XII. Descontrol

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Fue muy complicado evitar a Cato y a Aelia por el tiempo en que consiguieron hacerlo. Sin duda, el Mapa del Cancerbero les sirvió de mucha ayuda, pero la suerte tenía que acabarse pronto, y sobre todo Albus y Scorpius lo tenían muy en cuenta, pues ellos dos eran los que tenían más probabilidades de encontrárselos.
El primer viernes de marzo, Albus se encontraba en su habitación. Estaba sentado en la cama con las piernas cruzadas al estilo indio, y desperdigadas delante de él estaban las notas que hacía meses le había escrito Cato. Albus las había estado observando desde hacía ya rato, intentando descifrar su propósito, pero obviamente había sido en vano. No comprendía qué quería conseguir Cato con esas notas, y tampoco entendía a qué se debía la conversación entre Aelia y Cato que escuchó a hurtadillas. ¿Por qué pensaban acabar con todo de una buena vez? ¿Qué era ese «todo»? ¿Cómo pensaban «acabarlo»?
Albus se llevó las manos a la cabeza y revolvió su pelo, cansado de no poder conseguir ninguna respuesta. Cogió las notas sin cuidado y las guardó debajo del colchón. Se levantó, alisó las sábanas y salió de su cuarto. Mientras caminaba, movía los brazos hacia delante y hacia atrás como si se tratase de un desfile militar y pensaba en que quizás era hora de pasar a la acción y abordar a Cato. Preguntar directamente y que les diese explicaciones; revelar por fin toda la verdad.
—¡Albus Potter! —oyó que le llamaba una chica.
Albus alzó la cabeza y volvió a la realidad. Buscó alrededor y vio a Aelia Sekinci acercándose a él. Él abrió mucho los ojos, cogió aire por la nariz y cambió el peso de un pie a otro hasta que ella se acercó lo suficiente.
—Eras tú con tus amigos, ¿verdad? ¿Qué oísteis?
Los latidos del corazón de Albus se aceleraron y sus pulsaciones se dispararon. La pregunta había sido tan directa que no le dio tiempo a relajarse y prepararse, así que Aelia notó que se había puesto nervioso. Ya no había forma de escapar de aquello.
—¿Por qué piensas que fuimos nosotros? —intentó disimular, aunque sabía que no funcionaría.
—Os vi —los ojos de Aelia luchaban por dejar escapar algún sentimiento, pero ella conseguía mantenerlos fríos.
—¿Y por qué estás preocupada? ¿Tienes secretos? —a pesar de lo fuertes y rápidos que sentía sus latidos, Albus no quería rendirse sin pelear.
—No intentes jugar conmigo, niño. ¿Qué oísteis?
Albus cerró la boca y observó atentamente esos ojos que le demandaban respuestas. Se sentía tan indefenso delante de ella, tan pequeño e insignificante. Ella le sacaba ventaja en todo: experiencia, altura, edad, inteligencia, astucia, fuerza. ¿Cómo podía dejarla fuera de juego el suficiente tiempo para poder escaparse de la situación? ¿Cómo conseguía que bajara la guardia?
—Escuchamos una conversación, pero no dijisteis nada que nosotros no supiéramos ya.
El desconcierto que esas palabras le causaron a Aelia se reflejó de repente tanto en sus ojos como en el resto de su rostro, y Albus aprovechó para alejarse corriendo, dejando a Aelia petrificada en el sitio.
Era casi la hora de la cena, así que sus amigos y su hermano estarían llegando al comedor, pensó Albus. Tenía que avisarles y explicarles lo que había pasado con Aelia. Corrió por los pasillos de la mazmorra y, ya cerca de llegar a la gran escalera, Albus se detuvo. Empezó a notar un temblor bajo los pies que fue creciendo. El suelo temblaba como si se tratara de un terremoto, y después fue como si algo por debajo de ellos explotara. Albus cayó al suelo, al igual que algunos cuadros, y se quedó muy quieto. El temblor había desaparecido, pero Albus se temía lo peor. ¿Le habría pasado algo a Luned? Después de comprobar que el temblor no volvía, Albus se levantó y emprendió la carrera hacia el Gran Comedor.
Cuando llegó a la puerta doble, se encontró con un montón de personas apiñadas ante el muro que quedaba al lado de la puerta. Desde la distancia, intentó saltar para averiguar por qué todos miraban el muro y para intentar vislumbrar a sus amigos, pero no consiguió ninguna de las dos cosas, así que se metió entre la gente.
—¡Albus! —alguien le cogió del cuello del jersey por detrás y le arrastró.
Albus se giró para ver de quién se trataba, aunque ya se lo imaginaba. Efectivamente, era James, rodeado de sus compañeros de año de Gryffindor.
—¿Qué pasa? ¿Por qué está todo el mundo aquí? —le preguntó a James entre el barullo.
—Te lo enseñaré.
James avanzó y fue apartando a los demás alumnos de su camino hasta llegar a las primeras filas y dejar espacio para que pasara Albus. El niño se vio delante de un escrito en la pared que rezaba:

Cabezas del Cerbero, corred a esconderos,
pues la Cámara de los Secretos se ha descubierto

Mientras intentaba asimilar las palabras escritas en la pared, James le puso una mano en el hombro, y él se giró poco a poco a mirarle.
—¿Qué significa esto, James?
—Creo que es una amenaza de Sekinci, Al. Sabe que Luned existe y que se esconde en la cámara. Es lo único que tiene sentido… Sólo él nos llamó «cerbero», ¿recuerdas?
—El temblor… —susurró Albus, preocupado. ¿Y si había sido Sekinci? ¿Y si Sekinci y Luned estaban peleando en ese momento?—. ¡Tenemos que ir a la cámara! ¡Ha habido un temblor antes!
—¿Qué? —los ojos de James se abrieron de par en par, y su mirada se volvió tan sombría y preocupada como pocas veces le había visto Albus.
—¡Puede estar en peligro!
—¡Quédate aquí, Albus! ¡Procura que nadie quiera ir en busca de la cámara! ¡Que se queden todos aquí! —le pidió mientras se alejaba entre el gentío.
—¡Tengo once años! ¡Nadie me hará caso! ¡James!
Pero su hermano ya estaba lejos para oírle. Chasqueó la lengua y se giró para intentar buscar a sus amigos. Le pareció ver una cabellera muy rubia que podría ser la de Scorpius, así que se dirigió para ella. Resultó no ser él, pero encontró a Lizzie cerca.
—¡Albus!
—¡Lizzie!
—¿Has leído lo de la pared?
—¡Al! —Rose se acercó a Lizzie y él acompañada de Scorpius.
—¡Chicos! Sí, lo he leído, ¿y vosotros?
—También —contestó Lizzie—. Tenemos…
Les llegó el ruido de una armadura cayendo al suelo cerca de la Gran Escalera, y todos desviaron la vista hacia donde había venido el ruido y callaron por un momento. Les llegaron resquicios de una discusión, y Albus y sus amigos se movieron entre el gentío y se acercaron a las personas que discutían.
—¡¿Dónde vas con tanta prisa?! —le gritó Sekinci a James.
Ambos blandían cada uno su varita. Sekinci estaba justo delante del acceso a la Gran Escalera, por lo que impedía que James pudiera pasar.
—¡Apártate de una vez! ¡Desmaius!
—¡Protego! ¿Vas a ver a Luned, Potter?
Tanto James como Albus y sus amigos se quedaron callados y muy quietos, con una expresión de fastidio y temor a partes iguales, mientras que Sekinci tenía un porte de superioridad y una sonrisa ladeada en el rostro.
—¡Desgraciado! ¡Expelliarmus!
Sekinci evitó con facilidad el hechizo de James.
—¡Sé lo que significa ese escrito! —anunció en alto a todos los presentes.
—¡Oh, no! —exclamó Scorpius en voz baja.
—Va a contarlo —comprendió Albus, y enseguida empezó a pensar un plan.
—¡Potter tiene una amiga escondida en el castillo! ¿No es cierto?
Todo el mundo empezó a susurrar a su alrededor. Albus sintió la tensión y el peligro en el aire, y eso no le dejaba concentrarse.
—¡Cállate! ¡No sabes nada!
James intentó otro hechizo, pero Sekinci se defendió.
—Cuánto te equivocas. El que no sabe nada, eres tú. ¡Su amiga vive debajo de nosotros, en la Cámara de los Secretos! ¡Y no controla su magia! —los alumnos que estaban allí hicieron gritos ahogados, se miraron y cuchichearon—. Seguro que os habéis preguntado qué pasó con las entradas a las salas comunes hace meses. ¿Por qué se rompieron todas? ¡Fue por ella! ¡A la amiga de Potter se le descontroló la magia y destrozó las entradas a las salas comunes!
Albus se quedó pálido y con los ojos muy abiertos. ¿Era eso verdad? Recordó que, al darse la noticia de lo de las entradas, James desapareció. ¿Había ido a ver a Luned? ¿A pedirle explicaciones? ¿A controlarla?
—¿Fue ella? —susurró Lizzie, incrédula.
—No… No creo… —se negó a creer Rose, aunque su rostro decía lo contrario.
—¡Eso es una locura! ¡Luned no tuvo nada que ver! ¡Sospecharía mil veces más de ti que de ella! —entonces, la mirada dura de James se suavizó por un momento, como si acabase de comprender algo—. Fuiste tú. ¡Lo tenías todo planeado, ¿verdad?! —parecía que se estaba controlando para no saltarle encima de la yugular.
—Te vigilaba, sí —dijo Vergilius, y continuó con su historia—. Confié en que tú podrías controlarla, pero hice mal. Jamás debí fiarme de ti, ni de ella. ¿Sabes algo de su ascendencia, Potter?
—¡Eres un cabrón!
—Tu amiga es descendiente de Morgana, Potter. Una bruja que trató con magia negra y fue culpable de muchos crímenes. ¡Es la descendiente de una asesina!
Otro grito ahogado recorrió la sala y los cuchicheos volvieron a crecer. Incluso James se había quedado sin palabras. Albus y los demás se miraron entre ellos con los ojos abiertos.
Morgan es descendiente de Morgana —corrigió Albus en un susurro dirigido a sus amigos, y subrayó el nombre de la profesora.
—Por las barbas de Merlín —exclamó Scorpius con los ojos muy abiertos, como si se hubiera dado cuenta de algo importante—. Luned pensó que la había matado, pero lo único que hizo fue quitarle la expresión de la cara. Es su madre. Morgan es la madre de Luned.
Los niños se miraron entre ellos, todos con los ojos muy abiertos.
—Por Merlín… —susurró Albus.
—¿Y sabes gracias a quién descubrí eso? —tentó Vergilius a James, y Albus y sus amigos dejaron su conversación para centrar la atención en James y Sekinci—. Tu hermano y sus amigos lo descubrieron —todos se giraron para mirarles, incluido James, que les dedicó una mirada de sorpresa e incredulidad. Albus negó con la cabeza, pero no le dio tiempo a explicarse—. Porque ellos también están metidos. Le han estado enseñando hechizos en secreto para que fuese aún más peligrosa. Albus Potter incluso mantenía correspondencia con ella.
—¡Es mentira! —exclamó Albus, indignado. Todo el colegio estaba pendiente de su discusión, aunque no había ningún profesor. Albus se preguntó dónde estaban—. ¡La ayudamos a controlar su magia! ¡No queremos que se vuelva más peligrosa!
—Deja de poner excusas, Potter —le inquirió un compañero de Ravenclaw de su mismo año—. Nadie va a creerte.
Albus miró al alumno de Ravenclaw.
—¿Y tú qué sabes? —le dijo con rabia, y después miró a los demás—. ¿Y vosotros creéis a Sekinci? ¿De verdad os creéis la versión de un racista antes que la nuestra?
Todos se miraron entre ellos y cuchichearon. Vergilius lo observó con la cara compungida mientras pensaba en qué decir.
—La chica está ahí abajo —dijo al fin—. No podemos permitir que siga descontrolada. ¿Cuántos tenéis hermanos pequeños? ¿Permitiréis que sigan corriendo un peligro que podemos evitar? Yo no. Locomotor Mortis —hechizó a James y este cayó hacia atrás con las piernas unidas.
—¿Qué va a hacer? —preguntó Rose en voz baja mientras lo veía alejarse.
—Va a por Luned —dijo Lizzie, y se dispuso a perseguir y detener a Sekinci, pero alguien la cogió, igual que a Albus, Rose y Scorpius.
Les quitaron las varitas y les lanzaron el mismo hechizo que Sekinci había lanzado a James, y tanto Albus como sus amigos cayeron con las piernas unidas. Todos los que estaban allí siguieron a Sekinci sin que Albus, James y los otros pudieran evitarlo. Pasaban por encima de ellos y por los lados, como si no existieran, como si quisieran restregarles que no podían hacer nada. Y todos ellos iban a por Luned.
—¡Finite Incantatem! —hechizó alguien que Albus no pudo ver, y sus piernas se sintieron libres de nuevo.
Albus se levantó junto a sus amigos, y ante ellos estaban los miembros del ECHS: Sabrina, Rebecca, Alexander y Jayden.
—Lo siento, no hemos podido pasar antes entre la gente —se disculpó Alex, y le dio a Scorpius todas las varitas.
Scorpius las repartió y después salvaron la distancia que les separaba de James, quien había hecho el contrahechizo y ahora se alzaba entre Blake y Anne.
—¡James! —le llamó Albus mientras él y los otros corrían hacia él.
—¡Al! ¿Estás bien? —cuando Albus le dijo que sí con la cabeza, James miró a los demás—. ¿Y vosotros?
—Sí, sí —dijeron Scorpius, Rose y Lizzie al unísono.
—Tenemos que hacer algo —dijo Albus para llamar la atención de James—. ¿Qué hacemos?
—Vosotros, quedaros aquí. Blake, Anne y yo, ir a la cámara.
—¡No! —se quejaron todos menos James, Blake y Anne.
James abrió los ojos de la sorpresa y les miró a todos a los ojos.
—Luned no podrá controlar su magia. Al, te quedas aquí.
—Ni hablar. Podemos ayudar.
—Vernos la calmará —añadió Rose.
—No tenemos tiempo para esto —murmuró James—. Vale, protegeos entre todos. Tenemos que irnos. Vosotros id por el camino de siempre. Nosotros iremos por uno más rápido, pero más peligroso.
Rose fue a protestar, pero Albus habló antes.
—Vale. Vamos, por aquí.
Utilizaron pasadizos secretos del Mapa del Cancerbero para llegar más rápido a la sala de trofeos y, una vez allí, Scorpius dijo la contraseña y entró el primero, seguido de Rose, Alex, y todos los miembros del ECHS. Albus fue el último.
Cuando Albus aterrizó en el suelo de culo, se vio rodeado de alumnos de otros cursos a parte de de sus amigos.
—¡Albus! —exclamó Rose cuando le vio—. Son alumnos que no han querido seguir más a Sekinci. Scorpius está hablando con ellos.
—Nosotros vamos a seguir —le dijo, y Albus lideró a los demás entre los pasillos.
A medida que se acercaban a la cámara, iban llegando a ellos ruidos y gritos. Empezaron a correr y, cerca de la puerta de la cámara, Scorpius y Rose se les unieron de nuevo. Cuando atravesaron la puerta, se quedaron quietos, asustados y confusos de lo que estaban viendo. Todo era un caos. Luces de hechizos, golpes, gente volando de un lado al otro de la cámara, gritos, trozos de los muros desmoronándose, alumnos llorando en las esquinas, otros escondidos… Era una batalla.
—Por Merlín, ¿cómo vamos a detener esto? —preguntó Rebecca, asustada.
—No lo sé —respondió Albus en un susurro, a punto de echarse a llorar.
James debía estar en medio de todo aquello junto a sus amigos, pues se suponía que habían llegado antes que ellos, pero era todo demasiado caótico como para intentar buscarle.
—¡Elizabeth, espera! ¡Elizabeth! —oyó gritar a Sabrina, y se giró para mirarla, al igual que los demás—. ¡Se está alejando! ¡Tenemos que cogerla! —gritó mientras empezaba a correr.
—¡Sabrina! —llamó Albus, y también empezó a correr tras ella.
Todo el grupo corrió uno detrás de otro. Scorpius les dijo que se cogieran de la mano en parejas, y que en la otra mano tuvieran preparadas sus varitas. Todos le obedecieron, pero al ser impares, Rebecca quedó sola entre las parejas que formaban Sabrina y Albus, y Jayden y Alex. Les llegaron varios hechizos que evadieron o bloquearon. Sabrina no perdía de vista a Lizzie, quien corría varios metros por delante de ellos. Llegaron a la estatua de Salazar Slytherin, donde había un remolino de luces que alejaban a golpes a todo el que se acercase. Así, había a su alrededor un espacio libre de gente, aunque seguían llegando hechizos de la batalla.
—¡Vergilius Sekinci! —llamó de repente una voz que cubrió toda la cámara, y todo se detuvo.
Las luces, los hechizos, los gritos, los golpes. Todo excepto esa gran bola de luces que tenían Albus y los demás delante. En medio de la cámara, la gente empezó a apartarse para dejar un espacio libre. Allí, de pie y erguida, se encontraba Aelia Sekinci, con la varita en la mano derecha. A unos metros frente a ella, su hermano Vergilius la miraba con rabia, también con la varita en la mano.
—Sé que así es como te criaron nuestros padres —le dijo Aelia, con la mirada fija en él—. Nos criaron a los tres así. Pero puedes escapar de ello. Verg, Luned no es mala. Sólo tiene miedo. ¡Mira lo que has causado! —señaló con la mano izquierda a la bola de luces de detrás de ella, pero sin retirar la mirada de su hermano—. Vete de aquí, Verg. Tenéis que iros todos —desvió la mirada de su hermano a todos los que estaban en la cámara—. Sólo los profesionales pueden ayudar a Luned. Dejad de pelear entre vosotros, por amor a Merlín. Luned será llevada a San Mungo. Yo mismo me encargaré de ello —prometió, y puso una mano en su pecho para señalarse a sí misma.
—¿Y cómo sabemos que dices la verdad? ¡Tú también la has estado ayudando! ¡Eres su mejor amiga! ¡Dirías cualquier cosa para ayudarla!
Albus frunció el ceño y miró a sus amigos.
—¿Aelia es amiga de Luned? —preguntó en un susurro, totalmente incrédulo.
Ellos le miraron igualmente sorprendidos y confusos.
—¿¿Por qué haces esto?? —preguntó Aelia y, por primera vez, mostró algo en su rostro: desesperación—. ¿Qué pretendes?
—¡Eliza! —exclamó Sabrina en voz baja, y Albus se giró para mirarla.
—¡No! —exclamó él también al ver que Lizzie se metía en la bola de hechizos que había creado Luned.

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