A
la mañana siguiente, tanto Scorpius como Albus se despertaron pronto, y aprovecharon
que Lizzie aún dormía para vestirse.
—¿La
dejamos dormir, o la despertamos? —le susurró Scorpius a Albus cerca de su
oreja.
—No
lo sé —murmuró Albus como respuesta, y encogió los hombros.
Zorion, en su zona de la habitación,
empezó a hacer ruidos para captar la atención de su amo, y Albus fue
rápidamente hacia él para callarlo y no molestar a Lizzie, pero cuando Albus
empezó a acariciar a Zorion, Lizzie
ya había abierto los ojos.
—¿Qué
le pasa a tu lechuza? —preguntó Lizzie, con voz pastosa y sin vocalizar,
mientras se llevaba las manos a los ojos.
—Perdona.
Sólo quiere mimos, ¿verdad? —hizo la pregunta a la lechuza, que pareció
contestarle afirmativamente al restregar su rostro contra su mano.
—Ooooh
—suspiró Lizzie, aún tirada en la cama pero con la cabeza girada hacia Albus y Zorion—. No me puedo enfadar con una
cosita tan MONA. ¡Qué bonito!
Albus
y Scorpius rieron, y luego de un rato hablando, Lizzie se levantó para ir a la
habitación de Lily a vestirse. Cuando acabó, fue a buscar a los chicos a la
habitación de Albus y, después de despedirse de Zorion, los tres bajaron a la cocina.
—Buenos
días, chicos —les saludó Harry, y les puso un plato con el desayuno delante de
cada uno en la mesa—. ¿Lo pasasteis bien ayer? No me acordé de preguntarlo en
la cena.
—¡Oh,
sí! Estoy acostumbrada a reuniones familiares numerosas, así que estuve muy
cómoda. Como si fuera mi familia —sonrió Lizzie.
—¿Tienes
muchos hermanos, Elizabeth? —le preguntó Ginny, mientras le acariciaba el brazo
a Harry.
—No,
no, sólo tengo una hermana más pequeña que yo. Pero tengo tres primos por parte
de madre y una por parte de padre.
—Vaya
—susurró Scorpius—. Yo sólo tengo una prima —comentó—, pero me lo pasé bien
ayer. Quizás estuve un poco abrumado, pero como estábamos en el jardín, no me
sentí agobiado.
—Me
alegro de escuchar eso —le sonrió Harry—. Tendría problemas con tu padre si le
contaras que te hemos tratado mal.
—¡Oh,
no, no! —exclamó Scorpius, y alzó las cejas—. Nunca diría eso.
Tanto
Harry como Ginny le sonrieron, y todos continuaron desayunando.
—¿Y
cómo es tu tío paterno? —le preguntó Albus a Lizzie—. Es tu único familiar
mago, ¿no?
—«Zi,
‘ueno» —respondió con la boca llena. Tragó ruidosamente, tosió un poco y bebió
leche—. Mi tío es majo, divertido, pero un poco… Seco. Es como si se esforzase
por parecer más simpático de lo que es. Se llama Andrew, y está casado con
Heidi, que fue alumna de Hogwarts, y aunque es más seca que mi tío, es más
cálida. Su hija sí que es un témpano de hielo. No me cae muy bien. Ella se
llama Paula, en honor a mi otra tía paterna, que murió en la Batalla de
Hogwarts.
—Oh,
vaya —frunció el ceño Harry—. ¿Paula Hayward?
—Sí,
así es. ¿Usted la conoció?
—Fuimos
a su funeral —contestó Ginny, como si lo hubiera recordado de repente—.
¿Charles Hayward era tu padre?
—¡Sí!
—¡Estuvo
con nosotros en el ED! —exclamó, y miró a Harry con los ojos y la boca abierta.
—¡Es
cierto! Recuerdo que se apuntó más tarde que los demás. ¡Vino invitado por
Justin Finch-Fletchley! Creo que no llegó a firmar en la lista de Hermione —parecía
abrumado por los recuerdos, pues tenía la mirada distante y una pequeña sonrisa
en los labios—. Por Merlín… Charles era un chico muy rebelde.
—Sí
—rio Ginny—. Se pasaba las clases criticando a Umbridge y a Snape. Cuando
revivimos el ED en séptimo, él fue de las primeras personas que acudió a la
llamada.
Los
ojos de Lizzie brillaban, y su boca se abrió en una amplia sonrisa.
—Puedes
sentirte muy orgullosa de tu padre —le dijo Harry—. Era una gran persona.
Lizzie
asintió con energía y sin borrar la gran sonrisa que decoraba su rostro.
—Bueno,
tengo que irme a cubrir el Mundial —anunció Ginny, y le dio un beso corto a
Harry en los labios—. Nos vemos el día de la final, ¿verdad? —preguntó, mientras
daba la vuelta a la mesa y le daba un beso a Albus en la frente.
—Sí,
claro —le sonrió Harry. Ginny se despidió y salió de la cocina—. ¿Aún no han
llegado las cartas de Hogwarts, no? —preguntó Harry mientras tomaba su café.
—No.
¿Cuándo la recibiremos? —frunció el ceño Albus.
—Se
supone que este mes, pero no sé qué día.
—¿Y
cómo lo haremos para ir al callejón Diagon? ¿Vendrán Scor y Lizzie con nosotros?
—No
lo sé, Al —contestó su padre, que bebió un poco de café y luego se quedó con la
taza en la mano—. Supongo que cuando lleguen las cartas, nos comunicaremos con
sus padres. Pero hasta entonces, supongo que queda mucho —les sonrió—. Hoy
tengo que ir al ministerio, ¿estaréis bien vosotros solos?
—Sí,
tranquilo.
—Bueno,
Kreacher os vigilará.
—Papá…
—remugó Albus.
—Ea,
ea —dijo para restarle importancia. Se acabó su café, le dio un beso en la
frente a Albus y se retiró—. ¡No hagáis travesuras!
A
Albus, eso le recordó mucho a lo que se debía decir para dejar en blanco el
Mapa del Merodeador («Travesura realizada»), pero agitó la cabeza para
deshacerse de ese pensamiento. Una cosa no tenía nada que ver con la otra, ¿no?
—¿Qué
querréis hacer? —preguntó Albus a sus dos amigos.
—¿Vendrá
Rose? —preguntó Lizzie, y arqueó las cejas.
—No
lo sé —encogió los hombros Albus—. Puede que siga en la Madriguera.
Lizzie
abrió los ojos como platos y pareció que también le brillaban.
—Al,
¿podríamos jugar a quidditch?
—¿Aquí?
—Lizzie asintió una vez—. ¿Dentro de casa? —Lizzie asintió de nuevo.
—No.
No, no —respondió Scorpius por Albus, y negó con la cabeza cuando Lizzie le
miró suplicante—. No voy a arriesgarme a romper algo. ¡No se puede jugar a quidditch
dentro de una casa! No, me niego.
—¡No
romperemos nada!
—Jugad
vosotros si queréis, pero yo no —cruzó los brazos, y Lizzie miró a Albus con un
puchero.
—Lo
siento, Lizzie, no me arriesgaré a enfadar a mis padres —le sonrió incómodo
Albus.
Scorpius
resopló, claramente aliviado, al contrario que Lizzie, que hizo un mohín y se
apoyó desganada en su mano.
La
semana pasó más rápida de lo que habían pensado cualquiera de los niños, y
pronto Harry les apremiaba tanto a ellos como a James y sus amigos para que se
preparasen para ir a presenciar el partido final de la Copa Mundial de
Quidditch. Por la diferencia horaria, Harry decidió ir por la mañana para
llegar allí a media tarde, dormir allí y ver el partido a la mañana siguiente.
Iba a ser muy raro coger el traslador por la mañana y aterrizar en Tailandia ya
por la tarde, pero lo habían tenido en cuenta y Harry les había levantado por
la madrugada para que, al llegar la noche allí, tuvieran sueño.
—¡Vamos,
chicos! —les gritó Harry mientras ayudaba a Scorpius a hacer su mochila—. A las
nueve y media tenemos que salir de casa. ¡Tenéis cinco minutos para acabar las
mochilas!
—¡Es
culpa de Blake! —gritó James desde su cuarto.
—¡No
me dejes mal delante de tu padre!
—¿Os
queréis callar ya y acabar con esto? —se oyó decir a Anne.
Consiguieron
estar listos a las nueve y media, y salieron corriendo de casa. Eran un grupo
grande, conformado por Harry, James, Blake, Anne, Albus, Scorpius, Lizzie y
Rose. Lily se había intercambiado con Rose, pues Ron y Hermione tomarían otro
traslador, más cerca de su casa, junto a Hugo y Lily. El traslador tomaría el
grupo de Harry se encontraba delante del Hospital San Mungo, pero cuando Harry
y los demás llegaron allí, Albus no vio ningún objeto que pudiera ser un
traslador.
—Seguro
que es el periódico —susurró Rose con una sonrisa astuta.
—Ah,
claro —acordó Scorpius, mientras Harry se acercaba a un periódico sucio y viejo
que estaba tirado en la calle.
Harry
se giró hacia los niños y, con la mirada, les apremió a que se acercaran. Todos
lo hicieron atropelladamente.
—Aseguraos
de poner aunque sea un dedo en el periódico —les indicó, y todos metieron los
brazos con quejas y empujones—. Está programado para las diez en punto…
Albus
sintió debajo del ombligo como si un gancho tirara de él y, a su lado, Lizzie
gritó. Se sintió flotar, caer, pero nada podía separar su dedo índice del
periódico, era como si un imán los mantuviera pegados. Notó cómo Lizzie le
agarraba del brazo y el hombro de Scorpius chocaba contra el suyo, y le pareció
oír la voz de James llamarle. La sensación se alargó un poco más antes de notar
cómo sus pies se posaban en un terreno irregular, y se las ingenió para
permanecer de pie.
—Oh
—Lizzie se llevó la mano con la que había agarrado a Albus a la boca, se alejó rápidamente
y se la oyó vomitar.
—Pobre
—murmuró Rose, con una mueca.
Harry
cogió el traslador y se lo dio a una mujer que se encontraba allí con un portapapeles
y cara de aburrimiento y luego empezó a charlar con el hombre que estaba al
lado de la mujer.
—Eh,
has aterrizado de pie —James le dio un golpe en el hombro y le revolvió el pelo
con la otra mano.
—¡James!
—Albus le apartó la mano y se alejó de su hermano.
James
rio.
—Esos
dos no han aguantado el equilibro —señaló con el dedo pulgar hacia atrás, y
Albus vio a Blake y Anne levantándose del césped y espolsándose la ropa—. ¿Está
bien? —James señaló con la cabeza a Lizzie, a quien Scorpius estaba
acariciándole la espalda.
—Ah,
sí, bueno, se ha mareado un poco.
—Es
increíble.
Tras
él, Rose miraba el paisaje con la boca entreabierta, y Albus se fijó en este
por primera vez. El césped verde se extendía por la colina y bajaba y subía con
suavidad hacia el infinito. Pequeños puentes de madera unían unas colinas con
otras, las hierbas y los árboles se retorcían largos y flexibles y las flores
brillaban como si se tratara de un cuadro.
—¡Lo
has logrado! —la voz de Ginny llegó desde detrás, y todos se giraron para
mirarla.
Subía
por la colina con una sonrisa en la boca, y detrás de ella se vislumbraban
cientos de tiendas de campaña de diferentes colores, todos vibrantes, y
banderas que ondeaban torcidas y rectas por la brisa.
—¡Ginny!
—Harry sonrió como un colegial al ver a su esposa, y se acercó a ella para
darle un beso en los labios.
—¡Mamá!
Cuando
Harry se apartó, Albus abrazó a su madre, quien le devolvió el gesto y le besó
entre el pelo.
—¡Hola,
mamá! —le saludó también James, y le dio otro abrazo y Ginny otro beso—. He
estado leyendo tus informes. ¡El partido de España contra Japón estuvo genial!
Ojalá pudiera haber estado contigo…
—Espero
que mi informe fuera emocionante, al menos —rio Ginny, y le abrazó de lado—.
Vamos, os llevaré a nuestra tienda de campaña —tomó de la mano a Harry, y ambos
se dieron la vuelta y bajaron por la colina.
—¿Tienda
de campaña? —Lizzie, que ya se había recuperado, hizo una mueca al lado de
Albus—. Somos muchos, no cabremos todos.
—¿Por
qué lo dices? —preguntó Albus, pues no comprendía a qué se refería Lizzie.
—¿Tú
has estado alguna vez en una tienda de campaña?
—Sí,
¿y tú?
Ambos
se quedaron con una expresión totalmente confundida.
—Las
tiendas de campaña muggles son diferentes que las mágicas —explicó Scorpius,
mientras empujaba suavemente a sus dos amigos detrás de los que ya seguían a
Ginny y Harry—. Ahora lo verás, Lizzie.
—¿Tú
cómo sabes eso? —le preguntó Rose a Scorpius.
—Lo
leí en un libro.
Pasaron
entre la gente pintada de amarillo y rojo y de rojo, blanco y negro, que celebraban,
gritaban, reían y corrían. A duras penas podían mantener la mirada en Harry y
Ginny, pero James, Blake y Anne se quedaron detrás de los más pequeños para que
no se desviaran. Llegaron a una tienda de color púrpura sin desperdigarse y los
padres de Albus se quedaron hablando.
—¡Corre,
a por las mejores camas! —gritó Rose, cogió a Lizzie de la mano y entró en la
tienda.
—¡Oye!
—Albus y Scorpius corrieron tras ellas, y detrás entraron James y sus amigos
riendo.
El
interior se dividía en cocina, dos baños y dos habitaciones en la planta baja,
y una buhardilla con dos habitaciones más. Rose y Lizzie se quedaron en una de
las de abajo, mientras que los demás tuvieron que elegir las de arriba. La otra
de abajo era la que utilizarían Harry y Ginny. Anne se trasladó con Rose y
Lizzie en la que se convirtió la habitación de chicas, así que la buhardilla se
convirtió en la zona de los chicos. El cuarto de Albus y Scorpius tenía una
litera, una alfombra y un armario, lo que no era demasiado, pero que para un
lugar donde se hospedarían una sola noche, era muy cómodo.
—¡Chicos,
tío Ron y tía Hermione han llegado! —les avisó Ginny desde la planta baja.
—¡Voy
a saludar a Lily! —informó Albus a Scorpius mientras salía de la habitación.
Se
topó con James, quien rio, le empujó y pasó delante.
—¡Lils!
—le oyó gritar ya abajo, y a continuación las risas de Lily.
Una
vez abajo, vio a James haciéndole cosquillas a Lily, y a ella riendo e
intentando escapar. Vislumbró a Albus en la escalera, abrió la boca y fue a
abrazarle.
—Hace
como cuatro días que no te veo, peque —le dijo él cuando se separaron—. ¿Dónde
te metes?
—Ya
sabes, explorando —se limitó a sonreír.
Tanto
Albus como James saludaron a los demás miembros del grupo, y tío Ron les
preguntó a favor de qué equipo estaban. James se lanzó a responder que con
España, por supuesto.
—Hacen
un juego genial, pero nunca han tenido mucha suerte. ¿A que juegan de maravilla,
mamá?
—La
verdad es que se disfrutan mucho sus partidos —confesó Ginny.
—¡Pero
Siria tiene unos grandes jugadores! —discutió tío Ron—. Al-Hashim está cerca
del nivel de Krum.
—No
puedo creer que hayas pronunciado esas palabras —se burló tía Hermione.
—Eh,
James, ¿vamos a pasear por ahí fuera? —propuso Blake desde la escalera.
—¡Sí!
¡Adiós, papá, mamá!
—¡Tened
mucho cuidado, por favor! —les pidió Ginny, aunque ellos ya habían salido a
mitad de pronunciar la frase.
—Y
pensar que ellos tienen nuestra edad cuando fuimos a los Mundiales en casa
—comentó tío Ron, melancólico.
—¡Es
cierto! —recordó tía Hermione—. Íbamos a empezar nuestro cuarto año en Hogwarts…
—Fue
el curso donde comenzó todo de nuevo… —añadió Harry en voz baja.
Ginny
hizo una mueca y le acarició el brazo.
—¡Albus!
—Rose apareció por detrás de Albus con una sonrisa de oreja a oreja—. ¡Vayamos
ahí fuera! Avisa a Scorpius, nosotras os esperamos fuera.
—¿Adónde
creéis que vais? —le exigió tío Ron.
—¡Pues
fuera! Queremos ir hasta el estadio…
—Rotundamente
no.
—¿Por
qué no? —se indignó su prima—. ¡James y sus amigos han ido!
—Ellos
son lo suficientemente mayores —dijo tía Hermione.
—¡Nosotros
somos más responsables que ellos!
Tío
Ron soltó una risotada.
—Vuelve
a la habitación.
A
Rose se le hincharon los mofletes, apretó los puños a los lados del cuerpo y se
retiró dando pisotones hasta la habitación, donde dio un portazo bajo la mirada
sorprendida de Lizzie. Albus miró a sus padres y encontró en ellos una mirada
que le decía que le iban a decir exactamente lo mismo, así que apretó los
labios y subió a su habitación.
Albus
y Scorpius pasaron la tarde jugando al ajedrez, hasta que llegó la hora de
cenar y salieron por fin de la habitación. Abajo, Lizzie se acercó a ellos y
resopló.
—¿Ha
sido muy pesada? —preguntó Albus, pues él sabía cómo llegaba a ponerse Rose
cuando se enfadaba.
—¿Bromeas?
Ha sido completamente horrible —contestó en voz baja—. Pensaba que venir aquí
iba a ser divertido, pero ya veo que no.
—Mañana
será diferente —aseguró Scorpius—. Veremos el partido y seguro que nos dejan
salir a celebrar la victoria del equipo ganador.
—Eso
espero.
Albus
rio, y los tres fueron a sentarse a la mesa para cenar. El sueño les cogió a mitad
de la cena, pero no solo a los niños, sino también a Harry y Ginny. El día
había sido largo y, aunque hubieran tenido en cuenta el cambio de hora, era muy
extraño haber perdido casi todo el día en solo unos segundos. Así, en cuanto
recogieron la mesa y se tumbaron en sus camas, todos se dejaron llevar por el
sueño.
No hay comentarios