VIII. Pelea entre hermanos

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Cuando Albus y sus amigos despertaron al día siguiente, notaron la ausencia de su otro compañero de casa, Sekinci. Aunque les pareció extraño, no se preocuparon, y se dispusieron a vestirse para subir a desayunar. Albus abrió el baúl y sacó la ropa, que se sintió rara al tacto. Frunció el ceño y la desdobló, para dejar a la vista rasguños y manchas.

—¿Pero, qué…?
Metió la mano en el baúl y sacó más prendas de ropa, todas hechas trizas y llenas de manchas.
—¿Quién ha sido el imbécil que ha hecho esto? —exclamó Cian a su lado, con jirones de ropa en las manos.
Más allá, Charlie y Richard también se quejaron del mismo problema.
—¡Será…! —maldijo entre dientes Albus.
Se irguió y dio grandes zancadas hacia el baúl de Sekinci.
—Lo habrá vaciado, Al —le advirtió Richard, y Albus se detuvo.
—¿Qué le pasa este año? —se quejó Cian—. Ni siquiera hemos empezado aún las clases y ya nos ha hecho dos jugarretas.
—¿Dos? —preguntó confundido Charlie.
—Una a Albus, Rose, Scorpius y Elizabeth, en el tren. Nosotros no estábamos, pero cuenta igual.
—Bueno —sonrió Albus—, dejadle que siga así.
—¿Cómo has dicho? —exclamó Richard.
—La venganza es un plato que se sirve frío —Albus volvió a su baúl rodeado de ropa destrozada—. Reparo. Tenemos al ECHS. Estoy seguro que podremos idear algo entre todos.
—Aaahh, ya veo —asintió Cian, y también conjuró el encantamiento reparador.
—¿El «ecs»? —repitió Charlie, sin comprender—. ¿Qué es eso?
—Vaya, Charlie, realmente no te enteras nunca de nada, ¿eh? —bromeó Cian.
—Tranquilo —dijo Albus—, lo sabrás en noviembre.
—¿Vas a invitarle? —sonrió Richard, y Albus asintió como respuesta.
Charlie se veía tan perdido, que encogió los hombros y siguió arreglando su ropa.
Subieron a desayunar bastante más tarde de lo que habían previsto, pero la comida seguía en las mesas cuando llegaron. Se sentaron los cuatro juntos y se dispusieron a comer. Un rato después, el profesor Slughorn pasó para repartir los horarios de ese curso, y se paró a saludar a Albus.
—¡Ah, Potter, qué alegría volver a verte! ¿Cómo ha ido el verano, bien? Me alegro, me alegro. ¿Y tus padres? Ah, estupendo. ¡Nos vemos en clase!
—Aún sigo esperando que un día te entregue una foto tuya para que se la firmes —bromeó Cian, y los demás rieron con él.
Pasaron unos momentos en silencio mientras leían el horario, cuando Richard exclamó ofendido:
—¿Dos horas seguidas de Historia de la Magia? Matadme.
—Y sin descanso entre medias, además —añadió frustrado Albus.
—¿Os habéis podido vestir? —Sekinci había aparecido en el otro lado de la mesa mientras iba de camino a la puerta del Gran Comedor para salir, y se quedó quieto cuando vio a Charlie—. ¿Incluso tú? —rio—. Estarás contento ahora que hay un nuevo sangre sucia para hacerte compañía, a pesar del disgusto y el asco del resto.
—Lárgate —le espetó Albus, y Sekinci le miró.
—Ah, el rey de los imbéciles y defensor de traidores a la sangre. ¿Cómo llevas que tu amiguita sea una espía para el Ministro?
—Todo lo que sale de tu boca es veneno.
—El Ministro te tiene miedo, a ti y a tus amigos. Por eso se reunió con Hayward, para pedirle que os vigilara —rio.
—¿Y cómo te sienta que se lo pidiera a ella, una mestiza, en vez de a ti, un “gran sangre limpia”? —se burló Albus.
—Eres aún más estúpido que el año pasado. No sé cómo alguien puede pensar que eres peligroso. Eres un donnadie con padres famosos. Ni siquiera llegarás nunca a merecerte tu apellido.
—Uf, me está empezando a doler la cabeza con ese ruido taladrante —Cian se llevó una mano a la sien e hizo una cara de malestar—. ¿No lo oís? Ese cacareo cobarde constante…
—Sí, seguid ignorando la verdad. Solo así sobreviviréis, como unos ignorantes.
—Vale, se acabó —Richard se levantó, dio un fuerte golpe en la mesa con las manos y se inclinó hacia Sekinci—. O te largas o juro que saldrás de aquí con más miembros de la cuenta.
Sekinci rio, les insultó en voz baja y se alejó.
—¿Cómo puede ser tan imbécil? —se preguntó Albus en voz alta.
—Ya sabes cómo es su familia —dijo Cian mientras Richard se volvía a sentar—. Menos mal que Aelia ha conseguido independizarse.
—Sí —concordó Richard—. Sus cartas este verano…
—Cada vez que me llegaba una me tenía que preparar mentalmente para leerla —añadió Cian—. Era como leer uno de esos libros sobre la Primera o la Segunda Guerra Mágica. Hablando de cosas más alegres que pasaron en verano —cambió de tema Cian—: ¿aprendiste sirenio, no, Albus?
—¡Ah, sí! —sonrió Albus—. Más o menos. Tengo un nivel muy básico, y no pronuncio demasiado bien aún. Lo que más me molesta es que tengo que hacerlo bajo el agua, porque fuera es imposible.
—¿Seguirás con esas clases aquí, en Hogwarts? —preguntó Charlie.
—Sí, sino perderé la práctica. Preguntaré al profesor Slughorn si hay algún curso de sirenio que pueda tomar.
—No hay nadie que hable sirenio aquí, que yo sepa —dijo Richard—. Quizás te proponen aprenderlo con la gente del agua.
—Eso sería muy interesante —se sorprendió Albus, y deseó en su interior que fuera así.
Aquel día, como era domingo, se dedicaron a pasear por el castillo los cuatro juntos y hablar de todo aquello de lo que no habían escrito aquel verano. Compartieron opiniones, preocupaciones, pero sobre todo risas, chistes y bromas. Cuando ya iban hacia el comedor a la hora de la comida se cruzaron con James y sus amigos. Albus y James intercambiaron una mirada extraña; James parecía entristecido y decepcionado, y Albus cohibido y culpable. Todos se saludaron excepto ellos dos, que no se dirigieron ni una sola palabra.
—¿Estás bien? —preguntó Richard a Albus cuando James y sus amigos se alejaron.
—Nos peleamos ayer —explicó Albus—. Pero da igual. Vamos.
—¿Seguro? —Cian metió la cabeza por entre la comida de Albus y su cabeza, un buen rato después de empezar a comer.
Albus se apartó asustado, pues había estado perdido en sus pensamientos.
—¿Qué?
—No parece que dé igual. Tienes mala cara.
—Cuenta —le animó Richard.
—Bueno… —resopló, y recordó el comedor de su casa con la cena casi terminada sobre los platos. Estaban todos: Harry, Ginny, Lily, James, Blake, Anne, Scorpius y Lizzie, repartidos por la larga mesa de comedor—. Fue por la noche, mientras cenábamos. No dejaba de meterse conmigo porque se había enterado que este año haré las pruebas para golpeador, y decía cosas horribles sobre jugarretas que me harían los compañeros de Slytherin, el juego sucio de nuestra casa… Me cabreó y le grité que se callara, pero él se rio y siguió metiéndose con los Slytherins. Empezamos a gritarnos y sacamos las varitas, hasta que él me lanzó un hechizo que me hizo salir volando hacia atrás y nuestros padres nos detuvieron. Lizzie y Scorpius me ayudaron a levantarme mientras nuestros padres nos reñían, y entonces…
»—¡Solo te preocupas por pasártelo bien! —le grité—. ¡No te preocupas por los sentimientos de la gente! ¡SOLO TE INTERESA TÚ MISMO, NO TE IMPORTA NADIE! ¡ERES UN EGOÍSTA Y TE ODIO!
»Él comprimió la cara y se puso rojo de ira.
»—¡TÚ NO SABES ABSOLUTAMENTE NADA! ¡ERES UN NIÑATO ESTÚPIDO!
»—¡TE ODIO!
»—¡GENIAL!
»Subimos a nuestras habitaciones y dimos portazos, y desde entonces no nos hablamos.
—Hala —dijo Cian, entre sorprendido e incómodo—. Qué mal.
—Ya.
—Tu hermano no es… No es egoísta —Richard evitó la mirada de Albus—. Lo sabes.
—No, no lo sé —Albus encogió los hombros—. A veces parece muy majo, pero otras actúa como un imbécil.
—Pero en los momentos importantes —opinó Cian—, te defendió. El año pasado lo demostró varias veces.
—A mí me parece que le gusta molestarte —añadió Charlie en voz baja, como si temiera participar en la conversación—, pero que lo hace de broma. No quiere molestarte de verdad, o sea que te sientas mal, eso no lo quiere.
—Da igual —se agobió Albus—, si igualmente no parece que quiera hablar conmigo. No sé cómo puedo disculparme si no quiere hablar.
—¿Lo has intentado? —le preguntó Cian.
—Yo… —Albus resopló—. Sois terriblemente directos, ¿sabéis?
—Y tú evitas las preguntas que no quieres contestar —rio Richard.
Albus sonrió y siguió comiendo como si nada.
—Por mucho que nos ignores, no te librarás de la pregunta —aseguró Cian.
—Bueno, pues no, no lo he intentado —respondió Albus al dar un golpe en la mesa con los cubiertos. Resopló—. Lo siento. Pero es que… ¿Habéis visto cómo me ha mirado antes? Parecía dolido.
—Normal —obvió Cian.
—Bueno, pues no quiero seguir hablando del tema, ya está.
—No hace falta que te pongas así —le dijo Richard.
—Ya, lo siento —lo dijo tan seco que los otros no quisieron seguir con el tema y empezaron a hablar de otra cosa, aunque Albus se mantuvo ausente durante aquella charla.
Pasaron una tarde tranquila en su sala común, y fueron a dormir una o dos horas después que su inaguantable compañero de habitación (Sekinci). Cuando ya estuvieron vestidos con los pijamas, Albus se disculpó de nuevo.
—Vale, tranquilo —aceptó Richard.
—Pero intenta hablar con tu hermano —aconsejó Cian—. Ya te digo que no es bueno estar enfadados durante mucho tiempo. Créeme, tengo tres hermanos, sé lo que es eso.
—Ya… —murmuró Albus antes de dar las buenas noches.
Pero a pesar del buen consejo de Cian, Albus no lo tomó y, al día siguiente, seguía sin hablarse con James. Seguía molesto con la situación y con James en concreto, harto de todas las veces que se había metido con él y había salido triunfante. No podía soportarlo, y al mismo tiempo tampoco soportaba haberle hecho daño de alguna manera. Eran unos sentimientos tan confusos que prefirió no enfrentarse a ellos. Durante toda la semana procuró no tropezarse con James y no verle por el rabillo del ojo durante los trayectos entre clases, incluso se quedó con Cian, Richard y Charlie en los descansos en vez de ir con Lizzie, Scorpius y Rose. Pero, cuando llegó el fin de semana, Scorpius, Rose y Lizzie fueron a buscarlo a su mesa en la hora del desayuno.
—¡Por fin te pillamos! —exclamó Lizzie, y se sentó a su lado en el banco.
—¿Has estado ocupado? —preguntó Scorpius.
—Es obvio que no, Scor —resopló Rose, como si fuera la milésima vez que se lo decía—. Ha estado evitándonos.
—Seguro que no… —murmuró Scorpius, y miró a Albus esperanzado.
—Da igual —aseguró Lizzie—. Seguro que nos lo va a explicar hoy —dijo, y sonrió a Albus.
—¿Cómo ha ido la primera semana de clases? —preguntó Albus en lugar de responder.
—¿Vosotros sabéis por qué nos ha evitado? —preguntó a su vez Lizzie a Cian, Richard y Charlie.
Cian y Richard asintieron, pero Charlie bajó la mirada y simuló no haberla oído.
—No tiene nada que ver con vosotros —explicó Richard.
—Solo es un cabezón que no quiere admitir que se equivoca —sonrió Cian.
Albus rodó los ojos, se levantó y se dirigió a la puerta, cuando alguien le invistió y le agarró del brazo.
—¡Hola! —al niño le brillaron los ojos al ver a Albus, y él frunció el entrecejo—. Tú eres el hijo de Harry Potter, ¿no?
—Hum… —Albus se movió inquieto, aunque en realidad se sentía atrapado, como si le hubieran encerrado de repente en una caja de metal.
—¡Sí, soy el hijo de Harry Potter: James Potter! —James apareció de detrás de Albus y cogió la pluma que le ofrecía el niño a su hermano—. ¿Quieres un autógrafo, no? Anda, toma.
—Pero… —el niño agarró el papel firmado por James y miró a Albus suplicante.
—¡Ale, ale! ¡Ya te puedes ir! —le alentó James, y el niño se marchó con un puchero.
James giró un poco la cabeza para mirar a Albus de reojo antes de ir con sus amigos y alejarse, bajo la atenta mirada de Albus.
—¿Es que aún no habéis hecho las paces? —se lamentó incrédula Rose, y se colocó al lado de su primo.
—Es evidente que no —espetó Albus antes de empezar a caminar.
—¿Por eso nos has evitado? —le juzgó Rose.
—¡Eres tonto, Albus Severus Potter! —Lizzie se puso frente a él, y Albus tuvo que detenerse de golpe.
—¡Estoy harto de que todo el mundo le defienda a él! ¡Como si yo fuera el malo y él nunca hubiera roto un plato! —gritó harto Albus—. ¡Es él el que se mete conmigo y no me deja en paz! ¡Yo le digo una vez que es egoísta y todo el mundo se me echa encima! ¡Dejadme en paz! —corrió lejos de sus amigos hacia los terrenos del castillo, pues como estaba lloviendo, supo que nadie le molestaría.
—¡Para, Albus! —escuchó que le decían, pero él no se detuvo, y salió bajo la lluvia y la niebla.
Sin saber realmente qué camino tomar, fue instintivamente hacia la cabaña de Hagrid, se sentó en las escaleras de la entrada y enterró el rostro en los brazos cruzados y se puso a llorar. La lluvia se le metía por la ropa y le chorreaba por el pelo, pero ni siquiera le importó. Volvió más de una hora más tarde al castillo, empapado y con un picor familiar en la nariz que anunciaba el próximo resfriado. Todos aquellos con los que se cruzó en el camino a la sala común le miraron como si fuera una criatura extraña que no pertenecía allí dentro. Después de darse una ducha caliente se metió entre las sábanas y durmió todo el día, sin salir siquiera para comer ni cenar.
Despertó sudando al día siguiente, así que se dio una ducha fría que le recordó a la lluvia del día anterior, se vistió y subió acompañado de sus amigos, que se lo miraban preocupados y le preguntaban si se encontraba bien. Tenía los ojos caídos, no andaba en línea recta y parecía que estaba muy cansado a pesar de haber dormido muchas horas seguidas. Mientras subían las escaleras se fijaron en unos carteles pegados en los muros. Todo el mundo se acercaba al que tenía más cerca y se reían, y las risas fueron a más cuando reconocieron a Albus. Le señalaban y se burlaban, le llamaron «nenaza», «cobarde» o «niño de mamá», así que Cian se acercó al cartel a pasos furiosos, lo observó y lo arrancó de la pared.
—Yo también lo hago —le espetó a dos chicos que señalaban a Albus y se reían—. Cada noche —los chicos siguieron riéndose, ahora de Cian, mientras él volvía con sus amigos—. No les hagas caso, Al.
—¿Qué pasa? —preguntó él con voz débil, y alargó la mano para coger el cartel, pero Cian lo levantó por encima de sus cabezas—. Cian, venga.
—Da igual.
—No…
Albus logró quitárselo al llegar a lo alto de la escalera de mármol del vestíbulo y lo observó: era una fotografía, y en ella aparecía él mismo llorando bajo la lluvia sentado en las escaleras de la cabaña de Hagrid. Un intenso calor le subió al rostro, alzó la mirada y vio todos aquellos chicos y chicas burlándose de él, señalándole, insultándole. El calor se extendió por todo el cuerpo, empezó a costarle respirar con normalidad, y sintió que la mente se le apagaba y que su cuerpo perdía el equilibrio.

Despertó con un poco de dolor de cabeza y el cuerpo entumecido. Estaba tumbado en una de las camas de la enfermería, y la señora Longbottom estaba inclinada sobre él con el dorso de la mano en su frente.
—Hola, Albus —le saludó con cautela.
—Hola —contestó él con voz pastosa.
—¿Cómo te encuentras?
—Me duele un poco la cabeza.
—Es normal. Has estado todo el día con fiebre —Albus miró con los ojos grandes a la señora Longbottom al escuchar «todo el día»—. Necesitas comer algo, ahora vuelvo.
La señora Longbottom cuidó de Albus hasta que este comenzó a sentirse mejor, y ella le dijo que alguien había ido a verle. Albus supuso que serían sus amigos, así que se incorporó en la cama mientras la señora Longbottom iba a buscarles.
—Hola.
Albus alzó la mirada y se encontró con los ojos de su hermano, que le miraban con incomodidad y preocupación. Albus apretó los labios y bajó la mirada de nuevo.
—Hola.
—La señora Longbottom me ha dicho que te estás recuperando. ¿Cómo lo llevas?
—Genial —contestó secamente.
—He hablado con tus amigos —Albus miró de refilón a su hermano—. No creo que sea para tanto, pero… Lo siento si te he dolido de alguna manera. Solo me gusta meterme contigo, pero nunca…
Se quedaron en silencio mientras Albus pensaba en todo lo que había pasado y en cómo se había sentido. James tenía razón, en realidad no había sido para tanto. Él sabía que James era así, que le gustaba bromear y que no pretendía hacer daño. Siempre se había enfadado cuando James le trataba así, pero… Quizás había llegado el momento de enfocar aquella relación de otra manera, de aceptar las bromas y tomarlas como lo que eran. Albus alzó la mirada de nuevo.
—Yo también lo siento.
James parpadeó. Albus quiso explicarse, pero supo que no había realmente necesidad, así que cerró la boca y encogió los hombros. James le sonrió y le revolvió el pelo.
—Cuídate, ¿vale?
Albus asintió y James se marchó. Sus amigos fueron a visitarle después de cenar y él les contó la conversación con James.
—Me alegro tanto que lo hayáis arreglado —dijo Lizzie.
—No está del todo. Les costará volver a la normalidad —opinó Scorpius.
—Pero lo importante es que están en el camino.
—La semana que viene son las pruebas para quidditch —dijo Rose—. ¿Os presentaréis?
—Yo solo iré a animar —dijo Lizzie, pero tanto Albus como Scorpius expresaron sus ganas de probar, aunque para Albus todo dependía de cómo se recuperase durante esa semana.

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