No
había ni una nube en el cielo de Londres que estorbase al sol, y, aunque este
brillaba con intensidad, la brisa veraniega hacía agradable el ambiente, y se
disfrutaba de un clima, podría decirse, perfecto.
En
el número veinticuatro de Howelid Road, las ventanas estaban abiertas de par en
par, y en la casa reinaba un silencio poco común. En el cuarto más ordenado de
la casa sólo se oía el rasgar de una pluma contra un pergamino. Los muros de
dicha habitación eran blanco perla, excepto uno, que era de un bonito verde
oscuro. El suelo, de parqué, estaba decorado por una alfombra redonda también
verde. La cama era grande, y en la cabecera había enganchada una bandera
pequeña verde con una serpiente plateada en el centro, el emblema de la casa de
Slytherin. El armario con puerta corredera estaba empotrado en una de las
paredes, y el escritorio estaba al lado de la cama. Al lado del escritorio se
extendía una gran estantería llena de libros, material de oficina (como plumas
de repuesto, botes de tinta, pergaminos, etc.), plantas, materiales escolares y
fotografías.
Albus
Potter, sentado en la silla del escritorio, escribía emocionado en un pergamino
una carta para su amigo Scorpius Malfoy. Cuando colocó el punto final, se
releyó la carta, y cuando acabó, dio un suave golpe de cabeza, dobló el
pergamino y se levantó para acercarse a una esquina de la habitación habilitada
para la vivienda de su mascota, una lechuza. Albus la acarició antes de pedirle
que levantase la pata y ató el pergamino a ella.
—Llévasela
a Scorpius, Zorion, por favor —le
pidió el niño al animal.
Albus
puso el brazo en horizontal delante de la lechuza, que le saltó encima y le
acarició cariñosamente el hombro con el pico antes de extender sus inmensas
alas y alzar el vuelo, dejando atrás una pequeña ventada que revolvió el pelo
de Albus. El niño observó a su lechuza alejarse en el cielo azul, y la brisa se
coló por la ventana y azotó con cariño su rostro. Albus cerró los ojos y se
dejó sentir, respiró profundamente por la nariz y se giró hacia su escritorio.
Casi no podía creerse el silencio que había reinado en la casa durante aquel
verano. James, el hermano mayor de Albus, había pasado el mes en casa de Blake,
y Lily (su hermana menor) se había pasado la mayoría de días en la Madriguera
jugando a quidditch con Hugo (uno de sus numerosos primos), a disgusto de él, a
quien no le apasionaba tanto el quidditch como a Lily. Era una costumbre que
había tomado durante el primer año de Albus en Hogwarts debido a lo aburrida
que solía estar sin sus dos hermanos en la casa. Lily y Hugo siempre habían
sido cercanos, pero durante ese último año, se habían convertido en íntimos.
Siempre que uno desaparecía, también lo hacía el otro. A tío Ron y tía Hermione
les divertía, pero al padre de Albus, Harry, le preocupaba un poco que Lily y
Hugo se parecieran demasiado a tío Ron, tía Hermione y él mismo de jóvenes,
metiéndose en líos a los que nadie les llamaba. Sus tíos, e incluso su madre,
Ginny, siempre decían que no podían ser peores que ellos, y que, si fuera así,
se darían cuenta. Harry nunca parecía del todo convencido.
Albus
suspiró, se dirigió a su escritorio de nuevo, y se fijó en la foto que decoraba
su estantería junto a los libros del colegio, su varita y su caldero. En la
foto se mostraban a «Los Cerberos», como llamaban al grupo de amigos que
formaban Albus, Scorpius, Elizabeth Hayward (a quien llamaban cariñosamente
‘Lizzie’), su prima Rose Granger-Weasley (y hermana mayor de Hugo) y su hermano
James. Sonrió ante la imagen de sus amigos con los uniformes de Hogwarts
puestos riendo delante de la cámara. Tenía también otra fotografía decorando
esa estantería, en la cual se mostraban todos los miembros del ECHS («Entidad
Contra los Hermanos Sekinci», el club que había fundado él junto a sus amigos),
incluyendo a los últimos en unirse: los Cerberos, Sabrina Lynwood, Jayden
Underhill, Alex Nowell, Rebecca Phillips, Blake Eldred, Anne Hayes, Cian
Jardine, Richard Hikks y Mackenzie Maccrum. A Albus le gustaba mucho esa foto
por la cantidad de colores que había en ella, pues le recordaba que pertenecer
a diferentes casas no era un impedimento para formar una bonita amistad. Al
observar la fotografía, se acordó de los eventos del curso pasado, y sintió un
extraño peso en el pecho. Sus padres tuvieron una charla muy seria con él
cuando volvió de Hogwarts y, aunque no le castigaron porque entendían por qué
hizo lo que hizo, le advirtieron que si volvía a hacer algo así, no volvería a
Hogwarts. Albus tragó cuando lo recordó, y agitó la cabeza para desprenderse de
ese pensamiento.
En
ese momento, llamaron a su puerta tres veces con los nudillos, y Albus dio
permiso para entrar. Pero quien abrió la puerta no pertenecía a esa casa, y por
eso se extrañó.
—¡Rose!
—exclamó, y se dirigió a su prima, que estaba plantada en la puerta de su
dormitorio—. ¿Qué haces aquí?
—¡Albus!
—su prima se acercó emocionada a Albus—. Es que Lily ha venido a casa para
jugar a quidditch, y como sé que James también está una temporada fuera… He
pensado que quizás estarías aburrido.
Albus
sonrió.
—Sí,
la verdad es que ya no sabía qué hacer. Me alegro que hayas venido.
Rose
le sonrió de vuelta.
—¡Oh!
¿Le has enviado la carta a Scorpius? —le preguntó, mientras ambos se sentaban
con las piernas cruzadas en la alfombra.
—¡Sí!
Oh, qué nervioso estoy por ir. Tailandia me parece un país tan exótico… Tengo
muchas ganas de visitarlo.
—A
mí me encanta Tailandia por todo lo que he leído sobre el país. Parece fantástico.
Ah, ¿te contestó Lizzie?
—¡Sí!
—exclamó Albus. Se levantó y rebuscó en uno de los cajones de su escritorio
lleno de cartas. Cuando encontró la que estaba buscando, volvió con Rose y se
sentó de nuevo. Alzó la carta delante de sus narices y Albus leyó en voz alta—:
«Querido Albus, ¡lo de los Mundiales suena genial! Estaré encantada de
acompañaros, aunque me tendrás que decir el precio de las entradas, porque no
estoy segura si lo podré pagar. ¿Y cómo iríamos hasta Tailandia? ¿En escoba?
Espero que no se tenga que pagar también, porque entonces seguro que no puedo
ir. Mándame toda la información cuando puedas, y te responderé en cuanto lo
sepa todo seguro. ¡Es tan emocionante! Me aprenderé todas las normas de pe a
pa, para no meter la pata chillando cosas que no tienen sentido, como me pasa
en Hogwarts. ¡Muchas gracias por pensar en mí! Besos, Elizabeth».
—¿Pero
le has dicho que la pueden invitar nuestros padres, y que no necesita pagar?
—le inquirió Rose.
—Sí,
en la respuesta. Le pedí la lechuza a Lily, pero está entregando una carta, así
que tuve que pedírsela a mi madre. Ahora solo falta que Scor y Lizzie
contesten.
—¿Y
James? ¿Se va a traer a algún amigo?
—A
Blake y Anne —contestó mientras asentía con la cabeza.
Rose
suspiró.
—Tengo
ganas que llegue el diez de agosto.
El
día antes del cumpleaños de Rose, Scorpius y Lizzie llegaron a casa de los
Potter con las maletas, pues habían decidido pasar el resto del verano allí.
Lizzie
se había cortado el pelo a la altura de la barbilla, lo que hacía que su cara pareciera
más redonda, y había conseguido que el diente que tenía montado sobre otro
fuese arreglado después de intentarlo ella misma y fracasar estrepitosamente.
Aunque no se había fijado hasta entonces, Albus notó que Lizzie había crecido
durante el año hasta su misma altura, pues cuando la conoció era más bajita que
él, y que estaba más bronceada comparado con cuando acabaron las clases. Ella
fue la primera en llegar, y Albus la acompañó a la habitación de Lily y las
presentó, ya que se quedaría con ella durante el verano. Mientras las
presentaba, el timbre volvió a sonar. Albus dejó a Lizzie instalándose, bajó
las escaleras corriendo y abrió la puerta principal para dejar ver a Scorpius
Malfoy. Él, al contrario de Lizzie, se estaba dejando el pelo largo, y ya era
una incómoda masa de pelo que no podía recogerse en ningún peinado porque no
era lo suficientemente largo, pero que se caía sobre los ojos sin compasión.
Tenía que usar un hechizo para que no se le resbalase hacia la cara, y era
objeto de frecuentes bromas por parte de sus amigos. Albus dejó pasar a su
amigo y presidió la marcha hacia su habitación, la cual compartiría con
Scorpius durante lo que quedaba de verano.
—A
mi padre no le ha gustado demasiado que viniera —comentó Scorpius mientras desempaquetaba.
Albus
rio incómodo y se frotó la parte de atrás de la cabeza.
—Ya…
Nuestros padres no se llevaban muy bien…
—Sí…
—Scorpius se quedó con la mirada perdida, pero tras unos segundos volvió a
mirar a Albus—. Me alegro que me haya dejado venir al final.
—¡Y
yo! —exclamó Albus, y sonrió—. Lizzie está en la habitación de Lily. Supongo
que vendrá cuando acabe de instalarse.
Unos
minutos después, como había predicho Albus, Lizzie apareció en la puerta de la
habitación y corrió hacia Scorpius.
—¡Hola,
Scor! —exclamó, y abrazó a su amigo.
Scorpius
se quedó un momento quieto, sin saber qué hacer, antes de darle unos toquecitos
en la espalda con las manos. Lizzie rio y se apartó de Scorpius.
—¿Tenéis
regalos para Rose? —preguntó Lizzie—. Yo le he comprado un libro de quidditch,
no sabía qué cogerle. ¿Creéis que le gustará?
—
No sé si hay algún libro de quidditch que no haya leído, pero con un poco de
suerte… —comentó un poco incómodo Scorpius.
—Ya…
—dijo Lizzie, e hizo una mueca—. Espero que no se enfade conmigo.
—No…
—Scorpius encogió los hombros—. Verá que lo has intentado.
—Eso
espero. ¿Qué le habéis comprado vosotros?
—Yo
le regalaré una riñonera encantada —respondió Albus, y subió la barbilla—. He
estado practicando hechizos este mes, y creo que eso le puede gustar. Le hice
un hechizo para que sólo ella pudiera abrirla, y también le hice un
encantamiento de extensión indetectable.
—¡Qué
buen regalo! —exclamó Lizzie, y se quedó con la boca abierta.
—Sí,
Albus —le miró orgulloso Scorpius.
—¿Tú
le has comprado algo? —preguntó Albus a Scorpius.
—Fue
muy difícil, pero sí, al final logré encontrar un regalo que creo que le gustará.
Pasaron
el resto de la tarde en la habitación de Albus, sentados en el suelo, jugando a
varios juegos de mesa. Scorpius los ganó casi todos. Por la noche, después de
cenar, volvieron a la habitación de Albus, y se entretuvieron tanto que Ginny
tuvo que entrar para regañarles y enviarles a la cama.
Al
día siguiente, cuando Albus despertó, se dio cuenta que Scorpius ya tenía los
ojos abiertos, y observaba el techo sin verlo.
—¿Hace
mucho que te has despertado? —le preguntó.
—Oh
—Scorpius pareció volver a la Tierra, y cruzó la mirada con su amigo. Le sonrió
sin mostrar los dientes—. Pues sí, pero tranquilo, en mi casa es normal levantarse
muy pronto.
—Bueno,
si vuelves a despertarte antes que yo, avísame. No me importa levantarme pronto
—le pidió mientras se levantaba y se dirigía a su armario.
—Vale.
Oye, he visto que tienes un libro de sirenio. ¿Estás aprendiendo el idioma?
—¡Sí!
Empecé a los pocos días de volver de Hogwarts —decía mientras sacaba la ropa
que se iba a poner ese día—. Es tremendamente difícil, y además tengo que sumergirme
para saber si pronuncio bien o mal.
—Dicen
que el sirenio es uno de los idiomas más complicados de aprender.
—Puedo
entender por qué dicen eso.
Ambos
bajaron a desayunar cuando acabaron de vestirse, esperando encontrar a Lizzie
allí, pero en la cocina solamente estaban Harry y Ginny. Los niños dieron los
buenos días, y Harry y Ginny dieron un beso en la mejilla a Albus una vez él y
Scorpius se hubieron sentado a la mesa del desayuno. Esperaron un rato a
Lizzie, pero Ginny les dijo que empezaran sin ella después de escuchar a la barriga
de Scorpius protestar, y así lo hicieron. Cuando ya estaban acabando, su amiga
apareció en la puerta de la cocina junto a Lily.
—¿Se
os han pegado las sábanas? —preguntó divertido Harry.
—Un
poco —contestó Lizzie, y se frotó un ojo con el puño—. Ayer nos quedamos
hablando hasta tarde.
—¿De
verdad? —preguntó Albus, y alzó las cejas.
—Cuando
entré en la habitación, Lily estaba despierta —explicó mientras se sentaba a la
mesa.
—No
tenía sueño —añadió Lily—. Empezamos a hablar de Hogwarts, y de hermanos, y de
más cosas…
—Hasta
que nos dormimos sin darnos cuenta —rio Lizzie.
Tras
desayunar, Lily fue a casa de tío Ron y tía Hermione por la red flu, y Albus,
Lizzie y Scorpius se dedicaron a dar vueltas por la casa y a jugar hasta que
Harry les llamó para que se prepararan para ir a la Madriguera, donde
celebrarían el cumpleaños de Rose.
Lily
ya estaba allí cuando ellos llegaron, cómo no, jugando a quidditch con Hugo.
Los abuelos Arthur y Molly habían decorado la casa con banderitas de colores y
con unos farolillos rojos que habían hechizado para que flotaran y formaran un
12, y había una mesa llena de regalos. A Rose se le iluminaron los ojos cuando
vio la montaña de regalos, pero sobre todo cuando vislumbró una forma que
reconocía entre ellos. Con los ojos abiertos y una ancha sonrisa, fue directa
al regalo alargado y delgado, pero la abuela Molly le prohibió abrir regalos
antes de haber saludado a todos los que habían venido a la fiesta.
Estaba
toda la familia: tío Bill, tía Fleur, tío Percy, tía Audrey, tío Charlie, tío
George, tía Angelina, tío Ron, tía Hermione y todos sus hijos. Hasta James
había venido, y se había traído a Blake y Anne. El cumpleaños de Rose era la reunión
familiar del año, pues al ser agosto, casi siempre podía venir todo el mundo,
así que se aprovechaba para pasar medio día todos juntos, y todos los primos se
quedaban a dormir en la Madriguera (aunque un poco apretados, pues en total
eran doce primos). Pero pasaban noches muy divertidas. Ese año, sin embargo,
Albus no podría quedarse, ya que tenía invitados en casa.
Rose
saludó a toda la familia, y después lo hizo Albus y les presentó a Lizzie y Scorpius.
Tío Ron miró a Scorpius con los ojos entreabiertos y el ceño fruncido, y se inclinó
un poco sobre él cuando le agitó la mano. Scorpius tensó el cuello e intentó sonreír,
pero solamente resumió los labios en una línea y desvió la vista rápidamente de
tío Ron. Se relajó un poco más cuando tía Hermione le dio la mano y le dijo que
era un gusto conocerle, y que Rose les había hablado mucho de él. Tío Ron soltó
un bufido cuando tía Hermione dijo eso, y Scorpius volvió a tensar el cuello.
—No
te preocupes —le susurró tía Hermione—, es un poco cabezón, pero le caerás bien
con el tiempo.
—Gracias
—dijo Scorpius en voz baja, y le dedicó una rápida sonrisa.
La
abuela Molly había hecho, como siempre, demasiada comida, y una hora después de
haber empezado a comer, todos se desabrocharon el primer botón del pantalón y
se reclinaron en el respaldo de la silla con un suspiro. Tuvo que pasar un rato
de charlas y preguntas de la abuela Molly a todos sus hijos y nietos antes que
tía Hermione pudiera levantarse para ir a buscar el pastel. Un rato después,
Ginny pudo levantarse para ayudarla, pues el pastel lo habían hecho juntas.
Cuando ambas salieron con el pastel y las velas encendidas, todos se irguieron
en las sillas y empezaron a cantar el «Cumpleaños feliz». Rose sonrió de oreja
a oreja mientras hacía pequeños saltitos en su silla, hasta que le pusieron el
pastel delante. Cerró los ojos, se quedó en silencio un momento, y sopló las
velas al abrir los ojos de nuevo. Todos aplaudieron, y el abuelo Arthur y tío
Ron fueron a buscar platos y cucharillas para poder comer el pastel. Rose, tras
mirar a lado y lado, alargó el dedo índice y probó un poco de pastel. Albus,
que estaba a su lado, le dio un codazo cariñoso, y ella le miró divertida. Con
los ojos, le señaló el pastel, y él se mojó los labios con la lengua. Imitó a
su prima y se llevó a la boca un poco de pastel (aunque menos cantidad que
Rose). Cerró los ojos al saborearlo. El exterior era de buttercream y nuez, y el interior de zanahoria y cheesecake.
—Está
bueno, ¿verdad? —le susurró Rose mientras se repartían los platos y las cucharillas.
Albus
asintió con la cabeza mientras saboreaba lo último que le quedaba en la boca.
Tras el pastel, fue momento de abrir los regalos, y Rose fue directa al que
había intentado abrir al llegar. Desgarró y arrancó el papel de regalo hasta
dejar ver un palo de escoba. Leyó la inscripción que había en él y miró a su
padre con los ojos y la boca muy abiertos.
—¡Una
Saeta de Fuego! ¡¡Gracias!! —se levantó y se tiró a los brazos de tío Ron,
quien le devolvió el abrazo.
—Ya
no es tan buena como cuando yo tenía tu edad, pero te servirá mejor que las que
hay en Hogwarts —comentó tío Ron cuando se separaron, y le dedicó una sonrisa.
Los
regalos que más le gustaron fue el de tío Ron y el de Albus, con el que se volvió
loca al imaginar todo lo que podría llevar encima todo el tiempo.
Al
acercarse la noche, los adultos empezaron a marcharse, hasta quedar solo tío Bill,
tía Fleur, Harry, Ginny y todos los jóvenes, excepto James, Anne y Blake, que
se fueron a casa del último.
—¿Os
vais a quedar a cenar? —preguntó la abuela Molly.
—No,
«nosotgos» nos vamos. Ya es «hoga» —contestó Fleur con una sonrisa.
—Sí.
Victoire, ¿te quedarás a dormir? —se dirigió tío Bill a su primogénita.
—Sí,
me quedaré —contestó Victoire, y se giró a mirar a Molly—. Si la abuela me
deja, claro —y le sonrió.
—¡Claro
que te dejo! —Molly dio una palmada y le dedicó una gran sonrisa que hizo que
sus mofletes se inflaran—. ¡Qué tonterías tienes!
—¡Nos
vemos mañana! —se despidió Victoire de sus padres, y les dio un beso en la
mejilla a cada uno antes que se desaparecieran.
—Nosotros
también tenemos que irnos ya —anunció Ginny, y abrazó a Molly.
—Es
una pena que no te quedes a dormir, Albus —comentó el abuelo Arthur, y rodeó a
Albus por los hombros.
—Me
quedaré el año que viene —le sonrió Albus, y le dio un abrazo a su abuelo.
Tras
unas despedidas llenas de abrazos y besos (excepto la de Molly con Scorpius, que
abrazó al niño con un poco de reticencia), volvieron a casa de los Potter con
polvos flu.
—Cada
vez que hago un viaje así, lo odio más —se quejó Harry al llegar al salón de su
casa, mientras se sacudía el hollín de la ropa.
Ginny
rio y le dio un beso corto en los labios.
—Lo
sé —le dijo mientras le acariciaba la mejilla.
Harry
le torció la sonrisa, la rodeó por la cintura y le dio otro beso en los labios,
este más largo que el anterior. Albus, que estaba a su lado, arrugó la nariz y
empezó a caminar hacia la segunda planta, seguido de Scorpius y Lizzie
—Hacedlo
cuando estéis solos —sugirió, y escuchó las risas de sus padres.
—Ay,
yo creo que son muy monos —comentó Lizzie mientras subían las escaleras.
Albus
la miró, y recordó que el padre de Lizzie había muerto cuando ella era pequeña.
Comprendió por qué ella no se sentía incómoda y, sin saber qué decir, simplemente
le rodeó los hombros y le fregó el brazo, a lo que ella le sonrió.
Para
que Lizzie no durmiera sola, trasladaron la cama de la habitación de Lily a la
de Albus, y, cansados como estaban, se fueron rápidamente a dormir. Albus, sin
embargo, no tenía la capacidad de dormirse tan rápido como sus dos amigos, así
que se quedó pensativo, mirando al techo, rodeado de oscuridad, cuando se acordó
de la fiesta de Navidad de Slughorn y de aquel hombre que les había hablado a
Lizzie y a él del padre de ella, y se preguntó si aquel rumor que había comentado
más tarde Cian sería cierto: que un magizoólogo había encontrado una piedra
mágica relacionada con dragones, y que tenía algo que ver con su muerte, o algo
así creía recordar.
Y,
sin darse cuenta, mientras pensaba en Charles Hayward y en la piedra mágica,
Albus se durmió.
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