VI. El regalo de Harry

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—Eso es tenebroso.
Rose casi no podía creerse lo que le habían contado Albus y Scorpius sobre la piedra. Parecía incapaz de cerrar la boca del todo y de hacer alguna expresión que no fuese la de impacto total.
—Pero Lizzie es lista, y quiere a su familia —aseguró Rose—. Si quedarse con esos apuntes y esa piedra puede ser peligroso, estará de acuerdo en destruirlo.
—Pero eran cosas de su padre —contradijo Albus—. ¿No crees que querrá quedárselo?
—¿Y perder a su madre y a su hermana como perdió a su padre? No, no lo creo.
Albus y Scorpius intercambiaron una mirada, y se dieron cuenta que Rose seguramente tenía razón.
—Hasta que no hablemos con ella, no podremos estar seguros —dijo Albus, y los otros dos asintieron.
No pudieron coger un traslador justo después de comer porque había mucha gente que se iba y que ya había reservado esos viajes, así que tuvieron que esperar al traslador que ya habían reservado. Llegaron a Londres a las diez y media de la mañana, y a casa a las once. Fuera, en la calle, había un coche parado, pero con alguien dentro, observando la casa. Harry se percató y pidió a Ginny, James, Albus, Scorpius, Rose y Lily que se quedaran alejados mientras él se aseguraba de que no había peligro. Todos se pusieron de puntillas para poder ver qué pasaba, incluida Ginny, hasta que Harry les hizo una seña para que se acercaran. Rodearon los otros coches aparcados en la calle y se acercaron al que parecía sospechoso, cuando vieron a Lizzie al lado de este.
—¡Lizzie!
Rose corrió hacia ella y ambas se abrazaron. Albus y Scorpius también saludaron a Lizzie y, antes de que tuviesen tiempo de preguntarle por el ojo del dragón, alguien la llamó desde el coche y Harry les indicó que entraran en casa mientras Lizzie se despedía de su madre. Albus se giró mientras caminaba para intentar ver a la señora Hayward, pero el coche arrancó con la ventanilla subida y no pudo verla. Lizzie corrió hacia ellos, Harry abrió la puerta de casa y Rose agarró a Lizzie de la muñeca y corrió escaleras arriba, a la habitación de Albus. Los niños se quedaron sorprendidos y confundidos durante unos segundos antes de seguirlas. Albus cerró la puerta tras de sí cuando los cuatro estuvieron dentro.
—¿Qué has hecho con el ojo del dragón? —le espetó Rose, y Lizzie abrió mucho los ojos.
—¿Cómo sabes…?
Zorion expandió las alas y voló hacia Albus para saludarle. Restregó su pico contra la mejilla y el pelo de Albus, haciéndole cosquillas, y Albus casi tuvo que obligar a la lechuza a que se detuviera. La acarició y se sentó en su cama con el animal en su hombro, y Scorpius se sentó a su lado cuando Lizzie les lanzaba una mirada sorprendida.
—Larga historia, te la contamos después —contestó Albus a la pregunta no formulada de Lizzie—. ¿Pero qué habéis hecho con la piedra? —bajó la voz.
—Está en un lugar seguro, igual que los apuntes de mi padre —respondió, y todos suspiraron aliviados—. ¿Se puede saber cómo…?
Albus le contó lo de la bola de cristal que James y sus amigos habían robado a Filch, y Lizzie entreabrió la boca.
—¿Espiaste al Ministro de Magia dar una información confidencial? —preguntó, incrédula.
—Solo quería… —Albus se detuvo cuando se dio cuenta que no tenía respuesta. ¿Por qué lo había hecho? ¿Por preocupación? ¿Por curiosidad? ¿Por miedo…?—. Hice mal, tienes razón —aceptó finalmente—. Lo siento.
—¿Por qué no destruisteis los apuntes de tu padre? —indagó Scorpius.
—No queríamos que el trabajo de toda su vida se perdiese. Pero tranquilos, de verdad, está en un lugar seguro. Y si nadie dice nada de lo que le oísteis a Kingsley decirnos, todo irá bien. En serio, chicos, tiene que ser un secreto.
Todos asintieron y prometieron no revelarlo jamás. El resto del día, los niños disfrutaron del calor y comentaron la final del Mundial de Quidditch, y a la mañana siguiente les llegaron las cartas de Hogwarts durante el desayuno.
—Este año será el primero de los Scamander —comentó Ginny mientras leía los materiales que necesitaría Albus en su segundo año en Hogwarts.
—Es verdad —recordó Harry—. Espero que no hagan demasiadas travesuras…
Ginny rio.
—¿Como lo esperabas de James? —se burló cariñosamente.
Harry negó con la cabeza, pero con una sonrisa en su rostro, mientras leía la carta de los materiales de James.
—Bueno, este año no tendremos que comprar mucha cosa, ¿no? —dijo Harry, y le devolvió la carta a James.
—No, pero así ahorraremos para el año que viene —Ginny le devolvió la carta a Albus, que la dobló y la metió de nuevo en el sobre—. Lily empezará su primer año, Albus empezará las asignaturas optativas y James se preparará para los TIMOs.
—Será un año intenso —bufó Harry—, pero hasta entonces… ¿Scorpius, irás con tus padres al callejón Diagon?
—No lo sé, pero seguro que mi padre me envía una carta explicando lo que quiere hacer.
—Muy bien. Elizabeth, tu madre me dijo que ella no podría ir, así que vendrás con nosotros, ¿vale?
—Sí, claro —sonrió ella, y se metió una gran cucharada de cereales en la boca.
A los pocos días, Scorpius recibió una carta de su padre en la que le informaba que irían juntos al callejón Diagon, sin la compañía de los Potter ni de los Weasley. Así, el sábado por la mañana fueron todos al callejón Diagon, se encontraron con los Malfoy en el banco de Gringotts y se separaron de Scorpius. Mientras Lizzie se quedaba en recepción con Ginny para cambiar el dinero muggle que le había dado su madre por dinero mágico, Harry, James, Albus y Lily se subían a un carro pequeño con un duende del banco para ir hasta su cámara y recoger el dinero que les hacía falta. Al volver al piso principal del banco, Rose corrió a su encuentro y les dijo que acababan de salir ellos también de recoger algo de dinero para las compras.
—¿Queréis ir solos a comprar? —preguntó Harry, aunque un poco reticente.
—¿Nos dejas? —se ilusionó Albus.
Harry sonrió de lado y asintió, y Albus le dio un abrazo corto.
—Pero no os metáis en el callejón Knockturn, ¿vale? —les advirtió con el dedo índice alzado.
—¡No, papá! —gritó Albus, ya lejos de su padre.
—¿Qué tenéis que comprar? —les preguntó Rose cuando perdieron de vista a los adultos.
—Pergamino y tinta —respondió Albus al meterse por una callejuela en dirección a la tienda.
Lizzie compró poco en esa tienda, pues aún le quedaba pergamino y tinta del curso pasado, por lo que se llevó una bronca de Rose, pues significaba que no había escrito ni trabajado tanto como debía durante el año escolar. Lizzie se limitó a poner los ojos en blanco y salir de la tienda como si la voz de Rose no existiera. Se separaron cuando las chicas quisieron pasarse por la tienda de telas y vestidos y Albus prefirió ir a Flourish y Blotts para comprar el único libro nuevo que necesitaban para segundo curso: El libro reglamentario de hechizos (clase 2), de Miranda Goshawk. Compró tres ejemplares, uno para cada uno, y al girarse para salir de la tienda después de pagar, se chocó con alguien. Evitó que se le cayeran los libros con un hechizo y los envió de nuevo a sus brazos mientras la persona contra la que había chocado se disculpaba.
—Perdona, iba mirando para otro lado. ¡Ah, Albus, eres tú!
—¡Noah! —reconoció Albus.
Noah Rowntree era un alumno de su mismo curso y perteneciente a la casa de Hufflepuff. Aunque no eran particularmente buenos amigos, habían entablado alguna conversación durante el curso anterior y se caían bien. Había cumplido los doce años hacía poco, tenía el pelo y los ojos castaños, la piel bronceada y tenía rasgos asiáticos, como nariz pequeña y ojos rasgados. Tanto a Lizzie como a Rose, Noah les parecía guapo, pero Albus no lo notaba.
—¿Has venido por el libro de Miranda Goshawk? —le preguntó Noah.
—Sí. ¿Tú también?
—Más o menos. Mira —tenía colgado en el brazo un caldero nuevo, y dentro tenía unos cinco libros aparte del de Miranda Goshawk. Noah metió la mano en el caldero y sacó los cinco libros—. Encuentros encantados, por Fili LaFolle. Leí el primer libro de esta saga este verano, y me moría de ganas de poder continuarla.
—Ah, sí, he oído hablar de esa saga.
—¡Si quieres, podría dejarte el primer libro!
—No, da igual. Al menos de momento —sonrió Albus—. Si cambio de opinión, te lo diré.
—Vale. Pues supongo que nos veremos en el expreso de Hogwarts.
—¡Sí! ¡Adiós, Noah!
—¡Adiós, Albus! ¡Ah, por cierto! —Albus se volvió a girar para mirar a Noah—. He oído que Elizabeth ha tenido problemas con el Ministro de Magia, y si yo lo sé, supongo que todos los demás también —Albus chasqueó la lengua, y Noah apretó los labios, un poco incómodo—. Solo quería que lo supierais. Dile a Elizabeth que no deje que los comentarios le molesten.
—Gracias, Noah.
—No hay de qué —Noah le sonrió y se alejó hacia la caja para pagar los libros mientras Albus salía de la tienda.
Albus se reunió con Rose y Lizzie en la heladería y se sentaron en una mesa de fuera para tomarse unos helados. Tras unos minutos hablando de otras cosas, Albus sacó el tema de su encuentro con Noah y lo que le había comentado.
—No pasa nada —aseguró Lizzie con aire despreocupado—. Prefiero que digan eso a que alguien descubra lo del ojo.
—Tienes razón —acordó Rose.
—Noah es tan majo… —pareció que Lizzie pasaba a un estado soñador y rodeada de algodones—. Ni siquiera ha querido saber si el rumor es cierto, simplemente lo ha dicho para avisarnos… Ah…
—Sí, se ha preocupado por ti… —Rose pareció unirse a Lizzie, y Albus se las quedó mirando con la nariz arrugada.
—Nunca entenderé a las chicas —comentó, y siguió comiéndose su helado.
Después del helado, se pasearon por el callejón para seguir con las compras y, una vez lo tuvieron todo, fueron a Sortilegios Weasley. Tío Ron daba la bienvenida a los clientes que entraban a la tienda y les enseñaba qué podían comprar y por dónde podían ir, mientras que tío George hacía espectáculo con algunos de los artículos que vendían. Como siempre, la tienda estaba abarrotada, y no solo por personas, sino también por artículos de broma que volaban y explotaban allí y allá. Se encontraron con varios compañeros de Hogwarts al pasear por los diferentes estantes, y también con James, Blake y Anne, por supuesto. Compraron algunos artículos (de los más inofensivos), y salieron de la tienda hacia el Caldero Chorreante. Dentro estaban Harry, Ginny, Lily, tía Hermione y Hugo sentados en la mesa más grande del local a la espera de la llegada de los demás miembros de la familia. Lily y Hugo hablaban animadamente de Hogwarts y se entusiasmaban cada vez que recordaban que solamente les quedaba un año para poder acudir por fin, y los adultos callaron cuando los niños llegaron a la mesa y parecieron cambiar de tema, pero a los niños tampoco les importó. Con el tiempo, el resto de los primos de Albus fueron llegando al local y fueron colocándose alrededor de la mesa. Roxanne y Rose hablaban de quidditch, Fred charlaba con James y sus amigos, Albus conversaba con Victoire, Dominique, Louis y Lucy, y Scorpius (que ya había acabado las compras y se había despedido de sus padres) había encontrado a alguien tan interesado en pociones como él en Molly. Teddy llegó más tarde para saludar a la familia y, después de platicar con todos un poco, salió del Caldero Chorreante con Victoire.
Se quedaron allí hasta que llegó el mediodía, cuando todos se despidieron y se separaron. Albus pensaba que irían a casa, pero Harry y Ginny se pararon en medio del callejón Diagon para hablar sobre la posibilidad de comer por algún lugar de por allá, pues Harry echaba de menos pasearse por Londres como un muggle. Así, decidieron cambiar dinero mágico por dinero muggle y cogieron, por primera vez en la vida de Albus, Scorpius y Rose, el metro. Estaba lleno de gente y era estrecho, pero a los niños les encantó la experiencia. Fueron a un restaurante italiano cerca de Kensington Gardens donde pidieron varias pizzas que compartieron entre todos y después fueron a los jardines para pasear, ya que hacía sol y calor. Llegaron a un lago en medio de los jardines alrededor del cual la gente se repartía tumbada en la hierba o conducían barcos pequeños por el agua. Sus padres les pidieron que no hicieran ningún tipo de magia, pues estaban rodeados de muggles, así que observaron los barcos e incluso Scorpius se atrevió a pedir prestado uno. Después se dedicaron a subir a los árboles y a correr por la hierba verde y fresca hasta que se cansaron y se sentaron al lado de Harry y Ginny. Lizzie comentó que quería pasar por la estatua de Peter Pan, pero nadie excepto Harry supo a qué se refería Lizzie, así que ella les explicó el cuento de Peter Pan, Wendy y los niños perdidos, y todos quisieron ver la estatua. Les costó encontrarla, pues los jardines eran grandiosos y tenía muchos caminos diferentes, pero al final la encontraron. El río discurría frente a la estatua, y una valla negra separaba el altar del camino. La figura de un niño con una flauta se alzaba encima de un pedestal de bronce alrededor del cual danzaban otras figuras humanas y animales en la base.
Aquella noche, Albus soñó con Peter, Wendy, Campanilla, el Capitán Garfio y el cocodrilo enzarzados en una lucha eterna con espadas, pero que en algún momento, pasaron a ser varitas, igual que Peter y los demás personajes pasaron a ser Albus, Scorpius, Rose y James, y el cocodrilo se convirtió en un dragón que se comió a una sirena morena y de ojos castaños.
Scorpius despertó a Albus cuando llegó la mañana, y este se levantó de la cama con rapidez y fue a la habitación de Lily para comprobar si Lizzie seguía allí. Cuando la vio aún durmiendo, suspiró aliviado y volvió a su habitación.
—¿Estás bien, Al? —le preguntó Scorpius con clara confusión en el rostro cuando su amigo cerró la puerta tras él.
—Sí, solo… Otra pesadilla.
—Deberías hablar con tu padre sobre eso.
—No, tranquilo —le restó importancia Albus—. Se me acabará pasando.
Scorpius frunció los labios pero no insistió. El resto del verano pasó tranquilo, divertido y con alguna que otra pelea con James, que había vuelto a casa para pasar esos últimos días de vacaciones con la familia. Por algún motivo, Albus tenía menos paciencia con él, y James parecía disfrutar más de lo habitual molestando a su hermano menor. El último día de verano, justo el día antes de subir al expreso de Hogwarts, tuvieron una fuerte discusión que Harry y Ginny tuvieron que parar, y ambos se encerraron en sus habitaciones con sus amigos dando un portazo. Scorpius y Lizzie intentaron que Albus no pensase en James y le entretuvieron con juegos y charlas hasta que se quedaron dormidos (como era la última noche, habían trasladado la cama de Lizzie a la habitación de Albus para dormir los tres juntos), pero Albus no podía dormir, así que se sentó en el alféizar de su ventana dejando que la brisa nocturna le refrescara el rostro. Estaba tan enfrascado en sus pensamientos que le costó percatarse que alguien llamaba a la puerta con suavidad. Fue de puntillas hasta la puerta y la entornó, dejando ver tras ella a Harry.
—Sabía que estarías despierto —le sonrió amable su padre—. ¿Puedes venir conmigo?
Albus asintió y cerró con cuidado la puerta antes de seguir a su padre a su despacho. Ninguno de los niños solía entrar nunca en el despacho de Harry, pues en él su padre guardaba documentos del ministerio y libros de hechizos avanzados. Por extraño que pareciera, hasta James respetaba aquella habitación, a excepción de aquel día que se enfadó tanto con Harry que entró a escondidas y le robó el Mapa del Merodeador.
—Albus —empezó Harry después de que Albus se sentara en la silla del escritorio y Harry se apoyara en el mismo escritorio—, ¿te pasa algo últimamente? Parece que estás más irritable, y no pareces dormir bien.
Albus bajó la mirada y pensó en una respuesta. Le vinieron tantas cosas a la cabeza que no supo por dónde empezar, cerró los ojos y se llevó las manos al rostro.
—Hey, ¿qué pasa?
Harry se agachó frente a Albus y le acarició el pelo de detrás de la cabeza. Albus bajó las manos e intercambió una mirada con su padre, esos ojos verdes tras las gafas redondas.
—Es que han pasado tantas cosas… —Albus resopló—. Lo que le pasó a Lizzie con Kingsley me hace recordar lo que pasó el año pasado con Luned. El peligro y el odio y el miedo… No quiero vivir todo eso otra vez. No quiero ver una batalla, no quiero ver el lado malo del mundo.
—Te entiendo, de verdad que te entiendo —Harry rodeó a Albus por los hombros, y este se agarró fuerte a su padre y dejó escapar algunas lágrimas—. Viste ese lado del mundo demasiado joven… Es normal que te sientas así. Pero escúchame —Harry se retiró, colocó las manos en las mejillas de su hijo y ambos se miraron fijamente—: hay mucho más amor que odio en el mundo, puedo asegurártelo. Aunque te parezca que, por ejemplo, tu hermano forma parte de ese “otro mundo”, James te quiere mucho y te protege, igual que a Lily. Le gusta molestarte, pero te quiere.
—A veces no lo parece —Albus sorbió por la nariz.
—Lo sé. No es dado a mostrar sus buenos sentimientos, y menos hacia ti —sonrió Harry—. Y sea lo que sea lo que pase con Lizzie y Kingsley, estoy seguro que es algo que podéis superar juntos. Y si ves que no eres capaz, puedes contar conmigo.
—¿De verdad confías tanto en mí?
Harry mostró sus dientes en una sonrisa, alzó el dedo índice y se levantó. Fue hacia uno de los cajones con cerradura de la pared, lo abrió y sacó un paquete flexible y llevadero. Volvió con Albus y se lo tendió.
—Esto es la reliquia familiar más antigua e importante que tienen los Potter. Ha ido pasando de padre a hijo desde hace generaciones. En teoría, yo debía dárselo a James porque es el primogénito, pero quiero que la tengas tú.
Albus bajó la mirada al paquete y se le hizo difícil respirar. Alargó los brazos, lo tomó entre sus manos y se lo puso encima de las piernas. Desenvolvió el paquete hasta dejar caer el envoltorio y sacar a relucir una tela larga y enorme para él. Se levantó y extendió la tela para comprobar qué era, hasta que entendió que era una capa.
—Ven —Harry la cogió, la colocó en los hombros de Albus y la cerró, y, al hacerlo, el cuerpo de Albus desapareció.
—¡Mi cuerpo! —exclamó Albus, al ver la alfombra en el suelo en vez de sus piernas.
—Es una capa de invisibilidad. Yo la recibí a los once años, en Hogwarts.
—Vaya, es… —Albus se quedó mirando a su padre, que sonreía feliz, y le abrazó por la cintura—. Gracias.
Harry besó a Albus entre el pelo y, tras unos momentos charlando, le dijo que se quitara la capa y la guardara a buen recaudo para que James no la encontrara. Albus prometió que así lo haría, y volvió a su habitación con una sonrisa que fue incapaz de deshacer.

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