Al día siguiente, un sábado, Albus se levantó
pronto, abrió su baúl y rebuscó en él hasta que encontró ropa y zapatos. Lo
cogió todo y se dirigió hacia los baños de la habitación. En estos había tres
retretes y tres duchas. Cuando salió del baño, ya estaba duchado y vestido.
Tres de sus compañeros ya habían salido de la habitación, y Charlie se estaba
vistiendo. Albus decidió entablar conversación con Charlie, ya que la noche
anterior no había sido muy simpático con él.
—Buenos días, Charlie —saludó. Él le contestó con
lo mismo—. ¿Has podido dormir bien?
—Sí, la verdad es que esta cama es muy cómoda, y
es verdad lo que dijo la prefecta: el agua golpeando las ventanas me relajó.
—Bueno, supongo que después de estar todo el día
en el tren, no necesitábamos que nos relajasen… Creo que estábamos todos muy
cansados.
Charlie rio.
—Sí, también es verdad.
—¿Te apetece que subamos al Gran Comedor a
desayunar?
—Hum… La verdad es que no tengo mucha hambre.
Creo que cené demasiado ayer.
—Ah, vale, pues… Yo sí que voy a subir.
—Vale. ¿Nos… vemos más tarde?
—Eh, sí, vale.
Albus salió de la habitación, recorrió el pasillo
y llegó a la sala común. Allí, se encontró con una escena que no hubiese
imaginado jamás que vería en la sala común de Slytherin: había varios grupos de
personas, niños y mayores, chicos y chicas, hablando sobre quidditch, sobre las
clases o sobre Hogwarts, todos con una sonrisa en el rostro. Albus siempre
había pensado que los Slytherins eran sosos, orgullosos, y que formaban grupos
pequeños de amigos, y muy concretos. Pero ese panorama le reconfortó. Los Slytherins
no eran personas raras o marginados, eran tan normales como cualquiera.
Albus suspiró, contento por primera vez desde que
le habían seleccionado para Slytherin, y se le ocurrió que quizás no estaría
tan mal allí como él pensaba. La noche anterior había estado pensando mucho en
lo que el Sombrero y la chica le habían dicho, y añadir ese panorama a todo lo
que tenía en la cabeza le ayudó. Sí, podía llegar a sentirse cómodo como un
Slytherin. Salió corriendo de la sala común, deseando contárselo a Rose.
Ya estaba llegando a la gran puerta doble de
roble del Gran Comedor, cuando oyó que lo llamaban desde la cima de las
escaleras. Se giró y vio a Rose y Elizabeth saludarlo. Él sonrió, y les saludó
también con la mano en el aire. Elizabeth inició la marcha corriendo escaleras
abajo, y Rose la siguió.
—¡Albus! ¿Qué tal estás? ¿Cómo es la sala común
de tu casa? ¡La nuestra está en una torre! —Elizabeth tenía los ojos muy abiertos,
lo que daba un poco de miedo, porque ella ya los tenía grandes de por sí.
Se la veía muy entusiasmada, al contrario que
Rose. También parecía emocionada, pero no lo mostraba. Parecía preocupada por
algo.
—Felicidades a las dos por quedar en Gryffindor
—dijo Albus, para que Rose se diese cuenta que ya no le daba tanta importancia
como el día anterior—. Bueno, no sé si a ti debería felicitarte, Elizabeth…
Querías quedar en Hufflepuff, ¿no?
—Ah, bueno, eso. Sí, quería, pero tampoco estoy
decepcionada por haber quedado en Gryffindor. Me gusta.
—A mí también me gusta haber quedado en Slytherin
—la frase le sonó rara, pero se obligó a aceptarla. Era la primera vez que lo
decía en voz alta después de todo lo que había pasado el día anterior.
Albus miró a Rose con una sonrisa, y ella le
devolvió la sonrisa, como si le hubiese quitado un peso de encima. Supuso que
su prima estaba preocupada por él.
—¿Y cómo es la sala común? —preguntó Rose.
—¡Estamos debajo del Lago Negro! Ayer creo que vi
los tentáculos del calamar gigante. Todo está decorado de verde y plata.
Supongo que lo vuestro…
—Es todo de color escarlata —completó Rose,
asintiendo mientras sonreía—. Y desde nuestra sala común vemos el campo de
quidditch.
—¡Es verdad! Rose me ha estado explicando el
juego del quidditch. ¡Parece muy emocionante!
—Sí, a nosotros nos gusta mucho —dijo Albus.
—¿Os apetece que exploremos el castillo después
de desayunar? —preguntó Elizabeth, mirando con deseo hacia el Gran Comedor.
—Vale, me encantaría —accedió Albus.
—Sí, será divertido.
Los tres entraron en el Gran Comedor, y Albus
tuvo que despedirse de las niñas nada más pasar la puerta, ya que su mesa era
la más cercana a ella, y la mesa de Gryffindor era la que más lejos estaba.
Albus se sentó por en medio de la larga mesa, y
vio a Rose y Elizabeth colocarse una delante de la otra, más o menos a la misma
alzada de la mesa que él. Ya había comida en la mesa, así que Albus se limitó a
coger comida y ponérsela en el plato. Un chico de pelo castaño y rizado se puso
a su lado, e imitó a Albus. Al cabo del rato, el ruido del batir de cientos de
alas surgió en la estancia. Aurel, la
lechuza de Harry, se posó encima de la mesa, al lado del plato de Albus, y
extendió una carta. Él la cogió y le acarició la cabeza. Mientras la abría, oyó
un grito en la mesa de Ravenclaw.
—¡TÚ! ¡ERES UNA DECEPCIÓN PARA TODA TU FAMILIA!
¡¿CÓMO TE ATREVES A QUEDAR EN OTRA CASA QUE NO SEA SLYTHERIN?! ¡HAS DESHONRADO
EL APELLIDO MALFOY Y TODO LO QUE ESO SIGNIFICA! ¡TU ABUELO Y YO ESTAMOS
INFINITAMENTE DECEPCIONADOS Y ENFADADOS! ¡NO TE MERECES QUE TU PADRE TE SIGA
DIRIGIENDO LA PALABRA! ¡Y NI SIQUIERA PIENSES EN HABLARNOS A NOSOTROS!
El howler
ardió él solo y se convirtió en cenizas en cuanto la voz de la mujer hubo
pronunciado la última palabra. Todo el colegio estaba con los ojos clavados en
Scorpius Malfoy. El rubio estaba de espaldas a las mesas de Hufflepuff y
Slytherin, y de cara a la mesa de Gryffindor, por lo que Albus no pudo ver la
reacción de Scorpius Malfoy. En silencio, cogió sus cosas y salió corriendo del
Gran Comedor. A los pocos segundos, le siguieron dos alumnos de Ravenclaw. Automáticamente,
Albus buscó la mirada de Rose, y ella y Elizabeth le devolvieron la mirada,
preocupadas.
—Pff, se lo merece.
Albus miró al chico castaño, incrédulo. ¿Había
oído lo que creía que había oído?
—¿Perdona?
El chico castaño le devolvió la mirada,
sorprendido.
—Digo que se lo merece. Aj, ha decepcionado a
toda su familia quedando en una casa como la de Ravenclaw. Debió haber quedado
en Slytherin. Un sangre limpia como él no se merece quedar en ninguna casa que
no sea la nuestra.
—Eres un imbécil. La sangre no tiene nada que ver
con la capacidad mágica. Y ninguna casa es vergonzosa. Creo que tienes que
sentirte orgulloso si te seleccionan para cualquiera de ellas.
—Eres extremadamente ridículo. No sé por qué
estás en Slytherin.
—¿Sabes qué? Creo que tengo más derecho yo que tú
de estar en Slytherin.
Los dos niños se miraron con odio, y ambos se
separaron un poco en el banco. Albus suspiró, y después se dio cuenta que aún
no había abierto la carta que Aurel
le había traído, así que la abrió. Era de sus padres.
Querido Albus,
¿Cómo estás? Esperamos que bien, y que la primera impresión de
Hogwarts te haya gustado tanto como nos gustó a nosotros a tu edad. Lily ya te
echa de menos, no sabe qué hacer en casa, sola. La verdad es que la casa está
demasiado calmada sin ti, aunque la sensación no se nota tanto como cuando se
fue James. Ya sabes cómo es tu hermano… Él chillaba por toda la casa, tú
siempre has sido más tranquilo.
¿Has hecho algún amigo en tu primera noche? ¿Con tus compañeros de
habitación, quizás? ¿Y cómo están Rose y Lucy? Esperamos tu carta explicándonos
todo esto, ¡nos tienes ansiosos!
Esperamos que todo vaya bien, te queremos.
Besos,
Mamá y papá, y Lily, que te manda muchos recuerdos.
Albus sonrió. Decidió que les contestaría en la
sala común. Pensó en la reacción de sus padres en cuanto leyesen que había
quedado en Slytherin, y por un momento, Albus les imaginó orgullosos. Dobló la
carta y la guardó en el bolsillo de los pantalones.
Cuando acabó de desayunar, se reunió con las
niñas en la puerta del Gran Comedor.
—¿Has visto lo de la carta esa? —le preguntó Elizabeth.
—Howler,
se llama howler —le corrigió Rose.
—Sí, sí. Pero, ¿lo has visto?
—¿Es que hay alguien que no lo haya visto?
—Madre mía… Rose me ha explicado lo que los magos
de «sangre pura» piensan de los «nacidos de muggles» y los «traidores a la
sangre». ¿Consideran a Scorpius un traidor a la sangre, ahora?
—Supongo…
—Madre mía… Espero que mi tío no me mande una
carta de esas cuando le diga que no he quedado en Hufflepuff —dijo Elizabeth,
bromeando.
Rose y Albus rieron.
Albus pasó el fin de semana instalándose en su
habitación y recorriendo los pasillos de Hogwarts junto a Rose y Elizabeth (a
quien Rose y él comenzaron a llamar Lizzie porque era mucho más cómodo y corto
que llamarle por su nombre completo), y también junto a algunos compañeros de Slytherin.
El niño de pelo rubio y rizado se llamaba Cian, y Richard Hikks era un niño
alto, con el pelo castaño y los ojos azules. El niño con el que Albus había
discutido el sábado durante el desayuno era Phinos Sekinci. Ninguno de los
compañeros de habitación de Albus hizo muy buenas migas con Sekinci, lo que a
Albus le encantó. Sin embargo, le vio muy cómodamente con un alumno de
Gryffindor. Le sorprendió ver que se relacionaba con gente fuera de su casa,
pero tampoco le extrañó al fijarse en el alumno de Gryffindor: era un
mastodonte. Tenía cara de simio y era altísimo. Además, estaba un curso por
delante de ellos.
Los pasillos eran largos, pero la ventaja era que
había varios atajos. Había pasadizos por detrás de algunos cuadros y tapices, y
los compañeros de Albus y Albus ingeniaron una cancioncilla para no equivocarse
de cuadros y tapices.
El lunes por fin llegó, y Albus se levantó
pronto. Estaba nervioso por empezar las clases. Se vistió con la túnica de Slytherin
y el sombrero picudo y subió a desayunar. Había poca gente, y entre esas pocas
personas que había en el comedor, estaba Phinos Sekinci, sentado casi al
principio de la mesa, cerca de la mesa de los profesores, así que Albus se sentó
en el otro extremo.
Al cabo de unos minutos, entró una niña de
Slytherin, del mismo curso que Albus. Al estar al lado de la puerta, al primero
que vio fue a Albus, así que se sentó frente a él.
—Buenos días —saludó la niña.
—Buenos días.
La niña suspiró.
—¿Estás nervioso?
Albus se había metido una cucharada de cereales
en la boca, así que la pregunta le pilló un poco por sorpresa. Quiso contestar
con la boca llena, y se atragantó. Tosió para liberarse, y la niña le tendió un
vaso de zumo de calabaza. Albus se lo bebió de golpe, y consiguió liberarse de
la tos y bajar los cereales por la garganta.
—Perdona —se disculpó la niña, sonriendo un poco.
—Tranquila, no importa. Eh… ¿Cuál era la
pregunta?
Ella rio.
—Que si estás nervioso.
—Ah. Eh… No mucho, no. Bueno, un poco sí, pero
supongo que es lo normal… ¿Y tú?
—Sí, estoy muy nerviosa. Nuestra primera clase es
Defensa Contra las Artes Oscuras… Tu padre debe saber mucho sobre esto, ¿no?
—Hum… Sí, supongo —contestó, mientras masticaba
los cereales—. Siendo Auror…
—Y habiendo vencido a Lord Voldemort en su último
año en Hogwarts… Porque tú eres Albus Potter, ¿verdad?
Albus se quedó sin palabras. Todo el mundo
conocía al famoso Harry Potter y todas las hazañas que había llevado a cabo,
pero no Albus ni sus hermanos. A ellos solo les habían explicado que sus
padres, sus tíos Ron y Hermione y algunos amigos más como el profesor Longbottom
habían participado en la guerra contra Lord Voldemort y sus mortífagos, y que
por eso eran considerados héroes. Pero si era verdad lo que su compañera decía,
todo tendría mucho más sentido, aunque también significaría que ni sus padres
ni sus tíos les tenían la suficiente confianza como para decirles la verdad.
¿Por qué lo habían hecho? ¿Qué temían que pasase si lo hacían?
—Sí, soy yo —dijo Albus, limitándose a contestar
la pregunta de su compañera e intentando que su sorpresa no se notase—. Y,
perdona, ¿cuál era tu nombre?
—Flora. Flora Warder.
—Encantado.
—Igualmente.
De repente, la voz de Filch surgió desde algún
rincón del pasillo, gritando «¡Potter! ¡Eldred! ¡Hayes! ¡Sé que habéis sido
vosotros!», y James, Blake y una chica rubia entraron en el Gran Comedor con las
túnicas manchadas de lo que parecía pintura rosa.
Albus frunció el ceño e hizo una mueca con la
boca. Los tres se estaban riendo cuando entraron, y James se cruzó con la
mirada de su hermano. Sonrió y se dirigió hacia él.
—¡Buenos días, pequeñajo! —le saludó mientras le
revolvía el pelo.
—¡Ay! —Albus retiró la mano de su hermano—. ¿Qué
habéis hecho? —preguntó Albus, mirando intermitentemente a Blake, Anne y a su
hermano.
—¡ Nada importante! Sólo que vimos a Filch con
sus típicas ropas oscuras, y decidimos ponerle un poco de color —explicó, cogiendo
una rosquilla del plato de Albus y dándole un gran mordisco.
—¡Eh! Tienes desayuno en tu mesa —se quejó Albus,
quitándole la rosquilla de la mano.
—Aaaay, qué soso eres, Al —Albus frunció los
labios—. Suerte con tus primeras clases, patito —James le cogió la cara a Albus
y apretó sus mejillas, de manera que se le salieron más los labios hacia fuera,
recordando al pico de un pato.
Albus retiró la cara de la mano de James con un
movimiento hacia atrás, y antes de que James se fuese, volvió a revolverle el
pelo a su hermano.
—Cómo le odio —susurró Albus cuando su hermano se
hubo alejado.
—¿Siempre es así? —le preguntó Flora. Cuando
Albus la miró, vio que se estaba riendo.
—¿Así de pesado, dices? Sí, siempre.
Flora volvió a reír, y después siguió
desayunando.
Para asistir a su primera clase, Albus quedó con
sus compañeros de habitación (todos menos Sekinci) en ir juntos, así que los
cuatro llegaron tarde a la clase de Alba Fajula. En cuanto entraron a la clase,
la profesora les dedicó una mirada llena de reprimenda. Con la cabeza gacha, los
cuatro se sentaron en los pupitres de atrás del todo.
En el descanso, Albus se reunió con Rose y Lizzie
en uno de los bancos del patio.
—¿Cómo ha ido Transformaciones? —preguntó Albus,
después de explicarles a las niñas su primera clase de Defensa Contra las Artes
Oscuras.
—Bien, ha sido muy interesante. El profesor
Faulkner nos ha enseñado a transformar una cerilla en un alfiler —explicó Rose.
—Bueno, más bien lo ha intentado. Nadie excepto Scorpius
Malfoy y Rose consiguieron que la cerilla cambiase —dijo Lizzie, resignada.
Albus miró a Rose, y ella le sonrió orgullosa de
sí misma.
—Aunque Malfoy parecía deprimido —comentó Lizzie.
—No me extraña, después de lo del howler —añadió Rose.
—¿Sabéis si recibió carta de sus padres? —preguntó
Albus—. Porque el howler era de sus
abuelos.
—Pues no lo sé —contestó Lizzie, desviando la
mirada hacia el suelo.
—¿Y ese tal Sekinci se ha vuelto a meter con él?
—le preguntó Rose a Albus.
—No, o al menos eso creo. No hablo con él. Ahora
ha empezado a meterse con Charlie, porque se enteró que era nacido de muggles,
y en su opinión Slytherin sólo es para los sangre pura y los mestizos —Albus
puso los ojos en blanco e hizo una mueca de desagrado—. ¡Ah, y no te lo
pierdas! Tiene dos hermanos mayores.
—¿En serio?
—¿De quién habláis? —preguntó Lizzie, volviendo a
prestar atención a la conversación.
—De Sekinci y sus hermanos —contestó Albus.
—¿Ese creído de tu casa? ¿Tiene hermanos? —Albus
asintió, y Lizzie suspiró desazonada—. ¡Oh, mira! Allí está Malfoy.
Los otros dos niños se giraron hacia donde
señalaba Lizzie, y vieron, efectivamente, a Scorpius Malfoy solo.
—Pues sí que parece deprimido —dijo Albus,
observando al niño rubio, que con cara mustia, se había sentado en el suelo con
un libro abierto en las rodillas.
—¡Hola! ¿Preparados para vuestra primera clase de
vuelo?
James se había sentado descaradamente entre Rose
y Lizzie sin importarle sus quejas, y miraba a su hermano con cara de niño
bueno. Su amigo Blake y Anne, la otra chica con la que les había visto esta
mañana, llegaron delante de los cuatro niños y se sentaron delante de ellos, en
el suelo.
—Supongo que sí —contestó Albus—. ¿Y a ti cómo te
va el quidditch? Te volverás a presentar este año, ¿no?
—Sí. Esta tarde iré al campo para practicar.
Iremos Blake, Anne y yo. Si queréis venir, estáis invitados —ofreció, mirando a
las chicas por primera vez.
—¿En serio nos estás invitando? —preguntó Albus.
—¡Claro! Os quedaréis flipando con mi agilidad.
—A mí me gustaría ir, será interesante —dijo Lizzie.
—Yo no lo sé. Depende de los deberes que nos
pongan —opinó Rose.
—Bueno, podemos hacer los deberes antes de ir
—propuso Albus.
—Bueno, vale —refunfuñó Lizzie.
—¡Bien! Así comprobaréis lo genial que soy —presumió
James.
—Seguro que se cae de la escoba más de una vez —se
burló Blake.
Todos rieron excepto James.
—¡Claro que no!
—Oye, aquel es Scorpius Malfoy, ¿verdad? —preguntó
Anne, la chica rubia que había venido con James y Blake, ignorando la queja de
James y mirando hacia Scorpius.
Rose afirmó, y les explicó lo que había dicho Sekinci
sobre él el día que recibió el howler.
—La familia Sekinci es horrible —dijo James—. Yo
tengo a su hermano en mi curso, Vergilius Sekinci. Es un imbécil.
—James se lleva a matar con Vergilius. Además, Sekinci
logró entrar el año pasado al equipo de quidditch, y James le guarda mucho
rencor por eso —explicó Blake—. Y también porque es un matón, claro.
—Sí, yo no sé cómo no le han castigado más
—añadió Anne.
—Podríamos invitarle a venir con nosotros.
—¿A quién te refieres? —le preguntó Albus a Rose.
Dudaba mucho que su prima se refiriese a Sekinci.
—A Malfoy.
Todos miraron sorprendidos a Rose. Todos se
habían sentido mal por Malfoy, pero ninguno había pensado en invitarle a pasar
tiempo con ellos. Albus se sintió culpable por ello.
—Me parece una magnífica idea —se alegró Lizzie.
—Podríamos invitarle a él también al
entrenamiento de hoy —les dijo Blake a James y a Anne.
James miró a Anne, y ella asintió.
—Hem… Vale, por qué no. Que venga.
En ese momento, sonó el timbre del final del
descanso. James, Blake y Anne se despidieron y se dirigieron hacia el castillo.
Albus, Rose y Lizzie también cogieron las mochilas y entraron en el castillo.
Anduvieron por los pasillos y bajaron escaleras, ya que el aula de Pociones
estaba en las mazmorras. No fue difícil encontrarla.
El profesor Slughorn presentó la asignatura, y al
acabar la clase, pidió a unos cuantos alumnos hablar con ellos unos minutos.
Albus se fijó en los otros alumnos que se habían
quedado, todos delante del escritorio del profesor Slughorn. De su casa, se
encontraban él mismo, Sekinci, la niña pelirroja de ojos negros y mirada seria,
y una niña rubia, de ojos grises y alta; de Gryffindor, estaban su prima Rose y
una niña castaña de ojos azules. Excepto la niña de expresión seria, todos los
demás mostraban confusión en el rostro.
—Bueno, confío en que todos os conozcáis ya…
Todos hicieron movimientos con la cabeza,
notablemente molestos. Sólo se conocían con los que compartían casa, excepto
Albus, que conocía a todos menos a dos chicas.
—Ah, ya… Bueno, ésta es Rose Granger-Weasley,
hija de Hermione Granger, una gran bruja que fue miembro del «Club de las Eminencias»…
Y ésta es Sabrina Lynwood, descendiente de una importante y poderosa familia de
magos de sangre pura. Su padre trabaja en el Ministerio, y experimenta con los
árboles…
Los alumnos de Slytherin saludaron secamente con
la cabeza, y ellas les devolvieron el gesto.
—Y éstos son Albus Potter, el hijo del famoso
Harry Potter y la exjugadora de quidditch Ginny Weasley, dos miembros del «Club
de las Eminencias» muy destacados… Eh, él es Phinos Sekinci, también
descendiente de una gran familia, e hijo de una ex-alumna miembro del club
también; Helena Pemberton, cuya familia posee grandes propiedades de tierras en
Gales… Ah, y por supuesto Europa Virgorinne, hija de un famoso escritor… Quizás
hayáis leído alguno de sus libros… Son bastante famosos…
Los de Gryffindor los saludaron como ellos habían
hecho antes, con un movimiento seco de cabeza.
—Bueno, bueno, chicos… Estoy tan contento… Os he
reunido aquí para ofreceros ser miembros del «Club de las Eminencias», un club
fundado por mí mismo donde… Bueno, incluyo a magos y brujas con buena capacidad
y con un futuro muy prometedor para que… Eh… Tengáis contactos y podáis hacer
nuevos amigos. Me encantaría incluiros a todos en el club, así que he pensado
invitaros a todos este sábado a merendar. ¿Podréis venir? —todos asintieron no
muy seguros de por qué—. ¡Excelente, excelente! Os enviaré una nota indicando
la hora y el lugar. Será una velada muy interesante —dijo esto último más para
sí mismo que para los niños.
Después de esa pequeña reunión, todos se
dirigieron al Gran Comedor. De camino allí, Lizzie les preguntó a Albus y Rose qué
quería el profesor Slughorn.
—Parece como si quisiera reclutar a los magos y
brujas más famosos e influyentes del colegio —contestó Rose.
—Es un hombre muy raro —dijo Albus.
Se despidieron cuando Albus llegó a su mesa. Después
de comer, Albus se dirigió hacia los invernaderos, donde recibirían su primera
clase de Herbología, junto a los Ravenclaws. A Albus le pareció la ocasión
perfecta para proponerle a Malfoy pasar rato con ellos. Ya en clase, Neville
les dijo que hicieran grupos de tres personas para identificar las plantas
básicas con las que trabajarían durante el año. A Albus le hubiese encantado
formar grupo con Malfoy para poder hablar con él, pero dos chicos de Ravenclaw
se lo propusieron antes, así que Albus formó equipo con Charlie y Cian. Malfoy
fue el que más plantas identificó, no sólo entre su grupo, sino también en
general. Neville estaba muy contento con los resultados, y cuando sonó el
timbre, les mandó estudiar las características de la planta que más les gustase
a cada grupo para explicarlas en la clase siguiente al resto de alumnos, como
una exposición. Albus recogió todo rápido y corrió para alcanzar a Malfoy.
—Hey, hola —saludó, cuando llegó a su lado.
—Hem, hola —contestó Scorpius, pillado por
sorpresa.
—Oye, unas amigas y yo nos preguntábamos si te
apetecería venir con…
—Anda, mira, Potter y Malfoy juntos… ¿Estáis
hablando de intercambiaros las casas? ¿Tan bajo habéis caído?
Albus miró a Sekinci asqueado.
—Haznos un favor a todos y desaparece, Sekinci.
—Déjale. Se mete con los demás porque se aburre.
No merece la pena.
Sekinci se alejó entre risas, y Albus volvió a
mirar a Malfoy.
—Ya, pero eso no le da derecho a meterse con
nadie.
Malfoy encogió los hombros, como diciendo «No
tiene remedio».
—¿Querías… preguntarme algo?
—Sí, eso. Bueno, quería preguntarte que qué te
parecería que, después de las clases, hiciéramos los deberes juntos, con dos amigas
más, y que luego fuésemos a ver a mi hermano y sus amigos entrenar al
quidditch.
—Ah, hum… Bueno, s-sí, por qué no —Malfoy asintió
con la cabeza mientras se mordía el labio inferior.
—Genial. Pues si quieres nos podemos ver en la
entrada de la biblioteca cuando acabe la siguiente clase.
—No, eh, yo después tengo Vuelo…
—Ah. Bueno, pues después de esa clase.
—Sí, claro.
—Vale. Pues… Nos vemos luego.
—Sí, vale. Bueno, ahora toca Encantamientos, que
también la compartimos. ¿Vamos… juntos?
—Sí, claro.
—Vale. Ah, y gracias.
—No es nada. Por cierto, soy Albus Potter.
Albus le tendió la mano. Malfoy la miró y luego
volvió a mirar a Albus a los ojos. Dudó por unos segundos, pero después sonrió
y se la estrechó.
—Yo soy Scorpius Malfoy.
Albus sonrió, y ambos se pusieron en camino hacia
la clase de Encantamientos.
···
Esa tarde, después de terminar todos los deberes
que les habían mandado, Albus, Rose, Lizzie y Malfoy esperaron a que James y
sus amigos acabasen con sus tareas para marcharse al campo de quidditch.
Mientras los esperaban en la puerta del castillo, los niños estaban inmersos en
una agradable charla. Albus había descubierto que Scorpius le caía muy bien, y
creía que a su prima y a Lizzie también les gustaba estar en su compañía. Se
sentía orgulloso de haberse acercado a él, y esperaba no perder el contacto.
Cuando los mayores llegaron, Lizzie se adelantó
para presentarlos a todos. Anne, la rubia, tenía el pelo rizado, los ojos
castaños y la piel pálida, y era alta.
Después de las presentaciones, todos se pusieron
en marcha hacia el campo de quidditch.
—¡Eh, Al! ¿Quieres golpear? —le ofreció su
hermano, cuando ya estaban a punto de llegar al campo.
—Hem… Sí, claro.
—Malfoy, tú también, si quieres —ofreció otra vez
James, pero sin tanta emoción.
—Me encantaría, gracias.
—Pues venga, ¡vamos allá!
James entró corriendo al campo. Blake y James
fueron a buscar las pelotas y cogieron prestadas las escobas del colegio, ya
que habían preferido estrenar las suyas propias en su primer partido, si
conseguían el puesto, claro. James se presentaba como buscador, Blake como
cazador y Anne como guardián.
Mientras James y Blake buscaban las pelotas y las
escobas, Anne, Albus y Malfoy se quedaron esperándolos en el campo, y Rose y Lizzie
se sentaron en las gradas. Cuando estuvieron todos colocados en el aire, Rose
fue la encargada de soltar todas las pelotas, y después volvió a las gradas, y
a partir de entonces pareció que se dedicase a explicar a Lizzie las reglas del
juego. Los demás empezaron a practicar: Blake tiraba las pelotas a Anne, y
James dejó suelta la snitch, dio un par de vueltas sobre sí mismo y luego
empezó a buscarla. Al mismo tiempo, Albus y Malfoy fueron los encargados de
molestar a los demás con las bludgers, y la verdad es que no se les daba nada
mal. Albus acertó casi todos los golpes, Malfoy no tenía tan buena puntería,
pero molestó suficientemente bien. Estuvieron más o menos una hora entrenando.
Cuando estuvieron lo bastante cansados, dejaron de jugar, y cuando James y
Blake se disponían a volver a guardar las pelotas y las escobas, se dieron
cuenta que no sólo habían visto el entreno Rose y Lizzie.
—¡Ha-sido-genial! —gritó entusiasmada la chica
castaña de ojos azules de Gryffindor que se había quedado con Slughorn después
de Pociones—. ¡Estoy segura de que os cogerán! Pero, claro, es normal, lo
lleváis en la sangre… Todos vuestros familiares tienen pasado en el equipo de
quidditch de sus respectivas casas. Tu padre fue buscador de Slytherin,
Scorpius; y tus padres, Albus, fueron buscadores y tu madre, además, fue
cazadora y estuvo en las Arpías de Holyhead. Tu padre fue guardián de Gryffindor,
Rose. Y tu madre, Anne, fue cazadora de Hufflepuff. ¡Sois todos geniales!
—Dios mío, Sabrina, ¿cómo sabes todo eso? —preguntó
Lizzie, totalmente flipando.
—¿Bromeas? ¡Soy una fanática de quidditch! Verás,
en mis primeros años…
Sabrina y Lizzie se alejaron de los demás y
caminaron hacia el castillo mientras Sabrina le explicaba a Lizzie desde cuando
le gustaba tanto el quidditch.
—¿Cómo puede hablar tanto? —dijo Rose a Albus.
—¿Por qué lo dices?
—Oh, por Merlín, tienes suerte de no haber estado
a solas con ella. Habla y habla y habla sin parar. Parece que nunca se canse,
¡y te lo digo muy en serio!
Él rio, y cuando James y Blake volvieron, se
fueron todos hacia el castillo.
—Albus —le llamó Blake—, de verdad creo que te
deberías presentar a las pruebas para golpeador el año que viene. Con un poco
de entrenamiento, ¡serías un golpeador genial!
—¿De verdad? ¡Gracias, Blake! Quizás lo haga.
—¡Oh, sí! ¡Es una idea excelente! Podré ganarle en
todos los partidos que hagamos.
—No si mis bludgers te alcanzan antes —se burló
Albus. James le rodeó el cuello con su brazo y le revolvió el pelo—. ¡Aj,
James! ¡Quita!
James rio, soltó a Albus y le dio un suave
empujón.
—¿Vais a seguir viéndoos con Malfoy? —preguntó
James a Rose, mientras Albus corría detrás de Blake para alcanzarles, ya que se
había quedado atrás por el empujón de su hermano.
—Quizás. No parece mal chico.
—¡Ho, ho! Pues cuidado con tío Ron. No parecía
muy contento de ver a los Malfoy en el andén.
—¿Y tú cómo sabes eso? Ni siquiera estabas allí —le
dijo Albus.
—Yo lo sé todo, hermanito, todo…
Rose, Blake y James rieron, pero Albus miró a su
hermano sarcásticamente.
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