VII. Un nuevo Black

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Cogieron el coche para ir hacia King’s Cross bajo el cielo azul y el brillante sol, y se encontraron en la entrada con las familias de Lizzie, Scorpius, Blake y Anne. La familia de Scorpius se adelantó al resto del grupo, y Harry se quejó a Ginny por esto, pues aunque no eran amigos, no había necesidad de huir de su compañía cada vez que se encontraban. Ginny estuvo de acuerdo, pero añadió que tampoco iba a obligar a Draco Malfoy a quedarse con ellos si iba a mantener esa expresión agria que tan bien conocía. A Albus le hubiera gustado que el señor Malfoy se llevara bien con sus padres, pues le molestaba no poder estar con Scorpius por sus problemas.
Cogieron varios carritos para poner sus equipajes y se dirigieron al andén nueve y tres cuartos bajo las miradas curiosas que les echaban los muggles al llevar en jaulas a lechuzas. Lily y Harry pasaron primeros la barrera, seguidos por James y Rose, y luego por Ginny y Albus.
—¡Mirad, es Harry Potter!
—¡Y ese es su hijo!
—¿Sabes que su hijo mediano quedó en Slytherin? ¡Ese, ese!
Albus se encogió e intentó no establecer contacto visual con nadie hasta que vislumbrara a tío Ron y tía Hermione, que debían estar en algún lugar entre el espeso humo blanco que salía de la locomotora escarlata.
«Podría ponerme la capa ahora», pensó Albus mientras imaginaba poder pasar por el andén sin ser señalado.
—¡Ginny!
La aludida se giró y se encontró con tío Percy, que se acercaba a ella para saludarla. Harry, detrás de Ginny, resopló disimuladamente. Mientras tío Percy y Harry se saludaban (con sequedad), tía Audrey se acercó a Ginny con Lucy y Molly detrás. Todos decían que Molly era muy parecida a su padre, tanto físicamente como en personalidad; su pelo era pelirrojo, usaba gafas grandes y era una de las mejores alumnas de su curso (que era el mismo que el de James). Tenía cierta rivalidad con su compañera Rohese Cancellor, y se decía que ese curso sería el definitivo para que la directora se decidiese por una o por la otra para entregar la insignia de prefecta el siguiente curso. Tío Percy, por supuesto, estaba muy orgulloso de ella. Su hermana menor, Lucy, era diferente. Su pelo era castaño, al igual que los ojos, y era mucho más parecida a su tío George que a su tío Percy. Los padres de Albus y tío Ron decían que debió de haberlo heredado de tía Audrey, pues no encontraban ninguna otra explicación a ello. Lucy tenía fama de no poder guardar un secreto, siempre se le escapaban, y rara vez tenía la mente en blanco; siempre estaba pensando en algún plan para divertirse. Por eso, Rose no la invitó a formar parte del ECHS; todo el colegio hubiera sabido el nombre real del club en una sola mañana. Lucy y Sabrina eran mejores amigas, y a Albus no le extrañaba: eran muy parecidas, ambas muy activas y positivas. La diferencia era que, aunque Sabrina no callaba ni debajo del agua, sabía guardar un secreto, y jamás mencionó nada del club a Lucy.
Tras charlar con tío Percy y tía Audrey, se despidieron de ellos y emprendieron de nuevo la marcha en busca de tío Ron y tía Hermione.
—¡Papá, mamá! —exclamó Rose cuando intuyó la figura de sus padres en la lejanía, y corrió empujando el carrito hacia ellos.
—¡Cuidado, Rosie! —tía Hermione tuvo que apartarse de la trayectoria del carrito para que no la arroyara.
—¡Perdón! ¡Hola!
Rose abrazó a su madre y después a su padre, y a su hermano le revolvió el pelo.
—¿Os habéis encontrado con los Malfoy? —preguntó tío Ron cuando todos llegaron a su lado.
—Sí, y han huido de nosotros como si tuviéramos viruela de dragón —comentó su padre.
—Bah, mejor —aseguró tío Ron—. Es mejor no mezclarse con esa gente.
—¡Papá! —le regañó Rose, y tía Hermione le echó una mirada que pretendía ser severa pero que solo llegó a ser un poco dura—. Estás de acuerdo conmigo, y lo sabes —murmuró tío Ron a tía Hermione sin que Rose llegara a oírlo.
Mientras los adultos estaban entretenidos charlando, Albus reunió a Lizzie y Rose y les susurró que tenía que enseñarles algo secreto que James no podía saber. Lizzie sonrió traviesa, y Rose lo hizo emocionada. El silbato del tren se dejó escuchar por todo el andén unos momentos después, y sus padres les apremiaron a subir a la locomotora. Ayudaron a subir el equipaje, y entonces empezaron las despedidas.
—Pásatelo bien este año, estudia mucho y procura no meterte en líos —le dijo su madre al abrazarle, y le dio un beso en la coronilla.
—Cuídate, Al —le deseó su padre cuando le abrazó—. Y úsala bien —le susurró, y Albus sonrió al entender a qué se refería.
—¡Os quiero! —dijo Albus cuando subió al tren.
—Nosotros también, cariño —respondió Ginny por los dos, y todos agitaron las manos cuando el tren emprendió la marcha.
—¡Adiós, Lily! ¡Adiós, papá! ¡Adiós, mamá!
Su familia desapareció tras la curva que tomó el tren, y Albus suspiró.
—Me largo —informó James, sin dirigirse a nadie en concreto, y se marchó sin mirar a ninguno de ellos.
—¿No habéis hecho las paces? —preguntó Rose mientras cogían el equipaje e iban a buscar también un compartimento.
—No. No hemos hablado desde ayer. Me siento un poco culpable…
—Bueno, fue culpa de los dos —opinó Lizzie—. Tú te enrabiaste muy pronto y él continuó molestándote.
—Sí, ya…
Recorrieron medio pasillo, con Lizzie a la cabeza, mientras arrastraban los baúles por el estrecho espacio.
—Ah, este está vacío —notó Lizzie al llegar a la puerta de un compartimento.
Abrió, entró la primera y guardó el baúl en el portaequipajes, y lo mismo hicieron Albus y Rose. Albus se sentó al lado de Lizzie, y Rose frente a ellos. Por la ventana, el paisaje urbano iba dejando paso a uno libre y silencioso. Rose se puso a leer el Libro reglamentario de hechizos de ese año y Lizzie y Albus hablaron sobre los hechizos que Lizzie había estado practicando aquel verano (motivo por el que había creído que Kingsley quería hablar con ella), hasta que Scorpius llegó y se sentó junto a Rose, momento en el que Albus y Lizzie dejaron de hablar y Rose dejó de lado el libro.
—Mirad esto —se entusiasmó Albus, y buscó en su baúl la capa que le había regalado Harry.
—¿Una capa? —se extrañó Rose.
Albus sonrió y se la colocó sobre los hombros hasta que su cuerpo desapareció.
—¡Una capa de invisibilidad! —exclamó Scorpius en voz baja.
—James no puede saberlo —advirtió Albus.
—Claro que no, ¿pero me la dejarás para hacerle bromas? —se entusiasmó Lizzie, y se rodeó la cabeza con la capa.
—No, no, no —Albus tiró de la capa, se la quitó y la guardó de nuevo en el baúl—. La capa se quedará en mi cuarto —Lizzie frunció los labios—. Se utilizará solo en caso de emergencia.
—Qué aburrido eres —Lizzie cruzó los brazos y resbaló por el asiento.
—No es aburrido, es cauteloso —dijo Scorpius—. Me parece muy bien, Al.
—Gracias.
—Bueno, ¿preparados para el segundo curso? —preguntó Scorpius con una sonrisilla.
—Sí, pero ojalá no tengamos más problemas como los del año pasado —deseó Albus.
—Ah, claro que no. Ahora no hay nadie oculto en la cámara secreta…
—Lo sé, lo sé.
—Por Merlín, este año los hechizos serán difíciles —comentó Rose sin retirar la vista del libro.
—Pero seguro que Albus será el mejor de clase otra vez —bromeó Lizzie.
—Me gusta esa clase —Albus encogió los hombros, y entonces cayó sobre ellos una cascada de agua que les dejó empapados y con la boca abierta por la sorpresa.
Con el pelo cayendo encima de sus ojos, Scorpius miró hacia la puerta y vio a Phinos Sekinci salir corriendo.
—¡Me ha estropeado el libro! ¡¡Yo lo mato!! —Rose chapoteó cuando saltó del asiento al suelo y corrió detrás de Sekinci. Abrió la puerta de golpe, sacó la varita del bolsillo de su pantalón y conjuró—. ¡Tarantallegra!
Las piernas de Sekinci bailaron inquietas, totalmente descontroladas, y él cayó al suelo con la varita en la mano.
—¡Flip…!
—¡Expelliarmus! —la varita de Sekinci salió volando, y Rose miró a Scorpius sorprendida de que hubiera salido en su defensa—. No dejes que te saque de quicio —le susurró a Rose, y apuntó a Sekinci con su varita de nuevo—. Finite incantatem.
Las piernas de Sekinci se detuvieron, y él comprimió el rostro mientras se levantaba bajo la mirada de aquellos que se habían asomado al pasillo. Scorpius tiró de Rose para volver dentro del compartimento.
Colloportus, Siccoinber —conjuró Scorpius.
La puerta se bloqueó con un sonido seco, y de la varita de Scorpius salió aire caliente que fue secando a sus amigos mientras Albus iba elevando el agua del suelo hacia la ventana abierta. Consiguieron que el compartimento quedara de nuevo seco, igual que ellos mismos, y se sentaron agotados en los sillones.
—Por esto quiero practicar los hechizos —comentó Lizzie, y todos la miraron—. Habéis sabido qué hacer en cuestión de segundos. Si fuera por mí, aún estaríamos empapados.
—Tampoco pasaría nada —dijo Albus—. Nosotros tenemos la suerte de ser buenos en esto, pero no significa que tú también tengas que serlo.
—¡Pero todos sois tan listos…! No sé por qué sois amigos míos.
—¿Pero qué dices? —exclamaron todos al unísono, y Lizzie abrió mucho los ojos.
—Tú eres más lista que nosotros en otros aspectos —aseguró Albus.
—¿Como en qué?
—Entiendes a la gente mucho mejor que nosotros —dijo Scorpius—, y eres más valiente.
—¿De verdad lo crees?
Scorpius asintió con una sonrisa, y Lizzie también sonrió.
—¿Habéis pensado en cuándo hacer la primera reunión del ECHS? —preguntó Rose, que secaba las páginas de su libro de una en una.
—La verdad es que no —respondió Albus—. ¿Cómo lo vamos a comunicar a los demás cuando lo hayamos decidido?
—Deberíamos tener algún sistema de comunicación para estas cosas —opinó Rose.
—¡Yo tengo algo que puede servir! —exclamó Lizzie, subió al asiento y rebuscó en su mochila (donde llevaba el uniforme del colegio para poder cambiarse más tarde).
Saltó al suelo con una libreta en las manos, se volvió a sentar y rebuscó entre las páginas hasta que encontró lo que quería. Dio la vuelta a la libreta y les mostró a sus amigos un dibujo pobre, un poco difícil de entender, de algo parecido a un guardapelo con flechas y palabras que salían de él.
—No lo entiendo —confesó Scorpius.
—Es un colgante para el ECHS —explicó Lizzie mientras señalaba diferentes partes del dibujo—. Es la insignia del club, pero rediseñada. No es un escudo, es la forma de de un diamante, más o menos, y en los bordes saldría la próxima fecha y hora de reunión. Creo que puede hacerse, he leído algunos libros este verano que decían que se podía, pero no tengo ni idea de cómo. He probado algunos hechizos, pero no salieron bien.
—Estoy seguro que puedo encontrar alguno que podamos realizar —dijo Albus, sin retirar la vista del dibujo—. Pues me gusta.
—Sí, es genial —acordó Rose—. Podemos poner el color de las cuatro casas dentro del diamante.
—De hecho, no es un diamante…
—Aquí poner la fecha y aquí la hora —siguió proponiendo Scorpius, como si Lizzie no hubiera hablado.
—¿Así que tiro las insignias a la basura? —arrugó la nariz Rose.
—No… —respondió Albus, aunque no muy seguro de qué podrían hacer con ellas.
—Podemos guardarlas de momento —dijo Scorpius.
—Me alegra que os guste la idea —sonrió orgullosa Lizzie.
—Así que… —empezó Rose—, ¿cuándo haremos la primera reunión?
Pasaron el resto del viaje hablando del ECHS, de las ganas que tenían de ver al resto de sus compañeros y de la posibilidad de una pequeña venganza contra Phinos Sekinci (aunque Scorpius no estaba muy de acuerdo con esa idea), y, antes de que se dieran cuenta, el tren ya reducía su marcha al llegar a la estación de Hogsmeade bajo el cielo estrellado.
No era una noche fría, así que no había prisa en llegar al castillo en busca de refugio, y el andén se había convertido en un paso agradable, en el que no corría ni gritaba nadie excepto Hagrid, que agitaba una luz y llamaba a los alumnos de primer curso con su potente voz. Albus y sus amigos pasaron por delante de él y le saludaron antes de encaminarse hacia los carruajes. Era la primera vez que los utilizarían, y Albus estaba emocionado. Esperaron a que viniera uno vacío y se subieron a él los cuatro juntos, y se les unieron Noah Rowntree y Christie Abbey (una alumna de su mismo curso de la casa de Ravenclaw). Christie fue, hacía un año, la primera persona en ser seleccionada por el Sombrero, que tardó más de cinco minutos, convirtiéndola en una Hatstall. Tenía el cabello rubio, los ojos marrones y la piel clara, y Alex y Jayden decían que debió haber sido una Slytherin en vez de una Ravenclaw. La vez que surgió ese tema, Scorpius defendió la decisión del Sombrero Seleccionador, diciendo que «un Slytherin no tiene esa creatividad ni una mente tan abierta como había demostrado Christie, sin ánimo de ofender». La conversación no llegó a zanjarse, y así quedó, con dudas en aquellos que no conocían a Christie.
—¿Es verdad que el Ministro de Magia casi te expulsa de Hogwarts y te quita la varita? —preguntó Christie unos minutos después de que el carruaje emprendiese la marcha.
Todos parecieron cogidos por sorpresa por lo directa que había sido Christie, pero ella miraba decidida a Lizzie, mostrando verdadero interés solo con los ojos, pues mantenía el resto de su cuerpo tan relajado como si estuvieran hablando de calderos.
—Oh, sí —respondió Lizzie—. De hecho, me expulsó, pero le hice un potente hechizo de memoria y le borré todos los recuerdos. Ahora vaga por Londres sin saber quién es, y yo estoy de camino a Hogwarts como si no hubiera pasado nada.
Albus y Rose soltaron una carcajada que intentaron disimular, y Scorpius y Noah se taparon las bocas para ocultar también una sonrisa que se les escapaba. El rostro de Christie, en cambio, se comprimió, sonrió fríamente y echó una mirada rápida a Albus.
—No hacía falta ser tan brusca —dijo, tras bajar los ojos.
—Tú has sido brusca, yo no —le contestó Lizzie, y apoyó la espalda en la pared del carruaje.
—¡No es verdad! —se indignó Christie—. Te he preguntado exactamente lo que quería saber. ¿Eso es malo?
—Me has preguntado por un tema personal, y no te conozco de nada. ¿De verdad piensas que es algo normal?
—He preguntado si es algo malo, no si es normal.
—Sí, es malo —dijo Lizzie de forma cortante—, porque no es de tu incumbencia.
Christie rio por la nariz, cruzó los brazos y desvió la mirada a la ventana. Lizzie miró a Albus, que estaba justo frente a ella, y abrió los ojos como queriendo decir «¿te lo puedes creer?». Albus encogió los hombros aún con una sonrisilla en el rostro, y Lizzie rodó los ojos y miró también por la ventana.
Noah quiso romper la tensión en el aire preguntando cómo habían pasado el verano y, tras recibir las respuestas de todos excepto de Christie, él explicó que había ido a una reserva de dragones y a visitar una de las bibliotecas mágicas más grandes del mundo, donde había encontrado hechizos «muy interesantes» que pensaba poner en práctica ese curso. No explicó cuáles eran, pero parecía ansioso por probarlos.
Llegaron por fin a las grandes puertas del castillo y bajaron del carruaje comentando animadamente el partido final del Mundial de Quidditch. Se separaron al entrar por la puerta doble del Gran Comedor, y Albus alzó la vista para vislumbrar de nuevo aquel techo tan familiar que hacía tanto que no veía. Las velas flotaban sobre sus cabezas y el techo, desaparecido, mostraba el cielo del exterior, despejado y estrellado. Dentro, las cuatro mesas se iban llenando de alumnos veteranos vestidos con uniformes de los colores acordes a sus casas, y en la mesa del final se iban colocando los profesores, que parecían saludarse con ánimo entre ellos. Justo frente a ellos, en el centro, se alzaba un taburete, y el Sombrero Seleccionador estaba colocado encima.
Albus recibió un golpe en el hombro, y en el otro se apoyó un gran peso que él aguantó bien. Cian y Richard saltaban a su alrededor y le abrazaban para saludarle después de no verse en todo el verano, aunque por supuesto habían mantenido correspondencia.
—¡¿Cómo estás, Albus?! —preguntó Richard, excitado.
—¿Qué haces parado aquí? ¡Vamos, vamos! —sonrió Cian, y le empujó por los hombros a lo largo de la mesa hasta llegar al principio, cerca de la mesa de los profesores.
Albus, tan alegre por ver a sus amigos de nuevo, les explicó todo lo que había hablado con los demás en el Expreso sobre el club ECHS, y ellos se entusiasmaron por el futuro del club. Callaron cuando un alumno de algún curso superior les chistó, y se dieron cuenta que los alumnos de primero ya desfilaban por el pasillo hacia el taburete, presididos por el profesor Longbottom. Todos los demás alumnos fueron haciendo silencio mientras los de primero formaban una fila delante de la mesa de los profesores de espaldas a ellos. El Sombrero cobró vida y empezó a entonar una canción sobre la fundación del colegio y las descripciones de los fundadores y sus casas, como había hecho un año antes, cuando Albus y sus amigos se encontraban en el otro lado, esperando a ser seleccionados. Cuando acabó su canción, todos en el comedor le aplaudieron, incluidos los fantasmas.
El profesor Longbottom desenrolló un pergamino frente a él y leyó el primer nombre de la lista:
—¡Banks, Timothy!
Un niño rubio adelantó un pie mientras miraba desesperado hacia la mesa de Gryffindor, y Sabrina se levantó, le aplaudió y le dio ánimos. El profesor Longbottom le echó una mirada severa y le indicó que se sentara, y ella obedeció rápidamente, no sin antes levantar un puño en el aire. El niño sonrió, se puso el sombrero en la cabeza y se sentó en el taburete.
—¡RAVENCLAW! —gritó el sombrero momentos después, y el niño se quitó el sombrero y miró automáticamente a Sabrina.
Ella aplaudió con el resto de alumnos de Ravenclaw aunque ella era una Gryffindor, y el niño corrió feliz a la mesa de los azules. «Será un familiar», supuso Albus.
Después de unos pocos nombres más, Albus se sorprendió al escuchar aquel apellido:
—¡Black, Mathius!
Hubo algunos susurros en todas las mesas, y el profesor Longbottom tuvo que poner orden para que volviera el silencio. Un niño moreno, de ojos oscuros y de piel clara se acercó al taburete y se colocó el sombrero en la cabeza, que le resbaló hasta los hombros. Al Sombrero no le tomó demasiado tiempo decidirse:
—¡SLYTHERIN!
Albus y los demás Slytherin aplaudieron mientras Mathius se tambaleaba hacia su mesa, y se sentó unos sitios más alejado de Albus y sus amigos. Miró disimuladamente a su alrededor, tragó y se encogió en sí mismo mientras Longbottom seguía diciendo nombres.
—Parece un poco perdido —susurró Cian, sentado a la derecha de Albus en el banco más cerca de la pared—. ¡Tss! ¡Eh!
—¿Qué haces? —susurró también Albus.
—Investigar. ¡Black!
Mathius se giró hacia ellos, y Cian le saludó con la mano.
—¡Bienvenido a Slytherin!
—Gracias —dijo Mathius secamente, como si temiera hablar.
—Yo soy Cian Jardine, de segundo curso, y estos Richard Hikks y Albus Potter —presentó mientras señalaba a cada uno a medida que los nombraba.
—Encantado —respondió, y se volvió a girar hacia la selección.
—No ha reaccionado cuando he dicho tu nombre —notó Cian en voz baja en la oreja de Albus.
—Mm… —Mathius se había girado de nuevo hacia ellos—. Cuando han dicho mi nombre, todo el mundo ha empezado a susurrar. ¿Vosotros sabéis por qué? —arrugó la nariz y el entrecejo, y los amigos se miraron entre ellos.
—¿Tus padres no te han explicado nada de tu familia?
—Pues… No… Nada relevante al menos, creo —los tres fruncieron el ceño—. ¿Por qué? ¿Qué tiene que ver eso? No puede ser que conozcáis a mi familia, ¿no?
—¿Por qué no? —indagó Richard.
—Ni mi familia ni yo sabíamos nada de esto hasta hace unos meses…
—¿«Esto»?¿Tus padres son muggles? —siguió preguntando Richard, ahora con un tono de sorpresa.
—Sí. Eso significa que no tienen magia, ¿verdad?
—¿Eres nacido de muggles? —repitió Albus, incrédulo.
Alguien carraspeó detrás de Richard, colocado frente a Albus y Cian, y los cuatro miraron a la persona que había hecho el ruido. El profesor Longbottom se alzaba ante ellos con los brazos cruzados y una expresión severa.
—¿Puedo continuar con la selección?
Todo el comedor se había girado a mirarles, incluso los alumnos de primero y los profesores.
—Perdón —dijeron Albus, Cian y Richard al unísono, y bajaron la cabeza mientras el profesor volvía al taburete.
—Después te lo explicamos —dijo Cian a Mathius, y recibió una mirada dura de la profesora Couch, que enseñaba Aritmancia a los alumnos de tercero.
Los cuatro volvieron a prestar atención a la selección. Gritaron unos nombres más, todos siendo seleccionados bastante rápido, y llegó el turno de los Scamander.
—¡Scamander, Lorcan!
Lorcan, un niño castaño de ojos grises (como Lysander), corrió al taburete, excitado.
—¡HUFFLEPUFF! —anunció el sombrero, y Lorcan fue dando brincos hasta la mesa de Hufflepuff.
—¡Scamander, Lysander!
Lysander, al contrario que su hermano, se sentó en el taburete con la tranquilidad de quien está en una biblioteca.
—¡RAVENCLAW!
Scorpius aplaudió junto al resto de sus compañeros mientras Lysander caminaba hacia su mesa como si estuviera paseando por un parque. La última alumna, «Williams, Amelia» fue seleccionada para Hufflepuff, y por fin Longbottom pudo recoger el taburete y el sombrero, y la profesora Morgan se levantó y se adelantó.
—Bienvenidos, algunos por primera vez y otros de nuevo, al Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería. Que comience el festín, por favor.
Las mesas se llenaron de platos plateados con carne asada, verduras, pan, chuletas de ternera, patatas, salsas y zumos. Tras unos momentos en los que nadie habló por estar demasiado ocupado con la comida, Cian se adelantó y llamó a Mathius.
—¿Así que eres nacido de muggles? —le preguntó.
Mathius asintió con la boca llena de pollo asado. Cian pidió a la chica que estaba al lado de Albus que se movieran para que Mathius pudiera cambiarse de sitio y no tener que hablar con cuatro personas de por medio, y Mathius cogió su plato y fue dando brincos desde su sitio al lado de Albus.
—¿Y vosotros?
—Mis padres son magos —respondió Cian.
—Yo soy mitad y mitad —contestó Richard tras tragar una gran cucharada de verduras—. Mi padre es mago y mi madre muggle.
—Yo también soy sangre mestiza —participó Albus—. Mi abuela era nacida de muggles.
—Vaya… ¿Y conocíais mi apellido?
—Tu apellido es famoso —dijo Cian, arqueó las cejas y se metió en la boca varias patatas fritas—. Aunque no necesariamente en el buen sentido —añadió, haciéndose entender bien a pesar de estar masticando las patatas.
—¿De verdad? —Mathius desvió la mirada a la mesa y su boca cayó hacia abajo.
Albus le dio un fuerte codazo a Cian, y este se quejó.
—¿Acaso no es verdad? —susurró, y Albus rodó los ojos.
—Tu familia está relacionada con la de él —explicó Richard, y señaló a Albus. Mathius miró primero a Albus y después a Richard—. Fueron una familia muy poderosa y muy obsesionada con la “pureza” de la sangre.
—¿Qué quiere decir eso?
—Cian, por ejemplo, es un «sangre pura» —contó Albus—. La pureza de la sangre se refiere a no tener a ningún miembro que sea muggle ni tenga relación con ellos.
—Ni siquiera que sean amigos de muggles —añadió Cian.
—¿Mi familia es racista?
—Era —le corrigió Richard—. Al menos hasta ahora.
—Todos hemos susurrado porque pensábamos que los Black estaban extintos —dijo Cian por fin.
—¿Soy el único que queda? —Mathius abrió la boca, incrédulo.
—Eso parece —encogió Cian los hombros.
—Y eso significa que algún antepasado tuyo sería un squib… —dedujo Richard.
—En realidad —empezó Albus—, no es que los Black estén extintos. Lo que pasa es que todos sus descendientes son de parte de las mujeres de la familia, y no conservan el apellido. La abuela de un amigo es una Black.
—Ya «enfiembo» —Mathius tragó y repitió—. Ya entiendo.
—Buenas noches, Slytherins —saludó el Barón Sanguinario al pasar por detrás de Richard.
—Buenas noches, Barón —respondieron Albus, Cian y Richard.
—¿Por qué tiene sangre en la ropa? —preguntó Mathius sin quitarle un ojo de encima.
—Nadie se ha atrevido a preguntárselo —dijo Cian mientras la comida desaparecía y se dejaba paso a los postres.
—¿Habéis visto a Charlie? —preguntó Albus un buen rato más tarde, y agitó la cabeza al buscarle entre sus compañeros de casa.
—No, ahora que lo dices —contestó Cian.
—No hay de qué preocuparse —dijo Richard, e hizo un ademán para restarle importancia—. Le veremos en la habitación esta noche.
—Seh, igual que al estúpido de Sekinci.
—Yo ya le he visto —se lamentó Albus.
—¡Es verdad, hemos oído lo que ha pasado! —recordó Cian de repente.
—«Scorbius ed demadiado ‘ueno com él» —Richard sacó aire por la boca abierta con la bola de helado aún dentro—. «Edto edtá muy brío».
—Sí, está helado —bromeó Cian, y se rio de su propia broma.
Cuando todos quedaron hartos de comer, los postres desaparecieron, y Morgan volvió a levantarse.
—Buenas noches de nuevo. Tengo algunos anuncios. Para los de primer curso, decir que el bosque colindante está prohibido para todos los alumnos, y el pueblo de Hogsmeade lo está para los alumnos de primer y segundo curso. Nuestro celador, el señor Filch, pide que recordéis que no está permitido hacer magia ni en los pasillos ni en los recreos, así como también lo están la mayoría de artículos de la sucursal «Sortilegios Weasley». Hay una lista de los objetos permitidos en el muro de noticias de cada sala común. Las pruebas de quidditch se efectuarán en la segunda semana del curso, oficiadas por la árbitro de los partidos, la señora Hooch. Podéis retiraros a vuestras salas comunes. Gracias y buenas noches.
Fue como si la última palabra de Morgan fuera el interruptor que necesitaban todos los alumnos para ponerse de pie y empezar a caminar.
—¡No vayáis tan rápido! —les pidió Mathius cuando Albus, Cian y Richard empezaron a alejarse.
—Ah, no, tú tienes que ir con los prefectos —le explicó Cian, y buscó con la cabeza a sus compañeros.
—¡Allí! —localizó Albus a una chica de Slytherin que agitaba un brazo en el aire y llamaba a gritos a los alumnos de primero.
—Ah, ¡gracias!
—¿Iréis a las pruebas de quidditch? —preguntó Cian cuando llegaron a las mazmorras.
—A mí me gustaría —sonrió Albus.
—¡Ah, ¿de verdad?! —se emocionó Richard.
—¿Para qué puesto? —se animó Cian.
—Me dicen que soy buen golpeador, así que querría intentarlo.
—¡Genial! —exclamó Cian.
—Así podrá enviarle bludgers a su hermano —bromeó Richard, y Cian y él rieron.
—Ese es uno de los motivos que me llaman más la atención —siguió bromeando Albus.
—¡Chicos! —gritó alguien ya dentro de la sala común, cuando los tres niños se disponían a entrar en el pasillo de las habitaciones.
Charlie corrió hacia ellos y dio saltos cuando llegó a su lado.
—¡Charlie! ¿Qué tal estás?
—¿Y dónde te habías metido?
Los cuatro charlaron alegres mientras iban a la habitación y, una vez allí (era una habitación diferente que la del primer año, justo la contigua), buscaron sus pertenencias. La cama de Albus estaba al lado de la puerta, con Cian al lado, seguido de Charlie, después Richard y por último Sekinci. Este no estaba en la habitación cuando entraron, cosa que les alivió, pues no tendrían que lidiar con él a esas horas tan intempestivas. Se quitaron los uniformes, se pusieron los pijamas y se durmieron rápidamente.

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