—Eso
es tenebroso.
Rose
casi no podía creerse lo que le habían contado Albus y Scorpius sobre la piedra.
Parecía incapaz de cerrar la boca del todo y de hacer alguna expresión que no
fuese la de impacto total.
—Pero
Lizzie es lista, y quiere a su familia —aseguró Rose—. Si quedarse con esos
apuntes y esa piedra puede ser peligroso, estará de acuerdo en destruirlo.
—Pero
eran cosas de su padre —contradijo Albus—. ¿No crees que querrá quedárselo?
—¿Y
perder a su madre y a su hermana como perdió a su padre? No, no lo creo.
Albus
y Scorpius intercambiaron una mirada, y se dieron cuenta que Rose seguramente
tenía razón.
No
pudieron coger un traslador justo después de comer porque había mucha gente que
se iba y que ya había reservado esos viajes, así que tuvieron que esperar al
traslador que ya habían reservado. Llegaron a Londres a las diez y media de la
mañana, y a casa a las once. Fuera, en la calle, había un coche parado, pero
con alguien dentro, observando la casa. Harry se percató y pidió a Ginny,
James, Albus, Scorpius, Rose y Lily que se quedaran alejados mientras él se
aseguraba de que no había peligro. Todos se pusieron de puntillas para poder
ver qué pasaba, incluida Ginny, hasta que Harry les hizo una seña para que se
acercaran. Rodearon los otros coches aparcados en la calle y se acercaron al
que parecía sospechoso, cuando vieron a Lizzie al lado de este.
—¡Lizzie!
Rose
corrió hacia ella y ambas se abrazaron. Albus y Scorpius también saludaron a
Lizzie y, antes de que tuviesen tiempo de preguntarle por el ojo del dragón,
alguien la llamó desde el coche y Harry les indicó que entraran en casa
mientras Lizzie se despedía de su madre. Albus se giró mientras caminaba para
intentar ver a la señora Hayward, pero el coche arrancó con la ventanilla
subida y no pudo verla. Lizzie corrió hacia ellos, Harry abrió la puerta de
casa y Rose agarró a Lizzie de la muñeca y corrió escaleras arriba, a la
habitación de Albus. Los niños se quedaron sorprendidos y confundidos durante
unos segundos antes de seguirlas. Albus cerró la puerta tras de sí cuando los
cuatro estuvieron dentro.
—¿Qué
has hecho con el ojo del dragón? —le espetó Rose, y Lizzie abrió mucho los
ojos.
—¿Cómo
sabes…?
Zorion expandió las alas y voló hacia
Albus para saludarle. Restregó su pico contra la mejilla y el pelo de Albus,
haciéndole cosquillas, y Albus casi tuvo que obligar a la lechuza a que se
detuviera. La acarició y se sentó en su cama con el animal en su hombro, y
Scorpius se sentó a su lado cuando Lizzie les lanzaba una mirada sorprendida.
—Larga
historia, te la contamos después —contestó Albus a la pregunta no formulada de
Lizzie—. ¿Pero qué habéis hecho con la piedra? —bajó la voz.
—Está
en un lugar seguro, igual que los apuntes de mi padre —respondió, y todos
suspiraron aliviados—. ¿Se puede saber cómo…?
Albus
le contó lo de la bola de cristal que James y sus amigos habían robado a Filch,
y Lizzie entreabrió la boca.
—¿Espiaste
al Ministro de Magia dar una información confidencial? —preguntó, incrédula.
—Solo
quería… —Albus se detuvo cuando se dio cuenta que no tenía respuesta. ¿Por qué
lo había hecho? ¿Por preocupación? ¿Por curiosidad? ¿Por miedo…?—. Hice mal,
tienes razón —aceptó finalmente—. Lo siento.
—¿Por
qué no destruisteis los apuntes de tu padre? —indagó Scorpius.
—No
queríamos que el trabajo de toda su vida se perdiese. Pero tranquilos, de
verdad, está en un lugar seguro. Y si nadie dice nada de lo que le oísteis a
Kingsley decirnos, todo irá bien. En serio, chicos, tiene que ser un secreto.
Todos
asintieron y prometieron no revelarlo jamás. El resto del día, los niños disfrutaron
del calor y comentaron la final del Mundial de Quidditch, y a la mañana siguiente
les llegaron las cartas de Hogwarts durante el desayuno.
—Este
año será el primero de los Scamander —comentó Ginny mientras leía los
materiales que necesitaría Albus en su segundo año en Hogwarts.
—Es
verdad —recordó Harry—. Espero que no hagan demasiadas travesuras…
Ginny
rio.
—¿Como
lo esperabas de James? —se burló cariñosamente.
Harry
negó con la cabeza, pero con una sonrisa en su rostro, mientras leía la carta
de los materiales de James.
—Bueno,
este año no tendremos que comprar mucha cosa, ¿no? —dijo Harry, y le devolvió
la carta a James.
—No,
pero así ahorraremos para el año que viene —Ginny le devolvió la carta a Albus,
que la dobló y la metió de nuevo en el sobre—. Lily empezará su primer año,
Albus empezará las asignaturas optativas y James se preparará para los TIMOs.
—Será
un año intenso —bufó Harry—, pero hasta entonces… ¿Scorpius, irás con tus
padres al callejón Diagon?
—No
lo sé, pero seguro que mi padre me envía una carta explicando lo que quiere
hacer.
—Muy
bien. Elizabeth, tu madre me dijo que ella no podría ir, así que vendrás con
nosotros, ¿vale?
—Sí,
claro —sonrió ella, y se metió una gran cucharada de cereales en la boca.
A
los pocos días, Scorpius recibió una carta de su padre en la que le informaba
que irían juntos al callejón Diagon, sin la compañía de los Potter ni de los
Weasley. Así, el sábado por la mañana fueron todos al callejón Diagon, se
encontraron con los Malfoy en el banco de Gringotts y se separaron de Scorpius.
Mientras Lizzie se quedaba en recepción con Ginny para cambiar el dinero muggle
que le había dado su madre por dinero mágico, Harry, James, Albus y Lily se
subían a un carro pequeño con un duende del banco para ir hasta su cámara y
recoger el dinero que les hacía falta. Al volver al piso principal del banco,
Rose corrió a su encuentro y les dijo que acababan de salir ellos también de
recoger algo de dinero para las compras.
—¿Queréis
ir solos a comprar? —preguntó Harry, aunque un poco reticente.
—¿Nos
dejas? —se ilusionó Albus.
Harry
sonrió de lado y asintió, y Albus le dio un abrazo corto.
—Pero
no os metáis en el callejón Knockturn, ¿vale? —les advirtió con el dedo índice
alzado.
—¡No,
papá! —gritó Albus, ya lejos de su padre.
—¿Qué
tenéis que comprar? —les preguntó Rose cuando perdieron de vista a los adultos.
—Pergamino
y tinta —respondió Albus al meterse por una callejuela en dirección a la
tienda.
Lizzie
compró poco en esa tienda, pues aún le quedaba pergamino y tinta del curso
pasado, por lo que se llevó una bronca de Rose, pues significaba que no había
escrito ni trabajado tanto como debía durante el año escolar. Lizzie se limitó
a poner los ojos en blanco y salir de la tienda como si la voz de Rose no
existiera. Se separaron cuando las chicas quisieron pasarse por la tienda de
telas y vestidos y Albus prefirió ir a Flourish y Blotts para comprar el único
libro nuevo que necesitaban para segundo curso: El libro reglamentario de hechizos (clase 2), de Miranda Goshawk.
Compró tres ejemplares, uno para cada uno, y al girarse para salir de la tienda
después de pagar, se chocó con alguien. Evitó que se le cayeran los libros con
un hechizo y los envió de nuevo a sus brazos mientras la persona contra la que
había chocado se disculpaba.
—Perdona,
iba mirando para otro lado. ¡Ah, Albus, eres tú!
—¡Noah!
—reconoció Albus.
Noah
Rowntree era un alumno de su mismo curso y perteneciente a la casa de
Hufflepuff. Aunque no eran particularmente buenos amigos, habían entablado
alguna conversación durante el curso anterior y se caían bien. Había cumplido
los doce años hacía poco, tenía el pelo y los ojos castaños, la piel bronceada
y tenía rasgos asiáticos, como nariz pequeña y ojos rasgados. Tanto a Lizzie
como a Rose, Noah les parecía guapo, pero Albus no lo notaba.
—¿Has
venido por el libro de Miranda Goshawk? —le preguntó Noah.
—Sí.
¿Tú también?
—Más
o menos. Mira —tenía colgado en el brazo un caldero nuevo, y dentro tenía unos
cinco libros aparte del de Miranda Goshawk. Noah metió la mano en el caldero y
sacó los cinco libros—. Encuentros
encantados, por Fili LaFolle. Leí el primer libro de esta saga este verano,
y me moría de ganas de poder continuarla.
—Ah,
sí, he oído hablar de esa saga.
—¡Si
quieres, podría dejarte el primer libro!
—No,
da igual. Al menos de momento —sonrió Albus—. Si cambio de opinión, te lo diré.
—Vale.
Pues supongo que nos veremos en el expreso de Hogwarts.
—¡Sí!
¡Adiós, Noah!
—¡Adiós,
Albus! ¡Ah, por cierto! —Albus se volvió a girar para mirar a Noah—. He oído
que Elizabeth ha tenido problemas con el Ministro de Magia, y si yo lo sé, supongo
que todos los demás también —Albus chasqueó la lengua, y Noah apretó los
labios, un poco incómodo—. Solo quería que lo supierais. Dile a Elizabeth que
no deje que los comentarios le molesten.
—Gracias,
Noah.
—No
hay de qué —Noah le sonrió y se alejó hacia la caja para pagar los libros
mientras Albus salía de la tienda.
Albus
se reunió con Rose y Lizzie en la heladería y se sentaron en una mesa de fuera
para tomarse unos helados. Tras unos minutos hablando de otras cosas, Albus
sacó el tema de su encuentro con Noah y lo que le había comentado.
—No
pasa nada —aseguró Lizzie con aire despreocupado—. Prefiero que digan eso a que
alguien descubra lo del ojo.
—Tienes
razón —acordó Rose.
—Noah
es tan majo… —pareció que Lizzie pasaba a un estado soñador y rodeada de
algodones—. Ni siquiera ha querido saber si el rumor es cierto, simplemente lo
ha dicho para avisarnos… Ah…
—Sí,
se ha preocupado por ti… —Rose pareció unirse a Lizzie, y Albus se las quedó
mirando con la nariz arrugada.
—Nunca
entenderé a las chicas —comentó, y siguió comiéndose su helado.
Después
del helado, se pasearon por el callejón para seguir con las compras y, una vez
lo tuvieron todo, fueron a Sortilegios Weasley. Tío Ron daba la bienvenida a
los clientes que entraban a la tienda y les enseñaba qué podían comprar y por
dónde podían ir, mientras que tío George hacía espectáculo con algunos de los
artículos que vendían. Como siempre, la tienda estaba abarrotada, y no solo por
personas, sino también por artículos de broma que volaban y explotaban allí y
allá. Se encontraron con varios compañeros de Hogwarts al pasear por los
diferentes estantes, y también con James, Blake y Anne, por supuesto. Compraron
algunos artículos (de los más inofensivos), y salieron de la tienda hacia el
Caldero Chorreante. Dentro estaban Harry, Ginny, Lily, tía Hermione y Hugo
sentados en la mesa más grande del local a la espera de la llegada de los demás
miembros de la familia. Lily y Hugo hablaban animadamente de Hogwarts y se
entusiasmaban cada vez que recordaban que solamente les quedaba un año para
poder acudir por fin, y los adultos callaron cuando los niños llegaron a la mesa
y parecieron cambiar de tema, pero a los niños tampoco les importó. Con el
tiempo, el resto de los primos de Albus fueron llegando al local y fueron
colocándose alrededor de la mesa. Roxanne y Rose hablaban de quidditch, Fred
charlaba con James y sus amigos, Albus conversaba con Victoire, Dominique,
Louis y Lucy, y Scorpius (que ya había acabado las compras y se había despedido
de sus padres) había encontrado a alguien tan interesado en pociones como él en
Molly. Teddy llegó más tarde para saludar a la familia y, después de platicar
con todos un poco, salió del Caldero Chorreante con Victoire.
Se
quedaron allí hasta que llegó el mediodía, cuando todos se despidieron y se separaron.
Albus pensaba que irían a casa, pero Harry y Ginny se pararon en medio del
callejón Diagon para hablar sobre la posibilidad de comer por algún lugar de
por allá, pues Harry echaba de menos pasearse por Londres como un muggle. Así,
decidieron cambiar dinero mágico por dinero muggle y cogieron, por primera vez
en la vida de Albus, Scorpius y Rose, el metro. Estaba lleno de gente y era
estrecho, pero a los niños les encantó la experiencia. Fueron a un restaurante
italiano cerca de Kensington Gardens donde pidieron varias pizzas que
compartieron entre todos y después fueron a los jardines para pasear, ya que
hacía sol y calor. Llegaron a un lago en medio de los jardines alrededor del
cual la gente se repartía tumbada en la hierba o conducían barcos pequeños por
el agua. Sus padres les pidieron que no hicieran ningún tipo de magia, pues
estaban rodeados de muggles, así que observaron los barcos e incluso Scorpius
se atrevió a pedir prestado uno. Después se dedicaron a subir a los árboles y a
correr por la hierba verde y fresca hasta que se cansaron y se sentaron al lado
de Harry y Ginny. Lizzie comentó que quería pasar por la estatua de Peter Pan, pero
nadie excepto Harry supo a qué se refería Lizzie, así que ella les explicó el
cuento de Peter Pan, Wendy y los niños perdidos, y todos quisieron ver la
estatua. Les costó encontrarla, pues los jardines eran grandiosos y tenía
muchos caminos diferentes, pero al final la encontraron. El río discurría
frente a la estatua, y una valla negra separaba el altar del camino. La figura
de un niño con una flauta se alzaba encima de un pedestal de bronce alrededor
del cual danzaban otras figuras humanas y animales en la base.
Aquella
noche, Albus soñó con Peter, Wendy, Campanilla, el Capitán Garfio y el
cocodrilo enzarzados en una lucha eterna con espadas, pero que en algún
momento, pasaron a ser varitas, igual que Peter y los demás personajes pasaron
a ser Albus, Scorpius, Rose y James, y el cocodrilo se convirtió en un dragón
que se comió a una sirena morena y de ojos castaños.
Scorpius
despertó a Albus cuando llegó la mañana, y este se levantó de la cama con
rapidez y fue a la habitación de Lily para comprobar si Lizzie seguía allí.
Cuando la vio aún durmiendo, suspiró aliviado y volvió a su habitación.
—¿Estás
bien, Al? —le preguntó Scorpius con clara confusión en el rostro cuando su
amigo cerró la puerta tras él.
—Sí,
solo… Otra pesadilla.
—Deberías
hablar con tu padre sobre eso.
—No,
tranquilo —le restó importancia Albus—. Se me acabará pasando.
Scorpius
frunció los labios pero no insistió. El resto del verano pasó tranquilo, divertido
y con alguna que otra pelea con James, que había vuelto a casa para pasar esos
últimos días de vacaciones con la familia. Por algún motivo, Albus tenía menos
paciencia con él, y James parecía disfrutar más de lo habitual molestando a su
hermano menor. El último día de verano, justo el día antes de subir al expreso
de Hogwarts, tuvieron una fuerte discusión que Harry y Ginny tuvieron que
parar, y ambos se encerraron en sus habitaciones con sus amigos dando un
portazo. Scorpius y Lizzie intentaron que Albus no pensase en James y le
entretuvieron con juegos y charlas hasta que se quedaron dormidos (como era la
última noche, habían trasladado la cama de Lizzie a la habitación de Albus para
dormir los tres juntos), pero Albus no podía dormir, así que se sentó en el
alféizar de su ventana dejando que la brisa nocturna le refrescara el rostro.
Estaba tan enfrascado en sus pensamientos que le costó percatarse que alguien
llamaba a la puerta con suavidad. Fue de puntillas hasta la puerta y la
entornó, dejando ver tras ella a Harry.
—Sabía
que estarías despierto —le sonrió amable su padre—. ¿Puedes venir conmigo?
Albus
asintió y cerró con cuidado la puerta antes de seguir a su padre a su despacho.
Ninguno de los niños solía entrar nunca en el despacho de Harry, pues en él su
padre guardaba documentos del ministerio y libros de hechizos avanzados. Por
extraño que pareciera, hasta James respetaba aquella habitación, a excepción de
aquel día que se enfadó tanto con Harry que entró a escondidas y le robó el
Mapa del Merodeador.
—Albus
—empezó Harry después de que Albus se sentara en la silla del escritorio y
Harry se apoyara en el mismo escritorio—, ¿te pasa algo últimamente? Parece que
estás más irritable, y no pareces dormir bien.
Albus
bajó la mirada y pensó en una respuesta. Le vinieron tantas cosas a la cabeza
que no supo por dónde empezar, cerró los ojos y se llevó las manos al rostro.
—Hey,
¿qué pasa?
Harry
se agachó frente a Albus y le acarició el pelo de detrás de la cabeza. Albus
bajó las manos e intercambió una mirada con su padre, esos ojos verdes tras las
gafas redondas.
—Es
que han pasado tantas cosas… —Albus resopló—. Lo que le pasó a Lizzie con
Kingsley me hace recordar lo que pasó el año pasado con Luned. El peligro y el
odio y el miedo… No quiero vivir todo eso otra vez. No quiero ver una batalla,
no quiero ver el lado malo del mundo.
—Te
entiendo, de verdad que te entiendo —Harry rodeó a Albus por los hombros, y
este se agarró fuerte a su padre y dejó escapar algunas lágrimas—. Viste ese
lado del mundo demasiado joven… Es normal que te sientas así. Pero escúchame
—Harry se retiró, colocó las manos en las mejillas de su hijo y ambos se
miraron fijamente—: hay mucho más amor que odio en el mundo, puedo
asegurártelo. Aunque te parezca que, por ejemplo, tu hermano forma parte de ese
“otro mundo”, James te quiere mucho y te protege, igual que a Lily. Le gusta
molestarte, pero te quiere.
—A
veces no lo parece —Albus sorbió por la nariz.
—Lo
sé. No es dado a mostrar sus buenos sentimientos, y menos hacia ti —sonrió
Harry—. Y sea lo que sea lo que pase con Lizzie y Kingsley, estoy seguro que es
algo que podéis superar juntos. Y si ves que no eres capaz, puedes contar
conmigo.
—¿De
verdad confías tanto en mí?
Harry
mostró sus dientes en una sonrisa, alzó el dedo índice y se levantó. Fue hacia
uno de los cajones con cerradura de la pared, lo abrió y sacó un paquete
flexible y llevadero. Volvió con Albus y se lo tendió.
—Esto
es la reliquia familiar más antigua e importante que tienen los Potter. Ha ido
pasando de padre a hijo desde hace generaciones. En teoría, yo debía dárselo a
James porque es el primogénito, pero quiero que la tengas tú.
Albus
bajó la mirada al paquete y se le hizo difícil respirar. Alargó los brazos, lo
tomó entre sus manos y se lo puso encima de las piernas. Desenvolvió el paquete
hasta dejar caer el envoltorio y sacar a relucir una tela larga y enorme para
él. Se levantó y extendió la tela para comprobar qué era, hasta que entendió
que era una capa.
—Ven
—Harry la cogió, la colocó en los hombros de Albus y la cerró, y, al hacerlo,
el cuerpo de Albus desapareció.
—¡Mi
cuerpo! —exclamó Albus, al ver la alfombra en el suelo en vez de sus piernas.
—Es
una capa de invisibilidad. Yo la recibí a los once años, en Hogwarts.
—Vaya,
es… —Albus se quedó mirando a su padre, que sonreía feliz, y le abrazó por la
cintura—. Gracias.
Harry
besó a Albus entre el pelo y, tras unos momentos charlando, le dijo que se
quitara la capa y la guardara a buen recaudo para que James no la encontrara.
Albus prometió que así lo haría, y volvió a su habitación con una sonrisa que
fue incapaz de deshacer.
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