Cuando
Albus y sus amigos despertaron al día siguiente, notaron la ausencia de su otro
compañero de casa, Sekinci. Aunque les pareció extraño, no se preocuparon, y se
dispusieron a vestirse para subir a desayunar. Albus abrió el baúl y sacó la
ropa, que se sintió rara al tacto. Frunció el ceño y la desdobló, para dejar a
la vista rasguños y manchas.
—¿Pero,
qué…?
Metió
la mano en el baúl y sacó más prendas de ropa, todas hechas trizas y llenas de
manchas.
—¿Quién
ha sido el imbécil que ha hecho esto? —exclamó Cian a su lado, con jirones de
ropa en las manos.
Más
allá, Charlie y Richard también se quejaron del mismo problema.
—¡Será…!
—maldijo entre dientes Albus.
Se
irguió y dio grandes zancadas hacia el baúl de Sekinci.
—Lo
habrá vaciado, Al —le advirtió Richard, y Albus se detuvo.
—¿Qué
le pasa este año? —se quejó Cian—. Ni siquiera hemos empezado aún las clases y
ya nos ha hecho dos jugarretas.
—¿Dos?
—preguntó confundido Charlie.
—Una
a Albus, Rose, Scorpius y Elizabeth, en el tren. Nosotros no estábamos, pero
cuenta igual.
—Bueno
—sonrió Albus—, dejadle que siga así.
—¿Cómo
has dicho? —exclamó Richard.
—La
venganza es un plato que se sirve frío —Albus volvió a su baúl rodeado de ropa
destrozada—. Reparo. Tenemos al ECHS.
Estoy seguro que podremos idear algo entre todos.
—Aaahh,
ya veo —asintió Cian, y también conjuró el encantamiento reparador.
—¿El
«ecs»? —repitió Charlie, sin comprender—. ¿Qué es eso?
—Vaya,
Charlie, realmente no te enteras nunca de nada, ¿eh? —bromeó Cian.
—Tranquilo
—dijo Albus—, lo sabrás en noviembre.
—¿Vas
a invitarle? —sonrió Richard, y Albus asintió como respuesta.
Charlie
se veía tan perdido, que encogió los hombros y siguió arreglando su ropa.
Subieron
a desayunar bastante más tarde de lo que habían previsto, pero la comida seguía
en las mesas cuando llegaron. Se sentaron los cuatro juntos y se dispusieron a
comer. Un rato después, el profesor Slughorn pasó para repartir los horarios de
ese curso, y se paró a saludar a Albus.
—¡Ah,
Potter, qué alegría volver a verte! ¿Cómo ha ido el verano, bien? Me alegro, me
alegro. ¿Y tus padres? Ah, estupendo. ¡Nos vemos en clase!
—Aún
sigo esperando que un día te entregue una foto tuya para que se la firmes
—bromeó Cian, y los demás rieron con él.
Pasaron
unos momentos en silencio mientras leían el horario, cuando Richard exclamó
ofendido:
—¿Dos
horas seguidas de Historia de la Magia? Matadme.
—Y
sin descanso entre medias, además —añadió frustrado Albus.
—¿Os
habéis podido vestir? —Sekinci había aparecido en el otro lado de la mesa
mientras iba de camino a la puerta del Gran Comedor para salir, y se quedó
quieto cuando vio a Charlie—. ¿Incluso tú? —rio—. Estarás contento ahora que
hay un nuevo sangre sucia para hacerte compañía, a pesar del disgusto y el asco
del resto.
—Lárgate
—le espetó Albus, y Sekinci le miró.
—Ah,
el rey de los imbéciles y defensor de traidores a la sangre. ¿Cómo llevas que
tu amiguita sea una espía para el Ministro?
—Todo
lo que sale de tu boca es veneno.
—El
Ministro te tiene miedo, a ti y a tus amigos. Por eso se reunió con Hayward,
para pedirle que os vigilara —rio.
—¿Y
cómo te sienta que se lo pidiera a ella, una mestiza, en vez de a ti, un “gran
sangre limpia”? —se burló Albus.
—Eres
aún más estúpido que el año pasado. No sé cómo alguien puede pensar que eres
peligroso. Eres un donnadie con padres famosos. Ni siquiera llegarás nunca a
merecerte tu apellido.
—Uf,
me está empezando a doler la cabeza con ese ruido taladrante —Cian se llevó una
mano a la sien e hizo una cara de malestar—. ¿No lo oís? Ese cacareo cobarde
constante…
—Sí,
seguid ignorando la verdad. Solo así sobreviviréis, como unos ignorantes.
—Vale,
se acabó —Richard se levantó, dio un fuerte golpe en la mesa con las manos y se
inclinó hacia Sekinci—. O te largas o juro que saldrás de aquí con más miembros
de la cuenta.
Sekinci
rio, les insultó en voz baja y se alejó.
—¿Cómo
puede ser tan imbécil? —se preguntó Albus en voz alta.
—Ya
sabes cómo es su familia —dijo Cian mientras Richard se volvía a sentar—. Menos
mal que Aelia ha conseguido independizarse.
—Sí
—concordó Richard—. Sus cartas este verano…
—Cada
vez que me llegaba una me tenía que preparar mentalmente para leerla —añadió
Cian—. Era como leer uno de esos libros sobre la Primera o la Segunda Guerra
Mágica. Hablando de cosas más alegres que pasaron en verano —cambió de tema
Cian—: ¿aprendiste sirenio, no, Albus?
—¡Ah,
sí! —sonrió Albus—. Más o menos. Tengo un nivel muy básico, y no pronuncio
demasiado bien aún. Lo que más me molesta es que tengo que hacerlo bajo el
agua, porque fuera es imposible.
—¿Seguirás
con esas clases aquí, en Hogwarts? —preguntó Charlie.
—Sí,
sino perderé la práctica. Preguntaré al profesor Slughorn si hay algún curso de
sirenio que pueda tomar.
—No
hay nadie que hable sirenio aquí, que yo sepa —dijo Richard—. Quizás te
proponen aprenderlo con la gente del agua.
—Eso
sería muy interesante —se sorprendió Albus, y deseó en su interior que fuera
así.
Aquel
día, como era domingo, se dedicaron a pasear por el castillo los cuatro juntos
y hablar de todo aquello de lo que no habían escrito aquel verano. Compartieron
opiniones, preocupaciones, pero sobre todo risas, chistes y bromas. Cuando ya
iban hacia el comedor a la hora de la comida se cruzaron con James y sus
amigos. Albus y James intercambiaron una mirada extraña; James parecía
entristecido y decepcionado, y Albus cohibido y culpable. Todos se saludaron
excepto ellos dos, que no se dirigieron ni una sola palabra.
—¿Estás
bien? —preguntó Richard a Albus cuando James y sus amigos se alejaron.
—Nos
peleamos ayer —explicó Albus—. Pero da igual. Vamos.
—¿Seguro?
—Cian metió la cabeza por entre la comida de Albus y su cabeza, un buen rato
después de empezar a comer.
Albus
se apartó asustado, pues había estado perdido en sus pensamientos.
—¿Qué?
—No
parece que dé igual. Tienes mala cara.
—Cuenta
—le animó Richard.
—Bueno…
—resopló, y recordó el comedor de su casa con la cena casi terminada sobre los
platos. Estaban todos: Harry, Ginny, Lily, James, Blake, Anne, Scorpius y
Lizzie, repartidos por la larga mesa de comedor—. Fue por la noche, mientras cenábamos.
No dejaba de meterse conmigo porque se había enterado que este año haré las
pruebas para golpeador, y decía cosas horribles sobre jugarretas que me harían
los compañeros de Slytherin, el juego sucio de nuestra casa… Me cabreó y le
grité que se callara, pero él se rio y siguió metiéndose con los Slytherins.
Empezamos a gritarnos y sacamos las varitas, hasta que él me lanzó un hechizo
que me hizo salir volando hacia atrás y nuestros padres nos detuvieron. Lizzie
y Scorpius me ayudaron a levantarme mientras nuestros padres nos reñían, y
entonces…
»—¡Solo
te preocupas por pasártelo bien! —le grité—. ¡No te preocupas por los
sentimientos de la gente! ¡SOLO TE INTERESA TÚ MISMO, NO TE IMPORTA NADIE!
¡ERES UN EGOÍSTA Y TE ODIO!
ȃl
comprimió la cara y se puso rojo de ira.
»—¡TÚ
NO SABES ABSOLUTAMENTE NADA! ¡ERES UN NIÑATO ESTÚPIDO!
»—¡TE
ODIO!
»—¡GENIAL!
»Subimos
a nuestras habitaciones y dimos portazos, y desde entonces no nos hablamos.
—Hala
—dijo Cian, entre sorprendido e incómodo—. Qué mal.
—Ya.
—Tu
hermano no es… No es egoísta —Richard evitó la mirada de Albus—. Lo sabes.
—No,
no lo sé —Albus encogió los hombros—. A veces parece muy majo, pero otras actúa
como un imbécil.
—Pero
en los momentos importantes —opinó Cian—, te defendió. El año pasado lo demostró
varias veces.
—A
mí me parece que le gusta molestarte —añadió Charlie en voz baja, como si
temiera participar en la conversación—, pero que lo hace de broma. No quiere
molestarte de verdad, o sea que te sientas mal, eso no lo quiere.
—Da
igual —se agobió Albus—, si igualmente no parece que quiera hablar conmigo. No
sé cómo puedo disculparme si no quiere hablar.
—¿Lo
has intentado? —le preguntó Cian.
—Yo…
—Albus resopló—. Sois terriblemente directos, ¿sabéis?
—Y
tú evitas las preguntas que no quieres contestar —rio Richard.
Albus
sonrió y siguió comiendo como si nada.
—Por
mucho que nos ignores, no te librarás de la pregunta —aseguró Cian.
—Bueno,
pues no, no lo he intentado —respondió Albus al dar un golpe en la mesa con los
cubiertos. Resopló—. Lo siento. Pero es que… ¿Habéis visto cómo me ha mirado
antes? Parecía dolido.
—Normal
—obvió Cian.
—Bueno,
pues no quiero seguir hablando del tema, ya está.
—No
hace falta que te pongas así —le dijo Richard.
—Ya,
lo siento —lo dijo tan seco que los otros no quisieron seguir con el tema y
empezaron a hablar de otra cosa, aunque Albus se mantuvo ausente durante
aquella charla.
Pasaron
una tarde tranquila en su sala común, y fueron a dormir una o dos horas después
que su inaguantable compañero de habitación (Sekinci). Cuando ya estuvieron
vestidos con los pijamas, Albus se disculpó de nuevo.
—Vale,
tranquilo —aceptó Richard.
—Pero
intenta hablar con tu hermano —aconsejó Cian—. Ya te digo que no es bueno estar
enfadados durante mucho tiempo. Créeme, tengo tres hermanos, sé lo que es eso.
—Ya…
—murmuró Albus antes de dar las buenas noches.
Pero
a pesar del buen consejo de Cian, Albus no lo tomó y, al día siguiente, seguía
sin hablarse con James. Seguía molesto con la situación y con James en
concreto, harto de todas las veces que se había metido con él y había salido
triunfante. No podía soportarlo, y al mismo tiempo tampoco soportaba haberle
hecho daño de alguna manera. Eran unos sentimientos tan confusos que prefirió
no enfrentarse a ellos. Durante toda la semana procuró no tropezarse con James
y no verle por el rabillo del ojo durante los trayectos entre clases, incluso
se quedó con Cian, Richard y Charlie en los descansos en vez de ir con Lizzie,
Scorpius y Rose. Pero, cuando llegó el fin de semana, Scorpius, Rose y Lizzie
fueron a buscarlo a su mesa en la hora del desayuno.
—¡Por
fin te pillamos! —exclamó Lizzie, y se sentó a su lado en el banco.
—¿Has
estado ocupado? —preguntó Scorpius.
—Es
obvio que no, Scor —resopló Rose, como si fuera la milésima vez que se lo decía—.
Ha estado evitándonos.
—Seguro
que no… —murmuró Scorpius, y miró a Albus esperanzado.
—Da
igual —aseguró Lizzie—. Seguro que nos lo va a explicar hoy —dijo, y sonrió a
Albus.
—¿Cómo
ha ido la primera semana de clases? —preguntó Albus en lugar de responder.
—¿Vosotros
sabéis por qué nos ha evitado? —preguntó a su vez Lizzie a Cian, Richard y
Charlie.
Cian
y Richard asintieron, pero Charlie bajó la mirada y simuló no haberla oído.
—No
tiene nada que ver con vosotros —explicó Richard.
—Solo
es un cabezón que no quiere admitir que se equivoca —sonrió Cian.
Albus
rodó los ojos, se levantó y se dirigió a la puerta, cuando alguien le invistió
y le agarró del brazo.
—¡Hola!
—al niño le brillaron los ojos al ver a Albus, y él frunció el entrecejo—. Tú
eres el hijo de Harry Potter, ¿no?
—Hum…
—Albus se movió inquieto, aunque en realidad se sentía atrapado, como si le
hubieran encerrado de repente en una caja de metal.
—¡Sí,
soy el hijo de Harry Potter: James Potter! —James apareció de detrás de Albus y
cogió la pluma que le ofrecía el niño a su hermano—. ¿Quieres un autógrafo, no?
Anda, toma.
—Pero…
—el niño agarró el papel firmado por James y miró a Albus suplicante.
—¡Ale,
ale! ¡Ya te puedes ir! —le alentó James, y el niño se marchó con un puchero.
James
giró un poco la cabeza para mirar a Albus de reojo antes de ir con sus amigos y
alejarse, bajo la atenta mirada de Albus.
—¿Es
que aún no habéis hecho las paces? —se lamentó incrédula Rose, y se colocó al
lado de su primo.
—Es
evidente que no —espetó Albus antes de empezar a caminar.
—¿Por
eso nos has evitado? —le juzgó Rose.
—¡Eres
tonto, Albus Severus Potter! —Lizzie se puso frente a él, y Albus tuvo que
detenerse de golpe.
—¡Estoy
harto de que todo el mundo le defienda a él! ¡Como si yo fuera el malo y él
nunca hubiera roto un plato! —gritó harto Albus—. ¡Es él el que se mete conmigo
y no me deja en paz! ¡Yo le digo una vez que es egoísta y todo el mundo se me
echa encima! ¡Dejadme en paz! —corrió lejos de sus amigos hacia los terrenos
del castillo, pues como estaba lloviendo, supo que nadie le molestaría.
—¡Para,
Albus! —escuchó que le decían, pero él no se detuvo, y salió bajo la lluvia y
la niebla.
Sin
saber realmente qué camino tomar, fue instintivamente hacia la cabaña de
Hagrid, se sentó en las escaleras de la entrada y enterró el rostro en los
brazos cruzados y se puso a llorar. La lluvia se le metía por la ropa y le
chorreaba por el pelo, pero ni siquiera le importó. Volvió más de una hora más
tarde al castillo, empapado y con un picor familiar en la nariz que anunciaba
el próximo resfriado. Todos aquellos con los que se cruzó en el camino a la
sala común le miraron como si fuera una criatura extraña que no pertenecía allí
dentro. Después de darse una ducha caliente se metió entre las sábanas y durmió
todo el día, sin salir siquiera para comer ni cenar.
Despertó
sudando al día siguiente, así que se dio una ducha fría que le recordó a la
lluvia del día anterior, se vistió y subió acompañado de sus amigos, que se lo
miraban preocupados y le preguntaban si se encontraba bien. Tenía los ojos
caídos, no andaba en línea recta y parecía que estaba muy cansado a pesar de
haber dormido muchas horas seguidas. Mientras subían las escaleras se fijaron
en unos carteles pegados en los muros. Todo el mundo se acercaba al que tenía
más cerca y se reían, y las risas fueron a más cuando reconocieron a Albus. Le
señalaban y se burlaban, le llamaron «nenaza», «cobarde» o «niño de mamá», así
que Cian se acercó al cartel a pasos furiosos, lo observó y lo arrancó de la
pared.
—Yo
también lo hago —le espetó a dos chicos que señalaban a Albus y se reían—. Cada
noche —los chicos siguieron riéndose, ahora de Cian, mientras él volvía con sus
amigos—. No les hagas caso, Al.
—¿Qué
pasa? —preguntó él con voz débil, y alargó la mano para coger el cartel, pero
Cian lo levantó por encima de sus cabezas—. Cian, venga.
—Da
igual.
—No…
Albus
logró quitárselo al llegar a lo alto de la escalera de mármol del vestíbulo y
lo observó: era una fotografía, y en ella aparecía él mismo llorando bajo la
lluvia sentado en las escaleras de la cabaña de Hagrid. Un intenso calor le
subió al rostro, alzó la mirada y vio todos aquellos chicos y chicas burlándose
de él, señalándole, insultándole. El calor se extendió por todo el cuerpo,
empezó a costarle respirar con normalidad, y sintió que la mente se le apagaba
y que su cuerpo perdía el equilibrio.
Despertó
con un poco de dolor de cabeza y el cuerpo entumecido. Estaba tumbado en una de
las camas de la enfermería, y la señora Longbottom estaba inclinada sobre él con
el dorso de la mano en su frente.
—Hola,
Albus —le saludó con cautela.
—Hola
—contestó él con voz pastosa.
—¿Cómo
te encuentras?
—Me
duele un poco la cabeza.
—Es
normal. Has estado todo el día con fiebre —Albus miró con los ojos grandes a la
señora Longbottom al escuchar «todo el día»—. Necesitas comer algo, ahora
vuelvo.
La
señora Longbottom cuidó de Albus hasta que este comenzó a sentirse mejor, y
ella le dijo que alguien había ido a verle. Albus supuso que serían sus amigos,
así que se incorporó en la cama mientras la señora Longbottom iba a buscarles.
—Hola.
Albus
alzó la mirada y se encontró con los ojos de su hermano, que le miraban con incomodidad
y preocupación. Albus apretó los labios y bajó la mirada de nuevo.
—Hola.
—La
señora Longbottom me ha dicho que te estás recuperando. ¿Cómo lo llevas?
—Genial
—contestó secamente.
—He
hablado con tus amigos —Albus miró de refilón a su hermano—. No creo que sea
para tanto, pero… Lo siento si te he dolido de alguna manera. Solo me gusta
meterme contigo, pero nunca…
Se
quedaron en silencio mientras Albus pensaba en todo lo que había pasado y en
cómo se había sentido. James tenía razón, en realidad no había sido para tanto.
Él sabía que James era así, que le gustaba bromear y que no pretendía hacer
daño. Siempre se había enfadado cuando James le trataba así, pero… Quizás había
llegado el momento de enfocar aquella relación de otra manera, de aceptar las
bromas y tomarlas como lo que eran. Albus alzó la mirada de nuevo.
—Yo
también lo siento.
James
parpadeó. Albus quiso explicarse, pero supo que no había realmente necesidad,
así que cerró la boca y encogió los hombros. James le sonrió y le revolvió el
pelo.
—Cuídate,
¿vale?
Albus
asintió y James se marchó. Sus amigos fueron a visitarle después de cenar y él
les contó la conversación con James.
—Me
alegro tanto que lo hayáis arreglado —dijo Lizzie.
—No
está del todo. Les costará volver a la normalidad —opinó Scorpius.
—Pero
lo importante es que están en el camino.
—La
semana que viene son las pruebas para quidditch —dijo Rose—. ¿Os presentaréis?
—Yo
solo iré a animar —dijo Lizzie, pero tanto Albus como Scorpius expresaron sus
ganas de probar, aunque para Albus todo dependía de cómo se recuperase durante
esa semana.
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