V. La desaparición de James

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Ya era viernes, y Albus ya había acudido a todas las clases de primer curso. Todas tenían su punto interesante, todas le gustaban bastante, todas menos una. Historia de la magia era la peor asignatura a la que Albus había tenido que enfrentarse. El profesor Binns, un fantasma, tenía el tono más monótono y aburrido que Albus tenía la desgracia de conocer. Nadie soportaba sus clases, y su voz servía como somnífero para la mayoría de alumnos. Ni siquiera Rose podía soportar esas clases. Y había otro profesor que a Albus no le gustaba. La directora Morgan. Se alegró al no haberla tenido de profesora, pues creía que la profesora Morgan no estaba destinada a enseñar. La verdad es que Albus no la veía ejerciendo ninguna profesión que no fuese aurora. Morgan mantenía siempre la misma expresión y el mismo tono de voz. Nada cambiaba un ápice ni en su rostro ni en su voz, jamás. Albus no podía creer en la carencia de expresión, pero Morgan le recordaba que así era cada vez que reñía a alguien con la misma mirada y el mismo tono de voz que usaba cuando felicitaba a alguien. Lizzie sostenía que eso era imposible, y que debía ser algún hechizo que salió mal. Cuando Albus lo comentó delante de James, Blake y Anne, ellos le dijeron que habían muchos rumores sobre cómo Morgan había llegado a esa situación. Muchos pensaban como Lizzie, pero otros decían que de pequeña fue testigo del asesinato de su familia por parte de Voldemort, y que desde entonces perdió la habilidad de expresión. Otros decían que en realidad no era humana, y que había sido una transformación incompleta de animal a ser humano o viceversa. Por supuesto, nadie se lo había preguntado a la profesora directamente, por lo que seguiría siendo un misterio.
Después de comer, se reunieron Albus, Rose, Lizzie y Scorpius en el vestíbulo. Los viernes no tenían clases por las tardes, así que fueron al patio exterior y se sentaron en un banco.
—La verdad es que esperaba que las clases fueran más difíciles. ¿Vosotros no? —comentaba Rose.
—Pues no sé. Algunas son fáciles y otras difíciles —dijo Albus.
—Eso no es verdad —dijo Lizzie—. Yo creo que ninguna es fácil o difícil. Yo las clasificaría de aburridas e interesantes. Por ejemplo, Historia de la Magia es el peor aburrimiento del mundo, y Defensa Contra las Artes Oscuras es una pasada.
Los cuatro rieron. Rose estaba mucho más relajada que al principio de la semana porque había comprobado que los deberes eran fáciles y rápidos de hacer, y además se le daban bien todas las asignaturas. Lizzie, en las clases que se aburría, solía dormirse o sino dibujaba en los marcos de los libros. Albus era como una mezcla de las dos. Cuando se aburría, los primeros días también dibujaba en los libros, pero después descubrió la técnica de apuntar en un pergamino todo lo que el profesor explicaba, y eso le ayudó a seguir la clase; y en las clases que le gustaban, él era siempre uno de los primeros en conseguir lo que el profesor pedía. Scorpius, en cambio, se dedicaba plenamente a todas las clases. Hacía todos los deberes el mismo día que se los mandaban, estaba atento en todas las clases, y usualmente era el mejor y el que más rápido entendía las lecciones.
—Pues a mí, Historia de la Magia me gusta —dijo tímidamente Scorpius.
—Debes de ser el primero en siglos… —le dijo Lizzie.
Albus rio, y metió la mano en el bolsillo de la túnica. Tocó algo en su interior, y lo sacó, sin saber qué era. Estaba sujetando un papel. Una carta. Se acordó que la mañana anterior, Zorion, su lechuza, le había entregado esa carta de sus padres, y no se había acordado ni de leerla y de responderla. Se sintió avergonzado por ello, y les dijo a los otros niños que lo disculpasen un momento mientras leía y contestaba la carta de sus padres.

Querido Albus,
Estamos muy contentos de que Hogwarts te guste, y que te apliques tan bien a las clases. Ya verás que si les coges el truco al principio de curso, el resto te será mucho más fácil. Por supuesto, estamos orgullosos de la casa en la que quedaste. Nos parece genial que haya variedad en casa, y si tú estás contento, no sabemos qué más podemos pedir.
Sobre lo que nos contabas en tu última carta, sentimos no haberte dicho nada. No sabíamos que te afectaría tanto no saber lo de la guerra. Creímos que no era necesario que vuestros hermanos y tú lo supieseis, y no hay ninguna otra razón importante por lo que lo hicimos. Sólo pensábamos en vosotros.
Tío Ron y tía Hermione nos han dicho que a Rose le va muy bien, salúdala de nuestra parte. ¿Y ésa amiga tuya, Elizabeth? Esperamos que también le vaya bien. Salúdala a ella también de nuestra parte, y a Scorpius Malfoy, que por lo que nos has contado, estamos seguros que le va bien.
Nosotros estamos bien. ¡Lily te manda recuerdos! Está ansiosa por verte y que le cuentes cosas sobre Hogwarts.
PD: ¡Recuerda que Hagrid te invitó hoy a tomar el té!
Un abrazo fuerte,
Mamá y papá.

Albus suspiró cuando acabó de leer la carta. Se la guardó en el bolsillo de la túnica y decidió contestarles después de visitar esa tarde a Hagrid.
—Mis padres os mandan recuerdos.
—¡Ah, sí! Y los míos a vosotros, que esta mañana me han mandado una carta —recordó Rose.
—¿Tu padre sigue enfadado por… eso? —preguntó Lizzie.
A tío Ron le molestó que Rose se hablase con Scorpius. Le recordó lo que le dijo en el andén, antes de subir al expreso de Hogwarts, pero Rose se negó a dejar de pasar rato con Scorpius, así que eso enfadó aún más a tío Ron.
—Sí. No quiero ni pensar qué dirá cuando le vea en vacaciones.
—Bueno, aún falta mucho para eso. Seguro que se tranquiliza hasta ese momento —la consoló Lizzie.
—Ojalá tengas razón.
—¿Por qué está enfadado tu padre? —le preguntó Scorpius, en un tono bajo.
Albus estaba seguro que Scorpius no quería inmiscuirse en asuntos ajenos, pero que si pasaba con ellos la mayoría del tiempo, tarde o temprano tendría que hacerlo. Aunque eligió una mala cuestión.
—Porque… Cree que tendría que esforzarme más en las clases de Historia —mintió Rose.
—¿Pero qué os pasa con esa asignatura? Yo creo que es muy interesante, y me lo paso bien en las clases —confesó Scorpius.
Los otros tres miraron boquiabiertos a Scorpius.
—Has dicho… ¿Has dicho que te lo pasas bien? ¿Que te lo pasas bien? —le preguntó Albus, totalmente anonadado.
—¡Pero si es la clase más aburrida del mundo! —exclamó Lizzie.
—Sí, si os limitáis a escuchar al profesor.
—¿A qué te refieres? —pidió Rose.
—Bueno, yo lo que hago para no aburrirme es convertir todo lo que el profesor dice en algo gracioso. Por ejemplo: si habla de la revuelta de las brujas en 1836 me imagino a unas brujas feas y con ropa vieja pidiendo más derechos para poder comprarse varitas nuevas que les puedan arreglar la cara y la ropa.
Rose rio a carcajadas, y los demás rieron con ella.
—¡Eso es genial! —exclamó Rose—. Tendré que ponerlo en práctica…
Poco antes de las tres, los cuatro (Albus había invitado a Scorpius a venir con ellos) salieron del colegio en dirección a la casa de piedra colocada al lado del bosque. Al llegar a la puerta, Albus llamó con los nudillos. Dentro de la casa se oyó ladrar a un perro, y después la voz de Hagrid diciendo:
Gynna, sentada.
—Oh, no. ¿Tiene un perro? —preguntó Lizzie. Albus y Rose asintieron—. Es que soy alérgica.
—Intenta no acercarte mucho a ella.
Los ladridos del perro se sustituyeron por un lloriqueo ansioso. La puerta se abrió dejando ver la peluda y canosa barba de Hagrid.
—¡Pasad, pasad! ¡Estáis en vuestra casa! ¡Oh! Pero si sois cuatro…
—Ah, sí. Hagrid, él es Scorpius Malfoy. Scorpius, él es Hagrid —presentó Albus.
—Sí, ya me acuerdo de usted —dijo Scorpius, agitándole la mano a Hagrid, que parecía gigante comparada con la de Scorpius—. Es quien nos guio al castillo cuando bajamos del tren, ¿verdad?
—Sí, ¡ese soy yo! Yo me acuerdo que te vi durante la selección. Ravenclaw, ¿eh? Bueno, bueno, ¡pasad! ¡No os quedéis fuera!
Cuando los niños entraron, Gynna fue a saludar a Albus, quien la acarició un poco, y después saludó a Rose. Ella se agachó y se puso a jugar con el perro. Albus vio a Lizzie alejarse todo lo que pudo de Rose y Gynna, y luego observó la casa. Estaba todo ordenado, aunque un poco descuidado. Las paredes estaban hechas de piedras irregulares, pero firmes. La casa tenía dos habitaciones: en la que estaban ahora había una mesa de madera y tres sillas alrededor de ella entre la puerta de entrada y la chimenea, y enfrente de esta última había un sofá y dos sillones: uno a cada lado del sofá. Al otro lado de la entrada y al lado del sofá, había una pequeña cocina. Albus supuso que detrás de la puerta que había al lado de la chimenea y el sofá estaría la habitación de Hagrid.
—Hagrid, ¿construiste tú solo esta casa? —preguntó Albus, mirando a Hagrid.
—Oh, no. Los profesores de Hogwarts me ayudaron con un poco de magia, ¡y Grawp también participó! Se puso muy contento por poder ayudar.
—¿Él está bien?
—¡Sí! Desde que la directora, quiero decir, la antigua directora le ayudó a encontrar una cueva donde estuviese cómodo, todo está yendo de perlas. Bueno, tampoco tanto, pero su situación ha mejorado mucho. Claro que se merecía algo así después de participar en la guerra.
Albus oyó que Scorpius le preguntaba a Lizzie en voz baja: «¿Quién es Grawp?», y miró a los dos niños con disimulo. Vio a Lizzie encoger los hombros y poner una expresión de desconocimiento. Era mejor que no lo supiesen. Al menos, no tan pronto.
—¿Y tú estás bien? —preguntó Rose, cuando hubo dejado de jugar con Gynna.
—¡Estupendamente! Cuando no estoy dando clases, voy a la cueva con Grawp, o al Bosque Prohibido para explorar. ¡Pero no hablemos de mí, habladme de vosotros! ¿Cómo ha ido vuestra primera semana? ¡Oh!, ¿queréis té?
—Sí, por favor —contestaron Rose y Albus a la vez.
—Yo también, por favor —pidió Scorpius.
Gynna, ¡déjala! —exclamó Albus al ver a Gynna intentando lamer a Lizzie—. Hagrid, Lizzie es alérgica a los perros, y Gynna
—¡Oh! Gynna, perra mala, ¡ven aquí!
El perro se alejó de Lizzie, y por orden de Hagrid, se tumbó al lado de la chimenea.
—Lo siento, es una perra muy cariñosa —se disculpó Hagrid.
—No pasa nada.
—Siéntate. Te llamas Elizabeth, ¿verdad? —ella afirmó mientras se sentaba al lado de Rose en el sofá—. Dime, Elizabeth, ¿habías hecho magia antes?
—Bueno, la verdad es que no había hecho magia antes, pero sabía que existía. Mi padre era mago, pero murió antes de poder enseñarme algo.
—Oh, vaya, lo siento.
—No importa.
—¿Y qué tal las clases? Veo que los amigos ya los habéis conseguido, ¿eh?
Los cuatro rieron mientras se miraban entre ellos. Scorpius lo hizo más avergonzado que los demás. Era demasiado tímido con los desconocidos, pensó Albus.
—Las clases son más fáciles de lo que pensaba, y no ponen demasiados deberes —dijo Rose.
Los cinco estuvieron discutiendo animadamente sobre las clases, los deberes y los profesores mientras tomaban el té que Hagrid había preparado.
Los niños volvieron al castillo media hora antes de la hora de la cena. Cuando entraron al castillo, encontraron a mucha gente en el vestíbulo, hablando entre ellos, lo que no era nada común.
—¿Por qué hay tanta gente aquí? —preguntó Albus.
—No lo sé. Habrá pasado algo —dijo Rose.
—¡Lizzie! ¡Rose! —gritó alguien.
—¡Ah, Sabrina! —Lizzie saludó con la mano por encima de las cabezas de los que estaban allí.
Sabrina, la chica castaña de Gryffindor que era miembro del Club de las Eminencias, se acercó a los cuatro niños.
—¿Os habéis enterado de lo que le ha pasado a James Potter con Vergilius Sekinci? —preguntó entusiasmada. Los cinco negaron con la cabeza—. Parece que Sekinci y Potter discutieron por algo, y Potter le dio un puñetazo en la nariz. ¡Se la rompió! Entonces Sekinci le devolvió el golpe, ¡empezaron a pelearse! Pero dicen que los pilló algún profesor, y los castigó a limpiar toda la sala de trofeos, ¡juntos! ¿No creéis que es un poco estúpido? Quiero decir, se supone que los estaban castigando por pelearse entre ellos, ¿y les ponen el mismo castigo el mismo día y la misma hora? ¡No tiene nada de sentido! Ah, por si no lo habíais podido imaginar aún, se volvieron a pelear. ¡Pero no con puñetazos! ¡Empezaron un duelo de magos! Destrozaron algunos de los trofeos y de las vitrinas. ¡Pero eso no es todo! Hubo algún profesor que oyó los ruidos, y fue corriendo hacia la sala de trofeos, pero cuando llegó, ¡Potter no estaba! ¡Desapareció de un momento a otro! ¡Sekinci no le vio irse! ¡Es muy raro! La directora está hablando ahora con Sekinci, hay mucha gente que dice que lo expulsarán. Potter no ha aparecido aún, nadie sabe dónde está, ni siquiera sus dos amigos, Eldred y Hayes. ¿Vosotros le habéis visto? ¿Sabéis dónde está? Es tu hermano, ¿no te suena ningún sitio al que pueda haber ido?
—Eeh… No, ni idea —contestó Albus, un poco aturdido—. Pero, a ver, ¿cómo pudo desaparecer?
—¡Eso es lo que se pregunta todo el mundo! ¡Nadie lo sabe!
—No entiendo nada —dijo Scorpius—. Nadie puede desaparecerse en Hogwarts. Y aunque se pudiera, no creo que James Potter sepa desaparecerse. Es demasiado avanzado para su curso.
Albus miró a Sabrina, que alzó las cejas y movió la cabeza en señal de «Os lo dije».
De golpe, el alboroto que se había formado empezó a disminuir. Los alumnos hablaban en voz baja y todos miraban hacia la escalera. Los niños también miraron la escalera, pero no veían nada. Scorpius y Albus se pusieron de puntillas, ya que eran los más altos de los cuatro. Sin embargo, seguían sin ver nada. Sabrina se escabulló entre la gente, y volvió unos momentos después para informarles que Sekinci estaba pasando entre el gentío.
Cuando Sekinci hubo entrado en el Gran Comedor, los susurros crecieron de tal manera que Albus casi tuvo que chillar para que Rose, Lizzie y Scorpius le escuchasen proponer alejarse de allí.
Sentado ya en la mesa de Slytherin, Albus se enteró gracias a Cian y a Richard que el castigo de Sekinci constaba en pasar tres tardes completas junto a Filch ayudándole a cuidar el castillo y sus alrededores durante los próximos dos meses. Aunque sus dos compañeros de casa, y Albus mismo, se alegraban que Sekinci recibiese ese castigo, no dejaban de preguntarse qué habría sido de James. No apareció durante la cena, y Albus empezó a preocuparse. Cuando salieron del Gran Comedor, Albus se acercó corriendo a Blake y Anne y les preguntó si ellos sabían algo de su hermano.
—No, estamos tan desinformados como tú —contestó Blake.
—¿Y no tenéis idea de dónde puede estar? —insistió Albus.
Rose, Lizzie y Scorpius aparecieron por detrás de Albus y esperaron la respuesta de Blake.
—No, nada —repitió Blake.
—La verdad es que últimamente no cuenta con nosotros para nada —comentó Anne—. Está como absorto en algo, no sabemos qué es.
—Este verano también ha estado absorto en algo —añadió Rose.
Albus la miró sin entender a qué se refería.
—Sí, en molestarme con lo de ser seleccionado para Slytherin —admitió después.
—¿Por qué te molestaría con eso? —preguntó Lizzie sin comprender.
—Larga historia —le dijo Albus simplemente.
—No, pero aparte de eso —insistió Rose—. Ha leído muchos libros. Su habitación estaba llena de libros. Y eso no es normal en él.
—La verdad es que no —soportó Blake—. James no coge un libro si no es para experimentar con él.
—¿Creéis que trama algo malo? —cuestionó Scorpius.
—No, malo no. Genial —contestó Blake, con una sonrisa pícara.
—Debemos averiguar qué está haciendo —le dijo Anne a Blake y le cogió el brazo, emocionada.
Ambos se fueron corriendo escaleras arriba, mientras Anne le decía a Blake, aún incrédula, «Libros, tío, ¡libros!».
—No sé si hemos ayudado a mejorar la situación —comentó Albus.
—No. Seguramente hemos causado que próximamente haya tres personas desapareciéndose por el castillo —le confirmó Rose.
—¡Pero eso es aún mejor! —exclamó Lizzie, con cierta diversión brillando en sus ojos—. Sekinci va a estar castigado durante todo el año… ¡Les diré que le hagan algo al hermano pequeño, también!
Lizzie salió corriendo detrás de Blake y Anne, y Rose rio.
—La verdad es que eso sería genial.
—Rose… —le regañó Albus tiernamente.
—¿Qué? Lo sabes tan bien como yo. Hasta Scorpius se divertiría si eso pasase.
—No, no creo —contradijo Scorpius.
—Nah, tienes razón, eres demasiado soso.
—No soy soso, sólo… diferente —dijo con un tono de voz más bien bajo. Se parecía a un perrito cuando perdía de vista la pelota que le has estado haciendo mirar durante un rato.
Rose rio y le pasó la mano por el rostro para molestarle. Él se quejó y apartó la cara de ella.
—Vamos a la cama, estoy cansada.
Albus pasó la mañana siguiente en su sala común junto a Richard y Cian. Albus descubrió que a Richard se le daba muy bien jugar al ajedrez mágico, y Cian ganó casi todas las partidas que hicieron de Gobstones. Pero Albus demostró su habilidad con los naipes explosivos y les ganó en casi todas las partidas. Durante la comida, Albus volvió a preguntar por James, pero nadie le había visto aún. Habló con Blake y Anne de nuevo, pero le dieron la misma respuesta que el día anterior. Pidió a Cian y a Richard que se adelantaran a la vuelta a la sala común porque quería perderse en sus pensamientos por un momento. Tomó el camino más largo, y cuando le quedaban escasos metros para llegar a la puerta de la sala común, un cuadro se abrió y salió James. Ambos hermanos se quedaron mirando. James estaba muy sucio, tenía rasgaduras en la ropa y heridas pequeñas en la cara y en las manos.
—¡¡James!!
Albus abrazó a James y este abrió los ojos de la sorpresa.
—Hola, pequeñajo.
—¿¿Dónde has estado??
—No hables tan alto.
Le cogió del brazo y le arrastró por otro pasillo más refugiado.
—¡James, ¿qué ha pasado?! —exclamó en voz baja—. ¿Dónde estabas? ¿Cómo desapareciste? ¿Por qué no has aparecido hasta ahora? ¿Alguien más sabe…?
—Eh, eh, eh, cállate ya. Acabo de volver y sólo me has visto tú, ¿vale? —dijo con una mueca entre nervioso, cauto y patoso.
—¿Y me vas a contar algo?
—Puede. Si te callas —miró por los pasillos por si venía alguien.
—¡No! No voy a callarme. Has desaparecido por un día entero, James. Dime qué ha pasado.
—Eres un crío insistente, ¿eh? Y no ha sido un día entero —Albus le dirigió una mirada severa para insistir aún más en que James hablase—. No, para, no me mires así —James tapó los ojos de Albus con su mano para no tener que ver la mirada que le estaba echando.
Albus apartó la mano de James y dijo una vez más el nombre de su hermano.
—Mira, no ha pasado nada importante, ¿vale? Sólo necesito llegar a mi sala común sin que me vea ningún profe.
—¿Por qué?
—¡Me castigarán! —dijo como si fuese obvio—. Así que saldré de la sala común como si hubiese estado enfermo y así me libraré.
—James, han registrado tu sala común, nunca se creerán que has estado enfermo. Podría ayudarte si me dijeses dónde has estado.
—¿Me ayudarías en serio? —James miró estupefacto a su hermano.
—Si me dices qué te ha pasado.
Ambos hermanos mantuvieron el contacto visual durante unos segundos.
—No puedo —dijo finalmente James.
Suspiró, revolvió desganado el pelo de su hermano y se alejó.
—Sé por dónde has salido —dijo Albus sin alzar la voz, pero lo bastante alto para que James le oyese—. Sólo tengo que seguir el pasillo que seguramente hay detrás del cuadro del bosque deformado.
—¡No lo hagas! —James se acercó muy rápido a Albus y se quedó muy cerca.
—¡Estoy preocupado por ti! ¡Desapareces por un día y cuando vuelves tienes la ropa rasgada y estás herido! Por Merlín, dime qué ha pasado.
—No-ha-sido-un-día-entero. Caí por una cañería, ¿de acuerdo? Y no sabía volver.
—¿Y ya está? ¿Ese es el gran dilema?
James resopló, ya creyéndose incapaz el librarse de Albus.
—Encontré una cámara.
Albus miró fijamente a los ojos a James. Obviamente Albus había estado buscando información sobre Voldemort y sobre su padre durante esa semana. Sabía todo lo que debía saberse de la vida de Harry Potter durante su estancia en Hogwarts.
—¿Qué cámara?
James le escudriñó con la mirada y se le escapó una sonrisilla.
—Eres lo suficientemente listo para saber a qué cámara me refiero. Siempre has sido más inteligente que yo. Y por eso mismo sé que tampoco entrarás en ese pasillo de detrás de ese cuadro.
Albus intentó mantener la misma expresión, aunque por dentro los nervios se le dispararon. Le había pillado: Albus no tenía ni la más mínima intención de meterse en ese pasillo. James torció la sonrisilla y se alejó.
—Pero te has asustado cuando lo he dicho.
James rio y encogió los hombros.
—Me he dejado llevar por la impresión —y le mostró los dientes en una sonrisa.
Albus emprendió el camino de nuevo hacia su sala común, pero se giró cuando oyó a James hablarle.
—Pero… No entres. Te harías daño, está hecho un desastre ahí dentro.
Albus sonrió y James se rascó la parte posterior de la cabeza y resumió los labios en una línea. Albus se le quedó mirando mientras pensaba en algo.
—Quédate escondido hasta las tres, más o menos.
James le devolvió la mirada con el ceño fruncido y bajó el brazo.
—Hum… No, nada de esconderme. Me iré al Baño de los Prefectos. Es el lugar idóneo para encontrar a un alumno de tercero, ¿no crees? —bromeó de forma sarcástica y se alejó con una sonrisa.
···
Albus llamó a la puerta del despacho de Slughorn y abrió la puerta al recibir el permiso desde el otro lado.
—¡Oh, Albus, muchacho! ¡Entra, entra! —Albus cerró la puerta tras de sí y se acercó al profesor, que estaba sentado en un sillón al lado de la chimenea apagada y con un libro en las manos que estaba cerrando y dejando en una mesita—. ¡Has llegado pronto!
—Sí, señor, es que quería hablar un momento a solas con usted. ¿Tendría un momento?
—¡Oh! Claro, claro. Siéntate.
Albus se sentó en el sillón que había al otro lado de la chimenea, justo enfrente del sillón en el que estaba Slughorn.
—¿De qué se trata?
—Verá… Supongo que habrá oído lo de la desaparición del mi hermano.
—¡Ah, sí! Pobre muchacho… Debes de estar pasándolo mal.
—Bueno, la verdad es que… —Slughorn lo miró un poco confuso—. Señor, nos hemos metido en un lío —la expresión de Slughorn pasó de cálida a distante, pero aún no se había protegido del todo: estaba dispuesto a escuchar a Albus—. Verá, yo quería ir a ver a mi hermano durante su castigo, por si quería algo, y vi que Sekinci y él se estaban peleando. Sekinci le quitó la varita a James, y yo saqué la mía y le hice perder el conocimiento. Ayudé a James a esconderse, y para evitar otro enfrentamiento con Sekinci, le dije que se quedase escondido hasta esta tarde. No pensé que fuese a haber tanto revuelo… Cuando aparezca le harán preguntas, y nos castigarán a ambos. Lo único que hicimos fue defendernos de Sekinci… Y yo me preguntaba si usted podría ayudarnos. No creo que ningún profesor más lo hiciese, usted es nuestra única esperanza.
—Albus… Vaya, lo siento, pero… No puedo ayudaros, debo hablar con la directora —Slughorn lo dijo realmente apenado y le dedicó una tímida sonrisa a Albus.
Albus simuló decepción.
—Comprendo… Siento habérselo pedido.
—No importa, de verdad. Me siento muy honrado de que confíes tanto en mí.
Albus le dedicó una sonrisa triste y ambos se quedaron en un silencio un tanto incómodo.
—¿Quieres un poco de licor de chocolate?
—Claro, gracias.
Slughorn sirvió dos vasos y le entregó uno a Albus antes de volver a sentarse.
—Sólo por curiosidad: ¿cómo dejaste a Sekinci inconsciente?
—Usé el hechizo everte statum.
La mirada de Slughorn cambió radicalmente. Los ojos le brillaron y Albus se convirtió en algo único a sus ojos. Albus ocultó tan bien como pudo su sonrisa de triunfo.
—Está bien. Os ayudaré —Albus le dedicó una sonrisa feliz—, pero será la única vez que lo haré, ¿de acuerdo?
—¡Claro!
—Nada de duelos extraoficiales, ¿está claro?
—¡Sí, señor!
—Está bien. Entonces será mejor hacerlo cuanto antes. Voy a hablar con la directora.
Albus no imaginaba que serían tantos alumnos esa tarde. Había representantes de casi todos los cursos y todas las casas, aunque podía decir orgulloso que la casa que más destacaba era Slytherin (no llevaban los uniformes pero cada uno se presentó diciendo su nombre y su casa). Eran en total dieciséis alumnos, entre los que se encontraban sus primos Roxanne, Louis, Dominique y Victoire. A Albus le hacía gracia que más de la mitad del club fuesen Slytherins y casi todo el resto fuesen Weasleys. Victoire les explicó a Albus y Rose que no todos los que hay en la primera reunión del curso es seguro que se queden en el club, pues la primera reunión es la prueba que tienen que pasar todos para poder entrar. Slughorn les hizo una pequeña entrevista a todos para saber todos los detalles posibles de cada uno: Roxanne estaba allí por su gran inventiva y creatividad con los hechizos y los objetos mágicos; Louis, Dominique y Victoire eran alumnos excelentes; Nick Griffin, de Ravenclaw, era el jugador de quidditch más destacado del colegio; Paris Virgorinne estaba allí por el mismo motivo que su hermana Europa; las gemelas Courtney y Elsa eran de las mejores alumnas que había en el colegio, y una de ellas era la chica con la que Albus había hablado la primera noche que pasó en el colegio; Spencer Pemberton era la alumna con más premios desde hacía unos años; y Aelia Sekinci era fría y reservada como sus hermanos menores, pero con cada comentario que decía demostraba que era muy inteligente. Rose no se veía capaz de competir contra ella y hubiese querido que Scorpius estuviese allí, pues creía que él sí estaba a su altura. Aelia era una alumna de séptimo, de Slytherin, alta, de porte aristocrático, con las facciones muy rectas (igual que sus hermanos menores), con el pelo ondulado y castaña. Sus ojos también eran castaños, pero tenía una mirada tan fría que daba la sensación de que los tenía castaños pálidos. Podía ocultarse cualquier cosa detrás de esos ojos: realmente no podías leer a través de ellos. Eran como un muro enorme que no dejaba pasar nada en ningún sentido.
—He oído que tu hermano ya ha aparecido, Potter —comentó Aelia—. ¿Son muy profundas sus heridas?
Albus se la quedó mirado. Sabía que estaba herido, ¿pero cómo? James debía de haber aparecido hacía una media hora, y para entonces ya estaban todos en el despacho de Slughorn. No podía saberlo. ¿Lo habría dicho al azar?
—Supongo que lo tendrás que juzgar por ti misma cuando le veas.
Aelia no dejó que su rostro expresase nada y desvió la mirada de Albus.
—¿Qué ha sido eso? —le susurró Rose.
Él se limitó a encoger los hombros y a menear la cabeza. Ella le miró con el ceño fruncido.
La tarde fue, por menos, un tanto incómoda, al menos para Albus. Ser escogido para formar parte de un club sólo por quiénes eran sus padres le molestaba. Estaba claro que se había ganado el respeto de Slughorn con aquella mentira, pero todos habían entrado en un principio por sus familias. Era terriblemente injusto, pues Scorpius, a pesar de ser un estudiante excelente, no había recibido invitación por culpa del pasado de su padre. A pesar de la insistencia de Rose en que lo dejase pasar, Albus no iba a hacerlo, y estaba decidido a demostrar que tanto él como sus amigos tenían derecho a formar parte de ese club. Es más, pensó incluso en fundar su propio club.
—¿Pero de qué quieres que sea el club? —le preguntó Rose mientras se dirigían al vestíbulo, donde les esperaban Lizzie y Scorpius.
—No lo sé, pero me gusta la idea de formar un club. Así conoceríamos a gente nueva, nosotros nos conoceríamos más…
—Así que tiene que ser un club donde estemos los cuatro.
—Claro.
—Hum… Quizás entre todos se nos ocurre algo.
—Seguiríamos la tradición familiar, ¿no? La Orden del Fénix, el Ejército de Dumbledore…
Rose le lanzó una mirada pícara.
—Entonces tendríamos que crear un club extraoficial y dedicado a derrotar a algún Señor Tenebroso.
—Pero como no hay ningún Señor Tenebroso lo tendremos que crear para otra cosa.
Rose rio y ambos entraron en el vestíbulo. Cuando se hubieron reunido con Lizzie y Scorpius, Albus comentó lo del club.
—¡Me parece genial! —exclamó Lizzie—. ¿Cómo se llamará? ¿«Odiemos Todos Juntos a los Hermanos Sekinci»?
—La verdad es que yo siempre he querido ser un animago —comentó tímidamente Scorpius.
—¡Animago! —exclamó Albus—. A mí también me gustaría. Pero es algo muy, pero que muy avanzado para nosotros.
—Y también muy peligroso —añadió Rose—. Se tarda años en perfeccionar el hechizo, y ni siquiera entonces es seguro que salga bien. Sólo magos habilidosos y poderosos lo consiguen.
—Bueno, según los registros, Pettigrew no era muy inteligente y lo consiguió —le dijo Albus a Rose.
Rose le miró entre severa e insegura.
—No pensarás hacerlo en serio, ¿verdad?
Albus se disponía a contestar cuando Scorpius se le adelantó.
—No… No pretendía empezar una discusión. Sólo comentaba…
—Podríamos ir practicando —propuso Lizzie—. Empezar cuanto antes y poco a poco ir mejorando. No sé de qué va todo esto, pero no tenemos que hacerlo ya.
—Vale, vale —intervino Albus—. Olvidemos el tema de hacernos animagos. El nombre que ha propuesto Lizzie tampoco me parece mal…
Se oyó un potente trueno. Los cuatro niños buscaron una ventana para mirar el tiempo. Estaba cayendo un diluvio. El cielo se iluminaba con los relámpagos y algunos truenos hacían temblar el castillo. Todo estaba muy oscuro y la pobre cabaña de Hagrid parecía aún más pequeña y desprotegida.
Decidieron ir a la biblioteca para hacer deberes, así que cada uno fue a su sala común para coger las mochilas antes de encontrarse todos en la puerta de la biblioteca. Albus cogió la mochila de debajo de su cama, y cuando se levantó del suelo con la mochila en un hombro para irse, vio un sobre encima de su almohada. Con el ceño fruncido cogió el sobre, que tenía escrito su nombre en el reverso, y lo abrió. Desdobló el papel que había dentro y leyó:

Quizás la próxima vez aparezca muerto. Cuídale bien.

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