III. Recuerdos de antaño

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A la mañana siguiente, tanto Scorpius como Albus se despertaron pronto, y aprovecharon que Lizzie aún dormía para vestirse.
—¿La dejamos dormir, o la despertamos? —le susurró Scorpius a Albus cerca de su oreja.
—No lo sé —murmuró Albus como respuesta, y encogió los hombros.
Zorion, en su zona de la habitación, empezó a hacer ruidos para captar la atención de su amo, y Albus fue rápidamente hacia él para callarlo y no molestar a Lizzie, pero cuando Albus empezó a acariciar a Zorion, Lizzie ya había abierto los ojos.
—¿Qué le pasa a tu lechuza? —preguntó Lizzie, con voz pastosa y sin vocalizar, mientras se llevaba las manos a los ojos.
—Perdona. Sólo quiere mimos, ¿verdad? —hizo la pregunta a la lechuza, que pareció contestarle afirmativamente al restregar su rostro contra su mano.
—Ooooh —suspiró Lizzie, aún tirada en la cama pero con la cabeza girada hacia Albus y Zorion—. No me puedo enfadar con una cosita tan MONA. ¡Qué bonito!
Albus y Scorpius rieron, y luego de un rato hablando, Lizzie se levantó para ir a la habitación de Lily a vestirse. Cuando acabó, fue a buscar a los chicos a la habitación de Albus y, después de despedirse de Zorion, los tres bajaron a la cocina.
—Buenos días, chicos —les saludó Harry, y les puso un plato con el desayuno delante de cada uno en la mesa—. ¿Lo pasasteis bien ayer? No me acordé de preguntarlo en la cena.
—¡Oh, sí! Estoy acostumbrada a reuniones familiares numerosas, así que estuve muy cómoda. Como si fuera mi familia —sonrió Lizzie.
—¿Tienes muchos hermanos, Elizabeth? —le preguntó Ginny, mientras le acariciaba el brazo a Harry.
—No, no, sólo tengo una hermana más pequeña que yo. Pero tengo tres primos por parte de madre y una por parte de padre.
—Vaya —susurró Scorpius—. Yo sólo tengo una prima —comentó—, pero me lo pasé bien ayer. Quizás estuve un poco abrumado, pero como estábamos en el jardín, no me sentí agobiado.
—Me alegro de escuchar eso —le sonrió Harry—. Tendría problemas con tu padre si le contaras que te hemos tratado mal.
—¡Oh, no, no! —exclamó Scorpius, y alzó las cejas—. Nunca diría eso.
Tanto Harry como Ginny le sonrieron, y todos continuaron desayunando.
—¿Y cómo es tu tío paterno? —le preguntó Albus a Lizzie—. Es tu único familiar mago, ¿no?
—«Zi, ‘ueno» —respondió con la boca llena. Tragó ruidosamente, tosió un poco y bebió leche—. Mi tío es majo, divertido, pero un poco… Seco. Es como si se esforzase por parecer más simpático de lo que es. Se llama Andrew, y está casado con Heidi, que fue alumna de Hogwarts, y aunque es más seca que mi tío, es más cálida. Su hija sí que es un témpano de hielo. No me cae muy bien. Ella se llama Paula, en honor a mi otra tía paterna, que murió en la Batalla de Hogwarts.
—Oh, vaya —frunció el ceño Harry—. ¿Paula Hayward?
—Sí, así es. ¿Usted la conoció?
—Fuimos a su funeral —contestó Ginny, como si lo hubiera recordado de repente—. ¿Charles Hayward era tu padre?
—¡Sí!
—¡Estuvo con nosotros en el ED! —exclamó, y miró a Harry con los ojos y la boca abierta.
—¡Es cierto! Recuerdo que se apuntó más tarde que los demás. ¡Vino invitado por Justin Finch-Fletchley! Creo que no llegó a firmar en la lista de Hermione —parecía abrumado por los recuerdos, pues tenía la mirada distante y una pequeña sonrisa en los labios—. Por Merlín… Charles era un chico muy rebelde.
—Sí —rio Ginny—. Se pasaba las clases criticando a Umbridge y a Snape. Cuando revivimos el ED en séptimo, él fue de las primeras personas que acudió a la llamada.
Los ojos de Lizzie brillaban, y su boca se abrió en una amplia sonrisa.
—Puedes sentirte muy orgullosa de tu padre —le dijo Harry—. Era una gran persona.
Lizzie asintió con energía y sin borrar la gran sonrisa que decoraba su rostro.
—Bueno, tengo que irme a cubrir el Mundial —anunció Ginny, y le dio un beso corto a Harry en los labios—. Nos vemos el día de la final, ¿verdad? —preguntó, mientras daba la vuelta a la mesa y le daba un beso a Albus en la frente.
—Sí, claro —le sonrió Harry. Ginny se despidió y salió de la cocina—. ¿Aún no han llegado las cartas de Hogwarts, no? —preguntó Harry mientras tomaba su café.
—No. ¿Cuándo la recibiremos? —frunció el ceño Albus.
—Se supone que este mes, pero no sé qué día.
—¿Y cómo lo haremos para ir al callejón Diagon? ¿Vendrán Scor y Lizzie con nosotros?
—No lo sé, Al —contestó su padre, que bebió un poco de café y luego se quedó con la taza en la mano—. Supongo que cuando lleguen las cartas, nos comunicaremos con sus padres. Pero hasta entonces, supongo que queda mucho —les sonrió—. Hoy tengo que ir al ministerio, ¿estaréis bien vosotros solos?
—Sí, tranquilo.
—Bueno, Kreacher os vigilará.
—Papá… —remugó Albus.
—Ea, ea —dijo para restarle importancia. Se acabó su café, le dio un beso en la frente a Albus y se retiró—. ¡No hagáis travesuras!
A Albus, eso le recordó mucho a lo que se debía decir para dejar en blanco el Mapa del Merodeador («Travesura realizada»), pero agitó la cabeza para deshacerse de ese pensamiento. Una cosa no tenía nada que ver con la otra, ¿no?
—¿Qué querréis hacer? —preguntó Albus a sus dos amigos.
—¿Vendrá Rose? —preguntó Lizzie, y arqueó las cejas.
—No lo sé —encogió los hombros Albus—. Puede que siga en la Madriguera.
Lizzie abrió los ojos como platos y pareció que también le brillaban.
—Al, ¿podríamos jugar a quidditch?
—¿Aquí? —Lizzie asintió una vez—. ¿Dentro de casa? —Lizzie asintió de nuevo.
—No. No, no —respondió Scorpius por Albus, y negó con la cabeza cuando Lizzie le miró suplicante—. No voy a arriesgarme a romper algo. ¡No se puede jugar a quidditch dentro de una casa! No, me niego.
—¡No romperemos nada!
—Jugad vosotros si queréis, pero yo no —cruzó los brazos, y Lizzie miró a Albus con un puchero.
—Lo siento, Lizzie, no me arriesgaré a enfadar a mis padres —le sonrió incómodo Albus.
Scorpius resopló, claramente aliviado, al contrario que Lizzie, que hizo un mohín y se apoyó desganada en su mano.
La semana pasó más rápida de lo que habían pensado cualquiera de los niños, y pronto Harry les apremiaba tanto a ellos como a James y sus amigos para que se preparasen para ir a presenciar el partido final de la Copa Mundial de Quidditch. Por la diferencia horaria, Harry decidió ir por la mañana para llegar allí a media tarde, dormir allí y ver el partido a la mañana siguiente. Iba a ser muy raro coger el traslador por la mañana y aterrizar en Tailandia ya por la tarde, pero lo habían tenido en cuenta y Harry les había levantado por la madrugada para que, al llegar la noche allí, tuvieran sueño.
—¡Vamos, chicos! —les gritó Harry mientras ayudaba a Scorpius a hacer su mochila—. A las nueve y media tenemos que salir de casa. ¡Tenéis cinco minutos para acabar las mochilas!
—¡Es culpa de Blake! —gritó James desde su cuarto.
—¡No me dejes mal delante de tu padre!
—¿Os queréis callar ya y acabar con esto? —se oyó decir a Anne.
Consiguieron estar listos a las nueve y media, y salieron corriendo de casa. Eran un grupo grande, conformado por Harry, James, Blake, Anne, Albus, Scorpius, Lizzie y Rose. Lily se había intercambiado con Rose, pues Ron y Hermione tomarían otro traslador, más cerca de su casa, junto a Hugo y Lily. El traslador tomaría el grupo de Harry se encontraba delante del Hospital San Mungo, pero cuando Harry y los demás llegaron allí, Albus no vio ningún objeto que pudiera ser un traslador.
—Seguro que es el periódico —susurró Rose con una sonrisa astuta.
—Ah, claro —acordó Scorpius, mientras Harry se acercaba a un periódico sucio y viejo que estaba tirado en la calle.
Harry se giró hacia los niños y, con la mirada, les apremió a que se acercaran. Todos lo hicieron atropelladamente.
—Aseguraos de poner aunque sea un dedo en el periódico —les indicó, y todos metieron los brazos con quejas y empujones—. Está programado para las diez en punto…
Albus sintió debajo del ombligo como si un gancho tirara de él y, a su lado, Lizzie gritó. Se sintió flotar, caer, pero nada podía separar su dedo índice del periódico, era como si un imán los mantuviera pegados. Notó cómo Lizzie le agarraba del brazo y el hombro de Scorpius chocaba contra el suyo, y le pareció oír la voz de James llamarle. La sensación se alargó un poco más antes de notar cómo sus pies se posaban en un terreno irregular, y se las ingenió para permanecer de pie.
—Oh —Lizzie se llevó la mano con la que había agarrado a Albus a la boca, se alejó rápidamente y se la oyó vomitar.
—Pobre —murmuró Rose, con una mueca.
Harry cogió el traslador y se lo dio a una mujer que se encontraba allí con un portapapeles y cara de aburrimiento y luego empezó a charlar con el hombre que estaba al lado de la mujer.
—Eh, has aterrizado de pie —James le dio un golpe en el hombro y le revolvió el pelo con la otra mano.
—¡James! —Albus le apartó la mano y se alejó de su hermano.
James rio.
—Esos dos no han aguantado el equilibro —señaló con el dedo pulgar hacia atrás, y Albus vio a Blake y Anne levantándose del césped y espolsándose la ropa—. ¿Está bien? —James señaló con la cabeza a Lizzie, a quien Scorpius estaba acariciándole la espalda.
—Ah, sí, bueno, se ha mareado un poco.
—Es increíble.
Tras él, Rose miraba el paisaje con la boca entreabierta, y Albus se fijó en este por primera vez. El césped verde se extendía por la colina y bajaba y subía con suavidad hacia el infinito. Pequeños puentes de madera unían unas colinas con otras, las hierbas y los árboles se retorcían largos y flexibles y las flores brillaban como si se tratara de un cuadro.
—¡Lo has logrado! —la voz de Ginny llegó desde detrás, y todos se giraron para mirarla.
Subía por la colina con una sonrisa en la boca, y detrás de ella se vislumbraban cientos de tiendas de campaña de diferentes colores, todos vibrantes, y banderas que ondeaban torcidas y rectas por la brisa.
—¡Ginny! —Harry sonrió como un colegial al ver a su esposa, y se acercó a ella para darle un beso en los labios.
—¡Mamá!
Cuando Harry se apartó, Albus abrazó a su madre, quien le devolvió el gesto y le besó entre el pelo.
—¡Hola, mamá! —le saludó también James, y le dio otro abrazo y Ginny otro beso—. He estado leyendo tus informes. ¡El partido de España contra Japón estuvo genial! Ojalá pudiera haber estado contigo…
—Espero que mi informe fuera emocionante, al menos —rio Ginny, y le abrazó de lado—. Vamos, os llevaré a nuestra tienda de campaña —tomó de la mano a Harry, y ambos se dieron la vuelta y bajaron por la colina.
—¿Tienda de campaña? —Lizzie, que ya se había recuperado, hizo una mueca al lado de Albus—. Somos muchos, no cabremos todos.
—¿Por qué lo dices? —preguntó Albus, pues no comprendía a qué se refería Lizzie.
—¿Tú has estado alguna vez en una tienda de campaña?
—Sí, ¿y tú?
Ambos se quedaron con una expresión totalmente confundida.
—Las tiendas de campaña muggles son diferentes que las mágicas —explicó Scorpius, mientras empujaba suavemente a sus dos amigos detrás de los que ya seguían a Ginny y Harry—. Ahora lo verás, Lizzie.
—¿Tú cómo sabes eso? —le preguntó Rose a Scorpius.
—Lo leí en un libro.
Pasaron entre la gente pintada de amarillo y rojo y de rojo, blanco y negro, que celebraban, gritaban, reían y corrían. A duras penas podían mantener la mirada en Harry y Ginny, pero James, Blake y Anne se quedaron detrás de los más pequeños para que no se desviaran. Llegaron a una tienda de color púrpura sin desperdigarse y los padres de Albus se quedaron hablando.
—¡Corre, a por las mejores camas! —gritó Rose, cogió a Lizzie de la mano y entró en la tienda.
—¡Oye! —Albus y Scorpius corrieron tras ellas, y detrás entraron James y sus amigos riendo.
El interior se dividía en cocina, dos baños y dos habitaciones en la planta baja, y una buhardilla con dos habitaciones más. Rose y Lizzie se quedaron en una de las de abajo, mientras que los demás tuvieron que elegir las de arriba. La otra de abajo era la que utilizarían Harry y Ginny. Anne se trasladó con Rose y Lizzie en la que se convirtió la habitación de chicas, así que la buhardilla se convirtió en la zona de los chicos. El cuarto de Albus y Scorpius tenía una litera, una alfombra y un armario, lo que no era demasiado, pero que para un lugar donde se hospedarían una sola noche, era muy cómodo.
—¡Chicos, tío Ron y tía Hermione han llegado! —les avisó Ginny desde la planta baja.
—¡Voy a saludar a Lily! —informó Albus a Scorpius mientras salía de la habitación.
Se topó con James, quien rio, le empujó y pasó delante.
—¡Lils! —le oyó gritar ya abajo, y a continuación las risas de Lily.
Una vez abajo, vio a James haciéndole cosquillas a Lily, y a ella riendo e intentando escapar. Vislumbró a Albus en la escalera, abrió la boca y fue a abrazarle.
—Hace como cuatro días que no te veo, peque —le dijo él cuando se separaron—. ¿Dónde te metes?
—Ya sabes, explorando —se limitó a sonreír.
Tanto Albus como James saludaron a los demás miembros del grupo, y tío Ron les preguntó a favor de qué equipo estaban. James se lanzó a responder que con España, por supuesto.
—Hacen un juego genial, pero nunca han tenido mucha suerte. ¿A que juegan de maravilla, mamá?
—La verdad es que se disfrutan mucho sus partidos —confesó Ginny.
—¡Pero Siria tiene unos grandes jugadores! —discutió tío Ron—. Al-Hashim está cerca del nivel de Krum.
—No puedo creer que hayas pronunciado esas palabras —se burló tía Hermione.
—Eh, James, ¿vamos a pasear por ahí fuera? —propuso Blake desde la escalera.
—¡Sí! ¡Adiós, papá, mamá!
—¡Tened mucho cuidado, por favor! —les pidió Ginny, aunque ellos ya habían salido a mitad de pronunciar la frase.
—Y pensar que ellos tienen nuestra edad cuando fuimos a los Mundiales en casa —comentó tío Ron, melancólico.
—¡Es cierto! —recordó tía Hermione—. Íbamos a empezar nuestro cuarto año en Hogwarts…
—Fue el curso donde comenzó todo de nuevo… —añadió Harry en voz baja.
Ginny hizo una mueca y le acarició el brazo.
—¡Albus! —Rose apareció por detrás de Albus con una sonrisa de oreja a oreja—. ¡Vayamos ahí fuera! Avisa a Scorpius, nosotras os esperamos fuera.
—¿Adónde creéis que vais? —le exigió tío Ron.
—¡Pues fuera! Queremos ir hasta el estadio…
—Rotundamente no.
—¿Por qué no? —se indignó su prima—. ¡James y sus amigos han ido!
—Ellos son lo suficientemente mayores —dijo tía Hermione.
—¡Nosotros somos más responsables que ellos!
Tío Ron soltó una risotada.
—Vuelve a la habitación.
A Rose se le hincharon los mofletes, apretó los puños a los lados del cuerpo y se retiró dando pisotones hasta la habitación, donde dio un portazo bajo la mirada sorprendida de Lizzie. Albus miró a sus padres y encontró en ellos una mirada que le decía que le iban a decir exactamente lo mismo, así que apretó los labios y subió a su habitación.
Albus y Scorpius pasaron la tarde jugando al ajedrez, hasta que llegó la hora de cenar y salieron por fin de la habitación. Abajo, Lizzie se acercó a ellos y resopló.
—¿Ha sido muy pesada? —preguntó Albus, pues él sabía cómo llegaba a ponerse Rose cuando se enfadaba.
—¿Bromeas? Ha sido completamente horrible —contestó en voz baja—. Pensaba que venir aquí iba a ser divertido, pero ya veo que no.
—Mañana será diferente —aseguró Scorpius—. Veremos el partido y seguro que nos dejan salir a celebrar la victoria del equipo ganador.
—Eso espero.
Albus rio, y los tres fueron a sentarse a la mesa para cenar. El sueño les cogió a mitad de la cena, pero no solo a los niños, sino también a Harry y Ginny. El día había sido largo y, aunque hubieran tenido en cuenta el cambio de hora, era muy extraño haber perdido casi todo el día en solo unos segundos. Así, en cuanto recogieron la mesa y se tumbaron en sus camas, todos se dejaron llevar por el sueño.

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