente para que su hija supiera lo mucho que la quería y la había echado de menos. Morgan abrió los brazos y abrazó a Luned, que le correspondió, y ambas cayeron de rodillas al suelo, envueltas en lágrimas.
—Quizás nos replanteamos la dureza del castigo —comentó el profesor Faulkner sin retirar la mirada de las Morgan.
El castigo no fue sólo para los que habían retenido al salir de la cámara; también fue para Vergilius y Cato. El de Vergilius fue más duro que el de los demás (lo que encantó a Albus y los otros), y les ayudaba a pasar sus tardes de castigo. A pesar de ello, los que recibieron más reprimendas de sus padres fueron ellos, y no Vergilius.
Luned fue llevada a San Mungo para ayudarla a controlar la magia y, un sábado de castigo de abril, recibieron una lechuza suya. En la carta, Luned decía que le habían dado la buena noticia de que, eventualmente, podría acudir a clase y podría vivir una vida normal, con total control sobre su magia.
A la semana siguiente, a Albus le tocó compartir castigo con Aelia, y esta se decidió a explicarle todo el asunto de las cartas anónimas.
—Era yo, Albus. Yo te escribí las cartas y las dejé en tu habitación.
—¿Tú? —se sorprendió Albus, pero no retiró la mirada de la ventana que estaba limpiando a mano—. Pensaba que era Cato…
—No —rio incómoda ella—. Verás, Luned, Cato y yo somos amigos desde hace tiempo. Siempre estábamos juntos e intentábamos ayudar a Luned con su problema y, cuando desapareció, ambos la buscamos como locos. Fuimos los dos los que la ayudamos desde entonces. Cuando Cato vio a tu hermano con ella, pensó que era mejor que no supiera nada de mí.
—¿Por qué? —preguntó Albus, curioso.
—Porque mi familia tiene muy mala fama. Tu hermano habría pensado que tramaba algo contra ella. No se hubiera fiado de mí, tanto como yo no me fiaba de él. Había oído cosas, y temía que perturbase a Luned. Así que se me ocurrió involucrarte a ti —miró a Albus con una mueca de incomodidad y culpabilidad—. Mi plan era que le interceptases algún día antes de entrar en la cámara, que le impidieses entrar y que le convencieses para que no volviera más allí. Pero todo se descontroló. No salió como lo había planeado.
—No hace falta que lo jures —comentó Albus, entre serio y divertido.
—Lo siento, Albus.
—Tranquila. Al final, lo que queríamos todos era ayudar a Luned.
Se quedaron en silencio mientras limpiaban los cristales de las ventanas. El agua quedaba tan sucia que Albus se preguntó si las habían lavado alguna vez, y también cómo podían ver a través de ellas con tanta suciedad. Miró a Aelia, que frotaba con fuerza los bordes de una ventana.
—Tus padres… —empezó a preguntar Albus. Aelia le miró un momento antes de volver a la ventana—… ¿cómo son?
—¿Cómo son? —repitió Aelia sin comprender.
—Sí, quiero decir… —mojó el trapo en el agua, lo escurrió y volvió a frotar el cristal—. ¿Se toman muy en serio eso de la supremacía de la sangre?
—¡Ja! —exclamó—. No sabes hasta qué punto. Es horrible vivir con ellos. Hubieran sido mortífagos si hubieran podido.
Albus retiró bruscamente la mirada de la ventana para mirar a Aelia.
—¿Tanto?
Aelia le miró con las cejas alzadas y con la cabeza ligeramente inclinada hacia abajo, como si le mirase sobre unas gafas invisibles.
—No sé cómo yo aún estoy cuerda —volvió a frotar el marco de la ventana con el trapo con fuerza—. Estoy deseando acabar este curso para poder largarme de casa.
—¿Tus padres saben que no estás de acuerdo con su forma de ser?
—Cuando mi hermano entró en Hogwarts y vio cómo era yo realmente, se lo dijo a mis padres. Pero soy la favorita, así que no le creyeron y le amenazaron con hacerle daño si volvía a mentir sobre mí. Y delante de ellos disimulo muy bien. Así que no, no lo saben. Y no lo sabrán mientras yo siga viviendo con ellos, que espero que sea por poco tiempo más.
—Qué situación más complicada tienes en casa —comentó Albus, después de resoplar sonoramente.
—Ya…
El castigo incluía no acudir a los partidos de quidditch, así que se perdieron los tres últimos de la temporada. Cuando se enteraron de esta parte del castigo, todos se quejaron y se enrabiaron, pero después del primer partido, se relajaron, pues Sabrina se lo contó tan detalladamente que parecía que hubieran estado allí. Tampoco les dejaron celebrar más reuniones del ECHS durante todo el tiempo que durara el castigo, así que no pudieron reclutar más miembros.
Se podría decir que los últimos meses en Hogwarts fueron aburridos y agotadores, pero de lo que no se dieron cuenta los niños fue de lo amigos que se habían hecho todos durante esos castigos. Cuando mayo llegaba a su fin, parecía que se conocían de toda la vida. Todos excepto Vergilius, por supuesto, al que cogieron incluso más rabia y odio que antes.
Lo que también trajeron los castigos con ellos y que nadie se esperó fue el malhumor de Rose y el estrés de Scorpius. Se acercaban los exámenes finales, y entre tanto tiempo ocupado, casi no tenían tiempo de estudiar.
—¡Juro que si suspendo el primer año en Hogwarts, mataré a Aelia por involucrarnos! —decía enrabiada Rose.
—¡Pero si fuiste tú la que dijo que podíamos ayudar a Luned! —le recordó Albus.
—Cosa que no hubiera hecho si Aelia no hubiera enviado las notas.
—¿Podemos dejar de quejarnos y concentrarnos, por favor? —instó Scorpius entre nervioso y enfadado.
—Perdón —dijeron Rose y Albus al unísono mientras volvían a concentrarse en el párrafo que tenían delante.
A pesar de los nervios de Albus y sus amigos, Aelia, que se enfrentaba ese año a los exámenes EXTASIS, parecía muy relajada, y Albus no lo entendía. Había tenido tan poco tiempo como ellos para estudiar, pero se la veía tan preparada como si hubiera estado estudiando durante meses. Cuando Albus le preguntó, ella simplemente de contestó:
—El poder de saber organizarse, amigo mío —y, antes de retirarse, añadió—. Y de tener un delegado ayudándote a estudiar.
Alguien la llamó, y Albus, como Aelia, vio a Archelaus Mulder, el delegado de su casa, acercarse a ella con algunos libros en la mano.
—¿Vamos? —le dijo él, y señaló la puerta de la sala común con la cabeza.
Ella asintió con la cabeza, se giró para despedirse de Albus y salió de la sala común junto a Archelaus.
Pero, como supo Albus más tarde, no había motivos para preocuparse tanto por los exámenes. Fueron más fáciles de lo que habían creído, y a la que le costó un poco más que a los demás fue a Lizzie, e incluso ella comentó que no le habían parecido muy complicados.
El castigo se acabó el mismo día que los exámenes, así que al día siguiente, todos los que habían sido castigados (menos Vergilius) salieron con el ECHS a celebrarlo. Jugaron a quidditch, fueron a visitar a Hagrid, tomaron té con él, jugaron a los Gobstones y al ajedrez e hicieron la reunión de reclutamiento para el ECHS de forma extraordinaria por no haberla hecho cuando tocaba. Fue un poco incómodo para Albus y los demás que habían sido castigados, pues sentían que su club estaba en contra de Aelia.
—Podemos referirnos sólo a los hermanos que son chicos —sugirió Lizzie cuando Scorpius confesó su incomodidad con el nombre del club—. Al fin y al cabo, el nombre es «Entidad Contra los Hermanos Sekinci». Los hermanos… chicos. Masculinos. ¿Sabéis?
—Sí, creo que te entendemos —dijo Rose sarcásticamente, como dándole a entender a su amiga que se había explicado demasiado y que había quedado más que claro.
—No creo que nos lo tome en cuenta —añadió Lizzie.
—Sí, yo lo veo bien —se despreocupó James.
—De acuerdo —aceptó Albus—. ¿Todos vais a traer a alguien nuevo al club? —preguntó entusiasmado.
Tuvo su respuesta el mismo día de la fiesta de fin de curso. Se reunieron por la mañana en el aula que servía como cuartel general del ECHS los nueve alumnos que formaban el club y cinco alumnos invitados.
—Yo soy Blake Eldred, estoy en tercero y soy un león —se presentó Blake, y de similar forma se presentó Anne, ambos invitados por James.
Rebecca trajo a una amiga del equipo de quidditch de su casa, Mackenzie Maccrum, que odiaba a Vergilius Sekinci por su juego sucio. Se convirtió en el miembro mayor del club, ya que estaba en sexto. Albus, cómo no, trajo por fin a Cian y Richard, que no podían estar más contentos de estar en aquel club.
Y así, con la introducción de los nuevos miembros, hicieron una pequeña celebración de fin de curso en la que decoraron el aula, jugaron a varios juegos e hicieron rondas de preguntas para conocerse mejor y contar anécdotas divertidas. Acabaron cerca de la hora de comer, así que bajaron todos juntos hasta el Gran Comedor y se separaron al entrar.
La sala estaba decorada con amarillo y negro por todas partes, y con un gran estandarte detrás de la mesa de los profesores en el que se mostraba un tejón, todo para conmemorar el triunfo de Hufflepuff en la Copa de las Casas. Ese año, el primer puesto había estado cambiando continuamente entre Hufflepuff y Ravenclaw, pero el castigo de Scorpius y Cato (como de los demás), incluyó la pérdida de muchos puntos que no pudieron salvar la diferencia con Hufflepuff ni siquiera después de ganar los azules la Copa de Quidditch. Pero, sorprendentemente, los alumnos de Ravenclaw no la habían tomado contra Scorpius ni Cato.
—Todos han sido extrañamente amables —había comentado Scorpius cuando Albus le preguntó—. Dicen que entienden que lo hice por ayudar a Luned.
—Ya… A mí me suena a que se sienten culpables por cómo actuaron con Luned aquel día, y por eso no se atreven a echártelo en cara —había dicho Rose, un poco enfadada.
Albus se sentó junto a Cian y Richard y frente a Charlie y Jillian justo antes de que Morgan pidiera silencio para dar su discurso.
—Buenas noches a todos. Soy consciente que este año ha sido muy intenso, pero espero que esto os haya enseñado algo valioso. A mí, por lo menos, me lo ha enseñado —dirigió una mirada a todas las mesas, buscando unos rostros en concreto en ellas—. Pero, aparte de esto, tenemos que entregar la Copa de las Casas. A continuación, diré cómo han quedado los puntos de este año: en cuarto lugar, Slytherin, con 386 puntos; en tercer lugar, Gryffindor, con 402 puntos; en segundo lugar, y por una diferencia de lo más ajustada, Ravenclaw, con 488 puntos. Y, por último, en primer lugar y, por tanto, ganador de la Copa de las Casas, Hufflepuff, con 492 puntos.
Los alumnos de Hufflepuff tiraron sus sombreros al aire y se abrazaron y felicitaron entre ellos, mientras que en las mesas de Gryffindor y Slytherin, todo eran caras mustias.
—En último lugar… —se lamentó Cian, y negó con la cabeza.
—Y todo por culpa del tema con Luned —dijo Albus entristecido—. Lo siento, chicos.
—Tranquilo —dijo Richard, y le dio un golpe cariñoso en la espalda—. Nosotros te hubiéramos acompañado si no hubiéramos ido a buscar a los profesores aquel día.
—Sí, y entonces tendríamos aún menos puntos.
Albus rio y, después de la celebración de la Copa de las Casas, apareció el festín en las mesas. Albus y sus amigos tragaron como si se tratase del fin del mundo, pues todos sabían que en casa no les esperaba una comida así. Esa noche, todos los alumnos se durmieron rápido en sus camas y disfrutaron de la última noche en Hogwarts antes de volver a sus casas para pasar las vacaciones de verano.
A la mañana siguiente, todos madrugaron para preparar los baúles y, mientras recogían sus cosas, les llegaron los resultados de los exámenes. Para sorpresa de Albus, sus notas eran bastante buenas, igual que las de sus compañeros de habitación, excepto las de Charlie, que eran tirando a bajas.
—No pasa nada —le dijo Cian mientras tiraba su ropa al interior de su baúl—, es el primer año y nunca habías hecho magia antes. Es normal. Ya verás que en segundo mejorarás.
—Eso espero —le sonrió Charlie mientras organizaba su ropa doblada y sus materiales escolares en diferentes pilas.
Todos acabaron sus baúles antes que Albus, así que se quedó unos minutos rezagado en el cuarto, ahora tan desierto, cuando oyó unos toques en el cristal que daba al lago. Albus se giró hacia él con una sonrisa, pues se imaginaba lo que significaba ese ruido. La criatura marina con la que había trazado una curiosa amistad estaba frente al cristal, moviendo la cola para mantenerse en el lugar. Saludó con la mano cuando Albus le sonrió, y el niño la imitó. Mediante signos le indicó que debía irse ese día, y la criatura asintió como para darle a entender que ya lo sabía. Albus se quedó un momento pensativo, y entonces se le ocurrió algo. Le dijo a la criatura (con signos, claro) que ese verano intentaría aprender su idioma para poderse así comunicar, y la criatura le sonrió mostrando sus afilados dientes. Ambos se despidieron con la mano y, cuando la criatura desapareció, Albus fue hacia su baúl para cerrarlo y salir de la habitación.
Albus no vio a sus amigos hasta llegar al andén de Hogsmeade a través del lago con las barcas, donde todos se despidieron de Hagrid y le dijeron que le echarían de menos. Albus, Rose, Scorpius y Lizzie se sentaron en el mismo compartimento y compartieron las notas de los exámenes. Por supuesto, Scorpius y Rose aprobaron todo con la nota máxima, y Lizzie consiguió notas medias, lo que sorprendió tanto a sus amigos como a ella misma.
Durante el trayecto, jugaron, comieron y recordaron todos los eventos que habían pasado aquel curso mientras, por la ventana, se mostraban los paisajes rurales de las altas tierras de Escocia y un cielo encapotado, preparado para soltar una tormenta.
Cuando el expreso llegó a la plataforma 9 y ¾, aminoró la marcha y llenó la plataforma de humo. Albus y los demás estaban pegados en el cristal para intentar ver a sus familias, pero había tantos rostros y tantos colores a los que luego se añadió el humo del tren que fue imposible. Cuando el tren por fin se detuvo, los niños cogieron sus baúles y sus abrigos y salieron del compartimento sólo para encontrarse con un atasco de gente en el pasillo. Todos se morían por salir y reencontrarse con sus familias, así que tuvieron que esperarse un buen rato hasta que se vació un poco el pasillo como para poder pasar. Albus saltó al andén desde el tren y cogió en brazos su baúl con una mueca de esfuerzo.
—¡Espera, espera! Ya lo cojo yo —dijo alguien que cogió el baúl y lo dejó en el suelo del andén con mucha más facilidad que Albus.
Albus había reconocido la voz, y se alegró de volver a oírla después de tanto tiempo. Se giró hacia su padre y, con una amplia sonrisa en el rostro, se tiró a su cuello para abrazarle. Harry correspondió al abrazo y estrechó a su hijo fuerte contra él.
—¡Te he echado de menos! —le dijo Albus.
—¡Y yo a ti, Al!
Cuando Harry dejó a Albus en el suelo, se colocó bien las gafas y acarició la mejilla de su hijo.
—¿Cómo estás? ¿Qué tal ha ido todo? ¿El castigo fue duro?
Albus ni siquiera se había acordado del castigo, y entonces se dio cuenta que, a pesar de la alegría de su padre al volver a verle, ese verano le esperaba una bronca y un castigo. Antes de que pudiera contestar a su padre, Ginny apareció por detrás de su marido de la mano de Lily, quien corrió a su hermano mayor para abrazarle.
—¡Por fiiiiin! ¡Te he echado mucho de menos! ¡Tienes que contármelo todo!
—Hola, Albus, cariño —le saludó su madre, y también le abrazó y le dio un beso en la coronilla.

También vinieron tío Ron y tía Hermione con Hugo. Scorpius y Lizzie se despidieron de sus amigos para poder irse a reunir con sus padres, y los niños se prometieron entre ellos que se escribirían ese verano. James se reunió con ellos poco después, y los cinco Potters se despidieron de los Granger-Weasley para volver a casa bajo la lluvia que ya había empezado a caer.

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